Una viñeta para empezar a pensar
Juan tiene 36 años y es un desocupado más en la Argentina de estos días. Desde los 20 años fue realizando distintos trabajos en empresas medianas y grandes, en trabajos administrativos, en lo que denominaría una segunda línea de gerenciamiento. Puestos de jefatura o coordinación, con una jerarquía media que le permitía vivir en un nivel de clase media “restringida”. No ha finalizado estudios universitarios, cada tanto los retoma y avanza. Está casado, tiene dos hijos, su mujer trabaja en puestos más o menos similares a los que él tenía, pero con una mayor estabilidad.
Juan perdió el último de sus trabajos hace casi tres años, por una de esas razones difusas incluidas en el título “reestructuración interna”. De allí en más, no ha vuelto a conseguir trabajo, mas allá de una búsqueda incesante y meticulosa, de presentación de cientos (sí, cientos) de curriculums, enorme cantidad de entrevistas y posibilidades en las cuales suele avanzar pero en las que no es elegido finalmente.
Razones de edad y de formación lo han dejado totalmente fuera del circuito del trabajo, tal y como lo fue desarrollando hasta estos momentos. Para esos puestos, las empresas prefieren jóvenes profesionales, recién recibidos.
Hasta aquí una breve descripción. Acude a la consulta a raíz de una depresión, reactiva al desempleo, pero por sobre todo con una pregunta en relación a cómo seguir. Tiene la sensación de que seguir mandando cartas no tiene sentido. De hecho, en estos casi tres años se transformó en casi un trabajo en sí mismo: buscar los avisos, recorrer consultoras, realizar las entrevistas, etcétera.
Juan proviene de una familia muy parecida a la que él estaba intentando estructurar. Sus padres trabajaron toda la vida en relación de dependencia, en puestos medios, con un perfil de crecimiento no demasiado grande, pero que les permitió una vida bastante tranquila, económicamente hablando. Tiene dos hermanos que también trabajan en relación de dependencia.
Juan no concibe otra forma de trabajar que no sea esa. Tampoco su familia. Durante el análisis, Juan se muda en un intento de achicar los gastos fijos. Sorprende al analista que Juan realiza todos los trabajos de acondicionamiento de su nueva casa. Trabajos de envergadura, tanto de albañilería, como de plomería, electricidad, carpintería, etcétera, con una destreza notable, y un enorme placer. A Juan siempre le gustraron estas actividades, pero como “hobby”. Poco a poco, comienza a surgir en él la idea de montar una pequeña empresa que se dedique a ofrecer distintos servicios necesarios para la casa y transformar esto en una fuente de ingresos.
Juan consigue algunas “changas”, (nombre con el que su familia califica su hacer), gana durante un mes un dinero superior al que ingresaba su mujer actualmente, y Juan... se deprime más aún.
No pretendo explayarme mucho sobre este material, sino tan sólo apoyarme en él para pensar aquello que concierne a los ideales, y a los mandatos superyoicos.
Constitución de ideales
Postular una perspectiva vincular en Psicoanálisis, implica, entre otras cosas, pensar en los puntos de anudamiento del sujeto con los conjuntos en los cuales adviene como tal. Ello supone pensar en un sujeto que lejos de autoengendrarse, se constituye en un campo vincular, que se extiende mucho mas allá de la estructura familiar que le da un origen.
De este modo, las instancias psíquicas también están vicariadas por las pertenencias a los conjuntos en los cuales se funda y de los que, al mismo tiempo, se espera que sea trasmisor.
La instancia Ideal es, por excelencia, una instancia de esta índole.
Freud incluye a los ideales, entre las posesiones psíquicas de una cultura, y los define como “valoraciones que indican cuáles son sus logros supremos y más apetecibles”(Freud, S. 1927).
Freud utilizó los conceptos de Ideal del yo y de Yo Ideal en forma indistinta, mucho antes que la idea del Superyó fuera definida como una instancia psíquica. Aún luego, estos conceptos fueron utilizados de una manera poco precisa, sin que la distinción entre ellos fuera clara, pero, al mismo tiempo, sin dejar “caer” ninguno de los dos. Poco a poco fueron discriminándose, para dar cuenta de la densidad que subyacía en el interior de esa confusión, dando lugar a una tensión entre esos términos que, entiendo, vale la pena conservar.
Lo plantearía del siguiente modo: para que la subjetividad advenga, deberían ocurrir algunas cuestiones esenciales. La primera, es el viraje desde la posición narcisista de la infancia, para permitir el pasaje de Narciso a Edipo, del dos al tres. De esta manera, se instaura una brecha entre Yo Ideal e Ideal del Yo, brecha que permite el pasaje de lo absoluto a lo posible.
Ahora bien; en este punto, yo diría que comienza a observarse la producción subjetiva como resultado de un juego entre lo singular y el conjunto. Es que “his majesty the baby” es, en definitiva, un enunciado identificatorio familiar. El Ideal vendrá siempre a repetir una promesa de realización de aquello que alguna vez el yo creyó ser, pero a condición de no poder realizarlo, sosteniendo la ilusión de un tiempo futuro (el tiempo de realización de los Ideales), donde ello será posible.
Esta brecha entre Yo Ideal e Ideal del yo, permite un trabajo de alternancia entre lo absoluto y lo posible, y los ideales familiares se organizarán de algún modo en relación a esta alternancia. De cómo se sitúe cada familia en relación a este juego, se inaugurarán caminos tendientes a la Producción de Diferencia, o a la Reproducción de Lo Mismo.
Si volvemos a la viñeta del comienzo, no hay duda de que el trabajo metabolizante que permitiría a Juan hacer suya la historia entre aquello que recibe como legado y su individualidad, está obstruido. Los ideales familiares no soportan la diferencia y sólo pueden incluirla si la nombran como “changas”, mientras Juan espera a conseguir el trabajo verdaderamente importante, aquel que lo vuelva ubicar al lado de la familia, desmintiendo los cambios epocales y la realidad, con su propia historia a cuestas, inscripta en esos cambios.
Juan lo hace, pero incrementa su depresión. La paradoja se hace fuerte: enviar curriculums lo deja sin trabajo pero con pertenencia familiar; la nueva alternativa, en cambio, le posibilita un trabajo, además engarzado desiderativamente, pero en el exilio.
Entiendo como crucial este pasaje y esta brecha generadora de dos instancias psíquicas. Si este viraje se realiza, duelando el narcisismo de la infancia, se inaugurará la experiencia edípica, que también deberá tener un recorrido y un final, final que deje una impronta en el interior del yo. Así, como resultado de la aventura del Edipo, surgirá el superyo, y por lo tanto será necesaria su articulación con el Ideal del yo.
Se trata, entonces, de una doble herencia, de un “doble destino subjetivador” (Galende, E. 1992) Por un lado, el Ideal, incluirá el anhelo de realización de aquellos deseos incumplidos de los padres, en una dimensión eminentemente simbólica. Por otro, el superyó, como un verdadero fundamentalismo reactivo frente a la organización desiderativa, que cobrará un carácter eminentemente coercitivo.
La instauración del Ideal, supone el establecimiento de una brecha en el tiempo que inaugura la dimensión histórica para el sujeto en tanto establece la diferencia entre un tiempo pasado, desde la posición majestuosa del narcisismo infantil y el tiempo futuro, el tiempo de realización de los ideales, el tiempo de lo aún por hacer.
Aquello que tiene que ver con el Ideal del Yo como un modelo al cual el yo tiende y desde el cual mide su valor, tiene su origen en el narcisismo; recupera las cuestiones más ligadas a identificaciones con los padres como modelos y no como figuras interdictoras o coercitivas, punto central que define la función del superyo como heredero del complejo de Edipo.
La transmisión de los ideales. Sujeto y conjunto
Parto de entender la formación del sujeto a partir del encuentro con un otro, asistente ajeno, proveedor de sentidos, encuentro originario que posibilitará el entramado constitutivo del deseo a partir de la vivencia de satisfacción sobrevenida por “el cálido fluir de la leche materna”. Posición que se complejiza si pensamos la procedencia del sujeto “por más de un otro”(Kaës, 1996).
La cuestión acerca del origen de los ideales, mas allá de la complejidad de instancias que se entretejen en el discurso freudiano, se inscribe como problemática en una serie más amplia. Veamos: “El superyo del niño no se edifica en verdad, según el modelo de sus progenitores, sino según el superyo de ellos; se llena con el mismo contenido, deviene portador de la tradición, de todos las valoraciones perdurables que se han reproducido por este camino a lo largo de las generaciones.” (Freud, 1929)
“Se llena con el mismo contenido”, dice Freud. Plantea una hipótesis fuerte, que abre a distintas problemáticas. Una de ellas, que me interesa destacar aquí, es cómo piensa Freud que se produce este pasaje. De lo que se trata es de una cuestión, para Freud, ligada al problema de la transmisión, y más específicamente, de la transmisión de contenidos de una generación a otra.
Cito nuevamente: “A nadie puede escapársele que por doquier hemos hecho el supuesto de una psique de masas en que los procesos anímicos se consuman como en la vida anímica de un individuo. Si los procesos psíquicos no se continuaran de una generación a la siguiente, si cada quien debiera adquirir de nuevo toda su postura frente a la vida, no existiría en este ámbito ningún progreso ni desarrollo alguno.” (Freud, 1913)
Recapitulemos. Freud está planteando una transmisión de contenidos de una generación a otra. Ubica de esta forma al sujeto en una cadena intersubjetiva y transgeneracional que va a aportar sentidos a su historia. Surgen, entonces, dos interrogantes: 1)Cuáles son los medios y caminos de los que se vale una generación para transmitir sus contenidos a la siguiente y 2)Cómo se produce la articulación entre la historia generacional y la singularidad de ese sujeto. Dónde está la libertad para crear una vida propia, desalienada de esos modos de subjetivación.
Respecto de la primera cuestión: hay a lo largo de la obra de Freud una amplia cadena que resuelve el problema de la trasmisión por vía del fundamento filogenético.
En un trabajo anterior (Waisbrot, 1989) en el que me ocupé del Freud “lamarkeano”, destaqué tres momentos a lo largo de la obra, donde lo filogenético aparecía como concepto central. Un primer momento donde resalta la “ecuación etiológica”, esto es, la conjugación necesaria entre herencia y vivencia. Un segundo momento donde Freud describe la posibilidad de un funcionamiento autónomo del esquema hereditario, con posibilidades aun de triunfar por sobre el vivenciar individual; y un tercer momento, ligado a la herencia de los contenidos, “huellas mnémicas de lo vivenciado por los antepasados”. (Freud, 1938)
Bien; otro tanto ocurre con el Freud que no era “lamarkeano”, y del cual estoy intentando ocuparme aquí. Hay también una larga cadena de textos que muestran a un Freud profundamente convencido de los efectos de trasmisión mas allá de la filogenia, línea que en los últimos años ha cobrado fuerza a partir de una serie de trabajos de diferentes autores. (H. Faimberg, 1985; R. Kaes, l996; S. Gomel, 1996)
“Lo ineluctable es que somos puestos en el mundo por más de un otro, por más de un sexo, y que nuestra prehistoria hace de cada uno de nosotros, mucho antes del desprendimiento del nacimiento, el sujeto de un conjunto intersubjetivo cuyos sujetos nos tienen y nos sostienen como los servidores y los herederos de sus sueños de deseos irrealizados, de sus represiones y de sus renunciamientos, en la malla de sus discursos, de sus fantasías y de sus historias.” (Kaës, 1996)
Ahora bien. Cómo se organiza la transmisión. Una de las hipótesis más fuertes del pensamiento freudiano en esta dirección es que el narcisismo del niño se apuntala en aquello que falta en la realización de sus padres.
“His majesty the Baby, como una vez nos creímos. Debe cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus padres.” (Freud, 1914).
Pareciera que lo que se trasmite, se organiza entonces a partir de lo negativo, y no sólo a partir de lo que falta y falla, sino también aquello que es ausencia de inscripción y de representación. (Kaës, 1996)
La fuerza del planteo freudiano adquiere contundencia. Escuchemos: “Nos es lícito suponer que ninguna generación es capaz de ocultar a la que le sigue sus procesos anímicos de mayor sustantividad. El psicoanálisis nos ha enseñado, en efecto, que cada hombre posee en su actividad mental inconciente un aparato que le permite interpretar las reacciones de otros hombres, vale decir, enderezar las desfiguraciones que el otro ha emprendido en la expresión de sus mociones de sentimiento.” (Freud, 1913) (Las negritas son mías).
De manera que nada (nada) podrá ser abolido sin que vuelva a emerger aunque en forma enigmática en alguna generación posterior. Esto llevó a algunos autores a hablar de una “pulsión a trasmitir” como un empuje pulsional. (Gomel, S., 1996)
Pero además, como señala Kaës, Freud nos habla de una “aparato de interpretar”, formulación interesante en tanto abre a los procesos de singularización (la segunda cuestión de la que antes hablaba), de metabolización por parte de cada sujeto, de esos contenidos trasmitidos. Allí se hacen fuerte las palabras del poeta, y así, Freud evoca a Goethe: “Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo.”
De esta forma, Freud va tejiendo una trama entre historia y singularidad. Supone al sujeto inmerso en una red inter y transubjetiva como punto de anclaje, como legado que perfila límites a su devenir. Pero al mismo tiempo, dota a ese sujeto de un “aparato de interpretar” que abre su vida a la dimensión singular.
Rehusarse a inscribir al sujeto en una historia que lo antecede y lo significa, a partir de una sombra hablada proyectada sobre su psique, supondría sostener una fantasía de autoengendramiento y singularidad sin fin, sin tope, sin límite.
Al anudar la cuestión de la trasmisión, Freud propone pensar al sujeto de una herencia, y a partir de allí, de las diferencias que introduce en aquello que recibe como legado.
Diría, para finalizar, que el trabajo analítico con los Ideales, supone reconocer distintos orígenes, y posibilitar un proceso de metabolización y desalienación de las filiaciones simbólicas. Sólo ese trabajo, el despliegue de dicho proceso metabólico, podrá tender a resolver en situaciones clínicas como la esbozada en el comienzo, la paradoja de la alienación fundante del sujeto.
Daniel Waisbrot
Psicoanalista. Presidente de la Asociación Argentina de
Psicología y Psicoterapia de Grupo
Email: waisbrot [at] ciudad.com.ar
Bibliografía
Faimberg, H. (1985), “El telescopage de generaciones” Revista de Psicoanálisis, APA T. 42 No.5
Freud, S. (1913) Tótem y tabú, Amorrortu Editores. Bs. As. 1976
–– (1914) Introducción del Narcisismo, Amorrortu Editores Bs.As. 1976
–– (1929) El malestar en la cultura, Amorrortu Editores. Bs. As. 1976
–– (1938) Moisés y la religión monoteísta, Amorrortu Editores Bs.As. 1976
Galende, E. (1992) Historia y repetición, Paidós. Bs.As. 1992
Gomel, S. (1996) “La transmisión en el contexto del Psicoanálisis vincular”, Revista de Psicología y Psicoterapia de Grupo, T. XIX No. 1
Kaes, R. y otros (1996) Transmisión de la vida psíquica entre generaciones, Amorrortu Editores. Bs.As. 1996
Waisbrot, D. (1989) “El fundamento filogenético”. Ficha. Centro S. Freud