Noticias del mundo: Wall street
Las ilusiones del capitalismo en los países centrales comienza a derrumbarse con claridad. No hace falta mirar debajo del agua, la percepción viene de los propios estafados: obreros y empleados del primer mundo que no cobrarán las soñadas jubilaciones que los fondos de inversión les prometieron. La causa es la defraudación que los grandes grupos multinacionales están mostrando en sus balances, lo que constituye otro tipo de corralito para los ahorristas que ven caer sus futuras jubilaciones por el colapso de las grandes empresas emblemáticas (Xerox, Enron, Worldcom, Johnson & Johnson, por ejemplo).
Al mismo tiempo, ilustres y premiados intelectuales burgueses comienzan a bajarse del FMI, el Banco Mundial, etc. y hacen denuncias sobre la ineludible responsabilidad de estas instituciones en la crisis, sobre todo, en las denominadas economías emergentes, manipuladas por tales organismos al servicio de capital financiero.
Mientras esto ocurre, los poderosos establecen estrategias de guerra para distraer la atención del caos al que nos condujo el neoliberalismo.
La guerra hacia fuera, de baja o alta intensidad, poco importa, el terror sistemático hacia adentro, tal el eje de la política exterior e interior de los Estados Unidos. Allí las amenazas de bombas, bacterias y virus, llevan a la población a vivir en el miedo permanente a la catástrofe por venir.
En síntesis, el mundo desarrollado hegemonizado por la derecha corre inexorablemente hacia las fronteras cerradas, la xenofobia, la represión, la militarización, etc.
Estas cuestiones que hacen a la naturaleza del capitalismo internacional, no a una mera corrupción circunstancial, demuestran que estamos ante fenómenos que permiten una profunda discusión sobre las sociedades que vendrán. Si el fin del milenio parecía la frutilla del postre posmoderno, el nuevo milenio comienza a derrumbar las verdades básicas del capitalismo mundializado. Si los poderosos festejaron con gran algarabía la caída del Muro de Berlín, hoy sólo pueden gestar y fogonear la guerra, para ocultar la estricta relación entre el fracaso del sistema, aun en los países más poderosos, y las consecuencias del mismo, que han conducido al mundo a las puertas de una catástrofe cuyas magnitudes aún están por verse. El capitalismo implosiona y la depresión económica acecha implacable a todo el mundo. En la actualidad –como venimos afirmando en otros artículos- la Argentina es el eslabón más débil de na cadena que se extiende a otras regiones del planeta.
Noticias de la ciudad: La nueva plaza pública
Hasta no hace mucho los piqueteros y las asambleas vecinales no habían logrado una fluida articulación para la resistencia. Sólo la calle, al grito de: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”o “Piquete y cacerola, la lucha es una sola”, permitía un encuentro eficaz pero efímero.
Esta situación comienza a encontrar vías de resolución al compás de las prácticas novedosas de los obreros que ocupan y comienzan hacer funcionar distintas empresas, que han sido llevadas por sus dueños a la quiebra o al abandono. Al mismo tiempo, las asambleas inician un proceso de expropiación de bares, bancos o pizzerías, baldíos, etc. abandonados, para hacerlos funcionar como centros vecinales. Esta situación lleva a una reformulación de la propiedad privada, que implica una valoración de la propiedad común y participativa.
El caso específico de la ocupación y puesta en funcionamiento de empresas y fábricas se despliega con una velocidad y fuerza enormes por todo el país. Los obreros comienzan a dar respuestas a los puntos más dolorosos y ciegos de la crisis: construir alternativas de trabajo, desarrollarlas y sostenerlas. Aparece una economía de producción sostenida desde la resistencia por los obreros que estaban condenados al paro y la desocupación. A la cultura del hambre y la exclusión social oponen la política de la lucha y el trabajo.
Las fábricas dirigidas por sus propios obreros dan un marco absolutamente distinto y cualitativamente superior a la cultura de la resistencia.
Primero, porque rompen con la convicción de que sólo los patrones y sus técnicos saben hacer producir la empresa. Permiten crear trabajo para evitar la desocupación y el hambre. Como escribe Daniel Sans, en un e-mail que envía al Foro de los Sueños del Sur del Planeta, relatando la experiencia de Zanón en la provincia de Neuquén: “De un alambrito dependía que les llevara el pan a mis hijos. El alambrito al que se refería Raúl Godoy, secretario general del sindicato de ceramistas de Neuquen, era el que había puesto la distribuidora de gas para cortar el servicio. El alambre fue cortado y la fábrica puesta a producir. El alambre distinguía lo legal de lo legitimo y los trabajadores optaron por lo legitimo”.
Segundo, porque la acción elegida es lo antagónico al sometimiento, el aislamiento y la depresión personal, familiar o del grupo de obreros desocupados. Genera una potencia, una política, constituye la convicción del autodesarrollo y sostén. Este proceso crea trabajo y organización, al mismo tiempo que pelea en los otros ámbitos, tanto políticos como judiciales, haciendo centro en la idea de derechos y obligaciones. Como dice Sans, tan claramente, estas experiencias dan batalla en el campo de lo legítimo de los derechos del pueblo.
Esta lucha se aleja, rompe, con el discurso posmoderno de los winners, del individualismo, de lo light. También escapa de los discursos salvacionistas del alma: las distintas variantes del fundamentalismo religioso. Es decir, los obreros recuperan, para exasperación de los capitalistas, la cultura de la producción, el trabajo, en definitiva la cultura obrera cuyo eje es la lucha de clases.
Noticias del barrio: Grissinopoli
El pan ocupa un lugar preponderante en la historia de la humanidad. Casi es un emblema del pasaje de lo crudo a lo cocido. En el desarrollo cultural, la agricultura es el intento, por la capacidad y el trabajo del hombre, de organizar la producción de comida para que la gente no padeciera hambruna. El pan es parte central de la ilusión y el derecho de que la humanidad puede garantizar la comida para su progenie.
Grissinopoli, la polis del grissin, está ubicada en un barrio de la ciudad de Buenos Aires que estaba lleno de pequeñas empresas. Esta era una zona conocida también como los talleres de Chacarita, donde también podemos encontrar muchos portones para el ingreso de camiones, carros y chatas.
Con el proceso neoliberal todas estas pequeñas fábricas fueron desapareciendo, quizás los obreros de Grissinopoli fueron viendo durante años este proceso sin imaginar que a ellos podría ocurrirles lo mismo. Como explica Dante, uno de sus obreros, sobre su vida antes de la toma de fábrica: “Uno trabajaba tantas horas, después se iba a casa que queda lejos y entonces no te queda tiempo para pensar en nada. Venís al trabajo, salís tarde y cansado, y te tenés que levantar temprano para volver al trabajo”.
Lo cierto es que Grissinopoli fue quedando como la única fábrica en funcionamiento en el barrio. También la panificadora comenzó a tener menos obreros y menor producción. Es que malos y extraños manejos, peleas entre los socios y posibles vaciamientos dejaron a los obreros sin trabajo, con muchas horas sin hacer nada dentro de la fabrica y, consecuentemente, sin cobrar sueldos. Promesas, engaños, pequeñas entregas de dinero que humillaban a los trabajadores, fueron generando la convicción de que sólo ellos podían defender su fuente de trabajo, que los largos años transcurridos en la empresa (la mayoría de los que quedan hoy en la lucha llevan más de veinte años trabajando en Grissinopoli) les daban la experiencia y capacidad que podía salvar a esta, ahora empobrecida y maltratada por sus dueños, “ciudad del grisín”. Una contradicción más en medio de las tantas de la Argentina: en un país donde la gente se muere de hambre, esta panificadora no puede funcionar.
Todo cambia a partir del primero de junio de este año. Los obreros de la panificadora Grissinopoli comienzan una huelga debido a que no les abonan los salarios desde hace nueve meses.
Al iniciar este proceso de defensa de la fuente de trabajo descubren que la patronal durante dos años y medio no realiza los aportes jubilatorios correspondientes. Primero realizan la huelga tímidamente, se quedan encerrados dentro de la empresa, quizás avergonzados, solos y en silencio. Por unos días nadie sabe de esta lucha. Todo cambia cuando pintan carteles en el frente de la empresa denunciando la situación y hacen un piquete en la puerta de fábrica.
Lo que empieza como un proceso para reclamar salarios se va transformando y avanza. Los obreros comprenden que defender la fuente de trabajo pasa por exigir que la fabrica les sea entregada para hacerla producir, es decir recuperar la fuente laboral y el dinero adeudado, sólo por la puesta en marcha de la panificadora.
El ocupar la calle, convoca a sectores intelectuales (revistas Topía y La Maza) y a las asambleas barriales. Esta lucha permite articular a otros sectores sociales (asambleas vecinales, intelectuales, etc.). Llegan obreros de otras empresas tomadas para contar su experiencia. Grissinopoli es un polo de convocatoria donde obreros y capas medias aúnan fuerzas.
Se empieza a generar una articulación y coordinación de proyectos para afianzar y sostener la lucha. Se organiza el primer festival solidario, una solicitada (ver en este número), se comienza a organizar una red social y de salud (asistentes sociales, medicamentos, médicos, psicoterapeutas, etc.) para los obreros y sus familias dado que están sin cobertura sanitaria. Se proyecta una huerta en uno de los terrenos de la empresa, se proponen actividades culturales en la fábrica, mientras se avanza en la constitución y legalización de una cooperativa de obreros, La Nueva Esperanza, que espera que la jueza le otorge la fábrica y así comenzar con la producción.
He aquí el punto dónde aparece la importancia de la implicación como ciudadanos y como psicoanalistas, y la posibilidad de utilizar nuestras concepciones y herramientas para trabajar en estas experiencias, produciendo dispositivos grupales, en relación con los problemas y conflictos que se presenten tanto dentro de la fábrica, como así también con los familiares de los obreros en lucha.
En síntesis, a la catástrofe social a la que los poderosos nos someten se le oponen, cada día más, formas de organización obrera y popular que permiten ir organizando una cultura de resistencia cada vez más audaz y consistente.