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La técnica del trabajo con los sueños en formaciones sintomáticas actuales

 

Este título (que me dieron) parece una bolilla de examen. ¡A mi edad! Lo voy a usar como pretexto para hablar de lo que me interesa hablar. De un sentimiento de estar bajo la presión de las certezas: certezas acerca de las “formaciones sintomáticas actuales”, certezas acerca de la “técnica del trabajo con los sueños”. Y es precisamente de la ausencia de certezas de lo que necesito hablar.
Empiezo por “formaciones sintomáticas actuales”:

La nosografía no es más que un ejemplo del esfuerzo taxonómico del hombre por agrupar, por entender, por hacer coherente, por dar cuenta de un Universo que se niega a entrar en el molde.
Tenemos teorías y clasificaciones para todo lo que nos rodea. Y hemos descripto e incluído tanto cuanto nos ha quedado afuera. Nuestro tremendo esfuerzo va dirigido a unificar lo diverso y a diversificar lo único, como si nos costara encontrar lo único en lo diverso.
¿La entidades psicopatológicas existen o son nuestro modo de agrupar lo existente?
Un conflicto se vehiculiza a través de un síntoma si su recorrido es efectivo. Y lo es cuando se corresponde con la cosmovisión del tiempo en el que se despliega. La gran cantidad de terminologías nuevas que se han incorporado a nuestro arsenal: “personalidades 'como si'”, “borderline”, “falso self”. ¿Son enfermedades nuevas? La histeria, en su grande y espectacular ataque, ¿es una enfermedad que pasó de moda?
¿Qué significa que haya cambiado la “patología”?
Entre otras cosas, significa que su lenguaje ha dejado de ser útil: no tiene la eficacia que tenía en su tiempo. Si se habla demasiado de esta o aquella “enfermedad”, ya no mueve los resortes que movía. Es un fenómeno similar al de los gérmenes o parásitos que se hacen “resistentes” a los medios utilizados para combatirlos. Aparecen cepas nuevas, capaces de sobrevivir en las condiciones en las que las anteriores morían. Lo mismo sucede, con una homología quizás algo forzada, con las enfermedades humanas. Así como no cumple ninguna función padecer de fobia a los elefantes rosados, tampoco la cumple sufrir un cuadro clínico que tiene traducción literal, que se ha vuelto transparente a la comprensión y estereotipado en su interpretación. El conflicto buscará otros canales para mostrarse-enmascararse.
Una “enfermedad” no es un cuadro clínico; un cuadro clínico es un modo eficaz, en un momento dado, en una persona determinada y en un contexto particular de expresar y producir una crisis.
Todo es sano o enfermo según su tiempo, pero no sólo según la óptica para apreciarlo, sino también según el cuadro clínico al que esa óptica confiere eficacia. Lo que sancionamos como enfermo determinará que lo sea, así como también el comienzo de la génesis de anticuerpos para que esa enfermedad empiece, lentamente, a mutar.
La mirada humana, que nunca es ingenua, en el momento mismo en que mira condiciona significados, sentidos y códigos que configuran y modifican la naturaleza de lo que se observa. Al mirar comenzamos a desenfocar y se desdibuja todo, allí donde antes había -aparentemente- nitidez.
Una persona con idéntica sintomatología puede ser calificada de psicótica en un contexto social y de poseedora de cualidades mediúmnicas en otro.
Pero lo más interesante es que, como quiera que se la califique, esa denominación condicionará su desempeño personal y social.
Conceptualizar al “enfermo” como un estigmatizado o como un elegido condiciona su evolución y su razón de ser.
Esta discriminación no puede hacerse desde la “sintomatología”, sino que requiere elementos de intuición y sentido común no incluídos en las leyes de la racionalidad, la lógica, el orden o el positivismo.
Cristóbal Colón vio sirenas en su viaje a América y, aún cuando muchas veces se lo ha llamado visionario, que yo sepa nadie afirmó que alucinara. En todo caso, si se dudó de su salud mental no fue porque viera sirenas sino porque pretendía que se podía encontrar tierra firme atravesando el Atlántico.
¿Lo que se señala como “sano” o “enfermo” forma parte de un sistema de poder?
Esta taxonomía nuestra que llamamos nosografía y que tiene que ver con los criterios de salud y enfermedad provoca en mí la necesidad de escapar de la desesperación que me produce esta manía casi lombrosiana de clasificar. Por eso voy a hablar de lo que llamo, porque de algún modo hay que llamarlo, La Cosa.
La Cosa siempre necesita manifestarse. La Cosa es cierto estado de desequilibrio. En algún momento la relación de uno consigo mismo, con su cuerpo, con sus sentimientos, con el mundo se desequilibra. Ese desequilibrio busca una nueva forma de estabilidad, pero también un modo de contar al mundo y a quien lo sobrelleva que algo no está bien, que tiene necesidad de decir qué pasa y cómo pasa. El modo como alguien vincula su desequilibrio con el mundo, procurando hacerlo conocer y -a la vez- esconderlo, varía enormemente. Hay un lenguaje para cada individuo, para cada familia, para cada sociedad. Y la forma que tome no dependerá tan sólo de quien lo está sufriendo, sino también de los canales útiles brindados por el contexto que lo rodea. Cada vez es más firme mi convicción de que no existe una entidad psicopatológica per se. Simplemente, formas que asume La Cosa en cada persona, en cada tiempo, en cada lugar. Hay epidemias de Cosas y hay Cosas endémicas.
Sé que llamar al desequilibrio “La Cosa” puede resultar extraño. Pero me satisface su cualidad de inefable. La Cosa es al mismo tiempo tan concreto y tan abstracto. Es cualquiera y es ninguno. Está en todas partes, pero no es fácil precisar dónde o cómo sin mayores especificaciones.
Bien, y ¿cómo se interpretan los sueños de La Cosa?. Y acá viene la segunda parte:
“La técnica del trabajo con los sueños”
Artemidoro (siglo II después de Cristo) clasifica los sueños (según nos cuenta Foucault en su Historia de la Sexualidad) en enypnia y oneiroi según, entre otras cosas, hablen de afectos actuales o de algo que está en el encadenamiento del tiempo y se producirá como acontecimiento en un porvenir más o menos cercano; hace una interpretación de los sueños variada y compleja que, en general, está signada por su comprensión del contexto social y jerárquico del soñante. Así, por ejemplo, un sueño de incesto varía su significado según distintas consideraciones. Si es de un hijo con la madre está cargado de valores positivos: actividad respecto de alguien que lo ha hecho nacer y lo ha alimentado y que él debe cultivar, honrar, servir, mantener y enriquecer, como una tierra, una patria, una ciudad. Si es de un padre con una hija puede significar (según el estado civil de ambos) gasto para la dote, ayuda proveniente de la hija, obligación de mantenerla tras su divorcio, etc. Lo que predomina aquí es la posibilidad de detectar las señales de acontecimientos futuros según ciertos criterios de interpretación de los sueños que, en función de los personajes, sus relativas jerarquías, la cualidad de placentero o displacentero, etc., nos hablan de porvenires felices o nefastos. Hablan de destino (vida-muerte, salud-enfermedad) y de ascenso o descenso social y económico.
Al leerlo, uno se sorprende al ver que un sueño de incesto anticipa riquezas o ruina económica y tiene la sensación de que, según nuestros criterios, están invertidos lo latente o lo manifiesto. Me recordaba el comentario de De Quincey en su Asesinato como una de las bellas artes cuando alerta acerca de que nunca hay que tomar como sirviente a un asesino porque alguien que ha cometido un asesinato termina apoyando los codos sobre la mesa cuando come.
En El deseo y su interpretación, Lacan dice: “Tomemos como ejemplo un sueño relatado por Freud. Se trata de un paciente cuyo padre –a quien ha cuidado durante una larga enfermedad– ha muerto; el paciente sueña varias veces que su padre se halla nuevamente con vida y que le habla como lo hacía ordinariamente. Sólo que el soñador tiene el sentimiento doloroso de que su padre estaba muerto y no lo sabía. No se trata para Freud de interpretar este sueño como se hace hoy, según el wishful thinking (tomar el deseo por la realidad; aquí el deseo de recobrar a su padre). El texto del sueño no se hace inteligible, escribe Freud, si no se agrega según su deseo (o a consecuencia de su deseo) y que lo que el padre no sabía no era sino ese deseo. El sueño se convierte entonces en: él deseaba que su padre muriera y su padre no sabía que él lo deseaba. Es evidente que hay aquí una sustracción. Pero es necesario decir más aún, puesto que, como señala Freud, el sujeto había deseado a menudo, mientras lo cuidaba, la muerte de su padre. En tanto el sueño sustrae a un texto alguna cosa que de ningún modo constituye un secreto para la conciencia del sujeto, es el fenómeno de sustracción en sí mismo el que cobra valor positivo. Interpretar no consiste entonces en restituir un presunto deseo inconsciente, ese “según su deseo”. De hecho, “según su deseo”, aislado, nada significa. Lo que está en juego es, para hablar con propiedad, una elisión del significante; y es sólo esa elisión la que produce un efecto de significado, que nosotros hemos llamado un efecto de metáfora. Él no lo sabía constituye una referencia esencialmente subjetiva; se manifiesta ahí la profundidad, la dimensión del sujeto. El sujeto que dice que el Otro no sabe se plantea a sí mismo como sabiendo. De esta manera la ignorancia es colocada sobre el Otro, mientras que lo que está en juego no es sino la ignorancia del sujeto mismo porque se niega a comprender que él mismo se halla apresado por esa ignorancia, y porque en la agonía de su padre ha vivido algo amenazante que se volvía contra él mismo. Entre él y ese abismo que se abre cada vez que se ve confrontado con el término último de su existencia, interpone entonces una imagen que sirve de soporte a su deseo: la rivalidad con su padre. Haciéndola revivir imaginariamente, puede andar sobre ese puente frágil gracias al cual se salva de ser directamente engullido. Su triunfo consiste entonces en saber que el Otro no sabe. Pero de hecho la muerte del padre es sentida como la pérdida del escudo cuando uno tiene que vérselas con el amo absoluto, la muerte”.
Aquí, lo parricida de la interpretación freudiana (vinculado con lo incestuoso) cobra en el texto de Lacan el valor de algo que se interpone entre el sujeto y el abismo que le abre la muerte de su padre.
Creo que lo que va cambiando es la versión que el analista y el soñante tienen de lo que son los sueños. Qué valor se les da y qué código debe usarse para velar–develar su qué tienen para decir. En ese lugar en el que la satisfacción no cancela el anhelo.
No sé si podemos develar el sentido de los sueños; sí sé que tiene sentido creer que podemos hacerlo.
Tampoco sé de dónde nos vienen. Es un sitio circular y especular que nos habla de lo Otro, de lo Unheimlich, de lo desconocido en lo familiar de uno mismo. Hubo un Emperador de la China que soñó que era una mariposa que soñó que era un Emperador de la China; ya que “Toda la Vida es Sueño y los Sueños, Sueños son”.
En todo caso la Patología, los Sueños y la óptica que tengamos de ambas cosas cambian al punto de no saber si somos sujeto u objeto de nuestros propios acontecimientos. Estamos inscriptos en un mundo, en un momento y atravesados por una cultura. Hoy, en tiempos de virtualidad, nuestras preguntas más interesantes son de dónde vienen los mitos, de dónde vienen los sueños , qué es de adentro y qué es de afuera, qué es real y qué es virtual, qué es esta especie de inconsciente colectivo o transgeneracional, qué de nuestra historia o de nuestro ADN va cambiando su escena y conlleva el asombro de que lo que ayer fue Dios Cocodrilo hoy sea Dios Mercado.
En estos tiempos de imagen, de globalización, de reality shows, de riesgos países, de interrogantes acerca de qué es real y qué es virtual; quizás la pregunta más interesante que se me aparece es hasta qué punto somos sujeto, objeto, instrumento de nuestro propio devenir, enfermar o soñar.
Dios Cocodrilo. Dios Mercado. Los mismo gestos, los mismos sacrificios para apaciguarlos.

Cecilia Sinay Millonschik
Psicoanalista
sinay [at] shbbs.com.ar
 

 
Articulo publicado en
Julio / 2001