El hombre, se afirma, es el animal racional. A más racionalidad más civilización, a menor racionalidad mayor barbarie. En esta sencilla ecuación, la razón pasa a ser el motor que mueve la historia del desarrollo humano y el único reaseguro contra la barbarie.
La “fuerza de la razón”, se cree, hace barrera de contención a “la razón de la fuerza”, función que se plasmaría en el Estado de Derecho. Pero ¿no sabemos acaso —como el mismo Freud señaló—, que las leyes se imponen por la fuerza, y que son hechas por y para los vencedores? Sin duda que el Derecho regula los vínculos humanos, pero no por obra y gracia de una supuesta razón a-histórica, sino legalizando un estado de fuerza donde siempre hay dominadores y dominados. Todo Estado, lejos de eliminar la fuerza, se funda en el monopolio de la misma, y no subsistiría mucho tiempo sin su uso cotidiano y manifiesto. Ciertamente que es mucho mejor vivir en democracia que bajo dictadura. Pero los campos de concentración, nazis o argentinos, más que brotes de irracionalidad, fueron el producto de una planificación consciente, sistemática y racional; con el agravante de que se dieron en países que se consideraban, y eran considerados, paladines de la civilización en sus respectivos continentes. ¿Qué otra razón se manifiesta en todo esto sino la por nosotros bien conocida Razón de Estado?
¿No hay otra razón mas eminente? Sí, me diran, la científica. No seré yo quien cuestione la utilidad y necesidad de la ciencia; pero no puedo considerarla el máximo tribunal de decisión y supremo exponente “racional”. ¿Acaso esa racionalidad no es la responsable de los encierros en clínicas psiquiátricas, del chaleco químico, del electroshock, sólo por recordar lo más cercano y no ir tan lejos como la bomba atómica o el agujero en la capa de ozono? ¿Acaso estos no son también los productos y efectos más sofisticados de la ciencia? Se me dirá que no es la ciencia la responsable sino el capitalismo. Pero con esa liviandad no se hace más que confesar, sino la complicidad, al menos la indiferencia o la impotencia de la ciencia ante otras “razones” más poderosas. Y es la misma ciencia la que se ufana de su supuesta “neutralidad”, eufemismo que apenas oculta lo que en rigor es amoralidad, y muchas veces inmoralidad.
Así como la razón no es una condición a-histórica y externa a la civilización, tampoco podemos considerarla una instancia psíquica autónoma por encima de las pulsiones y pasiones. ¿Acaso podemos mediante argumentos racionales lograr que alguien, neurótico o no, se avenga a un comportamiento más razonable?, ¿es mera coincidencia que a las justificaciones injustificables , neuróticas o no, se las denomine “racionalizaciones”?
La sociedad civilizada, —dice Freud en “Consideraciones sobre la Guerra y la Muerte”—que exige el bien obrar, sin preocuparse del fundamento instintivo del mismo, ha ganado, pues, para la obediencia o la civilización a un gran número de hombres que no siguen en ello a su naturaleza. El sujeto así forzado a reaccionar permanentemente en sentido de preceptos que no son manifestación de sus tendencias instintivas vive, psicológicamente hablando, muy por encima de sus medios y puede ser calificado, objetivamente, de hipócrita,...y es innegable que nuestra civilización favorece con extraordinaria amplitud este género de hipocresía. Podemos arriesgar la afirmación de que se basa en ella y tendría que someterse a hondas transformaciones si los hombres resolvieran vivir con arreglo a la verdad psicológica. Hay, pues, muchos más hipócritas de la cultura que hombres verdaderamente civilizados...
Héctor Fenoglio