El concepto de resistencia fue formulado tempranamente por Freud. Luego su uso fue expandiéndose y tomando diferentes sentidos de acuerdo a las distintas teorizaciones de “los psicoanálisis” hasta hoy. La noción de resistencias en el análisis sigue siendo fundamental para la clínica psicoanalítica. Sin embargo suele ser escaso el espacio que se le dedica en las publicaciones. Por ello mismo consultamos a tres psicoanalistas a partir de tres preguntas para poder avanzar en esta temática.
1- ¿Cómo conceptualiza Ud. las resistencias en el tratamiento psicoanalítico?
2- ¿Qué utilidades clínicas le aporta y por qué?
3- ¿Cómo trabaja clínicamente con las resistencias en el análisis? Puede ejemplificar con alguna situación clínica.
Alejandro Vainer
Para empezar, una aclaración y un poco de historia.
Primero, “resistencia” tiene una polisemia que oscurece poder entenderla. En sentido psicoanalítico estricto es un concepto en el contexto del tratamiento psicoanalítico. En sentido psicoanalítico amplio se la emplea en un nivel general como “resistencia al psicoanálisis” aludiendo a la hostilidad que puede tener un grupo o la comunidad a los descubrimientos psicoanalíticos. Desde Freud hasta algunos psicoanalistas hoy siguen empleándolo hasta como coartada para defenderse de cualquier crítica que se haga a los psicoanalistas y sus instituciones. Pero también “resistencia” tiene muchos otros usos por fuera del psicoanálisis con diversos sentidos -y hasta opuestos a la resistencia en psicoanálisis-, como cuando pensamos la “resistencia a las dictaduras”, la “cultura de la resistencia”, etc.
Segundo, no se puede conceptualizar por fuera de la historia personal y social. La historia nos forma y nos transforma, a la vez que la formamos e intentamos transformarla. Las resistencias tienen una larga historia.
Freud conceptualizaba desde los inicios de su obra la resistencia como aquello que se opone al avance de la cura analítica, o sea al acceso a lo inconciente. La resistencia se podía vencer con la interpretación de la misma. Inicialmente encontró a la resistencia como derivado clínico de eso que teorizaba como represión. Luego, llegó a la transferencia como resistencia. El propio trabajo clínico lo llevó a reformulaciones. El viraje de la década del 20 incluyó la segunda tópica y la formulación de la pulsión de muerte. Desde entonces las resistencias ya no fueron una sola. En el final de Inhibición, síntoma y angustia (1926), Freud menciona cinco formas de resistencia. Tres del yo: la resistencia de represión, la resistencia de transferencia y el beneficio secundario del síntoma. Una del ello: la compulsión a la repetición, ligada a la pulsión de muerte, al igual que la resistencia del superyó, el sentimiento de culpa inconciente y la necesidad de castigo. Posteriormente, en la década del 30 agregaría otra resistencia del ello, la viscosidad de la libido, en Análisis terminable e interminable (1937).
Para entonces, los primeros textos posfreudianos sobre técnica indicaban que primero había que interpretar las resistencias (utilizadas muchas veces como sinónimo de defensas) y luego el contenido, tal como sugiere Otto Fenichel en Problemas de Técnica Psicoanalítica (1941).
Este complejo panorama abierto por Freud tomó distintos rumbos según las diversas escuelas que lo continuaron. La Psicología del Yo tomó al yo y a sus defensas como el eje del trabajo analítico, privilegiando el trabajo sobre las resistencias yoicas. La pulsión de muerte quedó en el camino. Tanto el kleinismo como el lacanismo dejaron de lado a las resistencias por dos vías diferentes. Para el kleinismo, el alivio del paciente proviene de la interpretación de las fantasías inconcientes “profundas” y de la transferencia desde el mismo comienzo del análisis. Poco quedó de interpretar primero la resistencia y luego el contenido. Es mucha más conocida seguramente la posición del lacanismo, sintetizada por la frase de Lacan de su Seminario II (1954-1955), polemizando con la Psicología del Yo: “Resistencia hay una sola: la resistencia del analista. El analista resiste cuando no comprende lo que tiene delante.” Esto lleva a que la problemática de la resistencia caiga siempre del lado del analista, simplificando la dificultosa tarea de lidiar con aquello que está y se opone al avance del análisis.
Esto llevó a que “los psicoanálisis” en la Argentina hayan dejado de lado el tema de las resistencias. A una hegemonía kleiniana siguió una lacaniana.
Hasta los ‘60, todo el psicoanálisis era la APA kleiniana. Una muestra del poco interés en las resistencias es que en la Revista de Psicoanálisis (la revista institucional de la APA) hay sólo 2 trabajos sobre resistencia entre 1943 y 1979. Y que el libro de Horacio Etchegoyen, Los fundamentos de la técnica psicoanalítica (1986), no tenga ningún capítulo específico sobre esta temática. Estos llamativos datos fueron investigados por Helmut Thoma y Horst Kachele en Teoría y práctica del psicoanálisis (1988), una de las más importantes investigaciones sobre la práctica psicoanalítica.
A partir de los ‘70, con la hegemonía del lacanismo en nuestro país, las resistencias son de los analistas, que las resolvían en sus análisis personales y sus supervisiones.
Pero, tal como Charcot le dijo a Freud, “la teoría está bien, pero eso no impide que exista”. Algo así sucede con las resistencias: las teorías están bien, pero eso no impide que las resistencias continúen. De no ser conceptualizadas como resistencias pueden convertirse en puntos ciegos del analista o tomar otros destinos en las teorías y por consiguiente en la clínica. En el caso de los kleinianos, el hecho de no tomar a las resistencias lleva a la preocupación por el cuándo y cómo interpretar -el timing- de acuerdo al paciente. O bien diluirla dentro del trabajo con la transferencia negativa. Incluso, llevó a investigar sobre las resistencias con otros nombres. Por ejemplo, en los desarrollos del argentino David Liberman, que puede ser considerado un poskleiniano. Liberman integró el psicoanálisis con la teoría de la comunicación, definiendo los estilos comunicativos según los cuadros psicopatológicos, con la propuesta que el analista debe interpretar en el “estilo complementario” para poder llegar al paciente. Aunque no habla de resistencia, podemos pensar que su intento es como poder atravesar la resistencia propia del estilo comunicativo de cada patología.
Quien sí habló de resistencias en nuestro país y casi nunca se lo menciona como psicoanalista es el maestro de Liberman, Enrique Pichon Rivière. Pichon formuló la “resistencia al cambio” no sólo para los grupos operativos. Era también para el trabajo psicoanalítico, sea individual, familiar o grupal. Para Pichon había dos miedos básicos presentes en toda patología (reformulando las posiciones kleinianas): el miedo al ataque y el miedo a la pérdida. Estos dos miedos básicos estaban por debajo de las resistencias al cambio y debían ser interpretados para avanzar en el análisis. Probablemente sea una reformulación de resistencias del yo (especialmente la del beneficio secundario), articulación que excede los límites de este trabajo. En el caso de los lacanianos, podemos pensar que dejar de lado las resistencias lleva a formulaciones que claramente tienen como objetivo trabajar con ellas de forma no interpretativa, tal como la propuesta de las sesiones de duración variable.
Este repaso histórico nos permite ver la riqueza conceptual y clínica de mantener el concepto de resistencias en el análisis. El plural me parece esencial, siguiendo a Freud, ya que no podemos hablar hoy de “la” resistencia, porque con el avance tenemos que considerar distintas clases de resistencias que no se excluyen, sino que van sumándose. A las cinco mencionadas por Freud, debemos sumar aquélla que señaló Lacan, la resistencia del analista. Y esta última habitualmente trabaja en consonancia con alguna de las otras. La resistencia del analista es siempre cómplice de alguna resistencia del paciente. Lo que no “comprende” el analista debido a su resistencia tiene que ser algún obstáculo que presenta el paciente en su análisis. La dificultad crece debido al compromiso de ambas resistencias. La más habitual es cuando a una situación transferencial se le superpone una situación contratransferencial que no permite comprenderla y operar sobre ella. Para tomar un pequeño ejemplo: un analista cansado por una extensa jornada de trabajo puede no tomar en cuenta resistencias como una llegada tarde o una ausencia de algún paciente. Y la resistencia del analista se acoplará con la resistencia del paciente.
Sin embargo, creo que es necesario definir el salto cualitativo que implica la propuesta de trabajo con Nuevos dispositivos psicoanalíticos sintetizada por Enrique Carpintero en “El giro del Psicoanálisis” (en www.topia.com.ar). Esto nos plantea sus efectos en nuestra tarea con las resistencias. En la clásica definición de resistencia como aquello que se opone al análisis había una invariante: el dispositivo diván/sillón con alta frecuencia de sesiones semanales. Para todos aquellos trabajos terapéuticos de los psicoanalistas que no incluían diván se formuló un nombre: psicoterapia psicoanalítica. Cuando el trabajo no era “individual” (otra invariante) se lo llamó Psicoterapia Psicoanalítica de grupo (o de familia, o vincular, o con psicóticos, etc.).
Pero todos estos dispositivos llevados adelante por psicoanalistas pueden ser considerados como genuinos dispositivos psicoanalíticos en los cuales el psicoanalista, -a partir de un diagnóstico psicopatológico y de situación durante las primeras entrevistas-, implementa un dispositivo psicoanalítico acorde a cada paciente, teniendo en cuenta distintos factores, entre ellos, una evaluación de las resistencias del paciente. Resistencias que no se trabajan en el “diván de Procusto”, sino que se toman en cuenta para organizar un espacio posible de análisis, sin hacer como Procusto: cortarle las piernas al paciente o estirarlo para que quepa en nuestro diván. Bien saben esto quienes trabajan con niños, adolescentes, pacientes graves, familias, crisis, etc. En cada caso, la evaluación diagnóstica en las primeras entrevistas permite pensar y proponer un dispositivo psicoanalítico específico para cada caso. Este cambio no es solamente para los casos que van por fuera del “dispositivo clásico” del diván/sillón. Trabajar con Nuevos dispositivos psicoanalíticos implica repensar la teoría, la psicopatología y la práctica.
De ese modo, los esbozos de resistencias que uno puede observar en las primeras entrevistas pueden ser tenidas en cuenta para la organización del dispositivo, tal como clásicamente no se trabaja con diván con pacientes graves, así como el trabajo con la familia o con su grupo de pertenencia. Inclusive, no sólo se puede tener en cuenta el devenir transferencial en los inicios, sino poder rastrear fantasías sobre el análisis en pacientes que consultan por primera vez para hipotetizar posibles resistencias futuras o tomar debida nota de cómo funcionaron los tratamientos previos, lo cual nos dará el registro de qué resistencias pudieron operar en caso de interrupciones. En todos estos casos el armado de este dispositivo psicoanalítico es lo que posibilitará el análisis en el cual luego operarán diversas resistencias con las cuales deberemos enfrentarnos. Porque este trabajo no sólo se da al inicio del análisis, sino que también nos acompaña durante todo el proceso psicoanalítico, donde podemos intervenir modificando el dispositivo de acuerdo a la problemática en cuestión. Siempre y cuando evaluemos nuestra propia contratransferencia, que puede actuar de forma resistencial. Esto lleva a que las intervenciones verbales -y especialmente la interpretación- dejan de ser el único instrumento para operar. Muchas intervenciones pueden ser en acto, conjugando indicaciones de aumento de cantidad de sesiones, un trabajo con la familia, y derivaciones para ampliar el “equipo terapéutico” en determinadas situaciones. En esos momentos, aunque no lo sepamos, estamos operando con las resistencias. Por ejemplo, una crisis de angustia en medio de un avance del análisis, que se manifiesta con dificultades para dormir y mantener el trabajo. En dichos casos, estas cuestiones terminan siendo resistenciales al avance del análisis (que puede ser de diferente tipo), porque la angustia todo lo inunda y lleva a la sensación de inutilidad del trabajo para el paciente. En esos momentos, no sólo podrá ser la interpretación de la resistencia en cuestión, sino también es necesario indicar una modificación del dispositivo con un aumento de sesiones y una eventual intervención de un psiquiatra.
Desde este punto de vista, el desafío es retomar la pluralidad de resistencias posibilitando el trabajo con Nuevos dispositivos psicoanalíticos, lo que nos lleva a tres consecuencias:
1- La pulsión de muerte en la clínica. El volver a plantear las resistencias ligadas con la pulsión de muerte, tal como predominan en las resistencias del ello (la compulsión a la repetición) y del superyó (la reacción terapéutica negativa y la necesidad de castigo) nos modifican teórica y clínicamente. El trabajo con los efectos de la pulsión de muerte es el “trabajo con lo negativo”, o sea, con la violencia destructiva y autodestructiva, predominante en estos tiempos. El trabajo con las resistencias ligadas a la pulsión de muerte es lo que Enrique Carpintero ha desarrollado como “lo resistido en acto”, que aparece en los llamados pacientes graves, pero no sólo en ellos, porque también lo encontramos en situaciones de crisis. Y tal como la pulsión de muerte modificó la teoría psicoanalítica, su inclusión en la práctica modifica nuestra clínica.
2- No todas las resistencias se solucionan interpretativamente. Esta es una consecuencia lógica del planteo anterior. Por un lado, está lo señalado por Liberman: no sólo es importante el contenido de una interpretación, sino su formulación que incluye lo verbal y no verbal (como si pudieran disociarse). Cómo se dice algo y no su contenido. Por otro, hay tipos de resistencias que se pueden enfrentar sólo con un dispositivo acorde a dicha resistencia. Un psicoanalista (mal llamado clásico) podría argumentar que esto es abrir la puerta para las actuaciones del analista (las llamadas “contra-actuaciones”). Sin embargo, uno podría considerar que dicha posición favorece el acting out obsesivo: ritualizar y repetir un modelo para todos los pacientes y todas las situaciones, sin tomar en cuenta la situación clínica específica.
3- El trabajo con la contratransferencia. Si hemos llegado a que las diversas resistencias toman consistencia cuando se conjugan con las propias resistencias del analista, esto lleva a que el trabajo con la propia contratransferencia sea imprescindible para poder primero escuchar, franquear las propias resistencias y luego operar con las del paciente.
Para concluir, la tarea de rescatar y complejizar el trabajo con las resistencias nos permite contar con mejores herramientas para enfrentar las complejidades de la clínica actual en los devenires de los caminos de la terapia psicoanalítica que nos abrió Freud. Seguir sus huellas nos permite construir nuestros propios caminos.
Alejandro Vainer
Psicoanalista
alejandro.vainer [at] topia.com.ar
Isabel Lucioni
1- Resistencia es todo lo que desde el paciente se opone a la labor analítica, sin descontar las que eventualmente pueda oponer el analista en tanto el proceso es entre dos personas. Definimos a labor analítica como productividad simbólica del par intersubjetivo analista-analizando, para que este último asuma la complejidad de su propia singularidad y de la ajena, con el objetivo que pueda resolver creativamente sus conflictos.
Primero debemos considerar qué es el psicoanálisis hoy: está extendido mucho más allá del tratamiento de las neurosis clásicas en las que se trata de cancelar represiones a lo cual se oponen tanto el Ello como el Yo y el Superyo. El primero porque sólo pulsa a presentificarse o cumplimentarse en la repetición, produciendo derivados pero no traducciones a la palabra y al proceso secundario, el segundo porque se angustia y en muchos casos el Superyo porque desea más el castigo que la cura. Resistencia clásica es la que presenta la labor de la represión, como acto en análisis en contra de la per-elaboración, el paciente hace el trabajo de tejer con palabras las mallas que puedan cernir el inconciente, lo desconocido de sí mismo. El analizando ha demandado un cambio ¿por qué parte de él resiste a esa modificación? Porque al fin y al cabo el estado patológico es un equilibrio, una relativa negociación eros-muerte que el narcisismo pretende mantener porque teme las incertidumbres del cambio. Lo incierto es vivido como peligroso y llenado con diferentes fantasías de riesgos que inevitablemente disparan angustias, contra las cuales operarán las defensas manifestadas como resistencias en el tratamiento. Por lo tanto los rostros de las resistencias pueden ser muchos y escurridizos. Desde faltas a sesión, desplazamientos discursivos, beneficios secundarios de la enfermedad (he logrado que me mantengan al estar imposibilitados de trabajar), resistencias en transferencias como transferencia hostil franca o apasionadamente erótica, hasta la reacción terapéutica negativa (cuando el análisis va mejor, estoy peor) como extrema oposición a asumir lo que también son responsabilidades de estar mejor. Y son tantos, puesto que atendemos psicóticos, borders, diferentes estructuras narcisistas, somatizaciones de distinta gravedad, parejas y familias violentas o no, grupos de diferente organización y magnitud de integrantes. En cada caso surgirán distintas dificultades a la labor de afrontar viejas angustias, traumas, disociaciones, proyecciones, identificaciones que nos alienaron, pactos que nos dieron una precaria seguridad narcisista y a la necesidad de reorganizar nuestra historia reconociéndola algo diferente a como la queríamos creer.
Hacer conciente lo inconciente o donde era el ello advenga el yo, siguen siendo buenas definiciones de objetivo psicoanalítico, si se las toma en la complejidad que esas categorías conllevan, haciendo entender que hay variadas fuerzas de resistencia que se oponen a aquellas fórmulas clásicas y que las instancias psíquicas son entramados complejos: al yo como yo de realidad definitivo deben advenir sus propios aspectos dinámica y sistemáticamente inconcientes. A veces el inconciente, el ello, tiene problemas de representabilidad, fijaciones al trauma y también disociaciones y deformaciones en el Yo, aplanamiento y desorganizaciones afectivas algunas veces como alexitimia, hay déficits del Yo y del Superyo, transferencias intensas que a veces se presentan arrolladoramente como descontrol de impulsos. Todo esto multiplicado como dificultades en las interfases intersubjetivas que se entraman en los abordajes grupales.
2- Es decisivo saberlas detectar porque hay que enfrentarlas con el señalamiento, la interpretación, la conexión empática o conexión de inconciente a inconciente, en tanto que son fuerzas que se oponen a la sobreinvestidura o retranscripción progrediente que lleva a aprender de las experiencias y crecer en lo mental. Se oponen a las fuerzas de ligazón que intenta el proceso psicoanalítico con cualquier tipo de paciente, llevándolo al abandono de sus defensas patológicas, las que siempre han impedido un trabajo de organización y complejidad de las representaciones respecto a ciertas vivencias. En este sentido las defensas manifestadas como resistencias se oponen al refinamiento de la representabilidad y el pensamiento que pueden llevar a la resolución creativa de los conflictos, se oponen a la estructuración psíquica novedosa que impedían viejas heridas traumáticas, se oponen al trabajo de Eros que propone llevar adelante el análisis. Ese trabajo que procurará el alivio está surcado por el displacer y la angustia, ambos en diferentes etapas de la vida dispararon defensas que, como dije antes, nos impidieron afrontar parte de nuestra historia para convertirla en tejido psíquico, en asunción cognitivo-afectiva que nos estructurara de mejor manera. Esos displaceres y angustias se oponen paradójicamente al trabajo que nos aliviará. “Su consideración explícita y el no perderla de vista en el tratamiento protege la relación terapéutica” (Thoma y Kachele, 1989). Protege entonces a analista y analizando.
3- Un joven analizando ha centrado prácticamente su neurosis en la búsqueda y el eventual encuentro con la “mujer de su vida” la que según piensa le cambiará su propia persona en un renacimiento hacia la felicidad. Frustrado y enojado porque no la encuentra decide vengativamente contra “el otro género” seducirlas a las jóvenes para tener relaciones una o algunas veces sin buscar el amor, porque está visto que a las mujeres de ahora no les importa el sentimiento serio y comprometido. El trabajo psíquico que dedica a estos “levantes” desplaza la labor que veníamos efectuando sobre la extremada constitución fantástica de la mujer anteriormente buscada y su supervivencia, de todos modos, a través de la forma vengativa en que ahora quiere buscar a las mujeres. Hago una alusión a esto y se desata en furia contra mí, porque me estoy oponiendo a su sexualidad como si fuera una “psiquiatra de la década del 60”.
Persiste en su enojo contra mí e, informado de ciertas condiciones del encuadre analítico por sus lecturas, duda de mi abstinencia y pone en duda también la continuidad del tratamiento.
Le pregunto por qué yo me opondría a su sexualidad y no sabe responderme, también le pregunto si él piensa que yo tengo un interés erótico en él y piensa en que me quiero apropiar de él. Lo piensa seriamente y dice que parecería que no, es decir que no.
Me parece que se ha enojada tanto conmigo no porque yo me oponga a que se acueste con mujeres, sino porque está huyendo hacia ellas para no pensar en la realidad o en las cuotas de fantasías que Ud. atribuye a la “única” y a la que quizás por esto no encuentra.
Le costó mucho afrontar este trabajo psíquico que, para evitarlo, casi lo hace abandonar el análisis.
Otro analizando se considera de cartón pintado, es ingeniero, pero no lo es porque no lo siente, trabaja en una empresa que utiliza a medias su profesión. Dice no tener recuerdos y qué lástima que murió un primo suyo que sí se acordaba de la vida de mi paciente porque así me hubiera contado más cosas. Los recuerdos que tiene son desvaídos y difíciles de entramar en una historia. Hace una transferencia idealizadora y luego pasa a temerme porque puedo entrar en cosas muy profundas de él y desarmarle lo poco que tiene armado. También piensa constantemente en dejar el análisis. Acá no es la represión el problema sino un yo carente de plena organización y cuyos traumas infantiles sólo se reconstruyen como hipótesis a través de la transferencia: le han fallado en su necesidad de un objeto idealizado que lo apoye y que legitime sus deseos y alguien fue intrusivamente destructor con su mundo interno. Acá el déficit se opone a la lucha analítica por reestructurar, historizar, unir las disociaciones, darle herramientas para que sea sujeto de su propia vida. Una mente sin recuerdos se opone a tenerlos, reconstruirlos con los girones que nos quedan. A veces trabajamos juntos y pensamos, a veces se detiene y me dice ¿y si los dos estamos delirando?
Le hago sentir que reconozco y comprendo sus miedos pero que el análisis no es destructor y que estamos tratando de construir a alguien que siendo ingeniero crea que lo es y que p or lo menos yo estoy segura de que cuando pensamos no deliramos.
Es una intervención que apunta a marcarle mi empatía y a que tenga confianza en un trabajo que su yo mal consolidado considera temible.
Neurosis en el primer caso, trastorno narcisista el otro, resistencias hay en toda la clínica en tanto esta supone para el paciente el pedido de trabajo, el que siempre es un esforzar en contra del principio de Nirvana, la tendencia inercial en el que veo generalmente a la “roca viva” mas allá de los problemas del complejo de castración en el que la veía Freud.
Isabel Lucioni
Psicoanalista
ilucioni [at] ciudad.com.ar
Alfredo Tagle
"No sólo la complexión yoica del paciente: también la peculiaridad del analista demanda su lugar entre los factores que influyen sobre las perspectivas de la cura analítica y dificultan esta tal como lo hacen las resistencias."
Sigmund Freud (1937)
El proceso psicoanalítico avanza trabajosamente a través de lo que se resiste al cambio, vérnosla con las resistencias que el mismo método convoca es un aspecto central de nuestro trabajo. Todos los progresos de la técnica psicoanalítica, como afirma Freud en sus escritos técnicos, han surgido como efecto de la progresiva identificación y mayor conocimiento de las distintas modalidades de la resistencia.
Las diferentes formas de resistencia que Freud menciona en sus escritos, cualquiera sea su localización tópica, quedan siempre del lado del analizado. El analista será quien tiene que lidiar con ellas, buscando apoyarse en los aspectos del paciente que comparten su empeño. Tarea difícil, o acaso imposible, cuando se superponga con puntos ciegos del analista, producto para Freud de la insuficiencia de análisis del propio analista. La resistencia del paciente quedará entonces entramada con la del analista constituyendo un obstáculo difícil de sortear.
Si bien Freud no veía a la transferencia sólo como una resistencia, sino que también veía en ella un motor de la cura al hacer presente lo que no podía matarse en ausencia, su carácter positivo estaba en la instrumentación que el analista podía hacer de ella y no en la naturaleza misma de la transferencia que solo respondería a una compulsión repetitiva.
Winnicott es remiso a ver la transferencia como una de las formas de la resistencia del yo. Ubica a estos intentos de actualización más del lado de la repetición de la necesidad, de la búsqueda de curación, que del lado de la necesidad de repetir.
Me parece que ambas perspectivas pueden sernos útiles a la hora de comprender modalidades de la transferencia que corresponden a distintas conformaciones psicopatológicas, de diferentes pacientes o de diferentes momentos o etapas en el tratamiento de un mismo paciente.
Creo que las modalidades neuróticas de la transferencia se ajustan más a la interpretación freudiana de sus vicisitudes. Donde lo reprimido insiste logrando transacciones que le permiten poner a la conciencia parcialmente a su servicio, como ocurre en la neurosis de transferencia. A la que podríamos encuadrar dentro de estos intentos de responder a los conflictos de un vínculo actual con modalidades del pasado, con su consecuente anacronismo y desajuste con otros aspectos del yo, o de su ideal. El trabajo consistirá entonces en identificar las mociones que conforman el conflicto, develando su contexto originario bajo la mascara de actualidad. Para pasar de la repetición al recuerdo y la elaboración deberemos lidiar con las resistencias de las tres instancias, en su aferrarse a los caminos del pasado. Las resistencias del analista serán acá las de sus propias represiones.
Pero hay modalidades de la transferencia que no son producto de la insistencia de lo reprimido y sus consecuentes contracargas de la instancia represora, que presentifican lo no ocurrido, la búsqueda de lo ausente, del déficit. Transferencias que traen a escena lo no constituido, lo que quedó por fuera, o fue insuficientemente procesado en el seno de los vínculos primarios, quedando disociado, del otro lado de lo que Winnicott llama una escisión horizontal, e insistiendo en su búsqueda de procesamiento. Partiendo de la concepción de un aparato psíquico abierto, completado en los inicios por un objeto que se ofrece, desde su propia incompletud narcisista, a estar disponible, entendemos esta repetición como la presencia actual de una falla traumática. Reaparición en transferencia de una escena del pasado, que se repite sí, pero con la esperanza de que esta vez el objeto no se rehuse a estar disponible. Pero el objeto que se encarna en el analista es aquél, tal como fue vivido, y lo que se despliega es la reacción del paciente a su falla. No es un nuevo maternaje, ahora más feliz, lo que romperá el hechizo, como se plantea desde versiones ingenuas y edulcoradas de Winnicott. Este intento nos llevaría a una noria sin fin, la misma en que seguramente quedan entrampados sus vínculos más significativos. Porque no es sólo el amor o su falta lo que está en juego, también la agresión (sea ésta primaria o reactiva) y su hermano mayor, el odio, buscan su cause en la dramática que se despliega en el vínculo con este viejo-nuevo objeto. El camino hacia la apropiación de la experiencia por parte del paciente, hacia el crecimiento mental como diría Bion, pasa por aceptar como analistas el sayo del objeto que falla, sosteniendo lo proyectado sin forzar reintroyecciones prematuras, para poder explorar la geografía de esta falla a partir de las reacciones que ella suscita en el paciente.
Es necesario que aceptemos el papel del objeto insatisfactorio para indagar hasta en su más fina trama en qué consiste la falla de la que "somos responsables". Lo que en la transferencia neurótica sería interpretar la defensa para desarmarla y rescatar un texto por ella soterrado, en este tipo de transferencia narcisista será reconstruir una escena para transformarla en experiencia apropiable por el paciente, producir un texto que no estaba. El paciente no estaba ahí para transformar en experiencia lo ocurrido, dirá Winnicott. Rehusarse a representar al objeto que falla y confrontar primeramente al paciente con la realidad del vínculo actual sería una resistencia del analista, que no haría más que eternizar un reclamo que entonces podremos ver en su insistencia, erróneamente a mi entender, como una resistencia del paciente.
En estas otras modalidades de transferencia, que algunos autores denominan narcisistas, cada vez más frecuentes en la clínica actual, nos encontramos con pacientes que se "resisten" a aceptar el juego que se les propone desde el modelo de las neurosis e "insisten" con otros juegos diferentes. A la luz de los desarrollos de autores como Winnicott, Kohut y otros, podemos decir que la posibilidad de cambio corre en estos casos en el sentido de su insistencia, y nuestra renuencia, de haberla, en el de la resistencia.
No solo la técnica, sino que fundamentalmente la teoría que la sustenta ha crecido muchas veces por sus bordes, haciendo analizable lo que antes no lo era, avanzando sobre el espacio ganado a lo que se resiste al cambio. Así se fue incorporando la infancia, la psicosis, las neurosis narcisistas al territorio de lo analizable. Cada teoría tiene sus límites, cada terapeuta también. Tenerlo presente puede ayudarnos a no apresurarnos a ubicar la resistencia del lado del paciente, manteniéndonos abiertos a aprender de nuestros mejores maestros: los pacientes.
Alfredo Tagle
Psicoanalista
Miembro del Colegio de Psicoanalistas
alfredotagle [at] hotmail.com