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Intervenciones Psicoanalíticas. Los caminos de la adaptación

 

Entrando al complejo de edificios, me llamó la atención la poca gente y el silencio que había. Me enteré que había ido inútilmente: el equipo de tratamiento (médicos, psicólogos, enfermeras y educadores) había salido en una excursión colectiva…y se habían olvidado de avisarme. Me fui frustrado a la cafetería, donde me encontré con el médico de guardia. Después de su explicación de porqué había ocurrido el malentendido, empezamos a hablar sobre la sobreocupación en la clínica y los casos de urgencia que había que recibir. Al mismo tiempo la dirección, para ahorrar, intentaba reducir el personal. En eso sonó el teléfono. Era la policía. Avisaban que estaban en camino con un joven. Un instante después llegaron.

 

Yo estaba parado en la ventana mirando: dos agentes corpulentos y en uniforme bajaron al joven del auto. Obedecía de mal gusto y miraba tieso al suelo. Alguien lo tenía del hombro y ahí noté que tenía esposas puestas. ¡Un cuadro terrible! Fui a la recepción. Las puertas fueron cerradas y vinieron enfermeros y el médico de guardia. El policía abrió las esposas y se las quitó.

 

Los agentes nos contaron lo que sabían: empezaron jugando con bolas de nieve. El juego se volvió cada vez más serio, el joven empezó a utilizar pedazos de hielo y luego también piedras. Rompió una ventana de una casa vecina. Algunos adultos intentaron calmarlo pero se fue poniendo peor, hasta que alguien llamó a la policía. Cuando llegaron, el joven estaba fuera de sí, enfurecido, gritaba. A un policía le dio una patada, entonces decidieron ponerle las esposas. Por el tono en que lo contaban, percibí que les era molesto tener que hacerlo.

 

El joven tenía los ojos clavados en el piso, sin mirar a nadie. No quería decir su nombre. Pero los policías ya lo habían averiguado por los vecinos, también su dirección. Dijeron también que los padres estaban informados y estaban en camino.

Los agentes se retiraron. Alguien intentó empezar con él una conversación y le preguntó su edad. Con voz ronca dijo “once y medio”, luego preguntaron qué había pasado. La contestación era silencio y los ojos clavados, sin ver. Se dio un silencio desagradable.

 

Yo había ido para la supervisión del grupo ¿Debería retirarme? Decidí quedarme, ya que ya estaba involucrado. Empecé a explicarle donde estaba. Cuando le dije que también había otros niños con problemas en la institución, me miró y dijo “no como los míos”. Después de pensar un momento le dije que los padres estaban llegando. Como ahora me miraba vi cómo sus facciones iban cambiando, entre lágrimas y dureza. Se trataba de un joven muy atractivo. Tenía largas pestañas, alrededor de sus ojos negros y atrevidos, en una cara de niño pícaro. En eso oímos llegar un auto con mucho ruido, con el caño de escape roto.

 

Eran los padres: una señora de estatura mediana, vestida con jeans demasiado estrechos y una campera amplia que no podía ocultar que la señora era gorda. Acompañándola un señor elegante, delgado, en un sorprendente traje de cuero. Entraron, nos presentamos, apenas si saludaron al joven.

Antes de sentarnos, la madre se quitó la campera. En cada brazo tenía tatuada una serpiente marrón y verde, desprendiéndose del hombro, con la lengua roja a la altura de la muñeca. Notó que miramos y dijo, secamente: “Hells Angels, en general vamos en Harley Davidson, el coche ya no sirve mucho”.

El médico cuenta a los padres como fue traído el hijo. Los padres inmediatamente están de parte del hijo. Especialmente la madre, nos cuenta que el hijo es un alumno aplicado, paciente, tranquilo. Y que a Luis hay que provocarlo mucho para que se llegue a tal punto. El padre está convencido de conocer a los  niños del barrio que lo han provocado.

Los padres vinieron evidentemente a llevar a Luis a casa. Se les explica que si toman la responsabilidad sobre lo sucedido, pueden hacerlo. El vidrio roto y otros gastos serán regulados por la policía. Nos damos las manos al despedirnos.

 

Madre, padre e hijo van en dirección al auto. Hablan entre ellos. Desde la ventana los vemos. En eso se dan vuelta y regresan. El padre pregunta si la “caja de enfermedad” (la mutual del sistema de salud suizo) pagaría una estadía en la clínica para el diagnóstico. El médico les asegura que tiene que ser así, sin depender del tipo de contrato que tiene la familia con la caja. Los casos de urgencia están cubiertos.

 

Luego se procede a las formalidades de la entrada del paciente. El padre y la madre cuentan que Luis tuvo un hermano de 25 años, que se llamaba Marcí, quien hizo cambiar su sexo. Ahora tiene una hermana que se llama “Mariela”.

 

En el pueblo que viven esto se sabe. Todos conocen a todos. Es así como compañeros de colegio de Luis se burlan y lo cargan. La agresión de Luis la comparten, también los tres hermanos que sufren las mismas ofensas en el vecindario. Pero Mariela tomó su decisión… a pesar de conocer las consecuencias .

Para el hermano realizar el cambio de sexo fue un trayecto difícil. La familia, con los médicos, también le llamaron reiteradamente la atención de que sería muy difícil para todos Pero su decisión era irrevocable. El cambio de sexo fue un proceso muy largo. Hace aproximadamente un año está concluido. La decisión es un asunto muy personal y Mariela parece ser feliz. También los padres y Luis parecen convencidos de que era lo apropiado para ella y participan en la felicidad de la “hija”.

El padre trabaja de plomero, hace instalaciones sanitarias y de calefacción. La gente de la zona lo evita. Por lo tanto tiene clientes muy lejos de su taller. Tiene que hacer largos viajes,  que no siempre puede cobrar.

Pasaron muchas semanas. Los exámenes para el diagnóstico fueron realizados por la Clínica. Se ve en Luis una buena inteligencia, una capacidad de entusiasmarse por las diferentes materias de la escuela. Pero, a pesar de eso, es extremadamente sensible y se siente herido con facilidad, se ofende rápidamente y se retira de las relaciones sociales. Luego de un cierto período vuelve a retomar los contactos. Sin embargo le resulta más fácil la relación con adultos que con compañeros.

 

En ese momento recibí un llamado. El padre quería combinar una conversación conmigo, ya que el hijo iba a dejar de concurrir a la clínica en poco tiempo. Prefería las entrevistas con su esposa en mi consultorio y quería cerciorarse de que la mutual pagara todos los gastos. Le prometí ponerme en contacto con la clínica y agendamos tener una conversación telefónica. Luego de ésta, pudimos arreglar la entrevista. Para la institución el caso estaba concluido, aconsejaban recurrir a una ayuda psicoterapéutica. La sensibilidad enfermiza de Luis requiere un tratamiento prolongado que la institución no ofrece.

 

Después de medio año, esperaba curioso a esta gente, para ver si había habido cambios. Cuando los vi en la sala de espera, la madre me pareció aun más gorda y muy pálida. Recordamos la situación del primer encuentro y combinamos sesiones. El padre preveía ya -como excusa- ausencias por razones de trabajo. Yo insistía en la necesidad de seguir viéndonos regularmente. También les pedía que avisaran por teléfono cuando fuera necesario.

 

Me interesaba esta familia. La madre con sus víboras y su obesidad, el padre presentándose siempre en forma tan especial, ahora venía con un aftershave muy fuerte. En las primeras sesiones me fui enterando de sus antecedentes familiares. En ambas familias había habido suicidios. De enfermedades psíquicas diagnosticadas no tenían información.

 

Les pregunté cómo se habían conocido: el padre se crió en Argentina. Sus padres habían ido como técnicos especializados a la Patagonia, para instruir a obreros sobre equipos industriales en una fábrica. El mismo se describió como un no muy buen alumno, hasta que descubrió su entusiasmo por el bandoneón. Terminó su aprendizaje como plomero y a continuación participó en un conjunto musical. Este conjunto logró ahorrar dinero y viajaron a Europa. Dieron un concierto en Milán. Ahí conoció a la madre. Estaba paseando con un grupo de motociclistas. Me contaron riéndose y encantados, cómo se miraban todo el tiempo... él contó que nunca había tocado tan bien como ese día  y solo para ella...

 

Un sentimiento raro empezó a nacer en mí: me gusta mucho lo que me cuentan. Tan romántico como uno de los mejores tangos, pero no puedo entusiasmarme. Más aún, habiendo nacido en Argentina... puedo imaginarme la vida allí, la fábrica, todo... pero algo me impide participar en sus sentimientos. Por lo general me entusiasmaría, pero esta vez no puedo. Hay algo que me molesta. Comienzo a dudar de mi decisión de trabajar con esta gente. Es extraño, recuerdo lo que me contaron, me lo imagino y me pone contento. Pero cuando recuerdo cómo me lo contaron, me pongo de mal humor. Pensándolo mejor, me da la impresión que la señora siempre afirmó, pero sin contar mucho... o nada.

Decido prestarle atención a ella la próxima vez. Quedo pensando en una posible contratransferencia de mi parte, que no llego a explicarme.

 

En la próxima sesión aprovecho el silencio inicial y le pregunto a la madre su historia personal. Era una hija buena y aplicada, que hizo el secundario sin problemas y luego se especializó como trabajadora de laboratorio químico. No le gustaba salir a divertirse. Prefería quedarse en casa, con sus dos hermanas. Hasta que la invitaron a participar en un encuentro de los Hells Angels. Esto fue un acontecimiento muy importante para su vida. Conoció allí solidaridad y compañerismo.

Comenté que ahora tiene cinco hijos. Ella contesta, sin emoción, que éstos habían nacido “sobre todo” para el marido. Como insisto sobre el tema, dice que ellos son “diferentes”: los hijos dan trabajo y problemas, a veces te hacen feliz y dan orgullo... Pero repite “mucho trabajo”. A continuación conversamos sobre los hijos y también sobre el cambio de sexo de Mariela y según ella, sobre los problemas que le acarrea a Luis, hasta que tuvo que ir a la clínica.

 

En eso me entero que la familia decidió mudarse. En el pueblo la situación se volvió inaguantable. Tardaron mucho porque tenían que buscar un lugar donde vivir y al mismo tiempo un taller para el marido. Sería posible ya dentro de un mes -esto es extraordinario que les haya resultado en tan poco tiempo. Van a un lugar donde no conocen a la familia.

Me pareció una decisión apropiada y les felicité por haber encontrado una solución tan buena. Tuvimos que interrumpir las sesiones con los padres ya que la mudanza y tener que instalarse les llevaría mucho tiempo. Decidimos no combinar una nueva sesión, sino que ellos llamarían.

 

Me irritan mis propios sentimientos: por un lado estoy casi seguro que van a volver, por otra parte me da pena interrumpir. Y por otra parte siento que una interrupción viene bien. Al mismo tiempo no confío que vuelvan. Me siento desorientado, a pesar de que aparentemente todo parece muy claro. Algo me despista.

No volvieron a llamar. Después de medio año, mandé una tarjeta postal a la antigua dirección, de la que no tuve respuesta. Averigüé por Internet la nueva dirección. Envié otra tarjeta, que también quedó sin respuesta. Tuve la convicción que el trabajo estaba concluido, y que no los vería más.

 

Pasaron dos años. Luis tenía 14 años. Llamó la madre. Quería venir sola. Apenas la vi en la sala de espera tuve una mala impresión. Había aumentado aún más de peso. Le ocasionaba dificultad pasar de la sala de espera al consultorio. Conseguí una silla mejor para ella. Describió su agotamiento, decía que no daba más y lloró mucho. Combinamos una próxima sesión. Después de esperar media hora, me llamó por el celular, desesperada, llorando y diciendo que no encontraba el consultorio. Le pedí que leyera el nombre de la calle donde se encontraba. Estaba muy cerca y la fui a buscar. En una breve conversación combinamos una internación en una clínica para ella.

 

Después de un cierto tiempo me llamó el padre. Llamaba cumpliendo con el consejo del psiquiatra de su esposa. Recalca que él también quería venir, pero no había encontrado oportunidad. Respondí que seguramente serian razones importantes que lo impidieron. Estaba sorprendido que no insistí en que me contara todo, ahora que su mujer estaba en la clínica. Necesitamos sesiones en las que se habló de las situaciones de presión en las que repetidamente se encontraba, motivadas por los hijos y su señora. Contó que también Luis estaba deprimido desde la internación de su madre, aunque le iba bien en el estudio. Cuando intenté resumir la situación de presión de la que hablábamos, me interrumpió diciendo que tenía algo para contarme. Toda su vida se había esforzado para ser un buen marido y un buen padre. Amaba a su familia y haría toda por ellos. Esto lo cuenta con lágrimas en los ojos y sin su acostumbrada teatralidad. Se nota su esfuerzo en ser sincero. Luego dice que en las noches siente la necesidad de ser OTRA. Desde su pubertad quería ponerse vestidos de mujer y alhajas, muchas alhajas. También tiene pelucas y zapatos de tacos altos. Al principio solía vestirse así solo en su casa, pero en Zurich y alrededores hay bares que él frecuenta a veces. Desde hace un tiempo no puede renunciar a estas salidas. Esto le cuesta bastante dinero. Su mujer conoce esta situación.

Ella siempre lo quiso cambiar, para impedir que le resultara negativo y pensó que quizás un día no lo necesitaría más. Pero él necesita la emoción en estas salidas.

 

Le pregunté si tenía la impresión de que necesitaba algo para él mismo. Opinó que hablar conmigo era mejor que siempre vivir con el secreto solo, pero que no sabe si cambiar algo. Prefiere que siga todo igual, ya que goza de esta doble vida. A pesar que sabe que así vive siempre bajo presión. Su hija Mariela tal vez viva mejor porque se atreve a ser mujer.

 

Le dije que él tiene varias identidades: es hombre, es padre, es plomero y además es mujer. Estas son cuatro identidades, que pueden ser resumidas en dos: masculino y femenino. Me contestó de repente: “mi mujer también”. Le pregunté sorprendido qué me quería decir con eso. Me dijo que ella también quisiera ser hombre. Ella es mujer y se ocupa de los quehaceres domésticos. Pero con la vestimenta de los motociclistas, con casco y botas... Me contó que a veces cambian los roles: ella como hombre, él como mujer. Este cambio de identidades los divierte mucho.

 

Después de un cierto tiempo fue posible tener conversaciones de a tres. La madre se sentía mucho mejor. Hablamos de los deseos mutuos de cambiar el uno al otro en la relación que tienen. La madre llegó a la conclusión en su terapia que le había dado tantos hijos a su marido con la intención inconsciente de que él como padre aceptara su identidad masculina, mientras que él deseaba sacarla de los Hells Angels haciéndola vivir su maternidad. Conscientemente se dieron cuenta que disfrutaban la vida y no veían razón para cambiar. Concordando en que continuarían sus terapias individuales, decidimos vernos en espacios más prolongados.

 

Ya varias veces Luis había mandado decir que quería venir a su terapia. Las circunstancias de los padres y como era buen alumno, habían hecho olvidar el consejo de hacer una psicoterapia. Se siente mucho mejor en el nuevo barrio. Según la descripción de los padres, le iba bien, pero siempre estuvo presente que él quería hacer una terapia.

 

Habían pasado tres años desde el primer encuentro en la Sala de Urgencias. En la Sala de espera casi no lo reconozco. Con sus 15 años ha crecido mucho y es más alto que yo. Su cara tiene una pequeña barba y mucho acné. Pero están ahí sus ojos pícaros y sus pestañas largas por encima de sus ojos negros.

 

En nuestro próximo capítulo empezó hablando de cómo nos vemos ahora. Cuando le confieso que apenas si lo reconocí, me cuenta que tenía un recuerdo de un hombre grande. Conversamos que lo sucedido “aquella vez” no es el motivo para volvernos a ver hoy. El me comenta que yo ya conozco su familia y luego se calla. Yo solo podría confirmar de lo que me enteré. Me esfuerzo en hacerle entender de que en nuestro trabajo solo va a ser importante lo que él cuente, lo que él vivió. Lo ejemplifico diciéndole que conozco el cambio de sexo de Mariela y de la alegría de los padres en relación a sus dobles formas de comportarse. Ellos me habían autorizado a decirlo. Sus puntos de vista, su manera de pensar y ver las cosas van a ser importantes para nuestro trabajo.

Luego se extiende un silencio entre nosotros. Desde ahora en adelante va a ser este silencio el que caracterizará las próximas sesiones. Se repite, nos saludamos atentamente, hablamos algo sobre algún tema general que haya aparecido en el diario o en el cine, luego se agota la conversación, aun si yo me esfuerzo en continuar. Luis parece como si no participara, pero me muestra que no está ausente viniendo regularmente y buscando temas que brevemente podemos tratar. Algo parece impedirnos profundizar la conversación.

 

Intenté varias interpretaciones para seguir en alguna manera. Una vez lo ofendí, cuando le dije que me está mostrando cómo provoca a otra gente, haciéndoles sentir la incertidumbre. No me contesta pero en sus facciones veo como casi llora y se le ve la rabia. Le mencioné mi impaciencia y el deseo de dar un paso adelante. “Calma” (Cool), dice, “es cosa mía”. Respondo: “Sí, pero es TU terapia”.

Nuevo silencio.

Algunas sesiones más adelante hablamos de las elecciones en EE. UU. y él habla de candidatos menos conocidos. Seguimos hablando de fútbol y él habla de jugadores esperando en el banco de suplentes.

Aquí le pude decir, que tuvo que esperar durante mucho tiempo para venir porque venían sus padres. Está de acuerdo y dice que no tiene nada semejante, tan dramático como sus padres para contar. Le pregunto si se refiere al sexo, pero lo niega. En esos temas oficiales, de los diarios,  siempre tienen algo que contar... sus cosas son siempre noticias similares y se vuelven aburridas. Cuando lo invito a contarme también las cosas aburridas que se le ocurren, me transmite un cuadro de su quehacer cotidiano. Luis va a la escuela y tiene relaciones en el vecindario. Acompaña a los hermanos menores al médico y hace los trámites para una hermana solicitando la Cédula de Identidad en la Municipalidad. Cuenta que sus padres tuvieron malas experiencias y que él lo hace mucho mejor. En su relato cambia entre orgullo y agobio. Cuando quiero hablar de su agobio, aparece nuevamente el silencio.

A continuación intento referirme al silencio y le explico que posiblemente este silencio aparece cuando un extraño como yo, quiere hablar sobre la familia. Ahora me mira interesado y dice que le sucede también en situaciones que no tienen nada que ver con ello. Como no sabía nada de aquellos “silencios”, tengo que preguntarle cómo y cuándo le pasa. Responde contándome de estados en los cuales no siente más nada y no piensa en nada.

Lo que sucede al principio de la sesiones después del saludo, que no sabe seguir la conversación, le pasa muchas veces. El se propone hablar de algo, pero luego no puede seguir… 

Me cuenta que cree que yo pienso que se tendría que ocupar de cambios en el sexo… pero él es macho y basta y no sabe nada más. Entiende que él piensa que yo espero algo…

Se abre así un nuevo capítulo con Luis. Cuenta de este estado que ya no se titula más “silencio” sino “que no pasa más nada”. A menudo era soportable y él lo podía manejar ya que lo reconocía, pero a veces era doloroso para él mismo.

Cuenta como él se reta a sí mismo, insultándose. Pero es preferible así a sentirse medio muerto. Esto ya lo padece desde hace mucho tiempo y pensaba que tendría que aceptarlo como tal y vivir con esto.

Mi opinión era que enojarse consigo mismo no le sirve, al contrario empeora la situación. Luis pregunta qué propongo y yo le propongo un “armisticio”.

Es molesto y fastidioso, probamos de entender en qué ocasiones se presenta el odio contra sí.

Lo enoja mucho cuando en diferentes materias no sabe contestar, pero aquí reconocemos situaciones de examen donde se encuentra bajo presión.

Surge la pregunta si la relación conmigo también lo pone bajo presión.

Dice que no sabe cuándo no sé realmente algo y cuándo es simplemente “técnica”, y lo despisto. Y no sabe si es para tirarle de la lengua. Hablamos de los diferentes estados de ánimo y si se da cuenta en qué clima se dan las preguntas. Luis repite que en estos momentos no siente nada. Aparentemente llegamos a una encrucijada sin salida. ¿Cómo puede continuar la conversación entre nosotros si la relación está tan profundamente cuestionada?

Me cuenta que suele decir cosas como un títere, expresa ideas y opiniones que él supone que yo las espero. Trato repetidas veces de explicarle que yo lo necesito como interlocutor que me ayuda a buscar y pensar. Renuncio a interpretaciones ni a tratar de convencerlo.

A veces hablo como pensando en voz alta, Luis me oye, a veces participa en una pequeña conversación.

Nos detenemos en diversas fantasías de recelos, de sospechas. Yo invento cosas que podrían pasar y vemos que lo que sucede entre nosotros es un tipo de relación que suele aparecer muchas veces en la vida emocional del joven… llena de temores y sospechas. Lo preocupa profundamente que todos pueden fingir entender y participar sin que sea cierto. Todos se pueden dar como muy abiertos y sinceros y al mismo tiempo están desconfiando. Cada cual puede tener intenciones ocultas. Mientras hablamos de todo esto el clima entre nosotros se pone muy tenso. De a momentos se alivia algo, luego vuelve la desagradable tensión. Yo había decidido para mí mismo no apurar nada, sino continuar este camino con Luis.

Lentamente vamos constatando que estos pensamientos de desconfianza lo invaden y determinan todas sus relaciones, compañeros y amigos, también entre hermanos y con sus padres. Luis sabe siempre lo que podría ser y lo que se podría esconder para que sea utilizado contra él.

Entonces le digo que su silencio consiste en no mostrar a los otros lo que piensa, no dar a conocer sus ideas, para que no pase nada hiriente.

 

Luis está convencido que se trata solamente de ideas que no tienen nada que ver con sus emociones, son solo pensamientos y ocurrencias que no sirven.

Le es importante seguir siendo “cool”. Y opina que todos tienen esos pensamientos como él los tiene. “Cada uno puede cagar al otro”.

Desarrollamos una fantasía en la cual todos los seres humanos se traicionan, se atacan y se joden uno al otro.

Cuando menciono que en su casa el es muy atento y cooperativo. Me responde: “para que me dejen tranquilo”, pero agrega “todo lo que pudiera hacer no basta, siempre queda algo insatisfecho”. Insisto, “vos pensás que esa es la realidad y que no tenés sentimientos”.

“No, pienso que ellos quieren que yo me muestre así, como a la gente le gusta. Es para guardar las apariencias y la honra de la familia, pero en realidad a mí eso no me importa.”

Después otro silencio. Elijo el camino de que él se imagine como sería si contestara.

-“No, no eso yo no lo hago desde hace mucho”

-“Me imagino que antes lo intentaste”

-“Sí, eso lo hacen los niños cuando son chicos.”

-“Aquella vez, con la batallas de bolas de nieve perdiste el control, con mucha rabia”.

-“¿Para qué sirve?”

-“No pensé que sirviera…”

-“¡Usted quiere hablar de mis emociones! ¡Entonces dígalo!

  ¡Es su intención, no la mía!

-“Sí, estas me faltan. Y para trabajar contigo y a tí mismo para que entiendas mejor muchas cosas, no solo los otros…

-“¡Así que sirve! ¿Por qué no lo dice?”

-“No era mi intención someterte a una situación de examen”

-“¡Pero estoy! ¿Hacen falta emociones, sí o no?”

-“¡Sí, sí, hacen falta! ¡Pero emociones, que vos puedas aceptar y reconocer en tí, propias!”

-“Está contra cool

-“¡Sí!”

-“¡Lo hubiera dicho desde el principio, entonces no hubiera venido a la terapia, no hubiera venido tanto tiempo!”

-“Te estás engañando a tí mismo. Vivís como con el freno de mano puesto.”

-“¡Oiga, yo me voy…!”

-“Me gusta como discutimos ¿Por qué escaparse? Con la voz alta y claramente… pero algunas cosas todavía no son comprensibles. Se trata de aclarar pero también de mucho más. ¿Es posible que dejaste de sentir tus emociones después de la clínica?”

-“¡Allí había algunos que me decían ‘cool man’!”

-“¡Esos no te interesan!”

-“Sí, eso lo dicen muchos… pero vivís según eso.”

-“Sino estaríamos siempre a las trompadas” (muestra su puño).

-“’Cool’ o perder el control… frenar o acelerar… así no va bien.”

-“¡No me eduque, que lo conozco!”

-“No se trata de educarte. ¡Te quiero hacer ver que un auto no solo tiene acelerador y frenos, sino también un volante! Te comportás como si no te pudieras manejar.”

 

De aquí en adelante este “volante” nos va a ocupar mucho.

Luis se sabe ocupar de sí mismo cuando se insulta. No conoce una vida interior, en la cual también hay problemas.

Apenas aparecen emociones se siente inseguro. Trata de producir inmediatamente una situación donde dice que quisiera estar en “paz consigo mismo”.

Después de la discusión que acabo de relatar se le vuelve consciente que la psicoterapia está junto con él en la búsqueda de una estabilidad en la cual puede concederse emociones y no evitarlas por miedo a las consecuencias.

A menudo el “freno” que necesita se debe a situaciones en las cuales él reaccionaría con emociones extremas, exageradas.

Su papel como ayuda en la familia, lo percibe como un gran peso. Pero no se siente capaz de tener sentimientos justo cuando quisiera oponerse a los requerimientos.

Comparte con sus hermanos más chicos conocimientos que va ganando en su terapia.

Como si quisiera probar con ellos como sería si uno sintiera sus emociones y con éstas tomar decisiones. En este período descubre también el mundo de sus sueños y fantasías. Se vuelve importante señalarle que él mismo soñó o pensó algo y no otra persona. Este mundo interno lo descubre otra vez, sin emociones, ve cuadros y se imagina no sentir nada. Opina simplemente no tener. Y se sorprende cuando aprende que las aparentes novelas criminales de sus sueños tienen una relación con su vida cotidiana, su terapia y sus sentimientos.

Por ejemplo soñó:

Conducían la estación espacial desde la Tierra. Todos los navegantes se tenían que vestir con ropa espacial muy pesada. Era muy molesto. Servían de protección para pasar a la otra zona. Pero había un idiota que quería dañar esta ropa.

El ve esta escena, se ríe y así despierta.

-“La ropa espacial es importante… la dañan.”

Luis responde: -“Me desperté.”

-“Así terminó el sueño.”

-“Ud. piensa otra vez que son demasiadas emociones.”

-“Es tu sueño.”

 

Dejamos de hablar del sueño. Luis me cuenta de la escuela y de una composición que tuvieron que escribir titulada “Mi lugar preferido en casa”. Hablamos que un título así ya es desagradable para él. Le explico que su sueño lo trata de ayudar y prevenir… “Te hace falta la ropa espacial”.

Tiene que encontrar una manera para hacer la composición. Para eso le hace falta mantener una distancia y mostrarse “cool”… Se siente provocado y tiene que tomar distancia para poder reírse.

Luis aprende a entender estos “avisos” que le comunica su mundo interior. Cambia su manera de ser, su carácter, se vuelve más abierto, cordial, habla más con otros, y en la terapia hablamos sobre sus desconfianzas y temores.

Cuando aprueba el tercer año del secundario con muy buenas notas su maestro le consigue una beca que le permite ir a una escuela en las montañas lejos de Zurich.

 

Para el final quisiera llamar la atención sobre consideraciones teórico técnicas.

Desde 1939 se desarrollaron, en la teoría del Yo, dos conceptos diferentes de los Mecanismos de Adaptación.

Adaptación significa en primer lugar un aspecto, bajo el cual puede ser observado todo fenómeno psíquico; genético (de su origen), estructural (según su coordinación en una estructura del aparato psíquico), etc. Los Mecanismos de Adaptación tienen su lugar en el Yo, pero a menudo en su parte inconsciente.

En segundo lugar, se trata de un proceso de adecuación a los requerimientos sociales. Son modos determinados por los niveles de culturas y de clases sociales que se necesitan para responder a las exigencias de nuestras vidas. Al estar adecuado a la realidad alivian y estabilizan el Yo, pero limitan su flexibilidad, cuando se trata de adaptarse a situaciones sociales rápidamente cambiantes.

Mientras que los mecanismos de defensa se establecen en el Yo para regular las pulsiones, deseos y emociones del individuo, los Mecanismos de Adaptación funcionan para regular la relación del individuo con su medio ambiente.

Según el psicoanálisis, el Yo tiene como objetivo regular la relación entre el mundo interior y exterior del individuo, le debe sus funciones y determina su origen.

Considerando los logros de adaptación de Luis, señalando en la labor interpretativa los elementos inconscientes (por ejemplo las influencias familiares, sociales y económicas o del ambiente) se produce a menudo un cambio en la relación con el analista, por ejemplo la reducción de las resistencias a la transferencia o un cambio en el papel transferido.

(Sandler, en 1974 diferencia claramente entre la transferencia de emociones al analista y el rol que el niño le adjudica a uno de sus padres, que también puede ser transferido).

El ser humano no es patrón en su entorno, sino que responde constantemente, y en parte inconscientemente, a los requerimientos de su organización psíquica y las solicitudes del medio que lo circunda.

Si el psicoanálisis desea contribuir al cambio de condiciones sociales abrumadoras, debe ayudar a los individuos a lograr elaborar un consciente en condiciones de darse cuenta de los automatismos de sus Mecanismos de Adaptación.

 

Sigo viendo a Luis. Viene antes y después de las vacaciones, aproximadamente cada tres meses para una sesión. Los espacios de tiempo entre las sesiones son muy grandes. La última vez me contó, que está enamorado de “Laila”. Salen juntos. Ella es del pueblo donde está la escuela.

 

Pedro Grosz

Psicoanalista

pedro.grosz [at] mac.com

 

Pedro Grosz es un psicoanalista argentino residente en Zurich, Suiza. Fue integrante de Plataforma Internacional (movimiento que surgió en 1969 criticando al psicoanálisis oficial de la IPA) y Director del Seminario Psicoanalítico de Zurich.

El presente trabajo abarca diversas intervenciones psicoanalíticas que comienzan cuando el autor concurre a supervisar el trabajo en una clínica en un pueblo de Suiza. Este lugar atiende problemáticas de Salud Mental de la zona, desde urgencias hasta distintas clases de tratamientos. Allí trabajan equipos de psiquiatras, psicólogos, enfermeros, educadores, maestros y docentes de diferentes talleres. Cada equipo tiene supervisores externos, que son elegidos entre todos sus integrantes. Allí comienzan los hechos de este impactante relato clínico que permite considerar cómo efectivamente un psicoanalista puede organizar dispositivos psicoanalíticos acorde con los desafíos clínicos y las diferentes situaciones. Van desde intervenciones en una urgencia, entrevistas individuales, familiares y de pareja a lo largo de los años.

 
Articulo publicado en
Agosto / 2011