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Eva Perón: murallas y duelos

 

Desordénate, enloquece, entrégate al ademán violento con que aspiras a escapar de la ley que te contiene o salir del azar donde te viertes: nada podrás abandonar, y nada se retira del cuerpo a donde vuelves.
“Réplica a Ifigenia cruel”. Jorge Cuesta Porte-Petit

 

1. Las sombras de Eva
Quiero comenzar este breve opúsculo sobre Eva Perón tomando los ecos del coro que acompaña los momentos finales de Edipo en el bosque de Colona. Dice Lacan que en Colona, y hacia el ocaso de sus días, Edipo medita sobre los deseos que hacen que el hombre persiga sombras; designa, así, ese desvarío en el que se abisma la humanidad toda. Cómo evitar que cualquier humano se pierda en ese extravío, que cada uno de nosotros deje de perseguir sombras... sueños... fantasmas... quimeras... El coro responde: “mejor no haber nacido tal” -mé phunaï-.
Y es que, por “haber nacido tal” y ante nuestro desamparo, los humanos reclamamos sin cesar por la presencia de un Otro que nos garantice un lugar en el mundo, aunque le increpemos por nuestras falencias y a sabiendas de la precariedad de toda garantía.
Como Edipo todos tenemos, de una u otra manera, un reproche al Otro, al destino, a los dioses, a los padres por las infinitas máculas de nuestros nacimientos, acaso desde la más simple y troncal: “humanos-desamparados y mortales”, hasta las más laberínticas de nuestra filiación y genealogía, de nuestro cuerpo, de nuestro sexo, de nuestras latitudes.
Eva Perón, que también perseguía sombras, no cesaba de apesadumbrarse por “haber nacido tal”. Toda su corta e intensa vida giró en torno a un nacimiento que la dejaba espuria, deslegitimada por un padre que rehusó legarle apellido y herencia abandonándola a la incertidumbre de su filiación. Toda su existencia estuvo dedicada a perseguir las sombras que le permitieran alcanzar esa legitimación: fabricarse un nombre con el que saldar la deuda que tenía en la cadena generacional. Deuda que, al no pagarse, quedaba como agujero, una oquedad incontorneable, a menos que dicho precio se amortizara con la vida, o lo que es lo mismo, con la muerte.

 

2. Evita y el desamparo paterno
Eva María Ibarguren nace en Los Toldos -pequeña población de la provincia de Bs. As.- el 26 de abril de 1919 o el 7 de mayo de 1919 o el 7 de mayo de 1922. Es la menor de cinco hermanos. Su madre -Juana Ibarguren- es cocinera y concubina de Juan Duarte, un estanciero conservador de origen humilde que obtiene esa posición privilegiada a fuerza de estafas y cuya familia legitimada: esposa e hijos, vivía en Chivilcoy, ciudad cercana a Los Toldos. La imprecisión de las fechas del nacimiento de Eva María abre algunas de las incógnitas que intentaremos despejar luego.
Es importante resaltar que, en 1920, Juan Duarte abandona a su amante y a sus 5 hijos para volver a Chivilcoy con su otra familia. Eva María tiene por entonces un año. Junto a sus hermanos conocerá la humillación de la pobreza y también la discriminación por la falta de legitimidad matrimonial de sus padres.
Hubo, aun, un agravio mayor que debió soportar la más pequeña: algunas voces sugirieron que Juan Duarte abandonó a su concubina al poner en dudas la paternidad de esa niña (Borroni y Vacca).
Poco tiempo después la madre tiene un nuevo amante, un estanciero y hombre de poderosas influencias políticas en la zona, don Carlos Rosset. La incertidumbre sobre el enigmático padre acompañará a Eva como una sombra: ¿Juan Duarte o Carlos Rosset?
Una infancia asediada por el desamparo paterno, envuelta en miseria, maledicencia y segregación de la vecindad. Una adolescencia jalonada de sueños de nuevos horizontes en la gran ciudad de Bs. As., y una juventud en la que conoció los sinsabores de la chica pobre que a cualquier precio quiere convertirse en actriz, que tuvo amantes que apoyaron sus ambiciones hasta que, finalmente, conoció a Perón.
Travesía desde la pasarela de la farándula artística a la de la política. Aquel coronel habría de convertirse en poco tiempo en general y Presidente de la República, ella en Primera Dama y en la mujer más poderosa y controvertida que conoció Latinoamérica donde continúa siendo uno de los mitos femeninos más imponentes.

Finalmente, porque su vida fue tan intensa como breve, María Eva Duarte de Perón muere el 26 de julio de 1952 de un cáncer en la matriz que, extrañamente, sólo recibió tratamiento médico en su declinación mortal. Tenía 33 años.
¿Quién es esta mujer que logra que en las partidas de nacimiento que se falsifican al casarse con Juan Perón se suprima lo de “ilegítimo” y “adulterino” intentando equipararse en sus derechos a los hijos de Juan Duarte, aquel que ella ubicó en su historia y genealogía como “su padre”? Fue a sus instancias que en las partidas de nacimiento de los niños argentinos se suprimió esa ignominia de agregar “ilegítimo”. De allí en más todos los hijos reconocidos por un hombre gozaron de iguales derechos sobre su nombre y patrimonio.
Cuenta uno de sus biógrafos que cuando Eva se enteró que la jerarquía eclesiástica veía con malos ojos la reforma por ella propuesta exclamó golpeando la mesa: “Una de dos. O hacemos como yo digo o ponemos en los documentos del padre: «padre ilegítimo»”. ¿Pensaría en Juan Duarte o en Carlos Rosset en esos momentos?
Anular los estigmas infamantes que ensombrecían, aún más, la vida de los pobres, como lo hacían las damas de la aristocrática Sociedad de Beneficencia, que pedían contribuciones exhibiendo a los huérfanos con un cartelito de “niño débil” fue entre otras, una de sus innumerables conquistas. Eva Perón había sido una “niña débil”, a falta de cartelito ahí estaban las murmuraciones hostiles de sus compañeros de escuela o vecinos. Una “niña débil” devenida mujer poderosa, demasiado fuerte en su rasgo de carácter acuñado a costa de hacer intransitable cualquier duelo por el padre ideal que fabricó y tras el que se atrincheró.

 

3. El acta fundacional y su fraude
Conjeturo, o quiero conjeturar, que los 33 años de Eva Perón están destinados a encubrir un acta fundacional -su primer acta de nacimiento- destruida; esa en la cual Juan Duarte -a quien ella señala como su padre- no la reconoce. Los apelativos que le propinaron: “Jefa Espiritual de la Nación”, “Evita Capitana”, “la Perona” “Protectora de los humildes” o “La Mujer del látigo” y los miles que la gratitud, la obsecuencia, la admiración, el miedo o el odio le otorgaron, debían acallar aquellos gritos con los que sus compañeros de escuela la abofeteaban: “Vos no sos Duarte, sos Ibarguren”; es decir, sos ilegítima y adulterina. Como en un pentagrama de mortificaciones, aquellas voces le remarcaban: “sos hija de padre dudoso”.
Pero, más allá de esto, ¿cuál su padre en su novela familiar? Por algo se hizo inscribir como “Duarte”, y por algo sus restos -o su ataúd- moran en el Mausoleo inscripto como “Familia Duarte” en el cementerio de la Recoleta de Buenos Aires, familia que, finalmente, a fuerza del tesón de Eva, tuvo que adoptarla e incluirla entre ellos. No era difícil hacerlo, ya no era la “Chola”, sino la Primera Dama de la República y la esposa del hombre más poderoso del país.
Documentan los historiadores que para el acta de casamiento de Eva con Juan Perón el 22 de octubre de 1945 (luego del histórico 17 de octubre en que las masas lo llevarían al poder), se adulteraron los datos de Eva María. En la nueva acta de nacimiento, que le transfigura filiación y genealogía, la hacen nacer en la ciudad de Junín el 7 de mayo de 1922, siendo hija legítima de Juan Duarte y de Juana Ibarguren, y con un nuevo nombre: María Eva Duarte.
¿Qué nos revela esa nueva acta de nacimiento?
a) Que era preciso cambiar la ciudad: Junín era más importante que el pueblucho de Los Toldos.
b) Que era preciso cambiar la fecha: debía nacer en 1922, luego de la muerte de la esposa legítima de Juan Duarte para no ser, además de ilegítima, adulterina -un militar de carrera y futuro presidente de la Nación no podía casarse con un fruto del adulterio-.
c) Que era preciso certificar un padre y se legitima, también, la paternidad de Juan Duarte, ese padre que la desconoce, y al que vio por primera vez a los 7 años, en el féretro, cuando tuvo que someterse, con su madre y hermanos, a la vergüenza de implorar acompañar al muerto y, pese a eso, ser varias veces “expulsados” del velatorio. La tenacidad de Juana Ibarguren se impone y “los Ibarguren” seguirán al cortejo, aunque por la zona de los ilegítimos, de los excluidos. ¿Cuántas veces esa escena terrible del padre muerto unida a la infamia de la incertidumbre paterna retornaría fantasmáticamente a Eva? ¿Cuánta muralla debió levantar contra esa escena para borrar la injuria de una niña que abrumaba a una mujer?
d) Que era preciso cambiar de nombre, ahora se inscribe como María Eva Duarte.

 

4. El duelo amurallado de Eva
A partir de esa nueva acta y de la liturgia de su casamiento con Perón, la nueva María Eva Duarte de Perón trabajará más denodadamente que nunca para borrar su pasado de oprobio y pobreza, de paternidad incierta. Construirá una muralla alrededor de esas raíces. Lo que había adulterado de sus actas de nacimiento debía desaparecer, aun a costa de ella misma. No se fabrica historia y genealogía amurallando el pasado o amurallando los duelos sobre el pasado: lo que no retorna por el lado de lo simbólico, retorna desde lo real y en Eva ese real se llamó suplicio y muerte.
La historia de Eva me condujo, por esas causalidades de la escritura, a la bellísima ficción que tejió Borges en torno al emperador Shih Huang Ti. Quien “tal vez, quiso abolir todo el pasado para abolir un solo recuerdo: la infamia de su madre”.
Shih Huang Ti, el constructor de la Gran Muralla que debía proteger a China de los invasores, fue también quien ordenó quemar todos los libros que testimoniaran de su historia y desterró a su madre por libertina. (“La muralla y los libros” en Otras inquisiciones, Borges.) Uno de los patrimonios más grandes de la humanidad, el único que se ve desde el espacio se construyó para eliminar un solo recuerdo: la deshonra de una madre disoluta. No se erigió, como enseñan los libros de historia, por un espíritu de grandeza ni como una obra sublime sino para borrar la injuria de un niño que abrumaba a un hombre.
Creo que Eva, como Shih Huang Ti, recurrió a una muralla para abolir un recuerdo: la infamia de su padre. La degradación a la que la sometió su incierto padre condenándola como hija espuria: ilegítima y adulterina. Esa muralla fue Juan Perón. Pero como todo intento por suprimir la historia es inútil porque ella siempre retorna desde lo real, la infamia que Eva quiso expulsar le regresó en la infamia de Juan Perón lo que derivó en su padecimiento sacrificial y su muerte.
No ser reconocida por el padre, no recibir el don de su apellido 
-la ley que le otorga una genealogía paterna- y sufrir abandono y humillaciones produce un corte en su historia, no puede proseguir con el discurso del que el padre la priva al romper el lugar en la cadena generacional patrilineal que la antecede. Esa manera que el inconsciente tiene de definirse como “discurso del Otro” es atravesado, agujereado por esta marca. Y la oscura autoridad (superyó) de ese discurso, cuya atadura no puede troncharse a menos que se pague un alto precio, es imaginarizada bajo la figura, la versión de un padre idealizado y perverso. Ese padre que Eva puede armar, desde el rompecabezas que es para ella Juan Perón.
Cabe agregar que Eva jamás levantó muralla alguna contra su madre, no hubo injurias desde el lado materno y siempre tuvo un inmenso reconocimiento a esa mujer de escasos recursos, pero extrema tenacidad, que consiguió mantener y educar a sus cinco hijos.

 

5. La versión de los nombres y el duelo intransitable por el padre ideal
Eva María Ibarguren -o Chola-, la niña nacida en Los Toldos, en la década del treinta aseveró ser hija de Juan Duarte. Fue la única de los cuatro hermanos no reconocida (versión de Abel Posse), esto es, fue la única de los hermanos que se apellidó Ibarguren, y a puro desafío se impuso, e impuso a quienes la rodeaban, que la llamaran María Eva Duarte. Apellido apócrifo ya que el padre que debía otorgarlo no lo había hecho. Pero ahí estaba el otro padre, el sustituto, que “fabricó” papeles falsos.
Esa Eva María Ibarguren se convierte, por una trampa que intenta legitimar la ley, en María Eva Duarte. Hace inscribir en el acta de matrimonio con Perón (22-10-45) un enroque de nombres. Allí ocurre un cambio de nominación: pasa a llamarse María Eva Duarte de Perón. Tal esta nueva inscripción en el acto civil y en la documentación que acredita en la Iglesia.
Pero el fraude que intenta legitimar la ley deja su agujero, no se borra la historia de una niña con un golpe de timón ni con la muralla china; siempre, cuando se intenta suprimir eso que estaba inscripto, algo retorna hacia la subjetividad que la quebranta.
Acaso, con este acto de inscripción de un nuevo nombre, Eva persigue la pretendida legitimación por medio de su muralla, Juan Perón. Con el cambio -fraudulento- de documentos se legitima ante los hombres. Ser tramposamente seudo-legitimada como hija reconocida de Juan Duarte por Juan Perón. Ese segundo Juan de su vida que pulsaba todas las teclas del poder luego del apoteótico 17 de octubre en el que las masas y ciertos grupos de poder lo ascienden a la condición de líder, de padre ideal de masas... y de Eva.
Quizás ese 22 de octubre del 45 -día de su casamiento con Juan Perón- fue el verdadero 17 de octubre de esta mujer que renacía como María Eva Duarte de Perón.

Y es que verdaderamente era otra. Cuando sus ex compañeros de teatro escuchan su primer discurso como Primera Dama no la reconocen. Piensan que la mediocre actriz simplemente se ha superado. Se equivocan. María Eva Duarte de Perón ya no está actuando, se ha convencido del lugar mesiánico que asume. Un cambio subjetivo le ha sobrevenido.
¿Se re-creó en aquel 22 de octubre cuando se casa con Perón o sólo arma un personaje que a duras penas sostiene la malla simbólica de una nueva nominación? Tal el enigma de esta mujer que a más de 51 años de su muerte aún es convocada por el pueblo argentino como su más grande mito femenino.
La pregunta insiste: ¿logró acuñar la nominación faltante que otorgara un sostén a su falla de filiación y genealogía; o fue apenas un personaje inventado por Perón, sustituto paterno cuyo primer antecedente fue Oscar Nicolini (amante de su madre) bajo la sombra del cual crece en las oficinas del Correo Central? Nicolini fue el primer remedo paterno de Duarte, Perón su máximo exponente.
Los enigmas se multiplican ¿qué del pasaje de Eva María Ibarguren al de María Eva Duarte de Perón y de ésta al de Eva Perón y, finalmente, al de Evita? Tal el anhelo transmitido en su más desgarrador discurso, el de renuncia a la vicepresidencia de la Nación el 22 de agosto de 1951: “(...) En estos momentos no tengo más que una ambición, una única y gran ambición personal: que de mí se diga que había al lado de Perón una mujer que se dedicó a transmitirle al Presidente las esperanzas del pueblo, y que el pueblo llamaba afectuosamente "Evita" a esa mujer. Eso es lo que deseo ser”.
Elocuente renuncia de una declinación forzada que no claudica sin embargo en un punto fundamental "ser Evita, la que se dedicó a transmitirle al Presidente las esperanzas del pueblo", y esto no es poco, porque esa Evita, que alguna vez partió de Los Toldos en busca del padre ideal, encontró en Juan Perón al que le daría reconocimiento fraudulento y en quien se apoyaría para crear la Fundación Eva Perón donde pretendió “fundar” su nombre. ¿Pero, logró tal creación, logró el anclaje simbólico para ser otra, al fin? ¿o la Fundación que creció a la sombra del Padre General sólo la sostuvo como un personaje de opereta, el hada buena y asistencialista, la Jefa Espiritual de la Nación, la protectora de los humildes, Evita Capitana, personajes que encubrían su origen incierto, descamisado y pobre, que no pudo soportar corte alguno, mácula alguna, falta alguna? “Eva Perón -en opinión de Pablo Raccioppi, un ex compañero de sus tiempos de actriz- llegó a creerse firmemente el sentido mesiánico que le adjudicó el pueblo. Fue un personaje hecho a la inversa de Perón: ella creyó siempre lo que dijo” (citado por Pablo Sirven del testimonio recogido por Roberto Vacca y Otelo Borroni: La vida de Eva Perón, Bs. As.: Galerna: 1971)
¿Por qué se trastocaron los papeles de su nacimiento?, ¿por qué desaparecieron sus filmes, sus fotos de actriz? ¿por qué ocultó y se ocultó su trágica enfermedad al punto de vanagloriarse en 1948: “A mi nadie me opera", que es como decir “A mi nadie me toca, nadie me corta”? ¿Por qué sostener a toda costa esa estatua narcisística de brillo tan fálico, aun como mártir? ¿No había cirugías posibles para Eva Perón?
A pesar de la excepcionalidad de Eva, en su permanente desafío al pasado, iba incitando a su autodestrucción.
Si finalmente hubiera fundado un nombre, ¿no es acaso esa estatua narcisista y fálica intocable la que desmiente haberse fundado en su creación como Joyce? No parece haber cuarto nudo en ella porque esa falta de ser la “ilegítima”, la hija espuria, agrandaba la mancha y el mal olor que, como el de Dinamarca, se expandía por todo el país.
Eva Perón no pudo detener, ni aun con la muralla de Perón, que aquello que había pretendido expulsar de su pasado retornara a ella de la peor manera. Su muralla, su salvador, ese que tramposamente le ofrecía limpiarle el pasado de ilegítima y adulterina, no pudo o no quiso ponerle el límite necesario para atender su cáncer a tiempo. Los mejores oncólogos que llegaron a Argentina en 1952 debieron hacerlo en 1947. En 1952 era demasiado tarde. Y aun así la “muralla Padre Ideal-perverso” Perón pudo conservar la estatua narcisista que necesitaba de Eva.
Luego de su muerte -con preparativos que la precedieron y en complicidad con la moribunda- la hizo embalsamar. Su cuerpo debía permanecer como emblema de aquella “estatua” no castrable, puro “fetiche-estandarte”... ahora al pleno servicio de Perón.
¿Pero, pudo escapar Eva de esa ley que pretendió amurallar, esa ley que da cuenta del pasado, de esa anterioridad que es sangre y legalidad pese a las paradojas e incertidumbres de las máculas del padre?
Intentando responder estos enigmas, retorno a las palabras póstumas de Edipo en Colona: si la única manera posible de que los humanos no persigan sombras es “no haber nacido tal”, quizás, unos persiguen sombras soportando la orfandad y se permiten atravesar el duelo por el padre ideal; otros, en cambio, se abisman cuando hacen intransitable ese duelo.
Eva Perón, Evita, quizá no pudo ir más allá del padre y pagó con suplicios insoportables, y luego con su vida, el amurallamiento de su duelo por el padre ideal.

 

6. El mito de Eva y nuestra argentinidad
Como muchos compatriotas no puedo menos que preguntarme por qué, hasta hoy, el mito de Evita continúa alimentando amores u odios, y no puedo dejar de interrogar allí cómo se entreteje nuestra argentinidad con su historia.
Puedo conjeturar que, así como Eva pretendió amurallar su pasado de oprobios y su duelo por el padre ideal, también los argentinos, empeñados en apostar a un linaje europeo en el que pretendemos fraudulentamente encaramarnos, pretendemos expulsar de nuestras raíces a indios, negros y gauchos; pero nuestro pasado y, sin dudas, nuestro futuro, está indisolublemente ligado a la América Latina, mal que les pese a aquellos que sólo quieren hacernos descender de “los barcos” y únicamente mirar hacia el Norte o a través del Atlántico. Para los argentinos, como para Eva, la tumba del padre no está vacía; y ese duelo, intransitable, hace pagar caro el intento de escapar de la ley que nos contiene.

diciembre 2003

Marta Gerez Ambertín
Psicoanalista
mgerez [at] rcc.com.ar
 

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Articulo publicado en
Abril / 2004