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Huevos y dinosaurios

 
Los otros hijos

Cuando el mundo tira para abajo (1)
* “La idea de protegernos estaba en todas partes” (2), escribe Gabriela Cerruti sobre su vida de adolescente en Punta Alta, cuando era la íntima amiga de María Elena, hija del siniestro “Tigre” Acosta cuya actividad genocida en la ESMA les era desconocida tanto a Gabriela como a sus amigos. Agrega que había una constante advertencia inculcada a los hijos y sus amigos: “el terror a que les lavaran el cerebro” (3), y fundamenta más adelante: “Había cosas atroces que les habían pasado a jóvenes como yo, puros y con buenas intenciones, que se habían dejado convencer por ese monstruo acechante” (4).

Sin duda una amenaza efectiva para manejar la cohesión grupal: el bárbaro está como un lobo rondando la manada listo para atacar a los más débiles, esto es los niños y los jóvenes que “no saben del peligro apátrida que los acecha”.
* “Agradezco que mi padre se haya muerto antes de que yo tuviera la madurez necesaria para preguntarle sobre su desempeño en la dictadura militar. Me liberó de una confrontación que intuyo dolorosa”, dice en una reunión de amigos, una señora hija de un militar de alto rango durante la dictadura militar. Ni más, ni menos que anhelar que la muerte resuelva el conflicto entre generaciones por el ocultamiento del genocidio, algo así como que muerto el perro se acabó la rabia. La señora sigue sosteniendo y transmitiendo a sus hijos los mismos valores por los que su padre justificó sus asesinatos. ¿Cuáles serán las reacciones de los nietos del represor muerto? ¿Cuál será la respuesta de esta madre a sus hijos cuando pregunten por el abuelo militar? ¿Mantendrá el mismo silencio que sostuvo el vínculo filial con su padre pese a las atrocidades que sabe que cometió?
* “No puedo ir a España, temo que los subversivos intenten asesinarme“, le dice un familiar a un joven. A éste, que lo quiere mucho, se le dificulta darse cuenta que los juicios iniciados en España han puesto a su pariente en la mira de las leyes españolas, juez Garzón mediante. Los crímenes están justificados por aquél con los mismos argumentos que lo llevó a realizar los actos aberrantes por los que tiene captura internacional. El afecto funciona como obstáculo, en esta situación, para que el joven pueda comprender las siniestras acciones del querido familiar y las consecuencias que las mismas traen entre ellos.

 

Es mejor no estar atado a nada (5)

Un régimen en retirada deshonrosa no puede establecer una épica que legue a la posteridad una mitología acorde con cómo quieren ser recordados. Cuestión que no sólo le servirá a ellos y a su progenie -tal vez esto sea lo menos importante para las clases dominantes- sino que permitirá que los hechos centrales de la historia sean trasmitidos por los vencedores y la gloria personal sirva para ensalzar el dominio de los poderosos en la consabida operación de ocultar la opresión de las mayorías. No hay más que ver a Mitre como general respetable del genocidio que fue la guerra contra el Paraguay, la que dejó a este país en 1870 con su población reducida en un 70 % y sin hombres.
La Triple Alianza (¿No recuerda este nombre a la Triple A?) pese a que realizó un genocidio por encargo de los ingleses estableció una construcción de mitos, linajes y velos para que éstos funcionen como soportes imaginarios que no pueden ponerse en cuestión. Ni más, ni menos que una “historia oficial” que se sustentó en creencias que tuvieron valor de verdad absoluta. ¿La misma no se reproduce cuando se dice que “las paraguayas son minas fáciles” o que “Paraguay es un país trucho”? ¿No sigue hablando Mitre de esta forma?

 

Imaginen a los dinosaurios en la cama (6)

Los genocidas de la dictadura militar han establecido un férreo pacto de silencio como recurso para ocultar las barbaridades que han realizado, el mutismo sigue funcionando hoy con pocas fisuras. Colaboró en su eficacia las leyes que, una y otra vez, han dificultado el juzgamiento de los juramentados.
Sin mitos heroicos no hay gloria para los represores por fuera de su propio círculo -familiares, socios, amigos y lo más importante: las instituciones armadas y la iglesia católica-, que sostenga “su guerra contra el comunismo”. El rechazo social los condena motorizado por la tenacidad de las víctimas que va perforando el entramado del siniestro mutismo.

 

Llevando un montón de equipaje en la mano (7)

El pacto de silencio expresa que siguen pensando igual y que aquellos que se animen a salirse del mismo -esto es romper con todos los asideros familiares e institucionales que son sus soportes- reciben la amenaza del exilio y la exclusión. Se conocen casos de oficiales que durante la dictadura no aceptaron lo que estaban realizando sus camaradas de armas y se opusieron individualmente a los mandos. La estrategia institucional para con ellos fue hacer correr el rumor que eran comunistas y por ello era conveniente aislarlos. El destierro institucional funcionó de maravillas dado que estos objetores primero fueron aislados y luego derrumbados psicológicamente. Cayeron en depresión, adicciones, enfermedades terminales fulminantes, etc., que aniquilaron sus vidas.
Este pacto de silencio se sostiene en una dolorosa verdad mayor: la dictadura pudo establecer el modelo que el capitalismo mundial quería para la Argentina. Los militares fueron los brazos ejecutores de algo mayor que les pagó los servicios prestados tratando de ocultarlos de la justicia para lo cual se que produjo una colosal maraña judicial.
Esto es una victoria de las clases dominantes sin gloria y con poca posibilidad de figurar como una gesta en los libros de historia. Es bueno preguntase cómo funcionó la transmisión, el linaje, la lucha generacional bajo estas condiciones.

 

Estoy tranquilo, mi amor hoy es sábado a la noche... (8)

Nadie puede sostener seriamente que los familiares -sobre todos los hijos-, de los genocidas no saben lo que ha ocurrido. El pacto de silencio funcionó hasta ahora muy bien, sabemos que ese supuesto lavado de cerebro -el peligro al enemigo externo que se infiltra para destruir la familia, primero católica y luego argentina- fue una estrategia para domeñar las voces y actitudes de los amigos y familiares con la consecuente generación de sumisión a la institución -básicamente las fuerzas armadas y la iglesia católica- reforzando así la autoridad paterna de quienes se dedicaban a reprimir, torturar y asesinar, lo cual establece una base amenazante, paranoide de los vínculos familiares y sociales. No hay duda que han establecido un exitoso sistema que refuerza las razones de la dictadura, sosteniendo con ello que “los otros” eran el peligro “comunista y apátrida”. Muchos de esos familiares e hijos comparten y propagan la ideología con la que fueron criados y que han asumido como propia. Mantienen los negocios heredados que son derivaciones de las expropiaciones a los secuestrados y de los grandes negociados que hicieron dentro del estado argentino con las arcas públicas. Para ellos no hubo desbande, ni desorganización, por conveniencia personal o por acuerdo ideológico, nada distinto será promovido por estas personas. Claro que muchos se organizan para sostener la posibilidad de la restauración fascista, esperan “la restauración de la verdad histórica”.

 

... Un amigo está en cana (9)

La presentación judicial de Ana Rita Pretti, hija de un represor de la dictadura, pidiendo el cambio de apellido de su padre por el de su madre agrega una inédita posibilidad para que los silencios de los asesinos sean nuevamente puestos en cuestión. La información que “Saracho”, (alias con el que el padre de Ana Rita torturaba y mataba), daba a su familia era amplia: “Nos contó muchísimas cosas. La que más me atormentó fue que había matado a un chiquito. Me destrozó”. Esto muestra que existen represores que no quisieron simular nada y que, en este caso, existió un regocijo de las acciones llevadas a cabo.
Ana Rita atravesó un doloroso y costoso camino para poder enfrentar estos relatos de su padre, sus palabras son claras: “Mi padre estaba convencido de lo que hacía (...) ni siquiera el apellido, lo que más me lastimaba, era el sobrenombre ‘Saracho’... ”, en clara referencia a que por el mismo se lo denuncia como parte de la patota de Ramón Camps, Etchecolatz y Jorge Bergés. La presentación de Ana Rita además plantea que existen otros hijos de represores que se están reuniendo para tratar de reflexionar sobre sus experiencias de ser “los otros hijos”. Ana Rita lo expresa con claridad: “Nos rodea a todos el mismo terror: que nuestras familias estén silenciadas”.
La batalla de estos hijos que se comienzan a animar a hablar es importante para seguir derrumbando los silencios y terrores que la dictadura estableció. Además aparecen alternativas grupales, esbozos que demuestran que de las grandes simulaciones y mitificaciones salir solo es muy difícil y costoso. Que estos posibles encuentros recuperan algo de la experiencia de los militares que objetaron a la dictadura y que por quedarse solos, no animarse a cruzar el Rubicón, se autodestruyeron.
La posibilidad de esta ruptura está vinculada a que otro mundo más propio puede ser construido por estos hijos, alejado del chantaje emocional y político en los que fueron criados, sobre todo si sus familias siguen aceptando las mistificaciones de los genocidas.
Es necesario para ello construir vínculos de otro orden -no es un hecho menor que Ana Rita tenga militancia política en organizaciones de derechos humanos- que permitan romper con el linaje que los obliga a callar por terror. Esto demuestra, de otra manera, que el triunfo del fascismo siempre trae guerra y destrucción, más allá de los principios o causas que enuncia. El genocidio interno, la posible guerra con Chile, el delirio de la guerra de Malvinas, dan muestras acabadas del horror de la máquina de guerra puesta a funcionar por la dictadura y de los efectos que aún perduran. La presencia y decisión de Ana Rita contando el horror de su crianza lo reitera.

César Hazaki
Psicoanalista
cesar.hazaki [at] topia.com.ar

 

Bibliografía

(1), (5), (6), (7), (8), (9): García, Charly, Los Dinosaurios (rock).
(2), (3), (4): Cerruti, Gabriela, Herederos del silencio, Editorial Planeta, Buenos Aires, 1997.
 

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Articulo publicado en
Marzo / 2006