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Extravíos y desbarrancamientos en la práctica analítica

 

Este frenesí en la teoría manifiesta en todo caso una resistencia del análisis al analista, respecto de la cual sólo puede aconsejarse a éste que la tenga en cuenta para determinar la parte de su propia resistencia en las manifestaciones de sus analizados.

Jacques Lacan. El Psicoanálisis y su enseñanza. Escritos I. Pág. 437

 

 

1. Resistencias del analista: extravíos y desbarrancamientos

Puede sonar extraño hablar de los extravíos de los analistas, si por ello se entiende la posibilidad de perderse en el camino de la dirección de la cura, de despistarse... sin embargo, Freud y Lacan no cesaron de aludir al tema bajo el nombre de resistencias del analista: una de las razones más poderosas de su imprescindible análisis y supervisión. Quien anhele emprender la tarea analítica precisa analizarse y supervisar su práctica; es allí donde descubrirá los “agujeros negros” de su fantasma, de aquello que obstaculiza su tarea. El “deseo del analista” -efecto del análisis y la supervisión- es el único antídoto contra las tentaciones del goce -que pueden jugarle malas pasadas y/o ser catastróficos para sus pacientes.

¿Resistencias del analista implica que éste está impedido de analizar? No, implica que es preciso trabajar los puntos ciegos de goce del fantasma de cada uno para abordar la tarea psicoanalítica, tarea ciertamente magnífica, asombrosa, creativa y que requiere del deseo para avanzar entre sus múltiples obstáculos aceptando, incluso, sus límites.

Que algunos derrapen o se pierdan, que otros directamente incurran en prácticas vergonzosas no implica la imposibilidad de esa práctica ni que haya que dedicarle tantos Libros Negros para denostar al psicoanálisis.

Que el analista enfrenta día a día sus resistencias es archiconocido: la resistencia del analista se engendra en su práctica se cansó de repetir Lacan. Por eso no me ocuparé aquí de las resistencias que eventualmente lo asaltan en la dirección de la cura y que, análisis-supervisión mediante, puede sortear, sino de las resistencia de aquéllos que, sin haber atravesado la experiencia analítica, se autodenominan psicoanalistas y pretenden practicarlo. La experiencia me indica que cada vez son más y, en tales casos, la supervisión es superflua, acaso sólo una treta para justificar un (supuesto) lugar de analista.Una tramoya tramposa y peligrosa.

Aquéllos que, sin haber transitado un análisis, se precipitan a su práctica circulan por una doble transgresión: usurpan una práctica -para la que no están preparados- y realizan esa práctica produciendo efectos nefastos sobre sus pacientes. Aquí transgresión es caída en el campo del goce sin registrar tal caída, porque si no se ha sido atravesado por un análisis no es posible ese registro. Sólo el análisis del analista permite estar alerta contra las resistencias del analista.

 

2. El nacimiento del psicoanálisis: “los estilos” Breuer y Freud

En los orígenes del psicoanálisis hay un caso que, entiendo, es paradigmático de estas transgresiones.

Los desencuentros entre Freud y Breuer en torno al tratamiento de Bertha Pappenheim (Anna O.) todavía tienen consecuencias en la manera de tramitar la transferencia. Aquéllos que practican el “estilo Freud” interrogan el deseo del analista en lo que compete a la posición del analizado en la transferencia; en cambio, aquellos cercanos al “estilo Breuer” no lo hacen y, por tanto -acting-out y perversión transitoria mediante- se “desresponsabilizan” de lo que compete al deseo del analista en la dialéctica de la transferencia y así, al derrapar el lugar del analista, se produce la catástrofe de la transferencia y encalla el análisis. La repitencia actual y generalizada de la situación hace ineludible insistir en su planteo.

 

3. La perversión transitoria de Breuer

En la historia del psicoanálisis es por todos conocida la relación entre Freud y Breuer. La publicación Estudios sobre la Histeria y firmada por ambos data de 1893-95. Para esa época Freud apenas se iniciaba como médico, necesitaba  apoyarse en el prestigio y reputación de Breuer. Algunos capítulos -como el de “La Señorita Anna O”- son de Breuer, otros de Freud.

Aludiendo a un comentario de Freud a Breuer -respecto a sus traspiés con Bertha Pappenheim- dice Lacan en el Seminario XI: “Freud trata a Breuer como un histérico, puesto que le dice: Tu deseo es el deseo del Otro.” (29/04/64).

Freud intenta cargar sobre las espaldas de Breuer el deseo inconsciente de tener un hijo con Bertha, deseo que se despliega en la transferencia como deseo de Bertha de tener un hijo y que aparece en la manifestación de su embarazo histérico (pseudocyesis). Breuer jamás se responsabilizó de su traspié con Bertha y circuló por una posición perversa transitoria.

Que era Breuer quien deseaba un hijo lo muestra el hecho de que, confrontado a la transferencia amorosa y al embarazo histérico de su paciente, huye “actinizado” a Italia en una segunda luna de miel forzada con su mujer. Recién en 1914 Freud hace referencia al “suceso adverso” que puso fin al análisis de Bertha.

Debió ser difícil para Freud callar el improvisado final feliz que relata Breuer. Sabemos que no fue así, que desarmar la transferencia erótica que Breuer fomentó y nunca analizó le costó caro a Bertha y al mismo Breuer. Luego del “suceso adverso” del embarazo histérico, Breuer huyó y la joven fue internada en un sanatorio. Se había vuelto morfinómana grave y tuvo que atravesar una período de cura hasta su restablecimiento. Devino una destacada feminista, pionera del Trabajo Social y tenaz luchadora por los derechos de la mujer judía.

En el Historial citado dice Breuer: “El elemento sexual estaba asombrosamente no desarrollado; la enferma, cuya vida se tornó transparente para mi (sic) como es raro que ocurra entre seres humanos, no había conocido el amor, y en las masivas alucinaciones de su enfermedad, no afloró nunca ese elemento de la vida anímica” con lo cual reniega de la sexualidad de su paciente y de su deseo sexual por ella. Esta “resistencia” hizo encallar el análisis y le hizo pensar que la vida de su paciente podía serle transparente. Llegó a afirmar que Bertha sólo a él lo reconocía y que se esmeraba en que le contara muchas historias, pero no analizaba la transferencia ni atisbaba cómo él incitaba su erotismo (práctica en la que aún hoy incurren muchos de los que se llaman “analistas”).

En relación a esto dice Lacan: “De allí que el neurótico nunca haga gran cosa con su fantasma. Este logra defenderlo contra la angustia justamente en la medida en que es un a postizo” (5-12-63). Así es como tenemos que entender para qué sirven las fantasías en un neurótico, aunque sus fantasías tengan los contenidos más perversos están el servicio de preservar una falta y evitar la angustia. “Hubo una tal Ana O. que algo sabía del asunto como maniobra de juego histérico, y que presentó toda su pequeña historia, todos sus fantasmas, a los señores Breuer y Freud (...) con el formidable cebo Breuer se tragó esa pequeña nada y puso cierto tiempo en regurgitarla. (...) Freud (en cambio) supo servirse de ella (...) A esto le debemos haber entrado por medio del fantasma en el mecanismo del análisis y en un empleo racional de la transferencia” (5-12-62).

Con el malhadado análisis de Anna O. aparece una escena fundante del psicoanálisis y los efectos que tiene esa escena fantasmática sobre los psicoanalistas: lo que puede seducir del montaje del “teatro privado” de la histérica. Ese “teatro” puede hacer creer que ella se ha dado toda, lo que produjo una “perversión transitoria” en Breuer que creyó (como algunos creen) ser amo absoluto de su goce. No era un perverso, en todo caso estaba muy “actinizado” al ubicarse como la causa absoluta de su paciente. Peligro para los que no transitan un análisis: hacer un acting perverso transitorio y abusar de la transferencia.

Freud, en cambio, pudo escuchar la fantasía y la descubrió como un señuelo y desde allí inventó la noción de transferencia. Pudo escabullirse de la transgresión de precipitarse al goce: vio la puerta entreabierta... pero no la franqueó. Bien dice Lacan en el Seminario XVII: “Escabullirse no es transgredir. Ver una puerta entreabierta no es lo mismo que franquearla”. ¿Pero cómo no ceder al goce sin análisis del analista?

Desde entonces los analistas se dividen entre los estilo Freud y los estilo Breuer, o sus variadas sub-versiones. Los primeros interrogan el despliegue del fantasma y reconocen los señuelos que este tiende; los segundos se dejan atrapar por él y se consideran amos que pueden causar el deseo y el goce de los analizados. Allí huyen angustiados o hacen un acting-out y alimentan el erotismo del paciente... o forman pareja con él con no buenos resultados a menos que gocen de ese rasgo perverso.

 

 
Articulo publicado en
Junio / 2013