Hace ya tiempo que la clínica nos viene interpelando de un modo acuciante, sacudiendo anteriores referentes conceptuales, dispositivos y modos de intervención. Los servicios hospitalarios se encuentran desbordados por demandas tan perentorias como difíciles de abordar con el instrumental teórico - clínico que era habitual años atrás. Se trata de situaciones individuales o vinculares que requieren múltiples abordajes y ponen a prueba a los equipos terapéuticos, en una tarea clínica que por momentos semeja un batallar sin pausa contra la pulsión de muerte. Pulsión de muerte operante no sólo a nivel de la subjetividad, sino también desencadenada desde lo social, en estos tiempos de incertidumbre, exclusión, violencia y fragmentación. La violencia social que pone en juego las condiciones mínimas de la subsistencia para gran parte de la población, atraviesa todo el entramado social y repica en las violencias perpetradas a nivel individual y vincular. Accidentes, suicidios, implosiones corporales, explosiones familiares, consignan gran parte del cuadro de situación en estos momentos.
La desocupación, forma pregnante de la actual violencia social, comprime desde diversas vertientes una significación aterradora que desmantela el proyecto identificatorio y los cimientos mismos de la identidad en su anclaje social. No hay ocupación, no se ocupa un lugar, no existe ese lugar a ser ocupado. No hay espacio vacante, cada uno es ninguno.
Bajo este panorama, el otro aparece primordialmente como un riesgo : ya sea competidor o enemigo, conlleva un peligro. Los noticieros abundan en imágenes recurrentes de situaciones de violencia cotidiana, que resuenan como eco una y otra vez. Robo, secuestro - express, asalto, defensa propia, son significantes que circulan en cuanto discurso compartido tenga lugar. . Sin embargo, también se constituyen otros lazos, donde el otro - el vecino, el compañero - es un semejante con el cual entablar un vínculo solidario o fraterno.
Si bien la clínica muestra en todo tiempo y lugar lo sintomal de la propuesta social en que se inscribe, en la actualidad amplifica en su dramatismo la imposibilidad de considerar la subjetividad como interioridad desgajada de las redes vinculares y sociales.
Cómo tratar estas problemáticas psíquicas sin incluir de inmediato las condiciones productivas sociales? De qué modo incluirlas y cómo construir una red que entrame, considerando además que todos nosotros, en tanto sujetos sociales, estamos atravesados por las mismas situaciones?
Subjetividad y cultura
Para comenzar a abordar estos interrogantes, parto de la noción de una subjetividad hecha de vínculo y cultura. La lectura conceptual de esta perspectiva considera a la subjetividad, el vínculo y la cultura como tres dimensiones que cohabitan en cada ser humano: en cada una de ellas están las restantes. Si bien no se subsumen las unas en las otras, resultan inseparables.
Si la singularidad sólo se define en relación a los otros, a la vez la materia prima del lazo vincular y social es libidinal e integra en sus vaivenes la dialéctica irreductible del conflicto entre las pulsiones de vida y las de muerte. Eros y Tánatos juegan su partida en cada institución, en cada micro y macrocultura. De este modo, lo social no es un exterior en interacción con una supuesta interioridad subjetiva. Produce sujetos y vínculos. Estos, a la vez, son los constructores de la cultura, en una dinámica que despliega la tensión entre lo instituido y lo instituyente, entre la tendencia a la permanencia y la posibilidad creadora.
La articulación cultura - subjetividad no sólo atañe a la constitución subjetiva. También la lectura del lazo social se ve enriquecida por una mirada que incluya lo singular.
Complejidad ésta, que aborda lo humano como un entre , precipitado de condiciones que por lo demás no se agotan en la primera infancia, tal vez justamente porque lo humano sea inagotable. La noción de un psiquismo abierto, cuyas condiciones inaugurales no excluyen la producción de nuevas marcas a partir de los diversos cruces que la vida posibilita, forma parte de esta perspectiva.
Al situar la subjetividad en la encrucijada de múltiples condiciones de producción, abiertas a nuevas y heterogéneas inscripciones, esta perspectiva amplía la lectura psicoanalítica del sujeto. Esta no queda, pues, acotada a un campo determinístico inaugural ni a la noción de un inconsciente entendido como reservorio interior. Abre camino así a la inclusión de lo azaroso y de lo acontecimental.
Esto, desde los comienzos mismos de la vida, en que la construcción psíquica se produce a partir de la metabolización de los encuentros. La subjetividad puede entonces ser considerada producción intersubjetiva y social, por ende, históricamente constituida. Sin embargo, no es historia coagulada sino historización permanente, en relación a las marcas productivas que los encuentros con los otros y con la experiencia cultural van produciendo a lo largo de la vida.
De modo que en el psiquismo, abierto a nuevas inscripciones, confluyen las marcas infantiles con aquéllas que se producen a partir de los encuentros ulteriores. Desde este punto de vista, cada vínculo y cada experiencia ligada a la inserción sociocultural, porta en si la potencialidad de activar aspectos diversos de la subjetividad y a la vez de crear marcas diferentes.
Así es que la intersubjetividad y la experiencia social imponen al psiquismo una exigencia de trabajo a lo largo de toda la existencia.
Por lo demás, estas consideraciones se apoyan en la historicidad del eje salud - enfermedad. No sólo porque el abanico psicopatológico se conforma como respuesta sintomal a las discursividades sociales. Sino también porque éstas definen qué se considera sano o enfermo según el imaginario colectivo vigente.
De modo que aquéllo que las actuales circunstancias por las que atravesamos en nuestro país pone de manifiesto de modo ineludible - la inscripción del sufrimiento psíquico en los tejidos relacionales y socioculturales - es propio de cualquier época y lugar. Esto abre visibilidad sobre aspectos esenciales de nuestras propias herramientas conceptuales, asi como sobre nuestro posicionamiento teórico - clínico. La apoyatura de la teoría y la práctica psicoanalíticas en condiciones de producción de época aparece a plena luz. Nos interroga. Y nos obliga a complejizar nuestros saberes previos, a fin de enriquecer nuestros recursos terapéuticos en el abordaje de nuestra multifacética práctica actual.
Identidad, identidades.
Desde esta perspectiva, la identidad misma puede ser considerada producto intersubjetivo y cultural. El Yo, construido como sabemos por identificaciones, es en si mismo un entramado complejo en el que se anudan diversas dimensiones tales como el narcisismo y la vida pulsional, en un tejido inseparable de la urdimbre relacional y social.
A partir de ese Yo inaugural al que Piera Aulagnier definió como sombra hablada - proyección del discurso parental y social - habrá un incesante trabajo psíquico de composición y recomposición identificatoria.
En ocasión del atravesamiento por diferentes crisis, entre las cuales la crisis edípica es central, la captura en un lugar y una identidad anticipados desde fuera puede reestructurarse y dar espacio a nuevas identificaciones y a diferenciaciones crecientes del Yo respecto de la sombra hablada. La certeza de una identificación única cae y cierta flexibilidad identificatoria multiplica ese primer espejo único y necesario en una red de espejos familiares, grupales y sociales.
Por lo demás, la unidad yoica incipiente es indisociable del discurso cultural : la sombra hablada no sólo es proyección del imaginario familiar sino también encarnación del imaginario social. A través del contrato narcisista entre la pareja parental y el medio social, el recién nacido es anticipado e investido como sujeto del grupo y normalizado de acuerdo con el imaginario colectivo.
La identidad, por tanto, no es un estado sino que constituye un proceso complejo, inacabado e inacabable, cara oculta como sugiere Aulagnier del trabajo de historización del Yo.
Permanencia y cambio constituyen de este modo los dos ejes del devenir identificatorio.
Al respecto, la autora dice : El yo es el redactor de un compromiso identificatorio : el contenido de una parte de sus cláusulas no deberá cambiar, mientras que el contenido de otra parte de ellas tendrá que ser siempre modificable para garantizar el funcionamiento de esta instancia. Podría parafrasear a Freud y añadir que el principio de permanencia y el principio de cambio son los dos principios que rigen el funcionamiento identificatorio. El Yo es este compromiso que nos permite reconocernos como elementos de un conjunto y como ser singular, como efecto de una historia que nos precedió mucho antes, y como autores de aquella que cuenta nuestra vida, como muertos futuros y como vivos capaces de no tener demasiado en cuenta lo que ellos mismos saben acerca de este fin.
De modo que tal vez podríamos referirnos a una continuidad que nos vertebra en la identidad, y que sin embargo no hace obstáculo a las identidades plurales que constituyen al yo en sus diversas y heterogéneas experiencias con los otros.
Alteridad y castración
El modo de tramitación de los avatares identificatorios y de la subjetividad se articula con la dimensión de la castración, y posee estrecha relación con la mayor o menor aceptación de la alteridad.
Si, tal como lo formulara la misma Piera Aulagnier, la angustia de identificación y la angustia de castración son convergentes, el posicionamiento subjetivo en relación a la castración posee implicancias tanto para la identidad como para el reconocimiento de la otredad.
Fundamentalmente, al situar un punto de carencia irreductible a cualquier intento de sutura, la castración instaura una lógica de la incompletud que, en su simbolización, atañe tanto al propio sujeto como al Otro. Es en este sentido que la castración como marca de incompletud abre camino al reconocimiento de la alteridad, por ende de la diversidad. Esto modifica el posicionamiento subjetivo, la relación del Yo con el ideal y también la relación con el otro, un otro con categoría de prójimo. Es decir, de semejante y diferente a la vez.
Una de las dimensiones en que se dirime la prueba de la castración es la que implica la renuncia a los atributos de la certeza. La posibilidad de la duda, del saber que no se sabe, descompleta cualquier universo de sentidos y, al situar un punto de falla, promueve la actividad del pensamiento.
Cuando esta operatoria se encuentra obstaculizada, un destino posible es el de la alienación del pensamiento.
La alienación como patología psíquica, vincular y social, propone la adhesión al pensamiento ya pensado por otro, sea éste un texto, una persona, una institución o un discurso social. Implica la abolición de la alteridad, dado que se basa en la sujeción a un pensamiento único. Por esto es uno de los mecanismos de que se vale cualquier poder para convalidarse. Reposa en una tendencia a creer en la palabra de un Otro que oficie de garante para esquivar el trabajo del pensar singular.
Conviene agregar que la alienación no sólo se exterioriza a nivel de las convicciones en el pensamiento sino también en el plano de la acción. Una acción tan naturalizada que no exige pensar.
Crisis social y práctica actual
En qué nos ayudan estas consideraciones para una lectura de las circunstancias por las que atraviesa nuestra práctica en la actualidad?
Por una parte, porque considerar la cuestión de la castración desde un ángulo no exclusivamente centrado en la novela edípica, posibilita situarla como operador teórico de una lógica de la incompletud que amplía su eficacia al campo de lo social. Al situar un punto de carencia irreductible, logra abolir la ilusión de un garante absoluto, produciendo un vaciamiento simbólico del lugar del poder y del saber.
En tal caso, el abanico identificatorio se abre, y la tendencia a la alienación se atenúa. En este sentido, la singularidad, tanto a nivel del pensamiento propio como en el plano de identidades no coaguladas que admitan que nadie es idéntico al otro, ni tampoco a si mismo a lo largo de la vida, se correlaciona con la aceptación de la otredad.
Y cuando la simbolización de la castración, propia y del Otro, convierte a todo otro en un semejante, las condiciones para la instalación de un lazo fraterno horizontal y subjetivante se encuentran facilitadas.
Singularidad y pluralidad se entrelazan invariablemente. Como dice Hannah Arendt,
La pluralidad es la condición de la acción humana, porque somos todos iguales, es decir, humanos, sin que nunca nadie sea idéntico a otro hombre que ya haya vivido, que viva o vaya a nacer en el futuro.
Notablemente, la autora habla de acción humana. Una acción que, para ella, es indisociable del pensar singular.
La crisis actual por la que atraviesa la Argentina es de tal magnitud y complejidad que cualquier aproximación a su descripción resulta precaria.
Abordaré una vertiente : la que hace a las rupturas del contrato social, en particular del contrato narcisista. Considero que dichas rupturas poseen efectos múltiples que atañen a la subjetividad y también a la vida familiar, grupal, institucional y social. Con las consecuencias no menores en la índole del sufrimiento que llega a la consulta en la actualidad.
La ruptura del contrato narcisista trae aparejada, ni más ni menos, que la caída de la garantía de un lugar en el espacio social. Como si el país entero portara un cartel : no hay vacante.
En ese contexto, los referentes identificatorios tambalean. El hombre ya no es el sostén económico del hogar. A menudo, como sabemos, lo es ella. O los hijos, que declinan el eventual proyecto idenificatorio propio para pasar a sostener como pueden a los progenitores.
Esto, en el mejor de los casos : otras veces la desocupación alcanza a todos, produciendo como es obvio situaciones de desvalimiento social y desesperación.
Pero no es sólo la falta de ocupación. Es, a la vez, el tembladeral identificatorio. La identidad en su ilusión de continuidad, las identificaciones previamente construidas, resultan desmanteladas en aspectos tan esenciales como los hábitos cotidianos, las rutinas temporo - espaciales, los modos de organización del transcurrir de los días. Los parámetros imaginario - simbólicos que vertebraban la vida en grupo y en sociedad trastabillan.
Para colmo, la imprevisibilidad social torna difícil la construcción de proyectos identificatorios alternativos. Con lo cual la sensación de inestabilidad y de vulnerabilidad impregna la vida social actual, produciendo desamparo, pánico, desesperanza
y violencia.
Todo esto, en un contexto ideológico basado en la lógica del consumo como propuesta de bienestar individual y colectivo. Paradoja : quienes no encuentran un lugar como productores son apelados como consumidores. Los noticieros alternan imágenes que exhiben la indigencia con pausas publicitarias que instan al consumo.
Muchas consultas actuales, referidas por ejemplo a estallidos en el seno familiar, guardan alguna relación con lo que podríamos denominar como el síndrome de la clase social perdida.
Para amplias capas de la clase media empobrecida, el abandono abrupto de hábitos de consumo consolidados y aún de referentes de la identidad social tales como la vivienda propia o el colegio de los chicos, provoca un desmantelamiento identificatorio que requiere de mucha elaboración para no resultar arrasador.
A la vez, la situación que venimos viviendo ha socavado profundamente la credibilidad en los estamentos de poder y en las instituciones. A la tan mentada devaluación de la función paterna en el mundo globalizado, se añade aquí el descrédito de gobernantes, jueces y de todas las jerarquías en el plano institucional y social. La corrupción, el manejo discrecional del poder, y la impunidad han producido la caída de la confiabilidad en un contrato social legítimo. No sólo ha habido una pérdida de ideales totalizadores y de anteriores certidumbres. También hubo una pérdida en la ilusión de garantes que aseguraran la no arbitrariedad de las reglas del juego.
Esto produce efectos considerables en lo que hace a la identidad , al proyecto identificatorio y a la posición respecto del semejante.
Considero que sus derivaciones son múltiples y contradictorias. Por una parte, en tanto producto del desvalimiento y la ausencia de simbolización, pueden dar lugar a situaciones de gravedad en el plano individual y colectivo. .
Por otra parte, cuando la pérdida de la garantía identificatoria logra ser simbolizada, esto puede resultar propiciatorio para instaurar otras alternativas del lazo social. Entre ellas, una alternativa de lazo horizontal y de solidaridad con el semejante.
Considero que ambas vertientes están presentes en estos tiempos, conformando una escena social rica y de gran complejidad, cuyas derivaciones son difíciles de anticipar.
La puesta en cuestión de identidades y certidumbres provoca tanto problemáticas de vacío, desubjetivación y fragmentación, como modos inéditos de recomposición identificatoria y del lazo social.
Por una parte, se producen situaciones de disolución, por la otra, reagrupamientos identificatorios con instalación de lazos de paridad.. El otro aparece, según los contextos, como un enemigo peligroso o bien como un prójimo con quien entablar un vínculo solidario. Padecemos violencias múltiples, alienación, peleas de pobres contra pobres, situaciones de vulnerabilidad y de crueldad social. Tambén aparecen situaciones que promueven alternativas plurales y creativas frente a la crisis. Asambleas vecinales, redes solidarias, esfuerzos personales y colectivos : más allá de las estructuras jerárquicas, parte del colectivo se hace presente de modo horizontal. En la tarea clínica considero importante rescatar el enorme esfuerzo e interés por parte de los profesionales de la salud mental en el arduo trabajo clínico relativo a una práctica tan atravesada por la pulsión de muerte.
Estaremos en presencia de nuevas alternativas identificatorias, de nuevas conformaciones del lazo, a partir del descrédito de las instancias anteriores del poder y del saber ?
De qué modo procesa cada uno de nosotros estas dimensiones de la actual crisis, que también nos interrogan en nuestros propios proyectos y referentes identificatorios, como psicoanalistas y como participantes del momento social actual?
Al respecto, el término identidades nos abre a múltiples e ineludibles reflexiones.
Susana Sternbach
Psicoanalista
susanasternbach [at] hotmail.com
Bibliografía:
Arendt, Hannah : Eichmann en Jerusalen. Un estudio sobre la banalidad del mal.
Ed. Lumen, Barcelona, 1999
Aulagnier, Piera : La violencia de la interpretación. Ed. Amorrortu, Buenos Aires,1977
Los dos principios del funcionamiento identificatorio : permanencia
y cambio. En “Cuerpo, historia, interpretación”, Paidós,1991
- Kristeva, Julia : El genio femenino ; Hannah Arendt. Paidós, 2000
- Sternbach, Susana Apuntes sobre lo fraterno en el lazo social. (en prensa)