He decicido contar este caso en el que estoy involucrado y que aun está en pleno desarrollo.
Tiene características de la situación actual. La pandemia infuencia nuestras vidas en lo cotidiano e inevitablemente también nuestra práctica como psicoanalistas y psicoterapeutas.
Como está tan “cerca” me cuesta camuflar lo necesario para que no sea reconocible, aprovecho que estoy en Suiza para esta publicación.
Cuando hablamos por teléfono, la médica amiga me confió que el “caso” no era fácil de entender. Ella había controlado todo lo posible, sin encontrar un diagnóstico. Físicamente Felipe está sano. Los padres quisieron presentarlo al hospital univeritario, estaba allí internado, pero tampoco allí se encontró una causa somática.
Cuando hablamos por teléfono la médica amiga me confió que el “caso” no era fácil de entender. Ella había controlado todo lo posible, sin encontrar un diagnóstico
Se trata de un muchacho de 17 años que se queja por no tener fuerzas. Hasta le cuesta hablar, moverse caminar y pensar. Dice que no puede hacer nada.
La médica, que por lo general es tan lista y rápida, esta vez parecía más bien inhibida y titubeante. Decidimos mirar juntos todos los exámenes que se habían hecho.
Por las tiróides ocupamos mucho tiempo, pero se concluyó por fin que no había diagnóstico.
Pero como Felipe ya estaba ahora en el servicio de la universidad, decidieron internarlo en el reparto de psiquiatría y psicosomática.
Sus padres estaban muy preocupados. Ambos estaban en tratamientos psicoanalíticos. Profesionalmente la madre es maestra y el padre técnico especialista en electrónica, dirige una empresa.
La psiquiatra del servicio explicó a la familia el procedimiento habitual. Los internados en psicosomática tienen que acatar un programa estricto. Si no lo acatan y cumplen, tienen que dejar el reparto.
En la primera entrevista con la familia me contaron lo que significaba. Despertaban a los pacientes a las 6:30 hs. A las 7 hs. se tomaban el desayuno… Las actividades estaban programadas según las consideraciones del equipo tratante. El teléfono móvil lo retiraban y estaba terminantemente prohibido usar otro. Salir del reparto solo en compañía de enfermeros o terapeutas.
Me contaban esto en un clima de rencor y rechazo, que compartían con el hijo.
Les dije que la psicoterapía sería entonces una especie de alternativa. Acataron y me contestaron con la historia familiar. Que resumo brevemente.
En la familia de la madre habían padecido un suicidio de un hermano del abuelo. En la familia paterna hubo casos graves de psicosis crónicos.
El trato familiar ahora con los abuelos es muy periférico, se hablan por teléfono a fin de año y para las navidades se envían postales con buenos deseos.
Pero la falta de fuerza en el hijo debía tener una causa física, según los padres. El desarrollo “corporal” de Felipe fue desde un principio complicado.
Creció lentamente, con 12 años era uno de los más pequeños de la clase.
Fue siempre muy buen alumno y así se integró en el colegio nacional para hacer el bachillerato. Cuando él empezaba, su hermana ya estaba frente al bachillerato.
Ella hacía sus cosas, ya entonces tenía un novio.
Con 13 años Felipe empezó a crecer rápidamente.
Fue preocupante la posición de sus rodillas que parecían no poder con su nuevo peso.
Dejó de mojar la cama recién con 16 años. Le compraron un colchón especial y sábanas. Con pañales trataron de ayudar en lo posible. No lo retaban. Le daba mucha vergüenza, pero no había modo…
Regularmente lo controló un ortopedista especializado. Felipe creció mucho en altura, mide 1,92m. Fue a una fisioterapeuta. Es muy delgado, escuálido, flaco, tiene ojeras. Dejó de mojar la cama recién con 16 años. Le compraron un colchón especial y sábanas. Con pañales trataron de ayudar en lo posible. No lo retaban. Le daba mucha vergüenza, pero no había modo…
Por eso no fue nunca a casas de amigos y mas adelante tampoco a campamentos a los que concurrían otros.
Yo lo veo, muy simpático, tiene ojos vivaces, que observan interesados como buscando si hay algo que aprender o interesarse. Así lo conocí poco antes que se usara la mascarilla por la pandemia.
Mi consultorio está muy cerca de su colegio, en bicicleta llega en pocos minutos.
En nuestra primera fecha me da a entender que con el consentimiento de su familia va a dejar la hospitalización, que no le sirve y quiere hacer una terapia. Yo no sabía que estaba todavía internado cuando lo vi con sus padres. Me relata otra vez el régimen en el servicio; hay que despertarse temprano, tomar el desayuno, prepararse para las entrevistas médicas o para las clases individuales. Felipe no participa en el programa.
Ya no deja la cama después que lo despiertan.
Lo tienen que echar.
Y según él, cuanto más insisten, tanto menos obedece.
Me lo cuenta en un tono, que es lógico, se sobreentiende que tiene que ser así.
Le pregunto si siempre se comporta así, con oposición y aprovecho para hacerle ver que su oposición es una reacción suya, su forma de pensar… todo en un tono de aprobación y apoyo.
Me contesta haciéndome saber que él sabe bien y mucho de lo que le sucede… utiliza términos diagnósticos y me habla de resultados de laboratorios.
Me dice que usando internet él está bien informado. Sabe sobre vitaminas y lo que pasa si faltan. Que él piensa sobre cómo le va, y luego busca lo que le hace falta y le incumbe por Internet.
Quedamos en que me informaría cuando dejara el hospital para empezar con la terapia.
Me quedé pensando que para alguien que no se comunica, Felipe me había dicho mucho.
Al otro día me llamó un médico asistente para decirme sobre la decisión familiar de interrumpir el tratamiento en el hospital. Quise preguntar más, pero lo único que me pude enterar fue la oposición constante de Felipe. Por eso tenía que salir. Sonaba como castigo.
Una semana después llamo su padre para pedir un apuntalamiento para el hijo. Le pedí que me disculpara, pero yo preferiría que Felipe me llamara él mismo. Un rato después recibí el llamado.
Cuando nos volvimos a ver, le expliqué que desde aquí en adelante yo no me comunicaría más con sus padres sobre él. Todo lo que trataríamos nosotros quedaba guardado bajo secreto profesional. Felipe podía hablar con todos y contar lo que quisiera. El psicoanalista, no.
Yo trataría con su familia, pero nada de lo que habláramos nosotros sería comunicado por mí… a menos que él se pusiera en peligro. Pregunté si cuando no podía mas, había pensado en suicido. ¡Rotundamente dijo que NO!
Para sus padres esta actitud mía, resultó mucho más complicada porque ellos estaban llenos de desconciertos y preguntas. Querían hablar y preguntar sobre lo heredable y se sentían responsables sin saber algún motivo. La educación de los hijos les resultó relativamente fácil, aunque tuvieron que superar problemas. Pañales era un gasto pequeño…
Expliqué que de las conversaciones que el hijo tendría conmigo yo no informaría. El hijo y ellos tratarían directamente en lo habitual de la familia, sin mí.
Lo que surgiera entre ellos y los preocupara sería nuestro tema si nos encontráramos de vez en cuando.
Con Felipe combiné sesiones regulares.
Voy a tratar de resumir. Me enteré de una primera situación de agotamiento que Felipe me contó en detalle. Fue en una playa al sur de Francia, donde frecuentaban en sus vacaciones. Con las olas del Atlántico quería lograr ser muy ágil y capaz de manejar su tabla de surf. Allí él no lograba lo que quería, así que tenía que insistir. No había forma de establecer el balanceo justo. Practicó hasta no poder más. Practicó hasta rendirse totalmente porque no podía más. Al principio se dio cuenta que le dolían los músculos. No importaba. Le dolía todo el cuerpo, nada psíquico…
Pregunté si estaba solo y me contestó que sí. Todos se fueron. Su familia ya se había retirado y él se quedó solo en la playa. Su meta era llegar parado a la playa tres veces seguidas con una pirueta.
Le conté que conozco la marea y las olas en la Provence que no son regulares y por eso poco frecuentadas… Entendí su deseo, que era difícil…
Felipe no dijo más nada.
Tuve que aprender a conocer sus silencios y su manera de no responder más en una conversación. Se rompía el hilo de la charla y era muy difícil luego encontrar una forma para seguir.
Hubo mas adelante sesiones casi en silencio total. Al principio un saludo. Luego Felipe no decía nada más, el único que hablaba era yo. Conté cosas que me venían a la mente… El silencio es penetrante.
El virus del covid 19 llegó a Zürich. Pasó con mucha vehemencia de Italia, a Suiza. Rápidamente hubo muchos enfermos y casos muy graves.
Los psicoterapeutas nos tuvimos que ocupar de situaciones de urgencia, también de casos que habíamos tratado mucho antes y que estaban padeciendo situaciones a veces trágicas.
Las sesiones pasaron a ser solo posibles por video.
Felipe se instalaba en el escritorio de su madre. Continuamos trabajando cuando yo podía.
Mejor dicho, yo continuaba a presentar interés por su psicología. Felipe muchas veces me daba a entender que en su estado de cansancio constante no podía decir mucho. Lo llamaba y… un saludo y nada…
Es muy extraño verse mutuamente en la pantalla y no hablarse. Se da otro tipo de tensión, que Felipe aguantaba mejor que yo. A veces interrumpía con el argumento que tenía que ir al baño. Una excusa famosa porque todos de niños la usan. ¿Pero en las sesiones? De vez en cuando se interrumpía la comunicación por razones técnicas.
Le hice notar que los silencios son difíciles de aguantar… Felipe dijo que estaba pensando…
Le interpreté que busca lo “correcto” para decirme y que como estamos hablando de él mismo es difícil… tal vez si encontráramos algún tema, algo que le interesa…
Me contestó diciendo que había algo que me quería contar; en el colegio tenían un profesor de francés muy aburrido y antipático. Daba clases con desgano y había que aprender la traducción de palabras de memoria. Según Felipe un profesor incapaz. Se lo hizo notar también con su desgano y desprecio al contestar cuando fue preguntado.
El enseñante se quejó directamente en el rectorado. Felipe fue citado y el vicerrector lo retó severamente. No aceptó, ni oyo lo que Felipe quería explicar.
Contesté que le hicieron sentir que él no tenía poder en el colegio y que sus argumentos no contaban, se esperaba que obedeciera y participara.
Afirmó y se calló. Luego agregó que tenía buenas notas en todas las materias.
Pregunté si temía algo similar en la terapia. También podía resultar aburrida y difícil… muchas veces en silencio… en el hospital…
Negó muy decidido y se calló. ¡No, no!
Quise hablar de los mayores, autoridades… pero nada…
Felipe no iba más al colegio. No iba nadie por la pandemia, pero él no iría más.
El covid al inicio me pareció acudir en su ayuda… No iba nadie… Todas las instituciones quedaron cerradas y no se sabía durante cuánto tiempo.
Felipe insistió hasta que sus padres escribieron una carta al rectorado, comunicando que el hijo se retiraba definitivamente del colegio. Por ahora no iba a hacer el bachillerato.
Me sorprendió cuan rápido y sin ningún titubeo el padre solicitó la anulación de la matrícula. Felipe estaba en casa… sin intención de hacer algo, solo recuperarse, descansar.
En uno de sus penetrantes silencios debo haber hablado sobre la falta de ganas total, como Felipe lo describía y use el término “depresión”. ¡Un error! El efecto fue que se fijó y leyó lo que encontró en internet. La vez siguiente había leído más aún.
Las ofertas de recibir tratamientos e instrucciones por video las rechazó a todas.
Insistió en que él se siente cansado, no puede, no tiene fuerzas, no le interesa más lo de la depresión.
Pidió que no solicite nada de él porque no puede.
Cuando pueda y quiera ya dirá…
A pesar de todo, nuestras charlas no las quiere interrumpir, le cuesta el esfuerzo y se queja. Yo el experto, no me podía quejar, pero a mí también me costaba. Sobre todo, recurrir a la paciencia, tolerar verme en la pantalla sin reacción y no decir nada. Le propuse hacer señas, muecas, hice yo algunas…hablé con las manos… hice el payaso.
Pidió hablar por teléfono y no vernos… Acepté. Me propuse hablarlo más tarde.
El paciente apenas sonrió.
Una mañana, me había ido al taller mecánico. Estábamos tratando con el tallerista qué neumáticos irían bien para mi coche durante el invierno.
Felipe me llamó al móvil por primera vez, para decirme que no daba más, que sufría… que le hacía falta un medicamento. Le aconsejé que fuera a lo de su médica y que pensaríamos qué medicación “anti-depresiva” le podríamos recetar. Combinamos que ella estaría a cargo de los controles y las recetas.
Poco despúes volvió a llamar; le daba miedo por la erección… había leído por Internet que la medicación puede tener efectos no deseados… sobre todo lo de la erección… no la quiere perder. Toda la medicina le da miedo. No confía. No la quiere.
Dice que prefiere aguantar y seguir con lo psíquico… aunque no puede creer que le va ayudar… No ayuda nada…
Entendemos que desconfía, de todos los métodos que conoce y que participa en la psicoterapia porque le parece menos peligrosa.
Le doy la razón e intento explicarle que nos hace falta su opinión y su crítica en todo lo que conversamos…
Le cuento que los psicoanalistas interpretamos, tratando de entender y profundizar cada vez más la psicología de cada uno. Y mientras voy relatando me dice que todo esto ya lo sabe… por Internet ya esta enterado… (a mi me enoja, que intercala muchas veces argumentos que, aprendió de algún medio virtual.) Contesto que está bien que esté enterado… pero yo voy a seguir con mi método… Sus padres hacen análisis…
Después de una larga interrupción, por falta de espacio, inicio yo la conversación contándole que los estados de ánimo son muy cambiantes en todos. A veces uno está de buena gana y otras veces todo lo contrario. Tiene que ser así también en él. Claro si está tan cansado es porque no puede descansar… y algo no lo deja.
Entonces Felipe me cuenta sobre las competiciones que hace durante las noches con su télefono móvil. Participa en equipos con participantes cambiantes, gente que no se conoce entre sí, pero que quieren tomar parte en el juego. No se ven. Se forman los equipos según el orden de llegada virtual. Cuando los equipos están completos, empieza una batalla en la cual se puede ganar o perder. Me confiesa que sus estados de ánimo tienen que ver con lo que le sucedió en estos juegos.
Ahora tengo que entender que a veces no duerme durante la noche y por eso duerme durante el día.
El sabe entonces por qué esta cansado.
Reacciono sorprendido y agradecido que me invita a entender. Más adelante cuando se siente con culpa, le hago ver que de este modo está en relación y no completamente solo como aparentaba.
Su familia no sabe nada al respecto.
Pero que él había encontrado, de este modo, una manera nueva, propia de estar activo.
Felipe me confía que puede suceder que esté tan dentro del juego que pierde la cabeza, se olvida de todo. Yo subrayo que es su forma de sentirse activo, en vida… es una especie de sustitución de otras actividades en las que tenía problemas… Así no solo se divierte, sino que se permite estar en contacto con gente… a pesar que es virtual es algo…
Me cuenta que si está en el juego, está lleno de adrenalina y que a veces no se siente tan cansado.
Y mientras vamos charlando le digo una frase en inglés, que sé que, él entiende: “The only nation is the imagi-nation”.
Mientras vamos tratando la cuestión de estos juegos virtuales, trato de subrayar que no es necesario que trate de interrumpir algo que por fin le hace bien.
Cuando estamos en esto, se acuerda del dicho y pregunta si estar enamorado tiene que ver con imaginación. Esto lo confirmo con vehemencia. Así es estar enamorado, tiene que ver con sus pensamientos, sus ideas, su imaginación…
Me relata cómo estuvo profundamente enamorado de Mirta… pero estaba paralizado. No podía hacer nada para acercarse, a pesar que la veía a menudo en el colegio. Mirta iba a otra clase. Quería y no podía, sufría.
El quería lograr con entrenamiento tener un cuerpo mas atlético, tal vez si lo lograba se atrevería… pero todos los intentos que hizo en diferentes gimnasios no le ayudaron… Solo quedó agotado. Exhausto.
Le digo que él se imagina que a Mirta solo le gustan chicos con espaldas anchas y musculosas. Y Felipe está de acuerdo, que así lo piensa, lo sabe…
Digo -“Mirta no sabe nada de todo esto y de lo que estás pasando… es una otra Mirta. Mirta de tu cabeza, tu imaginación. Esta Mirta es severa en su elección y solo acepta chicos como ella solicita, espaldas anchas, tipos atléticos, como deben ser. Más bien tipos de las revistas, etc.… y en tu imaginación”
Estas interpretaciones son ofensas para Felipe… le cuesta gran esfuerzo reconocer que si nunca le habló no sabe cómo Mirta piensa… Las ideas de Felipe son respuestas, que se da él mismo, pero que son… de Mirta. Para Felipe es así.
Sueña con la Mirta que él se imagina.
En esto estamos. Pienso mucho sobre la imaginación y los enamoramientos.
Hasta los partidos políticos usan y se proponen así.
Los políticos prometen así…
¡Es lindo escribir para Topía desde acá y esto es realidad, buena realidad!
Pedro Grosz
Psicoanalista de Suiza
pedro.grosz [at] mac.com