Era miércoles, como cada segundo y cuarto miércoles del mes. Miércoles, como todos los miércoles, con esa carga de mitad de semana.
Ahí estábamos, en círculo, cuidando las distancias, con equipos de seguridad como indica el protocolo. Repitiendo protocolos instituidos, a través de los cuales se procura calmar la angustia.
Cada quien, con su mate recuperando algo de la calidez del encuentro. Llevé mi budín de mandarinas, sé cuánta alegría trae y mitiga ese sinsabor de miércoles.
Decidimos sostener la presencia, cuidar el encuentro a costo de voluntades. Fue un verdadero acto político. Es que “la nueva realidad” como la llaman, desmembró los espacios colectivos. Cerramos el taller, pero, casi defensivamente, defendimos el encuentro. Sostener el espacio permitió el surgimiento de la singularidad más allá de los saberes técnicos, haciendo esfuerzos por no sucumbir a la burocracia institucional.
Ahí estábamos, recuperando el arte de las miradas a ojos descubiertos. La mirada, a veces, como único lenguaje posible. Nos fuimos entrenando en el arte de la observación. Capaces de leer la sutileza de los ojos cansados, tristes, desbordados, contentos, tantas veces temerosos y otras tantas enfurecidos.
En fin, otro miércoles y se inicia con la pregunta de rutina, ¿cómo estamos? Dándome cuenta, en ese instante, que las respuestas se tiñen de honestidad, con poco rodeo.
- No quiero hablar de política, pero se vienen las elecciones, por eso vinieron al centro de salud el otro día. Trajeron varias cosas, después desaparecen. Plantea la enfermera
Y claro, pienso, el campo de la salud pública en su entramado con el campo social en tanto político, económico y cultural, celebro las elecciones, la democracia, la libertad.
Los años de elecciones generan malestar en el equipo. Las exigencias son aumentadas y descontextualizadas, la consigna institucional es “hacer” y “hacerlo notar”. La gente tiene que ver, tiene que creer, tiene que votar.
El encuentro institucional tiene sus momentos, sus desafíos e impases. Moviliza y pone en tensión el saber propio. Moviliza y habilita, abre a nuevos saberes. Se abre a lo nuevo porque algo de no sabido se permite. En el encuentro no sabemos todo y ahí surge la posibilidad.
La reunión de equipo, de planificación, tantas veces desalentada por la referencia a ser “poco productiva, por considerarse un tiempo de ocio por pausar la atención”. Esa asociación tan cuestionable entre la cantidad de atenciones y la real producción de procesos de cuidados.
Este capitalismo tardío y la inmediatez, la incertidumbre, la fragilización de los lazos, el presente eterno y el encuentro ahí… permitiendo “planificar” lo posible y soñar la esperanza.
Propongo sostener la escritura, el compromiso ético de pelear contra el olvido. Somos partes de un momento histórico que no puede perder la memoria. Y sí, la pandemia va a ser historia, pero ¿quién va a recordar el desamparo psíquico y social?
Empezamos a narrar, rotan los discursos, se teje el deseo. Surge primero la referencia a la propia experiencia. Se empieza a ordenar algo del caos. Es en esa dialéctica de escribir, leer y volver a escribir surge la inventiva. El médico dice
Aparece ahí esa constante contradicción entre el convocar y ser convocados por la comunidad. La comunidad nos invita, nos hace pensar, los procesos de cuidado siempre son en interjuego de actores.
Y sí, volver al encuentro es lo primero. La necesidad primaria del otro, de poner el cuerpo y de simbolizar. Y acá estamos… volviendo a operar a partir de la ética que sitúa al sujeto y su deseo como eje del trabajo.
Luciana Laura Galloni
lucigalloni [at] hotmail.com
Psicóloga. Integrante del equipo de Salud mental DISER (Dirección Provincial de Salud Mental- Provincia de Santa Fe) Integrante del equipo de salud de primer nivel de atención n°7. (Ministerio de salud Provincia de Santa Fe)
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