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El cyborg, la claustrofilia y el dron

 

Juguemos en el bosque mientras el lobo no está

Los Tres Chanchitos (1) es un cuento tradicional infantil. Comienza con los padres de los Chanchitos bregando para que sus hijos se independicen del hogar familiar. Como adultos responsables, consideran que la infancia ha concluido y que los jóvenes están en condiciones de emprender cada uno su camino. Para ello los impulsan a construir sus casas. Según el cuento, cada uno de los Chanchitos tenía características particulares: uno de ellos era vago, el otro glotón y el tercero serio y trabajador. Los dos primeros han quedado en la historia como irresponsables que salieron del hogar paterno sin la imprescindible madurez y sólo pensando en jugar. Al mismo tiempo se cantan loas sobre el hermano mayor que es serio y trabajador; por consiguiente, nunca juega y siempre tiene en cuenta la presencia inminente y devoradora del Lobo Feroz. Desde esta perspectiva es quien mejor opera sobre la realidad, se omite el rasgo sobreadaptado del personaje.

De los dos juguetones, a lo largo de la historia, sus actividades han tenido mala prensa y por lo tanto no se resaltan sus capacidades artísticas, ni su juego. No se da relevancia a sus bailes, su canto y su música en sus andanzas por el bosque. Irresponsables. Por lo mismo no se les reconoce pericia alguna, por ejemplo, saben perfectamente que el Lobo Feroz no puede patrullar el bosque las veinticuatro horas, que sólo sale a cazar cuando tiene hambre, tienen claro que el depredador caza cuando está hambriento; en definitiva, que el poderoso devorador del bosque no es omnisciente, ni omnipotente y por lo tanto, su enorme poder tiene límites. Saben que su vida está siempre al borde de un desafío al poderoso depredador. Siguiendo a Le Breton podríamos caracterizar estas conductas de riesgo “como el intento de testear una determinación personal, buscar una intensidad de ser, un intercambio con los otros, un momento de soberanía.”(2) Conocen el peligro que existe, pero ellos necesitan cantar, bailar moviendo todo su cuerpo, es decir, vivir y por ello, corren el riesgo, como parte necesaria de continuar con su vida. Tampoco se les reconoce que en el juego haya un proceso que les permita reelaborar el miedo al Lobo y sin embargo, todo lo lúdico que desarrollan con sus recursos artísticos está al servicio de tal proceso. Para los juguetones Chanchitos, quedarse encerrados, temiendo el espacio abierto, sería apartarse de su hábitat y de su propia naturaleza.(3) En consecuencia, el cuento promueve una adultez cuyo rasgo es la sobreadaptación, la que sabemos siempre está atada a modos controlados de vivir. Mirada desde esta perspectiva, la moraleja condena lo lúdico, establece lo que debe ser dejado de lado en el crecimiento y hace una apología de la sobreadaptación, como si la misma fuese la única dirección en que se debe crecer. El juego, su música y el movimiento de sus cuerpos, quedan muy vinculados a conductas de muerte, como si los juguetones Chanchitos sólo hubiesen quedado atrapados en conductas suicidas. El cuento, al resaltar esa forma de crecimiento, deja de lado o peyora el juego y todas las cosas que conlleva: el movimiento, el arte y el espacio social. Así se censura y prejuzga lo dionisíaco que también incluye la desobediencia como una instancia importantísima del desarrollo personal.

La hiperconectividad, con los cada vez más pequeños aparatos de comunicación, hace soñar al cibernauta con una multiplicidad de contactos y amistades

Parece que en los análisis del cuento nadie se hizo las siguientes preguntas: ¿quién puede sobrevivir en el bosque si no enfrenta los peligros y las acechanzas del mismo? ¿Cómo vivir en el peligroso bosque sin habitarlo, sin recorrerlo para conocer sus posibilidades y acechanzas? La selva es el espacio social que debe ser conocido y del que hay que apropiarse para sobrevivir. Todo eso está en la experiencia lúdica de los Chanchitos, pero la misma ha sido condenada muy especialmente en la versión cinematográfica de Walt Disney.

Podríamos agregar que el modelo del Chanchito mayor, trabajador y temeroso, ha triunfado a lo largo de la historia. Primero hay que ser serio y responsable. Vivir pendiente de las amenazas de los poderosos y luego, si se puede, recién jugar. Una adultez que borra lo lúdico, que censura todo aquello que primariamente fue necesario para crecer. Vemos así, cómo en la subjetividad del hermano mayor hay un ensalzamiento de la seguridad, el intenso miedo a los peligros del medio social, la permanente apología del trabajo y la descalificación de lo artístico y el movimiento corporal no vinculado al trabajo y la seguridad.

En la historia de la humanidad, sobre la actividad lúdica de un cuerpo en movimiento y creando -base imprescindible de toda creación artística- durante largos períodos triunfó la misma crítica despectiva y prejuiciosa con que se cargó las tintas sobre los Chanchitos artistas. La moraleja del cuento apunta a sancionar lo lúdico, aboga por una apología del trabajo, no en términos de «trabajo vivo», como lo definió K. Marx, sino como mandato que deja al trabajador rígido, asustado y no pudiendo pensar en otra cosa que en el peligro que el poderoso lo devore. Una vida sin alegría que solo conduce a un cuerpo abatido, derrotado, dolorido y que está casi inhabilitado para el movimiento y el arte. Una vez más la muerte de Dionisio.

El bosque claustrofílico

Como sabemos, muy especialmente luego de las denuncias de Assange y Snowden, no hay muchas posibilidades en la sociedad actual de que el Lobo del poder no sepa lo que circula por todos los aparatos conectados a la placenta mediática.(4) Computadoras, tabletas, celulares, mails, entre otros, son revisados sistemáticamente por robots al servicio de estos nuevos “Lobos Feroces” que aspiran a no dejar resquicio sin escudriñar. Vivimos en esta paradoja: al mismo tiempo que la intromisión y el espionaje reinan en el mundo de la web, es Internet la que nos ilusiona con los múltiples contactos virtuales, que se establecen en nanosegundos. Se genera así lo que se nos aparece como “el reino absoluto de la libertad”; con comunicaciones instantáneas en el mundo virtual. Es en las redes sociales donde se sostiene esta ilusión de libertad sin límites. La hiperconectividad, con los cada vez más pequeños aparatos de comunicación, hace soñar al cibernauta con una multiplicidad de contactos y amistades. Su objetivo: intentar conseguir que una imagen o un video personal se multipliquen como un virus, es decir, con una fama desproporcionada e instantánea.

En esta iconoesfera cultural (5) predominante en la sociedad del espectáculo en la que vivimos, el Lobo Feroz promueve un mundo cada vez más atado a la guerra cibernética e impone un control social amplio y preciso, tan eficaz que conoce los deseos de los dueños de Smartphones.(6) Como consecuencia, en la versión posmoderna hegemónica el hábitat social es prácticamente virtual y lo lúdico también ha devenido en virtual, se trata de jugar las veinticuatro horas sin salir de casa. Mientras esto ocurre, no deja de funcionar la atenta observación de este Lobo Feroz devenido en Gran Hermano, en la denominada «Internet Profunda». Hay una articulación entre entretenimiento y control social que se omite una y otra vez.(7)

En la sociedad del espectáculo reina la claustrofilia, a la que definimos como una intensa relación de amor con el encierro

Así, en la sociedad del espectáculo reina la claustrofilia, a la que definimos como una intensa relación de amor con el encierro y que produce un modo cultural donde se definen muy notoriamente dos territorios antagónicos y enemigos entre sí. El hogar seguro y confortable, en nuestro ejemplo la casa del Chanchito mayor, y el riesgo de la calle habitada por toda clase de depredadores, en el cuento de “Los Tres Chanchitos” el Lobo Feroz que patrulla el bosque.(8) Todo debe ocurrir dentro de las casas o si hay que transitar el amenazante espacio público, es necesario estar hablando con alguien por el Smartphone mientras se atraviesa la ciudad, una manera de estar conectado con una central de control y no andar solo. Ocurre así una apología del cuerpo inmóvil y encerrado, ergo, el triunfo del temeroso Chanchito mayor. De esta manera se ama el encierro en la casa familiar, no existe la claustrofobia, sino todo lo contrario: para la familia cyborg (9) los jóvenes deben hacer la previa dentro del hogar, sus vínculos amorosos transcurrir dentro de su habitación y si salen estar siempre conectados por vía del teléfono celular con sus familias. Estas son las condiciones básicas de este incondicional amor por el encierro. Este es el modelo de adaptación social que promueve y le conviene al poder hegemónico.

Los Drones

Mientras esto ocurre en aquellos hogares donde se promueve este tipo de adaptación social, el núcleo duro del poder del Lobo Feroz actual, no se cansa nunca: no duerme, tiene ojos y orejas enormes que ven y escuchan todo lo que la placenta mediática (10) hace circular. Desarrolla una actividad constante, en especial, para descubrir y utilizar en su propio beneficio los deseos de los usuarios, pues debe descubrir gustos e intereses para fomentar el consumismo. Tampoco descansa en inventar nuevos aparatos sofisticados para la guerra y el control social: por ejemplo, ha venido desarrollando un asesino volador, el dron, que va llegando a manos de la sociedad civil que le da diversos usos. Trataremos de ver algunas consecuencias de ello.

El dron es un aparato volador no tripulado que tiene una larga historia vinculada a la guerra. Ya en 1930 el ejército norteamericano tenía varios desarrollos de aviones sin pilotos. Con el Predator, en 1995, se despliega la versión más completa de estos aviones fantasmas imposibles de detectar por radar alguno. Desde el Predator se han perfeccionado aparatos de acuerdo al incesante avance de las plataformas que están conectadas a la placenta mediática que envuelve el planeta. Este nuevo dron es un avión autónomo, silencioso, que usando sistemas como el GPS puede ser guiado por computadoras hacia un lejano objetivo y lanzar misiles con enorme exactitud. Con el Predator no sólo cambió la maquinaria de la guerra para beneficio del “Gran Hermano global”, también los ciudadanos del mundo comenzaron a darle usos a la versión civil del mismo: ya como juguetes, ya como dispositivos de seguridad, ya para observar tanto producciones industriales como agrícolas. Una vez más la industria de guerra promueve artefactos que pasan a usarse en la vida civil, sin dejar de lado el origen de espionaje que motivó el nacimiento del dron. A medida que la producción de estos robots avanza, su precio baja y se hacen más accesibles para los consumidores. Deviene así en un artefacto más de la tecnología al servicio de la vida civil, que se agrega a las diversas formas en que se pueden controlar bienes y personas.

Para tratar de amortiguar ese miedo constante con el que vive, agrega el dron, ojos y oídos electrónicos que sobrevuelan su territorio

Como no podía ser de otra manera, tener un pequeño dispositivo volador que filma y graba demuestra que la privacidad vuelve a perder terreno; se suman más posibilidades de control en la familia, en el vecindario, etc. por la acción de este fisgón volador. En definitiva, todo lo que conocimos como íntimo se sigue acotando. El ejemplo de William Merideth, detenido en Kentucky por derribar con su pistola de grueso calibre un dron de su vecino que sobrevolaba su propiedad, muestra los posibles eventos que pueden ocurrir. El detenido alegó en su defensa que el aparato espiaba a su familia y que como ciudadano de los Estados Unidos tenía derecho a derribarlo. A continuación agregó: “No tenía forma de saber si era un pederasta espiando a mis hijos”.

(Haroldo Meyer)

Este particular derivado del barrilete que filma, escucha y sigue un objetivo, entusiasma fundamentalmente a los varones que lo hacen su juego predilecto. Ya no se trata sólo de hacer volar un avión a control remoto -algo ya conseguido muchos años atrás- sino de tener un aparato que mira, escucha, filma, es decir, que da la posibilidad de tener nuevas formas de control o espionaje en la vida civil. Es por eso que el padre de familia cyborg aplica con creatividad y entusiasmo el dron a la vida familiar. Le viene de perillas para reforzar los sistemas de control dado que es la mirada y los oídos desde el aire algo que faltaba entre sus sistemas de alarmas. Para tratar de amortiguar ese miedo constante con el que vive, agrega el dron, ojos y oídos electrónicos que sobrevuelan su territorio.

Dronies

Como parte de una particular paradoja -el espacio social vivido como una amenaza- la extimidad (11) reina. Dice Pierre Tisseron (12) al respecto: “Hablamos de extimidad generalizada para designar el hecho de que con internet, todo el mundo tiene la posibilidad de hacer al conjunto de los internautas testigo de la información que comparta sobre sí mismo.” Esa pasional moda que hace público todo lo que alguna vez fue de la esfera personal, muestra cómo se insiste en buscar la reafirmación propia a través de la cantidad de amigos, de seguidores o me gusta en las redes sociales. Como vemos, una aparente búsqueda de la libertad personal cuando sólo se trata de inseguridades personales de las que se trata de salir por vía del rating en las redes sociales.

Hacer pública toda actividad reina en el ciberespacio. Allí, mostrar hasta lo más nimio -donde se está comiendo, con quienes se está, etc.- es la moda imparable de la época. Los usuarios del dron no podían quedar afuera y así aparece el juego del vuelo y sus imágenes, que se imbrica con lo que ya existe: subir imágenes a la red apenas ocurrido cualquier suceso. Es un entretenimiento y también una manera de dejar registro de donde uno está, ya no son Hansel y Gretel dejando migas en el bosque. Es decir, se crea un registro de visibilidad permanente realizado por el mismo usuario. Es en esta lógica que aparecen las dronies: una unión de selfies y el dron. Hacer dronies y subirlas a Youtube se hace cada vez más popular, se puede decir que la moda ha explotado y dicho juego puede mostrarnos mucho más que las imágenes que vemos en internet. Veamos ejemplos.

Papá saca un diente de leche

Unos de los hitos evolutivos, poco recordado por los adultos, es el proceso en que los dientes de leche, uno a uno, son reemplazados por los definitivos. En los países hispano hablantes, cada vez que un diente de leche se cae, se coloca debajo de la almohada del niño. El canje es conocido: es realizado por el Ratón Pérez encargado de llevarse los dientes caídos. Durante la noche, uno de los padres canjea el diente, a la mañana siguiente donde estaba el diente, el niño encuentra una moneda o algún billete. Se trata de un pequeño premio al crecimiento, que invita al niño a olvidar rápidamente lo infantil perdido y le propone que se conecte con el beneficio del crecimiento, en suma, que confíe en lo que viene. Como se ve, un proceso importante en el que los adultos son un soporte imprescindible a esa modificación corporal que es el pasaje de una dentadura a la otra. Se trata de aventar el miedo al crecimiento, algo que lentamente construye aportes a la confianza básica, la independencia y la exogamia.

En Inglaterra el señor Malcom Swan buscó una forma original para la salida del último diente de leche de su hijo. Ató el mismo a un dron y por supuesto, grabó la escena. En la misma se ve cómo el diente sale volando sujetado a la cuerda que lo une al helicóptero. El juego podía haber quedado allí, pero no hay infancia sin registro filmado de la misma. Era evidente que el juego tenía dos puntas hoy inexorablemente unidas: la primera buscar una forma original de sacar el diente, la segunda: subir el video a la web. En Youtube el video que prestamente el señor Malcom Swan subió, se viralizó exponencialmente. De esta forma el niño, su padre y el dron, con el juego implementado, tuvieron su momento de fama.

Papá cuida a la nena

Existe la contracara de lo anterior y es sobre lo que queremos detenernos en el próximo ejemplo, que, seguramente, inaugura una nueva etapa en la relación entre padres e hijos. Quizás sin proponérselo el papá de esta historia ha marcado un nuevo avance y profundización de los elementos tecnológicos usados para controlar los niños dentro y fuera de la casa. El invento podría postularse como un himno a la claustrofilia, como un jalón de cómo se enhebran las condiciones culturales hegemónicas y la vida claustrofílica de las familias. Su proyecto colabora con la imparable tendencia a controlar permanentemente la vida de los niños; también al compás de dicho control vemos cómo el cuerpo del progenitor se hace evanescente y por lo tanto, para contactar con su hija utiliza un dispositivo tecnológico. El señor de Tennessee, un especialista en desarrollo de dispositivos tecnológicos, ha diseñado un dron para monitorear a su hija de ocho años mientras camina por la calle rumbo al ómnibus escolar. El sistema que organizó funciona así: la niña sale y su padre desde su casa maneja un dron con una cámara que la sigue en todo el trayecto hasta que toma el colectivo que la lleva a la escuela. Por supuesto que padre y niña están conectados por medio de teléfonos celulares. El proceso orquestado requiere todos estos dispositivos: dron, placenta mediática, teléfono celular. El contacto virtual entre el padre y la niña necesita de todos estos recursos que hacen desaparecer el caminar juntos tomados de la mano, de esta manera se hace virtual la compañía y el cuidado de los niños. La tecnología, diseñada en este caso por el padre de la chica, nos vuelve a demostrar cómo cada vez más se interponen dispositivos tecnológicos entre los cuerpos, dispositivos que eliminan el contacto cuerpo a cuerpo en los vínculos familiares. En éste caso paradigmático se muestra el tipo de adaptación social que promueve la cultura hegemónica: en el mundo cyborg todo está triangulado por vía tecnológica, en este ejemplo, entre el padre y la niña.

El proceso tiene una genealogía que se puede ver en cómo se incorporan los dispositivos tecnológicos en los cuerpos y en las familias. El mismo se inició con la inclusión, hace ya mucho tiempo, del Baby Room: aquél ingenuo, visto a la distancia, aparato que transmitía al padre o la madre los sonidos de la habitación del bebé. Pasó luego a la instauración de cámaras de video que filmaban todo lo que ocurría en la habitación del niño en una computadora, para concluir en la comunicación constante e instantánea por vía de los Smartphones entre padres e hijos. El control permanente reemplaza el encuentro, el ir de la mano charlando o jugando con el hijo. Debemos reiterar que el niño no va protegido, sino controlado,13 el padre desarrolla esta tecnología acorde con la dirección cultural hegemónica que busca soldar corporalmente la integración entre los niños y las máquinas.

La claustrofilia sólo alimenta la desconfianza

El ejemplo demuestra que el miedo -desplegado como peste- a todo lo que transcurre por fuera del hogar, sigue su curso y se amplían las maneras tecnológicas de combatirlo. Los miedos atávicos adquieren hoy esta forma permanente de la desconfianza hacia al otro que circula por las calles. Para este señor de Tennessee el espacio público que circunda su casa es un bosque peligrosísimo. Cree que para atravesarlo hay que implementar sistemas de vigilancia como el dron que viene a sustituir y reemplazar el proceso de acompañamiento afectivo, construido cuerpo a cuerpo. Se desmorona el acompañamiento vincular.

El control permanente reemplaza el encuentro, el ir de la mano charlando o jugando con el hijo

El invento del padre ha introducido el desapego corporal entre ellos. Deviene en proceso por el cual se inyecta miedo y se rompe el entramado que une los cuerpos para interponer y confiar solamente en un dispositivo tecnológico, entonces, la relación padre-hija se hace virtual. Escamotea el diálogo corporal e interpone dispositivos tecnológicos que supuestamente garantizan la seguridad de la niña que anda por el bosque, supervisada desde el aire por un padre que parece un agente del FBI. El invento tiene una vuelta más engañosa: queda oculto el miedo del padre detrás de la aparente comodidad con la que sigue a la niña. También se oculta que esa “comodidad” le impide salir de su casa. Ha trasformado sus temores en una pequeña central de inteligencia. De esta manera el padre replica a pie juntillas el modelo de control social hegemónico y se convierte en el policía de su hija. Una impactante demostración de cómo el modelo cultural predominante promueve avanzar sin pausa en la constitución de familias y sujetos cyborg adaptados a la cultura dominante.

En consecuencia, desaparece el ir de la mano con su hija a esperar el bus escolar, charlando, jugando, observando el mundo y sacando pequeñas ocurrencias del mismo. La sigue con su aparato volador desde su central cerrada (su casa, su jardín) preservándose así él mismo, demostrando su propia claustrofilia. Si reconoce que el mundo es peligroso, sería necesario y conveniente que como adulto responsable acompañara a la niña. Así solo se alía al miedo reinante en el mundo de los cyborg. El padre, identificado con el Lobo Feroz de turno, cree que las calles de Tennessee son caminos donde asolan los bandidos del Far West. Siendo un especialista en nuevas tecnologías está convencido en que los temores los resuelven las máquinas. Como cyborg que ya es, quiere que su hija sea mucho mejor cyborg que él. No está ya dentro de sus capacidades, darse cuenta que toda esa parafernalia tecnológica aleja la confianza como sentimiento humano básico, que se genera en los vínculos humanos. Por el contrario, promueve que la misma sea provista por las máquinas de comunicar. Cree en la necesidad de expandir el mundo cyborg.

Los miedos atávicos adquieren hoy esta forma permanente de la desconfianza hacia al otro que circula por las calles

Por su parte a la niña toda esa parafernalia tecnológica-virtual la empuja a que sea cada vez más cyborg y la deja preparada para que poco más adelante en su vida aparezca el lamentablemente famoso “ataque de pánico”. De esta manera, el modelo cultural hegemónico cree que podrá sostenerse indefinidamente. La historia demuestra todo lo contrario, siempre aparece un niño que dice que el rey no viste un traje de oro, sino que está desnudo o un par de Chanchitos que cantando y bailando se apropian del bosque ridiculizando el poder de turno. Nada es para siempre.

Notas

1. El cuento de Los Tres Cerditos, posiblemente de origen medieval, se publicó por primera vez en Gran Bretaña en el año 1890. Ya en el siglo XX el gran difusor de este cuento es Walt Disney, quien llevó la fábula al cine en 1933.

2. Le Breton, David, Conductas de Riesgo, Topía, Buenos Aires, 2011.

3. En este artículo no abordamos otras perspectivas de análisis como la del psicoanalista infantil Bruno Bettelheim (1903-1990) y su obra Psicoanálisis de los cuentos de hadas (1975) o la que podría deducirse de La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber (1904-1905). Una lectura de este tipo puede encontrarse en RIERA, Luis Eduardo Cortés, La fábula de Los tres cerditos en la versión de Walt Disney examinada desde la sociología comprensiva de Max Weber. Revista de Clases de historia, 2014, N° 1, p. 1-12.

4. Hazaki, César, El cuerpo mediático, Topía, Buenos Aires, 2010.

5. Gubern, Román: El Eros electrónico, Taurus, Madrid, 2000.

6. No sólo ocurre esto, baste saber que los fabricantes de televisores, computadoras, celulares, etc. incorporan dispositivos dentro de los aparatos para registrar secretamente los usos y así obtener información.

7. Quedará para otro artículo diferenciar entretenimiento de juego lúdico. El entretenimiento parece ser parte del consumismo. El juego, como proceso lúdico, está relacionado con la elaboración de dificultades y con la creatividad.

8. Hazaki, César, op. cit.

9. Hazaki, César: “El viaje de egresados y la pulsera mágica”, en Revista Topía N° 74. Agosto 2015.

10. Definimos a la placenta mediática como el invento humano que envuelve el planeta como una segunda piel. Esta piel creada por el hombre es la que contiene y envía todas las comunicaciones de la web.

11. Hazaki, César: Idem cita 9.

12. Tisseron establece con claridad la definición que usamos en éste artículo para extimidad: quien sube material a la web usa al otro como espejo, para reafirmarse a sí mismo.

13. Hazaki, César: Idem cita 9.

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Articulo publicado en
Noviembre / 2015