Dolor, Venganza, Devastación | Topía

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Titulo

Dolor, Venganza, Devastación

 

“Hay dolores que han perdido la memoria y no saben porque son dolores”
Antonio Porchia (Voces)

 

“Todos los caminos conducen a Roma. Hay que destruir Roma”
Aforismo Implicado

 

1. El dolor negado

El dolor no es noticia. No podemos decir que se ha naturalizado, porque el concepto de naturalización también se ha naturalizado. Prefiero pensar que el dolor ha sido capturado por el sentido único de la cultura represora que consiste en reprimir el deseo y sostener el mandato. Lejanos los tiempos en que María Elena Walsh cantaba “porque me duele si me quedo, pero me muero si me voy”. Actualmente los dolores del quedarse han sido desalojados por las ventajas del turismo internacional. ¿Cómo irse de un lugar al cual tantos quieren venir? El dolor sigue siendo la herramienta privilegiada del torturador-inquisidor para encontrar el límite donde toda ética se quiebra. Pero ha sido desalojado en sus más elementales y no tan elementales registros. La modalidad actual de la cultura represora podemos denominarla “cultura de la anestesia”. Se constituye como opuesta a la cultura de la mortificación y el sufrimiento. Sin llegar a la petulancia de un Estado de Bienestar, al menos el sistema pretende sostener una cultura del no dolor. La desmentida del dolor, se realiza con el sencillo recurso de bloquear los mecanismos de registro. “Con el dolor podemos hacer cualquier cosa, menos que duela”. Puede haber hambre, pero no dolor de hambre. Puede haber frío, pero no dolor de frío. Drogas culturales, ilegales pero necesarias para la legitimidad represora, eliminan los dolores del no parto, los dolores del no vivirás. ¿Si podemos coquetear con el terror, por qué no hacerlo con el dolor? El confort de los electrodomésticos, del hogar digital, de los Ipod, no anula la lógica de la producción permanente de dolor y de anestesia. Moretones y chichones corporales, mentales, vinculares y sociales son necesarios. La nobleza del trabajador que regresa muerto para resucitar a la mañana siguiente para continuar con el ritual de exterminio laboral. La cultura actual ha multiplicado las causales del dolor pero simultáneamente, genera los mecanismos de la anestesia permanente, que puede ser general o local. ¿Será por eso que los anestesistas son la corporación profesional más consistente, impenetrable y rentable? No voy a ceder a la tentación de considerar a un quirófano como un analizador de la cultura actual. Pero sí recordar la memorable expresión de la medicina clásica: la operación fue un éxito pero el paciente murió. Un aggiornamiento inevitable sería decir: la operación fue un éxito porque al paciente no le dolió. Sin aclarar que de todos modos salió del quirófano peor que antes, y si antes era rengo ahora le faltan las piernas1. Si no duele, es bueno. Si duele en su justa medida también. Solamente preocupa si duele más de lo necesario. Si, por ejemplo, ante el dolor de un servicio de trenes cancelado, queman una estación. Puede haber dolor, lo que no puede haber es gritos. Ni primario, y muchos menos secundarios, asociados habitualmente a los nómades del conurbano. Buenos Aires es una de las ciudades con más ruido del mundo. Bienaventurados los sordos, hasta el día que no escuchan la bocina. Gran parte de ese ruido está formado por los gritos de los que aunque tengan voz, ya se quedaron roncos. Mordazas culturales que permiten sostener la alucinatoria certeza de la cultura represora: “si no grita, no duele.” Cuando a pesar de todas las operaciones de anestesia el dolor se da paso, otra operación represora toma el comando. Bulas cientificistas posmodernas. “¿No será masoquismo? Si le duele, a lo mejor le gusta el dolor. Goce. Puro goce por no aceptar que estamos castrados, por seguir pensando que falta y carencia no es lo mismo, por pretender que nuestro reino sea de este mundo”. Una de las formas más cínicas (no en el sentido filosófico, sino vulgar) es decir que son dolores de crecimiento, algo así como una mezcla de Socolinsky con Schreber. Por supuesto, que algún espacio científico hay que darle al dolor. Una forma es resignificarlo como stress postraumático, como mobbing, como síndrome de fatiga crónica, etc. También en los casos de enfermedades crónicas terminales, (incluyendo el progresismo pequeño y tontito burgués) está legitimada la supresión del dolor. No mueren contentos, no han batido a ningún enemigo, pero al menos no duele. Algunos llaman a esto muerte digna. Que la dignidad tenga más que ver con la muerte que con la vida no habla demasiado bien de nuestro way of life. Sin embargo, en nuestra actualidad, ni siquiera los dolores que cumplen una función preventiva son tolerados. “El dolor para, usted no” es uno de los tantos sapos cancioneros que de tanto escuchar quedan incorporados a la vida cotidiana, acostumbrada desde hace tiempo al arte democrático de tragarse sapos. La analgesia permanente es sinérgica con el mandato de “ponerse las pilas”. Energizado por los cuatro costados, con una matinal evacuación para impedir el tránsito lento2 y sin dolorcitos molestos, la robotización del sujeto comienza desde el primer sonido del despertador. La advertencia de León Rozitchner en el sentido que “los que busquen el placer sin dolor, se encontrarán con el dolor sin placer” no pareciera importarle a nadie. Si para no sentir dolor, hay que sacrificar el placer, será un daño colateral asumido. Para la racionalidad represora los dolores y los amores conspiran contra las metas de productividad. Solamente las vidas desperdiciadas que describe Zygmunt Baumann, sostienen en sus cuerpos descuartizados los “afectos residuales” de un mundo en el cual el hombre era la medida de todas las cosas.

 

2. El dolor afirmado

No hay recuerdo, no hay repetición, no hay elaboración. El dolor afirmado no es recuerdo del dolor. Sigue doliendo en un presente continuo. Sigue pasando y no dejará de pasar jamás. La devastación de todos los cuerpos, los erógenos, los sociales, los afectivos, los ambientales, dejan al Yo en carne viva. Como animal desollado vivo, que sólo puede aullar y gritar mientras lo desgarran. En carne viva, en el dolor que no puede calmarse, porque una y otra vez la herida se abre, y una y otra vez tenazas y látigos arrancan la carne. En el “quebrado”, sólo hay restitución de la forma humana, porque que se le arrancó el fundante humano: el deseo. En su crueldad destructora, la cultura represora devastó en él todos los placeres. Todas las esperanzas. Todos los amores. Sin embargo, en la locura que el dolor genera, un placer, una esperanza, un amor todavía germina: la venganza. Esa venganza es lo opuesto a la elaboración. A la mediación. A la conciliación. La venganza, como el odio, discrimina al enemigo. Conoce exactamente la causa del daño. Sabe como fue realizado, planeado, ejecutado. En la venganza, el sujeto dolorido puede discriminar la culpabilidad del victimario de la culpa de la víctima. La venganza le brinda un nuevo sentido al dolor que nunca cesará. La cultura represora abomina de la venganza, no por el deseo de justicia, sino por el anhelo de impunidad. Abomina de la venganza porque pretende que todos los dolores sean olvidados, perdonados, justificados, tolerados. Naturalizados. El sujeto que tolera lo intolerable, que tolera que su dolor le siga doliendo, que no necesita recurrir a las analgesias o anestesias farmacológicas o culturales, es totalmente impermeable a los cantos de sirena que idealizan a la caricatura de la justicia que dice llamarse derecho. La venganza no es elaboración, sino actualización del trauma. No es violencia que llama a la violencia, sino violencia que responde a la crueldad de la cultura represora. Sólo por eso, será considerado “terrorista”. Gerard Mendel señala que “con la excepción del terrorismo, el poder del individuo aislado es nulo”3. Es importante hablar de esa excepción. Porque también es una excepción aquél que desestima banalizar su dolor. Por el contrario: quiere sentirlo para entonces poder darle un sentido. No es dolor por el placer del dolor. No es masoquismo moral. En todo caso, es una ética del desgarro. Ese sujeto sabe que “no es el pueblo quien tiene que temerle al gobierno, sino el gobierno quien debe temerle al pueblo”4. La racionalidad del miedo, pero invertida. Para lograrlo hay que escapar del rebaño, de la masa artificial, para no caer en los estados de pánico consecuentes a la desaparición del líder. Desde los Ideales del Yo, el vengador se enfrenta con los Ideales del Superyó. En la actualidad de nuestra cultura, el Superyó construye Ideales. Mandatos, amenazas, castigos. Simultáneamente, son negados maníacamente: “todo bien”. La idealización del dolor, del sacrificio, de los renunciamientos, es patrimonio de todos los represores. Pero siempre, será el de los “otros”, porque para los “unos” habrá privilegios, y no sólo de haberes jubilatorios. El vengador tolera su propio dolor y sostiene el odio. Y encuentra entonces la fuerza que no puede abandonarlo para que la venganza sea consumada. La energía no domeñada de la venganza es la pulsión de muerte. Que ahora encuentra un sentido y un destino: reprimir al represor. No hay mediatización simbólica, no hay un “como si” donde refugiarse. No hay forma de escapar de esa furia de justicia. Justicia que ha dejado de ser ciega, para ver, frente a frente, a los depredadores de la historia. La paradoja de la cual el vengador no puede ni quiere escapar es que la misma venganza actualiza su dolor. Y que no habrá venganza consumada que no implique la propia destrucción del vengador. El Conde de Montecristo mata a Edmundo Dantés, no sin antes matar a los que planearon y ejecutaron su destrucción. Yo pienso que Edmundo Dantés ya estaba muerto, desde el momento en que devastaron su vida. El conde de Montecristo en su demoledora venganza, sólo le dio un nuevo sentido a esa muerte que en ningún momento había sido anunciada. Diríamos que el predador asesina por sorpresa, sin que pueda organizarse ningún mecanismo similar a la angustia señal. Es uno de los mecanismos de producción del terror. Terror que en la venganza vuelve a su verdadero origen, para que los verdugos puedan sentir en su propia carne, el mismo dolor.

 

3. El concepto de reparación mítica

La pregunta me la han formulado varias veces, así que la actualizo en relación a la temática del dolor: “¿entre la cultura de la anestesia y la venganza no habría un punto intermedio?”. Respondo lo que habitualmente respondo: “No”. Lo incompatible no se dialectiza. Son lógicas excluyentes, que además no tienen fundamentos comparables. La cultura de la anestesia es un mandato de la cultura represora. La venganza es un deseo del reprimido. No pueden sentarse en la misma mesa, como lograra el inefable Grondona con Etchecolatz y Alfredo Bravo5. Ni los anestesiados están dispuestos a sentir ningún dolor ni los que están dispuestos a la venganza, van a deponerla por una aspirineta. Otro triunfo de la cultura represora, es la promesa de salir de la anestesia muy lentamente, porque ya no hay que temer a los dolores del pasado. El pasado, pisado. Enterrado. Y anestesiado. Si bien es cierto que habrá mas espinas que rosas, esos pinchacitos son poca cosa dada la inevitable bienaventuranza. Del tabú de la venganza a la banalización de la justicia. El dolor del agraviado, del masacrado, del torturado, encarcelado, del discapacitado, desaparecerá porque llegará la versión 2007 del software “hombre nuevo”. Sin odios, sin deseos de venganza, sin dolores que incomoden. La nueva profecía será de una reparación maníaca, donde los que generaron nuestros males ahora serán constructores de nuestros bienes. La democracia tiene sus propios limbos donde deambulan los que no han sido bautizados por los golpes de la lucha. Además de continuar banalizando el dolor, también se banalizará el placer, la alegría, la esperanza, el amor, el cambio social. La misma derecha está banalizada, con una izquierda paralizada en una silla sin ruedas. Por lo tanto pienso que la venganza de aquéllos que tienen el coraje de encarnarla, debe ser amplificada en el dispositivo colectivo que denomino justicia por mano propia. Que nada tiene que ver con el derecho, pero mucho tiene que ver con la cultura. Donde en catacumbas reales o simbólicas podamos encontrarnos nuevamente en los dolores de nuestros partos y en el dolor de nuestros abortos. Para que el análisis colectivo de nuestra implicación sea posible, perforando los corralitos partidarios, pero abriendo las tranqueras ideológicas, éticas, afectivas. Abandonar por un tiempo la ecolalia que otro mundo es posible, porque la derecha tiene muchas otras opciones que ofrecer. Quizá lo más doloroso sea reconocer que para los sobrevivientes de una generación masacrada no hay otro mundo posible. Nuestro mundo es éste, el mismo que nos da la espalda, por no decir que nos muestra el culo. La militancia tiene dolores que las academias ignoran. De nuestros dolores aceptados, de nuestras venganzas consumadas, de nuestros odios expresados, es posible que se abra una nueva instancia germinadora. Una reparación mítica, de aquello que se perdió en el camino, pero que podemos reencontrarlo construyendo caminos diferentes. Entonces, todo reencuentro será un encuentro. Con alegría y con dolor, porque seguimos vivos y porque estamos muertos. La muerte nos habita, pero también mucho de vivo conservamos. Pero ya no podemos ser realistas pidiendo lo imposible. Lo posible está mucho más cerca, y a pesar de eso, quizá no lo alcancemos. La alianza fraterna ya no combate al protopadre de la horda. Negocia con él. Y no es difícil, como en la película Recursos Humanos, que el hijo reprima al padre. Como es evidente, prefiero la expresión reparación mítica a refundación, del tipo que fuera. Porque la dimensión mítica, tanto histórica como teórica, quizá permita superar la propuesta de Oesterheld del “héroe colectivo” para un tránsito al “colectivo de héroes”. Aquellos que están dispuestos a sostener el dolor para construir una nueva dimensión del placer.
Como escribió Rodolfo Walsh, “del placer moral de un acto de libertad”.

 

Alfredo Grande
Psicoanalista
alfredo [at] carlosgrande.com

 

Notas
1  Parecería que utilicé al quirófano como analizador, finalmente.
2  Se refiere al tránsito intestinal, porque el mental pareciera definitivamente atascado.
3  Mendel, Gerard, Sociopsicoanálisis 2, Amorrortu Editores.
4  En la película V de Venganza, de los hermanos Wachosky, el vengador se lo explica a la joven Evey. En el Centro Cultural América Libre de la ciudad de Mar del Plata coordiné un debate sobre esta película basada en un comic de los años 80 contra las políticas de Margaret Thatcher.
5  Hasta el último segundo del siniestro programa, esperé que el maestro socialista ahorcara en cámara al despreciable represor.
 

 
Articulo publicado en
Agosto / 2007