Lo arcaico y lo nuevo. Pensando la educación desde la potencia del brote | Topía

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Lo arcaico y lo nuevo. Pensando la educación desde la potencia del brote

 

(Foto de Fernando Kreyness.@ferkreynessph)

“Pobres de nosotrxs si olvidamos que somos un telar. Y que no importa dónde se corte el hilo, de allí Misáianes comenzará a tirar hasta deshacer el paisaje”.

La trama infinita - Los días del venado. (Fragmento de “La Saga de los Confines”) de Liliana Bodoc.

¿Qué podríamos decir acerca de los tiempos en los que vivimos?

Tiempos signados por la ligereza, por la inmediatez, por el exceso de información y por una creciente necesidad de rendimiento, entre otras urgencias.

Tiempos en los que muchxs niñxs viven desprovistxs y carentes de condiciones dignas de existencia, que solo parecen pertenecer a lxs favorecidxs o privilegiadxs, por el solo hecho de haber nacido en un contexto marginado y vulnerado, y no marginal o vulnerable, ya que no se trata de una condición natural de quienes la poseen, sino que fue otorgada por aquellxs que la producen. 

¿Qué estaremos haciendo con nuestras infancias? ¿Qué capital simbólico heredarán cuando no podemos detenernos para escuchar sus voces?

Narrativas distorsionantes que obstaculizan el reconocimiento de las desigualdades como efecto de lo que se omite, se ignora o se desecha.  

¿Será entonces el paradigma de la ausencia, de lo que no hay, de lo que se segrega o se desprecia lo que permite mantener el estado de las cosas tal cual está dado?

Por otro lado se idealiza el progreso, el brillo de lo nuevo, del cambio, de la innovación, como si fueran las palabras mágicas, relucientes y esplendorosas, las que se supone repararán cualquier daño, quedando el pasado del lado de lo viejo o de la opacidad de lo anticuado, lo obsoleto y por lo tanto despreciado.

Pero, ¿qué es el progreso?

Dijo Walter Benjamin ante un cuadro de Paul Klee llamado Angelus Novus:

“En este cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y además las alas desplegadas, pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado, donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destrozado, pero, soplando desde el Paraíso, una tempestad se enreda en sus alas, y es tan fuerte que el ángel no puede cerrarlas. Esta tempestad lo empuja incontenible hacia el futuro, al cual vuelve la espalda mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos progreso es justamente esta tempestad”.

¿Podremos acaso pensarnos en comunidad, siendo parte de una red de redes abandonando el consumismo y el antropocentrismo; el que ha dado pruebas suficientes de su capacidad de daño al creernos superiores a las otras especies?

¿Qué forma ha tomado la tempestad que hoy estamos atravesando y que al mismo tiempo nos atraviesa? ¿Cómo será el futuro que estamos construyendo?

¿Qué tendremos que admitir y comprender para dejar de estar a-terradxs, o sea desligadxs de la tierra, y para decidirnos a recomponer la conexión con ella y con todos los seres que la habitamos?

 

¿Podremos acaso pensarnos en comunidad, siendo parte de una red de redes abandonando el consumismo y el antropocentrismo; el que ha dado pruebas suficientes de su capacidad de daño al creernos superiores a las otras especies, al destrozar el equilibrio ecológico, envenenando la tierra, el aire y el agua, contaminando nuestros alimentos, expandiendo enfermedades, relegando sectores sociales al condenarlos a la pobreza y exterminando especies enteras o poniéndolas en situación de peligro de extinción, entre otras calamidades?

Reconocer tales hechos es un acto fundamental para ser dignos de la vida que se nos ha donado.

Es también materia de preocupación, cuando el énfasis recae casi exclusivamente en una respuesta personal e individual que apela al voluntarismo del “tú puedes” y a la afamada “resiliencia”, sin percatarnos de que se trata de una capacidad que se teje con otrxs y no hay que buscarla en la interioridad de cada unx ni en el entorno, sino en el “entre” las partes implicadas.

Esta posición elimina la dicotomía fuerza / debilidad enfocada como un asunto propio y singular.   

John Bowlby en su Teoría del apego, coincide con los desarrollos del psicoanalista Donald Winnicott sobre el duelo en la infancia y habla de “la importancia de desarrollar la capacidad de preocuparse por el otro, desde el imperativo ético del amor”.

Se trata entonces de considerar la complejidad de los acontecimientos y de nuestra afectividad dado que entrama la experiencia, que siempre es relacional, con la vivencia que puede considerarse del orden de lo subjetivo.

Por lo tanto, podemos entender la resiliencia como un proceso íntimo en un contexto social siendo el apuntalamiento y el sostén de lxs otrxs lo que modera la angustia.

La esencia de la angustia es compleja dado que se trata del nivel de simbolización más bajo y requiere de presencia, disponibilidad y cuidado de lxs otrxs para que circule la confianza como si se tratase de la sangre social de un cuerpo que representa el lazo primordial y vital de protección dada por los cuidados ambientales, en el más amplio sentido de la palabra.   

Desde este punto de vista podemos pensar al desamparo desde su nexo relacional y situado, por lo cual para que prime la confianza en los vínculos es necesario que circule la sangre social, como cualidad ambiental, siendo la disponibilidad de lxs otrxs ineludible.

Esto también implica valorar el acontecimiento tanto desde el afecto como desde la provisión de las condiciones materiales de existencia, tal como el techo, el alimento, etc., que garanticen el cobijo y el resguardo de quienes se encuentran vulneradxs. 

La pandemia puso una lupa en nuestros ojos y nos permitió visibilizar con mayor claridad el estado de las cosas. En este tiempo llegamos a percibir al otrx como una amenaza que limita nuestra libertad y quedamos así entrampadxs en la herencia que nos dejó la modernidad con todos sus adelantos científicos y tecnológicos pero que a su vez fue imponiendo gradualmente una perspectiva binaria, simplificadora y mecanicista que tiende a clasificar, a normalizar y a ordenar la realidad en términos dicotómicos, enfrentados y excluyentes tales como individuo - sociedad, naturaleza - cultura, mente – cuerpo, yo – otrxs, etc.

El concepto de individuo y el de ciudadano nacieron al mismo tiempo reforzando la idea de que el hombre (sin distinción de otros géneros) era el principal protagonista de la historia del mundo. 

El culto a la autonomía personal fue creciendo a lo largo del siglo XX y XXI dando por resultado una sociedad hiperindividualista, pero como contrapartida comenzaron a abrirse paso diferentes movimientos sociales, inmensas “minorías” que vienen trabajando por la equidad social y por la ampliación de derechos. 

Baruch Spinoza, filósofo que vivió en el siglo XVII, pensaba el mundo desde la complejidad e intentaba por todos los medios, e incluso poniendo en peligro su propia vida, en tiempos en los que la inquisición expulsaba, perseguía y se deshacía de quienes objetaban el pensamiento disciplinario y autoritario de la Fe reinante, la que no debía ser cuestionada.

Su mirada amplia y entramada, nos abrió a las paradojas y a las tensiones que habitamos y nos habitan.   

Si consideramos al universo como múltiple y diverso, un “multiverso” y rescatamos a su vez la dimensión común de la existencia, podremos salir de las escisiones, de las clasificaciones fijas y limitantes, como del individualismo más radical.

Por otro lado, paradójicamente, la singularidad no se opone a lo común, dado que lo singular existe tan sólo siendo parte de una trama colectiva. 

Spinoza despliega un pensamiento que rescata la potencia del brote que contiene lo nuevo y lo arcaico en su interior. Lo recién nacido y lo viejo como una reserva de lo vivo a salvo de cualquier poder.

Lo arcaico y lo más nuevo que contiene lo más antiguo y que conserva en sí la historia del mundo. El brote trae lo que no declina, dado que es una potencia indeclinable de lo nuevo y de lo arcaico.     

Concebía la idea de pensar la potencia de lo inmemorial, de lo más antiguo pero que a la vez es lo más nuevo. Su filosofía habla de la fuerza de existir como potencia, como algo inalienable que todxs poseemos y cuya manifestación es imprevisible.

Si la potencia es la capacidad de afectar, de ser afectadxs y de producir efectos, podemos pensarnos activxs al reducir la pasividad incrementando las pasiones que nos componen en un encuentro con algo o con otrxs que aumentan nuestra capacidad de actuar con la potencia de lxs demás.   

Entender el mundo dicotómicamente nos lleva a clasificar, a crear estructuras que organizan el pensamiento con cierta rigidez, lo cual suele ubicarnos frente a lo distinto en posiciones condenatorias, en lugar de percibir aquello que podría nutrir nuestras observaciones e ideas.

Si consideramos que fue el racismo el que inventó a las razas, al nombrarlas deviniendo estigma, podemos deducir que la exclusión dio lugar a la necesidad de promover la inclusión como un imperativo para restituir lo expulsado.

Hoy hablamos de inclusión educativa y la ética reflexiona y pone en tensión el cuidado de sí y del otrx en sus diversas formas de ser y estar en el mundo.

Emmanuel Lévinas, el filósofo llamado de la alteridad o de la otredad dijo: “… Es el rostro del otro el que nos interpela éticamente y nos llama a responder siendo responsables ante su llamado, sin violentarlo ni reducirlo a una sola representación, que es la que tengo de él, o a una categoría de sí. El otro es quien me constituye, me modifica y me define a mí mismo a la vez que yo soy su otro.” La alteridad vista como un tercero en un espacio de dos es lo desconocido en mí que irrumpe desde una interpelación ética, nos abre la puerta a la complejidad humana dado que el otro está y exige un trabajo. Lo extraño, lo extranjero que me desacomoda sacándome de lo conocido, de lo mismo, exige un plus de mí, de mi entrega, de un esfuerzo de comprensión de lo distinto que también habita en mí.

El/la otrx siempre estuvo. Nacimos de otro cuerpo y en lugar de considerarlo como quien nos limita podemos pensarlo como quien nos constituye, a la vez que nosotrxs lx constituimos reconociendo su existencia. Es la madre quien da existencia a sus hijxs al mismo tiempo que sus hijxs la hacen madre naciendo.

El Yo nunca fue yo en estado puro. La pureza remite a experiencias de la humanidad demasiado dolorosas. La cerrazón religiosa, la de pertenecer a una comunidad sin “mezclarse” con quienes tienen otros orígenes o la de considerar la superioridad de unxs por sobre otrxs dieron lugar a los episodios más tremendos y despreciables de la historia de la humanidad.

Además siguiendo la línea de la estigmatización podemos agregar la creación de ciertos ideales respecto del rendimiento, de prototipos de belleza, de ciertos atributos que implican en sí mismos cierta ventaja, ser altx, rubix, de ojos azules, propietarix, etc.

El mundo se historiza a través de los relatos, de las narraciones en todas sus formas, pero muchas veces se ejerce con violencia el intento de imponer a toda costa la centralidad de una postura.

La naturaleza del pensar es errática, nómade, habita la experiencia y la nombra con palabras que luego son traducidas por quienes las escuchan, según su perspectiva, su historia, su cosmovisión.

¿Cómo abandonar la centralidad de un Yo, que viene hace siglos oponiéndose a un nosotrxs? ¿Qué pasa cuando el lazo con el otrx se torna fallido y no podemos percibir su ser - siendo en la diferencia, cuando no podemos salirnos del “sí mismx” que nos habita?

Es el Otrx quien nos permite visualizar la diversidad de los modos de existir, en una tensión y en un interjuego “entre” lo propio y lo ajeno, la singularidad y lo plural…y podríamos seguir agregando una larga lista de distinciones.

¿Cómo pensar la construcción de comunidad en el terreno educativo desde la ética del cuidado y la alteridad enfrentando el problema de la diversidad, de lo nuevo y de lo que queremos conservar?  

Nos constituimos desde lxs otrxs y tenemos registro de nosotrxs mismxs en virtud de las afecciones que nos producen los intercambios con otros cuerpos. Entonces, ¿cómo propiciar encuentros que potencien la vitalidad de los vínculos respetando la singularidad, la diferencia de ritmos, de culturas, de intereses, de capacidades, de talentos, de necesidades o de circunstancias personales?     

En esta época signada por el desasosiego y la prisa, entre otras cuestiones, es oportuno recordar a Sócrates quien sostenía que la verdad la construía en el diálogo con sus discípulos.

Para la democracia griega cada cual era parte de un todo y la verdad era una búsqueda compartida. La perspectiva troyana, que por antigua podríamos considerarla obsoleta, mantiene total actualidad, afirmaba que la falta de diálogo implica falta de justicia. Todo tenía que ver con el espacio común.  

Tomando éstas ideas, ¿cómo podríamos contribuir al debate y a la reflexión sobre la construcción colectiva de un pensamiento que le dé a la educación un sustento desde un enfoque multifacético, desde una multiplicidad de perspectivas, desde una concepción dinámica, atenta a las problemáticas y a las necesidades de las infancias, que merecen ser consideradas, respetadas en sus derechos y no acalladas, ni etiquetadas o controladas, sosteniendo que los conflictos son tensiones inherentes a la vida y a las relaciones humanas?

Cada situación es única, su configuración no es igual a ninguna otra, aun cuando pueda parecerse a otros sucesos. La palabra universo denota una única versión, sin derivas ni transformaciones, una imagen congelada, fija y detenida.  

Las alianzas, los acuerdos y el entramado en lo común nos permiten perseverar en la vida impulsadxs por el deseo de incrementar la potencia de existir, de pensar y de actuar evitando que las fuerzas que se oponen nos disuelvan y rompan las ligazones que nos nutren y fortalecen desde la experiencia colectiva y personal al mismo tiempo.  

No se trata de aspirar a la ausencia de los conflictos sino desde ellos mismos fortalecer los lazos. 

Las sombras para ser precisan tanto de la luz como de la oscuridad, de la riqueza de los contrastes propios de las diferencias.

Para ello es preciso salir de la oposición que implantan los dualismos, para ampliar nuestra mirada, para no quedar encandiladxs y seducidxs por el fulgor de la innovación banal o de la mercancía y para seguir extasiándonos con la luminosidad de la noche y con todo lo que brilla en la oscuridad.

Ana Kurtzbart
Maestra, Psicoanalista.
tallersomosmaestros [at] gmail.com

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Articulo publicado en
Enero / 2022