“Anoche soñé con una esfera gélida. Yo estaba dentro, encerrada en esa cápsula de hielo. Mi mejilla apoyada en el hielo. Entonces, aparecía un rayo de luz. Un haz tibio y fulgurante. Yo quería alcanzarlo y no podía. Me esforzaba por atraparlo, me desesperaba intentándolo, y no lo lograba.”
Es una mujer la que relata el sueño a un grupo de mujeres que la escuchan. Son mujeres judías, prisioneras en Auschwitz-Birkenau y estamos en el invierno de 1944. A Annelie Stern le toca distribuir la escasa comida que se les tiene asignada a ese grupo de condenadas a muerte. Distribuye algo más: el sentido inconsciente de los sueños. Sabe por su padre –se lo escuchó decir a Freud- que los sueños tienen sentido. Entonces allí, en el campo donde campea la muerte, donde hasta entonces nadie había soñado, comienzan a fluir los relatos y una trama onírica empieza a tejerse entre esas mujeres que esperan la “solución final”.
¿Es posible soñar en Auschwitz-Birkenau? ¿Acaso se puede soñar en un campo de concentración? ¿Hay lugar para el relato de los sueños entre las destinatarias de un proyecto de exterminio?
Ahora estamos en Julio del 2000, en el gran anfiteatro de la Sorbona. Son más de mil psicoanalistas venidos de todas partes de mundo los que oyen conmovidos el sueño de Auschwitz que relata Annelie Stern. “Dudé mucho antes de pedir la palabra” dice a la multitud, “pero ayer me encontré con una amiga, sobreviviente como yo de ese grupo de mujeres, que me dijo que la posibilidad de soñar nos había salvado la vida. Si no me hubiera atrevido a contar esto ante ustedes, jamás me lo habría perdonado.”
La posibilidad de soñar, uno de los grandes temas del psicoanálisis; el despliegue soberano de la muerte, el otro tema fundamental, transitaron a lo largo de la historia y ambos fueron abordados por Los Estados Generales ya que, en definitiva, en psicoanálisis solo se trata de eso: soñar o morir. Y la muerte que dejó huellas imborrables en el siglo del psicoanálisis, viene pisando fuerte en el mundo actual. Tal vez por eso Derrida nos propuso una pulsión de poder performativo que pudiera desafiar los límites impuestos por la pulsión de muerte. Pulsión de poder performativo que vaya más allá del Freud de más acá de la pulsión de muerte. Pulsión de poder performativo que hace evidencia en el muro de sueños que las mujeres de Auschwitz supieron construir para detener el despliegue irrestricto de la crueldad.
Seguramente poco tiene en común el horror de la guerra cínicamente justificado por el patriotismo, con la muerte administrada por un estado de terror y con la pena de muerte asignada por un estado de derecho, pero todas contribuyen a acrecentar nuestro patrimonio mortífero y a glorificar la muerte encarnada, sufrida y ejercida en cada uno de nosotros.
Los Estados Generales del Psicoanálisis fueron convocados para eso: para ponerle un límite de sueños a la muerte del psicoanálisis.
No obstante, la “herejía” que supone desbordar la mera repetición acrítica; el “sacrilegio” de cuestionar a las instituciones y dudar de los maestros, tiene al parecer, un precio muy alto. La comunidad psicoanalítica argentina lo cobra matando con la indiferencia a Los Estados Generales como mató con la indiferencia a Freud la comunidad científica europea, hasta que el escándalo rompió el silencio. Pero nadie podrá robarnos la capacidad de soñar, de producir y de amar como tampoco nadie podrá apropiarse de ese rayo de luz; haz tibio y fulgurante, inalcanzable pero indoblegable, que empezó a flamear sobreinscripto a la revolución francesa, a la revolución tecnológica, a la revolución psicoanalítica, en Julio del 2000.
Juan Carlos Volnovich
jcvolnovich [at] ciudad.com.ar