La cuestión de la simulación es una de las problemáticas más complejas en el trabajo clínico. La regla de asociación libre y atención flotante tiene como prerrequisito que el paciente diga todo lo que piensa con la menor censura posible. Pero si un paciente oculta o directamente simula, ¿cuáles son las herramientas con las que contamos? En este punto la brújula de la contratransferencia y transferencia son capitales para poder operar. El siguiente fragmento nos pone directamente en dicha situación y en la operatoria analítica. Una psicoanalista y un psiquiatra avanzan con sus comentarios para enriquecer teórica y clínicamente el trabajo con estas situaciones.
Relato Clínico
Antonio llega al tratamiento derivado por la analista de su mujer. Tiene 40 años, casado desde hace 15 años, dos hijos: Gustavo de 14 años y Antonio José de 11 años. Es ingeniero y trabaja como contratado para una empresa multinacional en la construcción de su planta operativa. Su mujer, María, es contadora y desempeña su actividad en una financiera. Hijo único, su padre camionero y su madre ama de casa.
Consulta porque no se siente seguro en su trabajo por su condición de contratado, el sueldo es muy bueno y piensa que va ser muy difícil encontrar un trabajo de esas características, es su primer trabajo bien remunerado y lo desempeña desde hace 5 años, teme perderlo, lo cual lo tiene muy angustiado.
Durante las primeras entrevistas relata que su padre, huérfano de madre y padre desde muy chico y muy pobre, había podido hacer una muy buena posición económica. Pertenecía a la rama humilde de una familia adinerada de una localidad del gran Buenos Aires. La madre única hija mujer de una familia de tres hermanos varones, de clase media y con un nivel intelectual superior al del padre, era vecina de la misma localidad. Piensa que la madre se casó por el apellido, y no porque lo quisiera al padre y por eso vivía deprimida desde que él tenía 8 años. Describe al padre como bruto y agresivo.
Fue educado en una escuela de curas durante el primario y el secundario, fue excelente alumno, abanderado casi todos los años. Considera que esa educación lo convirtió en alguien muy tímido y muy reprimido en la sexualidad. Tuvo algunas noviecitas durante la adolescencia, pero no mantenía relaciones por temor al pecado. Considera que eso fue muy perjudicial para él y que lo hizo sentir inferior a los demás durante los años de universidad. Le costó mucho recibirse, el gran impulso para terminar se lo dio su relación con María. Se conocieron en Mar del Plata. Él estaba de veraneo y ella visitaba a su familia ya que era oriunda de allí, pero trabajaba en la Capital. Se había recibido de contadora hacía unos años en esa ciudad, trabajaba muy bien y su experiencia sexual era superior a la de él, además, todavía no trabajaba. “Me superaba en todo, hasta en la edad tiene casi dos años más que yo”, dice en la segunda entrevista. Se recibe y se casa a los 25 años. Su padre les regala un departamento y un tío le consigue un trabajo en un estudio de ingeniería como calculista de estructuras. Había tenido una experiencia terapéutica entre los 23 y 25 años, para superar sus inhibiciones sexuales y sus dificultades en el estudio.
Convenimos trabajar con dos sesiones semanales. Y eligió recostarse en el diván.
Durante las entrevistas, mientras escuchaba al paciente recordaba una vieja canción, que en mi juventud cantaban Los Plateros, llamada “El gran simulador”, en el primer momento lo viví como una distracción mía, pero luego pensé tenerlo en cuenta como una vivencia contratransferencial. Sus ademanes un poco sobreactuados, chistes y una gran necesidad de hacerse el simpático, por momentos, me causaban rechazo.
En los primeros tiempos del análisis la temática era el trabajo. Su temor a perderlo y sobre todo quedar descolocado frente a su mujer, justo ahora que había podido igualarla en el aspecto laboral, decía que era una preocupación constante, le afectaba en el sueño y en casi todos los aspectos de su vida cotidiana, pensaba constantemente. En una sesión que entra haciendo un chiste e inmediatamente repite su preocupación laboral, le digo mi vivencia contratransferencial:
-Antonio, muchas veces mientras Ud. habla yo recuerdo una vieja canción que en mi juventud cantaba un conjunto llamado “Los Plateros”, “El gran simulador”. Como esto me ha pasado varias veces creo que debe tener algo que ver con Ud.
-Si hermosa canción, después la cantó Freddie Mercury, la tengo por él es una de mis preferidas. Si quiere se la copio.
-No gracias, prefiero que pensemos si tiene algo que ver con Ud.
-Yo soy un artista, siempre estoy haciendo que la gente se ría. Mi mujer dice que soy un pesado.
-Comienza con un chiste, luego dice que está muy angustiado ¿será su forma de expresar la angustia?
-Sí puede ser, no quiero que se me note… (piensa un rato)… En realidad esto de simular… (vuelve a pensar) … yo en el trabajo en este momento estoy simulando que tengo trabajo, pero invento cualquier verdura, mi trabajo terminó. A mi me contrataron para dirigir la obra, y la obra se terminó. En cuanto se aviven me echan a la mierda.
-Si sabe esto ¿no sería mejor para Ud. buscar otro trabajo o plantearlo y ofrecerles algún servicio que ellos necesiten?
-Me da miedo quedarme sin nada.
-De esta forma se va quedar sin nada.
Al poco tiempo le ofreció a la empresa coordinar el mantenimiento del edificio, dado que por haber dirigido la obra conocía instalaciones del mismo, lo cual fue aceptado pasando a revistar como personal de planta.
A partir de ese momento comienza a traer a las sesiones los conflictos con su mujer.
-Ella me trata mal, me desvaloriza, me hace quedar como un nabo frente a los chicos.
-Lo está malcriando a Gustavo, solamente piensa en las marcas y siempre quiere comprarse lo que tienen sus compañeros, ella le da todos los gustos, cuando yo le quiero enseñar, me dice que soy un tacaño.
-Me dice que yo como ingeniero tendría que estar haciendo edificios, puentes, caminos. ¿No sabe que la construcción está parada? Y me lo dice adelante de los chicos, es igual a mi vieja que le decía a mi papá que era un camionero bruto. Pero gracias a él vivía como una reina.
Con la revalorización de su padre, comienza a tener un vínculo más independiente con sus hijos, los lleva a hacer deportes, van a la cancha, le importa menos lo que la mujer piense de él. A partir de esta distancia puede comenzar a pensar que la odia.
-La odio como mi padre odiaba a mi madre. A veces cuando mi vieja lo jodía demasiado, el viejo pegaba un puñetazo en la mesa y gritaba ¡Basta! Yo me cagaba en las patas por que la cara que ponía y los ojos eran de un asesino. Yo allí pensaba que mi vieja era la víctima de él, ahora pienso todo lo contrarío. Pero mi vieja nunca lo engañó.
-¿A que viene eso del engaño?
-¡Como dicen Uds. los psicoanalistas, dejamos acá! Si me animo en la próxima se lo cuento.
Relata que al poco tiempo de casados la esposa decide cambiar abruptamente de trabajo y se va a visitar a su madre a Mar del Plata, cuando recién venían de la luna de miel. El decide ir a buscarla porque no entendía nada y allí ella confiesa que estaba manteniendo un vínculo amoroso con su jefe desde hacía un año y la única forma de cortarlo era yéndose del trabajo. Antonio se vuelve solo a Buenos Aires, entra en una profunda depresión. Quiere separase pero no puede soportar la idea de tener que confesarle a su familia y sus amigos la verdad. Su analista le recomienda que la vaya a buscar y que él les ofrecía un espacio para elaborar esta situación. Viven separados un tiempo en la misma casa, ella le pide disculpas, lloran juntos mucho tanto en terapia como en la casa. En esos días él ve un aviso en un diario que un banco daba créditos a los recién casados para comprar departamento y piensa: qué bueno podrían tener un departamento más amplio y tener hijos. Consiguen el crédito, ella cambia de trabajo y queda embarazada y no se habla más del asunto.
Reavivar estos recuerdos hace que el paciente regrese al conflicto del cual había renegado durante tantos años. Las peleas con la mujer son cotidianas y muy agresivas. Ahora sí quiere separase, pero sin que se sepa la verdad y sin costos económicos para él.
-¡Es una hija de puta, ella me cagó y ahora se quiere quedar con todo! Siempre quiere ser superior, dice que ella siempre ganó más y no reconoce que mis viejos pusieron la guita del primer departamento! La verdad que si me hubiera separado en aquel momento me hubiera quedado con todo yo, porque estaba a mi nombre como soltero.
-Se protegió de la vergüenza pública por el engaño, pero se condenó a este sometimiento.
- Me va a volver loco…. loco…. (permanece en silencio un buen rato) Me parece que se me ocurrió una buena idea.
A partir de esa sesión comienza a pergeñar un plan. Su mujer lo está volviendo loco lo cual sería una causa justa de separación. No duerme, se levanta de noche peleando, comenta esta situación con los amigos, en el trabajo y con los parientes.
-Anoche me levanté a los dos de la mañana y rompí los falsos Rolex, ella compró relojes falsos para figurar, fui al garaje agarré un martillo y los rompí a martillazos, se asustó mucho creía que también había un martillazo para ella. Me dijo: estás loco ¡Siii vos me volviste locoo! ... Creo que me va a tener que internar, ya no respondo por mi, ya no soy dueño de mis actos. Ud. como mi analista me tiene que internar.
-Antonio Ud. sabe que esto es una simulación, hace unas cuantas sesiones dijo que se le había ocurrido una buena idea y la está llevando a cabo.
-Me voy. Ud. va a ver que estoy loco.
Esa tarde me llamó su mujer, Antonio se había auto internado, había llamado desde la esquina del consultorio a la guardia psiquiátrica de su prepaga y logró su internación. Concurro esa misma noche al establecimiento, donde me informa la médica de guardia que el paciente había entrado a los gritos en un alto grado de excitación psicomotriz, confuso, pensando ella que se trataba de un brote psicótico. La entrevista que había mantenido con la mujer, que le comentó los episodios de los últimos días, avalaba su diagnóstico. El paciente estaba sobremedicado y fue imposible conversar con él.
Al otro día, a pesar de que estaba confuso por el efecto de la sedación pudo decir que tenía miedo que su prepaga no le reconociera el pago de la internación, pues a la otra mañana le realizarían unos test psicológicos para evaluar su situación. A la mañana siguiente fui llamado desde la clínica por la médica de guardia, la cual me informó se negaba al tratamiento y que quería hablar urgente conmigo. Converso con el paciente.
- Estoy desesperado, si en los test salta la verdad voy a tener que pagar todo yo.
-Trate de estar tranquilo, vamos a ver que podemos hacer.
Me reuní con los médicos de la clínica y el auditor de la prepaga y expliqué el caso, que ya llevaba dos años de tratamiento conmigo y que mi evaluación era que el paciente se había autosugestionado con su plan de separación sin costos. Los psiquiatras siguieron insistiendo que era un brote psicótico. El auditor se inclinó por mi opinión, y le autorizó dos días más de internación con una medicación ansiolítica. Antonio se retiró a los días de la clínica y se instaló en la casa de sus padres, iniciando así su camino de separación.
El relato clínico surgió a partir del trabajo de casos clínicos del Consejo de Redacción.
El analista que escuchaba una canción
Rubén Sebastián Melero
Psiquiatra
rubensmelero [at] yahoo.com.ar
A mi amiga María Mesquida por acompañarme en la lectura del material clínico y ayudarme a pensar algunas cuestiones.
Fui convocado a participar de este ateneo psicoanalítico de Topía y apenas recibí el material supe de la complejidad de la tarea; sobre todo porque abordar la noción de contratransferencia implica trabajar las diferencias teóricas y clínicas que, desde Freud hasta la actualidad, han generado acalorados debates y puntos de fricción y ruptura dentro del campo del psicoanálisis. Trataré, pues, de hacer algunas puntuaciones y acotar la cuestión, para no abrir en exceso el abanico de un tema que tiene muchísimas aristas con diversas implicancias en el trabajo cotidiano de los analistas.
La idea es articular el material clínico -apenas un recorte de dos años de análisis- con algunas cuestiones teóricas que me parecen pertinentes y, creo, servirán para recordar algunos momentos cruciales en los que se forjaron cambios en los alcances del concepto de contratransferencia.
Antonio habla del temor a perder su trabajo y “quedar descolocado frente a su mujer, justo ahora que ha podido igualarla en el aspecto laboral”. Ella lo supera en todo. Este sentimiento lo lleva a la historia de sus padres. Sigue asociando…
El analista lo escucha. Hay un ruido de fondo, una canción que recuerda cada vez que trabaja con Antonio. Por momentos, hay ciertos decires, actitudes del analizante que le causan rechazo. Pero calla, no cree oportuno plantearlo, se “sofrena”. Esta es la palabra con la que se traduce el vocablo alemán niederhaltung, utilizado por Freud en relación a la contratransferencia, donde la indicación era llevar estas cuestiones al espacio del propio análisis, ya que, en tanto inconcientes, podrían constituirse en factores perturbadores de la cura, verdaderos obstáculos en la práctica.
Por aquellos tiempos (1908) Freud recibió una carta en la que Sándor Ferenczi le confesaba: “Tengo una excesiva tendencia a considerar como propios los asuntos de los enfermos”. Esta sería la primera mención a lo que, más adelante, Freud llamaría contratransferencia. La posición de Ferenczi fue, durante mucho tiempo, solidaria con la de Freud. Pero más tarde tomó distancia y produjo un viraje al proponer lo que denominó “análisis mutuo”, en el que el analista hablaba sobre sus propias reacciones en presencia del paciente.
El tema sigue haciendo ruido y el analista de Antonio decide plantear, en sesión, su vivencia contratransferencial. Le dice: “Antonio, muchas veces mientras usted habla yo recuerdo una vieja canción que en mi juventud cantaba un conjunto llamado ‘Los Plateros’, ‘El gran simulador’. Como esto me ha pasado varias veces creo que debe tener algo que ver con usted”
Este modo de intervención nos muestra un analista heredero de los desarrollos teórico-clínicos que, a partir de 1950, irrumpen en el campo del psicoanálisis y promueven el debate sobre la contratransferencia, en parte por el marco institucional en el que se producen, una IPA en la que prevalecen las posiciones anticontratransferenciales y, además, porque sus formulaciones marcan cambios significativos respecto de cierta línea que bajara Freud sobre el tema en cuestión.
Estos autores no reducen la noción de contratransferencia a la idea de dificultad, resistencia u obstáculo, y amplían su alcance al proponerla como un instrumento que puede favorecer el trabajo de un analista. Me refiero al aporte que hicieran figuras como Margaret Little, Lucy Tower, Paula Heimann, entre otros.
Vuelvo al análisis de Antonio. ¿Cuáles fueron los efectos de lo que podríamos llamar la enunciación de una impresión contratransferencial del analista?
Antonio, que había sido un excelente alumno de una escuela de curas, a punto tal de resignar su sexualidad por temor al pecado, obedece la consigna de su analista y comienza a asociar en la dirección propuesta.
-comienza con un chiste, luego dice que está muy angustiado. ¿Será su forma de expresar la angustia?
- Si, puede ser – contesta Antonio- no quiero que se me note…(piensa un rato)… En realidad esto de simular…(vuelve a pensar)…yo en el trabajo en este momento estoy simulando que tengo trabajo, pero invento cualquier verdura, mi trabajo terminó. A mí me contrataron para dirigir la obra, y la obra terminó. En cuanto se aviven me echan a la mierda.
Las intervenciones del analista contribuyeron a resolver el problema laboral.
Empezó a traer a sesión los conflictos con su mujer: el maltrato, la desvalorización, un engaño.
Antonio había caído en una profunda depresión al enterarse de la infidelidad de su esposa. Luego, cuando ella quedó embarazada, no se habló más del asunto, hasta ahora. Es evidente que el tratamiento reavivó algunas cuestiones no resueltas del pasado. Las peleas se tornaron cotidianas y muy agresivas. Cierta escena, sostenida durante años, comenzó a desarmarse. Desde la angustia, Antonio vuelve a jugar con la carta que le entregó su analista, la de “El gran simulador”.
El analista interpretó: “se protegió de la vergüenza pública por el engaño, pero se condenó a este sometimiento”.
-“Me va a volver loco…loco…”
A partir de esa sesión la situación se agrava ostensiblemente. Antonio habla de su padecimiento con familiares, amigos, compañeros de trabajo; también lo hace con su analista, pero no basta. Antonio no duerme, pelea con su esposa, la violencia aumenta, se levanta, va al garage, agarra un martillo y rompe a golpes dos relojes “falsos”. Su mujer se asusta. “Creía que también había un martillazo para ella”. ¿Busca una salida vía pasaje al acto? Ambos plantean la cuestión en términos de locura.
Antonio le pide a su analista: “Creo que me va a tener que internar, ya no respondo por mí, ya no soy dueño de mis actos. Usted como mi analista me tiene que internar”.
La lectura que el analista hace del sufrimiento de Antonio da muestras de una marcada convicción en sus vivencias contratransferenciales. “El gran simulador” sigue sonando.
-Antonio, usted sabe que esto es una simulación, hace unas cuantas sesiones dijo que se le había ocurrido una buena idea y la está llevando a cabo.
-Me voy. Usted va a ver que estoy loco.
Apenas sale del consultorio, llama desde la esquina a la guardia de la clínica psiquiátrica de su prepaga a la que entra a los gritos con un alto grado de excitación piscomotriz, confuso. La médica de guardia piensa que se trata de un brote psicótico. A los pocos días, Antonio se retira de la clínica y se instala en la casa de sus padres.
¿Simulación o pasaje al acto?
Pensar como simulación este desesperado intento de salida de un estado de locura, apelando a una internación en una clínica psiquiátrica, implica la posibilidad de que el análisis de Antonio prosiga bajo los influjos de ciertas cuestiones identificatorias propiciadas por el analista desde el momento de la confesión de su vivencia contratransferencial.
Entre simulación y actuación se arma un nudo que señala el valor de la contratransferencia en la experiencia analítica y, más allá de las controversias teóricas, los planteos sobre la contratransferencia sitúan el lugar del analista y su acto como fundamental en la cura.
Podríamos localizar, quizás, un comienzo de respuesta propia en la solución “loca”, loca pero propia, a partir de la que sucede una primera separación. Antonio se separa de su esposa y, más allá de ella, de los lugares de los que en su propia historia aparecía encadenado, capturado.
Se va trazando una dirección que iría, en este caso, del padecimiento que el temor (a perderlo todo) actualizado le genera, al acercamiento y confrontación con los tramos angustiosos vinculados al recuerdo de los sucesivos malestares de su historia. Esto se produce encauzado por la dirección que, en transferencia, propone el analista.
Pensar que este acto, que se presenta bajo la forma de una urgencia, que parece sorprender al analista (aunque Antonio lo haya anunciado), produce -en tanto pasaje al acto- un efecto de discontinuidad, de ruptura en el plano subjetivo. Implica que Antonio no será el mismo antes de entrar y después de salir de la internación, que funcionó como cura de su locura. Este acto que produce un cambio radical en la posición del sujeto, puede implicar, para Antonio, la posibilidad de un tiempo de apertura a nuevos tramos del análisis.
Lic. Susana Sternbach
Psicoanalista
susanasternbach [at] gmail.com
Pre-texto
Tal vez convenga comenzar por la música. Mientras un paciente habla, una vieja canción resuena en el analista. Atención flotante que el analista no desoye. La letra es sugerente y se verá que, en efecto, el paciente se identifica con ella. Veamos qué dice:
The Great Pretender
Oh yes I’m the great pretender
Pretending I’m doing well
My need is such I pretend too much
I feel lonely but no one can tell
Too real is this feeling of make believe
Too real when I feel what my heart can’t
conceal
Oh yes I’m the great pretender
Just laughing and gay like a clown
I seem to be what I’m not
El Gran Simulador
Oh, sí, soy el gran simulador
Simulando que me va bien
Mi necesidad es tanta que pretendo demasiado
Me siento solo pero nadie se da cuenta
Es demasiado real este sentimiento de
hacer creer
Demasiado real cuando siento lo que mi
corazón no puede ocultar
Oh sí, soy el gran simulador
Riendo y alegre como un payaso
Aparento ser lo que no soy
El analista, quien se sitúa dentro del campo transferencial, relata esta situación clínica a partir de una “ocurrencia” propia, no ajena a la escena en la que se halla junto con Antonio, su paciente. Es obvio que ni usted, estimado lector, ni yo misma, convocada a comentar este relato clínico, nos encontramos dentro del campo transferencial. Nuestra transferencia es con el material presentado. De modo que, aclaración preliminar mediante, habré de tomar este relato clínico como un ejercicio o un pre-texto para “jugar” a aproximar algunos conceptos. Estos, de ningún modo se propondrán establecer alguna “verdad” (término por otra parte esquivo, como veremos) acerca de Antonio, cuyo nombre seguramente también es una ficción, una simulación a los fines de esta presentación.
¿La verdad?
Vayamos entonces a la canción: el “simulador” es alguien que pretende ser quien no es. Doble acepción de “the pretender”: el que simula, pero también el que pretende. ¿Qué pretende? Pues que le va bien, que hace bien las cosas, que ríe y está alegre (como un payaso). Pretende demasiado, en este caso en el terreno del amor. Es ése el juego que juega; pero si bien nadie se da cuenta, él se siente solo. Demasiado real el sentimiento de hacer creer, demasiado real lo que a sí mismo no logra ocultar.
Volvamos a Antonio. ¿Simula? ¿Miente o desmiente? ¿Cuál es la “verdad”? Según la canción, es tan real el sentimiento de hacer creer como lo que no logra ocultarse a sí mismo. ¿La simulación porta una verdad? Antonio intenta todo el tiempo componer una imagen de sí mismo que oculta “la verdad”: demuestra alegría (hace chistes, se hace el payaso), pero no siente alegría. Hace ver que trabaja, pero dice que no tiene tarea. Decide separarse pero “sin que se sepa la verdad”. Hasta prefiere pasar por loco, para que alguna otra verdad que le concierne quede oculta. Es éste su modo de vida, y paga costos altísimos para sostener tanta simulación.
¿La verdad es lo que él trata de ocultar como una mancha vergonzante? ¿ O tal vez la” verdad” se encuentra en la simulación misma, o en todo caso en los hilos que entretejen la escisión entre el Yo que intenta “vender” y los aspectos yoicos que rechaza de sí?
Y, después de todo: ¿cuál es el estatuto de verdad para el psicoanálisis? Si la verdad siempre es esquiva, si como en el sueño hay un ombligo que es imposible traspasar, jamás podremos acceder por completo a ella. ¿Cuál es la verdad última de un sueño, de un lapsus, de una representación que se traslada a otra y a otra, siempre sustitutivamente?
¿La identidad?
Podríamos decir que Antonio tiene problemas de identidad. Entre quien simula ser y quien cree que es. Lo cual nos invita a preguntarnos acerca de los múltiples espejos en los que se refleja. ¿La identidad no es acaso una imagen especular, una máscara o una simulación? Y si el Yo no es monolítico, sino que se va construyendo como un magma de identificaciones heterogéneas, se nos abre un abanico de preguntas concernientes tanto a la historia identificatoria de Antonio, a los ideales engarzados en la tensión entre Yo Ideal e Ideal del Yo, como asimismo a la vertiente superyoica. En suma, a la dimensión del narcisismo.
Preso de una imagen ideal de sí (Yo Ideal) inalcanzable, muy alejada de su imagen empobrecida a la que atribuye carácter de verdadera, queda ubicado en una posición dependiente de la mirada de los demás, que es sobre todo la que él mismo proyecta. Supone que si no simulara, los otros lo verían como él considera que es: alguien siempre en riesgo de quedar sin lugar en el otro. Desde un narcisismo deficitario, donde nunca alcanza a emparejarse con su propio ideal, el superyó hostil lo acosa ordenando el cumplimiento de un imposible: ser otro, el otro idealizado. Nótese que nos estamos refiriendo al registro del ser y no del tener, sede de los atributos parciales. Dimensión totalizadora ligada al Yo Ideal, donde si no se encarna el ideal no se es nada. Pero cuanto más simula, más fracasa: por terror a perder, se expone a perder.
A la vez Antonio tiene dificultades para poder subjetivar y hacerse cargo de lo que le ocurre. Se implica poco y se mueve en un mundo especular donde se sitúa básicamente como objeto de lo que le hacen los demás: el colegio, su mujer, las empresas.
Desde esa posición objetalizada confunde la diferencia con el déficit; y la falla como déficit imaginario se presentifica en el lugar de la dimensión de la falta como castración simbólica. Lógica dual, donde queda poco lugar para la simbolización de la terceridad propia del atravesamiento del Edipo, que habilitaría para un proyecto identificatorio de parte de un Yo más a gusto en su propia piel, capaz de valorar sus logros y tolerar sus distancias con el ideal proyectándolas a futuro.
¿Y los vínculos?
Por momentos Antonio reproduce en acción lo que parece haber sido el conflicto entre sus padres: se coloca del lado de uno de ellos o del otro. Va mutando para que nada cambie y repite a dúo con su pareja los problemas parentales. “Es igual a mi vieja…la odio como mi padre odiaba a mi madre.” “Yo pensaba que mi vieja era víctima, ahora pienso todo lo contrario”. En cuanto a su relación de pareja, refiere haber elegido a María porque lo superaba en todo, ¡hasta en edad! ¿Como la madre habría elegido al padre, supuestamente superior en este caso por su apellido, pero que después la decepcionó siendo entonces el culpable de su depresión? En Antonio el mismo desnivel que lo llevó a investir a María, luego se le vuelve en contra porque se siente descalificado. De modo que se trata de una inversión de lugares fijos, donde lo que se juega es la rivalidad narcisista: quién es más o mejor, quién el culpable o el hijo de puta. Bueno vs. malo, superior vs. inferior, culpable vs. inocente, llegando hasta “simular” estar loco bajo la creencia de que los demás entenderían que la culpable de su locura sería su mujer.
Los vínculos de pareja se prestan de forma privilegiada al intercambio superyoico. Las decepciones respecto de las situaciones iniciales de enamoramiento y completamiento narcisista derivan con frecuencia no solamente en reproches al otro, sino en la decepción de la propia imagen a partir de la mirada o la recriminación del partenaire, quien puede pasar a corporizar el silencioso reproche propio.
No solamente el otro, el semejante de los vínculos intersubjetivos se presta a encarnar la instancia superyoica: ésta también se activa como angustia social, abrochada al superyó de la cultura. La distancia con el ideal, encarnado por “los otros” deviene autocrítica y reproche, fuente de padecimiento e inhabilitación interior. La distancia entre el Yo supuestamente verdadero y oculto y el Yo ideal, sueño imposible, se manifiesta como vergüenza. En esta situación clínica, lo socioeconómico posee una importancia notable al respecto. La madre, quien se habría casado por el apellido (es decir, no por el hombre), los rolex falsos para figurar, el dinero y sus emblemas, todo parece indicar, en consonancia con los ideales de época, la medida del valor de un sujeto en relación con la medida del valor de sus logros materiales. Entretejido complejo entre las vertientes intrapsíquicas, las intersubjetivas actuales, las gestadas en los intercambios vinculares en los que Antonio se constituyó y los ideales de la cultura.
El encuentro analítico es oportunidad fértil para establecer nuevas ligazones propiciatorias de subjetivación a partir del desanudamiento de la repetición ignorada en acto. La dimensión transferencial posibilita esta tarea en curso. Por ahora parece que Antonio va logrando a través de su trabajo analítico recomponer su Yo tan desvalorizado, posición que por el momento logra cuestionando su vínculo de pareja. La separación matrimonial en ciernes llevará posiblemente a nuevos interrogantes, a nuevos e imprevisibles caminos subjetivos.