Preludio uno
“En este momento, las elecciones en Estados Unidos están básicamente compradas. No puedes presentarte a unas elecciones a menos que dispongas de una enorme cantidad de capital, lo que significa que, aunque no representan ni al 1% de la población, son sobre todo las grandes corporaciones las que proporcionan ese respaldo de capital”.
Noam Chomsky
Elecciones compradas
Estamos viviendo momentos excepcionales donde grandes cantidades de ciudadanos van mostrando su descontento y organizando diversas formas de participación democrática. En algunos casos derrocando o poniendo en jaque gobiernos retrógrados como el de Egipto, Marruecos, Yemen, etc. En otros como Grecia y España -más los que seguirán por las consecuencias del modelo capitalista- es una revuelta cada vez más amplia y hace temblar el mundo impuesto dominado por bancos, grupos de inversión, calificadoras de riesgo, el que incluye diversas formas de elecciones compradas disfrazadas por diversos dispositivos especializados: los asesores de imagen, encuestas y agencias de publicidad.
Este modelo de elecciones compradas no es, muchas veces, comprendido por los ciudadanos dado que trata de no ser visible. Veamos un ejemplo: en los Estados Unidos se impusieron los intereses de las instituciones financieras. Joseph Stiglitz lo sintetiza en un reportaje en La Vanguardia: “Obama rechazó una ley que hubiera permitido reestructurar las deudas hipotecarias. Resultado: siete millones de familias han perdido sus casas y dos más la perderán este año”. Stiglitz muestra la alineación del presidente con los intereses de Wall Street por no haber puesto condiciones en el salvataje realizado a las instituciones bancarias: “Es decir que sobre esos 800.000 millones de dólares puestos al rescate de la economía yanqui sólo se están beneficiando los dueños de las empresas de finanzas”.
La imagen que nos propusieron de Obama era, en la campaña, el candidato que por vía de su color de piel y el uso intenso de las redes sociales traía una gran transformación a la política mundial. Noam Chomsky lo dice claramente: “En las elecciones de 2008, por ejemplo, lo que llevó a Obama a la victoria final fue una sustancial ayuda procedente de instituciones financieras que son ahora el núcleo de la economía”. Para ayudar al encubrimiento se le otorgó el premio Nobel de la Paz.
Es necesario preguntarse: ¿cuáles son los artilugios de que se valen las políticas del poder para hacer creer, a la mayoría de los habitantes del planeta, que las elecciones son democráticas, libres y que es la conciencia ciudadana la que determina los destinos de los países? Partiendo de la base de que es el poder del dinero el que impone condiciones, domeñando cualquier alternativa política que vaya en su contra, debemos recordar las estrategias y las técnicas de que se vale. El marketing de la imagen es predominante para propulsar a los candidatos, en principio los monopolios nunca apuestan a uno solo. Se lanzan eslóganes vacíos. Mucho fotoshop y nada de ejes programáticos.
En las campañas se despliega la sociedad del espectáculo para que el candidato se promueva como una estrella de la televisión. Como consecuencia es el marketing, la publicidad, las encuestas las que van generando las creencias para que el ciudadano actúe acorde con los intereses del poder.
Preludio dos
“…el mundo se convierte en una aldea global; prevalece el modo de vida urbano (desarrollo del individualismo, norteamericanización de la juventud) (…): cread un producto único, comercializadlo a un precio único, el más bajo posible, haced una promoción igual en todos los países…”
Armand Mattelard
El ciudadano
La consolidación y expansión de la sociedad del espectáculo por vía de la placenta mediática y sus amplias ramificaciones requiere un ciudadano particular, moldeado bajo ciertas condiciones que surgen como “las formas normales de la adaptación social” en la vida convertida en un espectáculo.
Nada mejor que observarlo en los Estados Unidos, sociedad donde se gesta el modelo para expandirse en tiempo real por el planeta. Sennett analiza el trabajo en las empresas de alta tecnología, las de finanzas globales y las de servicios con más de tres mil empleados y plantea cuáles son elementos necesarios para desarrollarse en las multinacionales de punta del modelo. Observa que: “Sólo un determinado tipo de seres humanos es capaz de prosperar en condiciones sociales de inestabilidad y fragmentariedad”[1] y que se requieren éstas características:
a) El tiempo: la hiperconectividad achata el tiempo subjetivo, le quita consistencia. Hay un imperativo para que toda la vida se atenga al instante del presente, tratando de que el mismo no sea un hilván entre el pasado vivido y el probable futuro. El señuelo de perpetuidad del presente se grafica en una memoria superficial que, por motivo de la sobreinformación, termina en infoxicación, un proceso tóxico que hace imposible procesar la enorme cantidad de información recibida por diversos canales.
Este sujeto debe aceptar, adaptarse y sobrevivir a empresas que no establecen marcos de largo plazo. Obliga manejarse en el corto plazo, la vida no será ya un proyecto que irá cobrando consistencia a lo largo del tiempo, sino el reinado de la improvisación constante, que es una convocatoria a la fragilidad permanente.
b) El talento o desarrollo de nuevas habilidades: Estos sujetos que trabajan en las empresas de punta saben que cada diez años necesitan reciclarse. El trabajo está centrado en las estrategias para cambiar rápido y no en la trayectoria del saber hacer algo bien.
Se trata de creer a pie juntillas en la flexibilidad laboral. Veamos qué hacen las empresas de tecnologías de la información para seducir a la Generación Y en un reportaje en el suplemento iEco de Clarín: “A la “Generación Y”[2] tenés que seducirla y no con beneficios tradicionales: no les interesa un plan de pensiones. Tenés que ir en el corto plazo y seducirlos en el día a día (…) quieren que les pagues banda ancha en la casa, el gimnasio, descuentos en Apple Store, Sony, (…) para retenerlos más de dos años hay que plantearles desafíos constantes”. Como se observa la Generación Y, en las empresas de punta del sistema, hace propio el modelo que le impusieron, cree que trabajar en la casa es sinónimo de libertad.
c) El consumidor: Este proyecto requiere la caída de hábitos ciudadanos. Busca desechar la memoria profunda que permite hacer una evaluación crítica de la realidad vivida. El ciudadano desaparece y surge el consumidor como paradigma.
En la inscripción “Todo Pasa” del anillo de poderoso dueño de la Asociación del Fútbol Argentino, Don Julio Grondona se muestra lo que se espera de los ciudadanos: que tengan una enorme capacidad para el olvido y una gran facilidad para la resignación.
Constituidos como consumidores, los sujetos compran pequeños aparatos: celulares, Ipod, tabletas, etc., que ofrecen enormes cantidad de memoria para música, libros, fotos. Así, mientras el consumidor va perdiendo su capacidad de memoria profunda, las máquinas de comunicar le ofrecen cada vez mayor cantidad de memoria acumulada en su seno. No es difícil establecer que esa capacidad de memoria electrónica o en la web, que el consumidor devora ávidamente, ayuda a consolidar el olvido de la condición de ciudadano. Vértigo, infoxicación y olvido son pilares de la banalización del ciudadano. ¿No es este el triunfo cotidiano del fin de la historia?
En medio de todas esas comodidades comunicativas la vida pública es signada por el desinterés, la subjetividad es el reinado del narcisismo donde predomina la pequeña diferencia. Los denominados ataques de pánico, que impiden salir de la casa, son la denuncia sintomatológica de la claustrofilia reinante. Este consumidor así formateado es un amante de la comodidad y ha perdido la capacidad de ejercer su libertad.
Preludio tres
“El espectáculo es una guerra del opio permanente (…) el consumidor real se convierte en consumidor de ilusiones. La mercancía es esta ilusión efectivamente real; y el espectáculo, su manifestación general”.
Guy Debord
El político
El ganador de las elecciones, en Argentina, hace siempre campaña con los fondos públicos. Mirando los diarios de otras épocas se pueden constatar las permanentes denuncias de la oposición al manejo discrecional de las pautas publicitarias estatales. Es decir el botín viene provisto por las cajas del Estado o por los acuerdos oscuros de retornos y negocios convenidos con grupos económicos. Es notable la cantidad de secretarios del poder que en poco tiempo se convierten en millonarios.
Cuestiones de imagen
El fallecido Raúl Alfonsín no permitía que le sacaran fotos mientras comía, dado que lo solía hacer con cierta voracidad. Su hijo, actual candidato a la presidencia, usa los trajes de su padre y es posible que se haya colocado -por vía de cirugía estética- bolsas debajo de los ojos para parecerse más a su padre.
Menem, un paradigma del modelo, recicló su imagen todas las veces que hizo falta, recurriendo a todas las cirugías estéticas disponibles. Pasó de ser “un caudillo del interior con poncho y patillas” a un hombre del primer mundo con peinados y vestimentas acordes. Soldó a fuego la relación entre política y farándula.
Macri, luego de declarar que no tenía dinero para competir por la presidencia, poniendo muy en claro la relación campaña-dinero, realiza una campaña que parece la invitación a una fiesta. Hay baile, globos, invitaciones “sos bienvenido” con un claro sentido popular en el uso de íconos: las camisetas de Ríver y Boca brillan en la campaña. Intenta resolver así dos cuestiones. La primera ocultar el fracaso de su candidatura a presidente, es decir, transformar un fracaso en un éxito propagandístico. La segunda oponerse al luto de la presidenta Cristina Fernández. Si su rival nacional está de luto, Macri está de fiesta. Una típica maniobra futbolera.
Agregamos que Macri aparece con ciertos retoques de fotoshop en los carteles -todos los políticos mejoran sus fotos por esa vía- con ciertas arrugas en la cara que lo hacen parecer de más edad. Esto debe tener algún significado en tan estudiada campaña. En consonancia con esto los carteles de campaña no tienen por protagonistas a modelos “rubios y de ojos celestes”, una manera sencilla de querer mostrase cerca de los “verdaderos argentinos”.
La presidenta, por su parte, conduce con una mano férrea la construcción de lista y candidatos. Impone a todo el mundo condiciones. Tampoco allí la imagen ha dejado de hacer su trabajo. El predominio absoluto del color negro en sus ropas, las presentaciones públicas con la evocación de Néstor Kichner son parte de su apuesta en las cuestiones de imagen.
En consecuencia los personajes centrales de las campañas políticas no son los planes y proyectos -es inútil creer en ellos: no existen más o son letra muerta una vez ganada la elección- con estos aparatos publicitarios y con consumidores ganados por el eslogan “Todo pasa”.
En Argentina, para las campañas políticas, los partidos políticos se niegan a organizar un control serio sobre los gastos de las mismas ya que mostraría, sin duda, que son muchas más las elecciones que se compran -por la ecuación dinero invertido-voto- que las que se ganan. Además saldrían a la luz los compromisos políticos que esas “donaciones o financiamientos” establecen. Los consumidores, formateados en la poltrona claustrofílica de la adaptación social, absortos en la fascinación de la imagen, quedan así a merced de las campañas publicitarias. Las nuevas revueltas mundiales deberán trabajar mucho para romper este reciclado constante de la sociedad del espectáculo y sus tiranías.
César Hazaki
Psicoanalista
cesar.hazaki [at] topia.com.ar
Notas
[1] Sennett, R., La cultura del capitalismo.
[2] Jóvenes nacidos entre 1981 y 2000 que no conocieron la Guerra Fría.