Ooh baby, of course mama's
gonna help build the wall
Mother,
Pink Floyd
La hija perdida es el título que se eligió para la película que se basa -no totalmente- en el libro de Elena Ferrante, La hija oscura. Y ese deslizamiento -perdidaoscura- aporta a la descripción de Leda y los demás personajes, ya que otra riqueza de ese título es que refleja la indeterminación de las agentes: esa hija perdida puede ser tanto Nina, Elena, Leda, su madre también, Martha, Bianca o esa muñeca que las representa a todas por igual pero a cada una de un modo distinto. La indeterminación también vale para la posición, la obra transita por las posiciones de hija y de madre, a veces confundiéndolas, lo que entiendo es un efecto buscado. Y es así que algunxs dicen que la película debería haberse llamado La madre perdida, ya que un punto de apoyo desde el cual aprehender la película es el encuentro y desencuentro de Leda con el deseo materno (aunque creo que dejaré entredicho por qué creo que se trata de la hija perdida, y no de la madre). Ese deseo materno, el deseo mismo, no se soporta sin algo que le ponga un límite. Es necesario defenderse un tanto, perderse, oscurecerse, esconder algo en las sombras para no quedar totalmente expuesto a su merced. El deseo mismo implica que algo quedó perdido para siempre. Perder algo entonces es condición para poder desear algo, que algo haga falta (si se tiene todo, ¿qué puede desearse?). Duelar lo perdido parece entonces, también, condición para poder desear.
El deseo materno es figurado por Lacan como una boca de cocodrilo. Es una buena figura para representar lo que le sucede a Leda misma como madre pero más bien como hija: el deseo materno -de su madre o de ella misma-, al no contar con un límite, corre el riesgo de devorarla a ella misma, por lo que se defiende perdiéndose, ausentándose y también, por qué no, oscureciéndose. "I left", le dice Leda a Nina cuando le pregunta por su desvanecimiento en la juguetería. Ese "left" que es al mismo tiempo "irse" y "dejar(se caer)", puede ser la defensa ¿o síntoma? que Leda esboza para no quedar (es)tragada por ese deseo oscuro como un hoyo sin fin. Y es que para ser madre, para desear ser madre, para soportar serlo, hay que contar con algo que lo limite, algo que prevenga de quedar devoradx por esa función. Desear otra cosa (además del hijx) es un nombre posible para ese límite. Y eso vale para cualquier deseo. Me animo a decir que el deseo en sí mismo es el deseo materno. Que lo materno es el territorio en el que se juega el desafío y atolladero necesarios para que el deseo se soporte como tal: desear otra cosa. Interesante es traer aquí, que ausencia de la madre[1] es otro nombre que Lacan le da al Deseo de la Madre, la madre se ausenta justamente para desear otra cosa. Leda necesita irse, salirse de la maternidad para reencontrarse con su propio deseo. En esas idas, vueltas algo del reencuentro con el deseo se produce: Leda regresa porque extraña a sus hijas, empezaron a hacerle falta. Encuentra su manera singular de ser madre, se deja esbozar un rasgo que preserva la función de cualquier mandato de naturalidad. En ese pelar la piel de naranja en una sola pieza, sin quiebres, se ubica ese rasgo que condensa lo amoroso, lo valioso y lo maternal. Gesto que la singulariza y desde la cual puede amar y ser amada por sus hijas.
No es casual que en la metáfora paterna, Lacan no hable del Deseo paterno, o del deseo del padre. El deseo parece ser patrimonio de lo materno. Cuando no se cuenta con límites simbólicos para ejercer esa función, cuando no parece posible ausentarse o restarse simbólicamente, irse, perderse de o en la realidad aparece como un cortocircuito posible. Para ser madre también hay que perderse un poco como hija, dejar caer algo de eso. Una frase clave de la película da cuenta de los atolladeros de Leda en dejar caer esa posición. Dejar caer a la hija que fue implica el riesgo de dejarse caer ella misma en ese hoyo oscuro sin fondo, perder la batalla cotidiana contra el derrumbe psíquico del que Winnicott dio cuenta[2]. Pero también el estrago, en la obra lacaniana, parece ser patrimonio de lo materno[3] -aunque algunxs reneguemos críticamente de eso-, como si la batalla entre el deseo y el estrago se librara en patria materna.
Otra riqueza de la obra radica en el valor de representación encarnada en esa muñeca, objeto que se tiene, se pierde, se retiene, se exorciza y se vuelve a perder, protagonista múltiple del drama dentro del drama, en un intento de re-presentar y condensar teatralmente los dramas de los que padecen las protagonistas. Otra perla se ubica
La película despierta variopintas sensaciones: rechazo, angustia, conmoción, interpelación, fascinación, agrado, disgusto. Y quizás allí radica también la riqueza de cualquier obra artística: develar nuestros fantasmas, echar luz sobre nuestras propias oscuridades y puntos ciegos. Soy una madre antinatural, le dice Leda a Nina, con sensatez y sin provocación. Lo cual es una verdad universal, no hay nada natural en el deseo materno, no hay nada natural en el deseo mismo. Eso que se llama deseo es insoportable si no se desea otra cosa. Cada unx inventa como perderse y reencontrarse con eso.
Lic. Emilse Perez Arias
Psicoanalista. Supervisora. Instructora de psicología RISaM Colonia Montes de Oca
Integrante de CIAF Salud Mental y Pilares Norte Salud Mental
[1]Lacan, J. De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis. Escritos 2. Ed. Siglo XXI. Bs.As. 1988. Pág. 539.
[2] Winnicott, D. El miedo al derrumbe. Exploraciones psicoanalíticas 1. Ed. Paidós. Bs. As. 2006.
[3] El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda resultarles indiferente. Siempre produce estragos. Lacan, J. El Seminario n17. Ed. Paidós. Bs. As. 2006. Pág. 118.