Era miércoles, como cada segundo y cuarto miércoles del mes. Miércoles, como todos los miércoles, con esa carga de mitad de semana.
Ahí estábamos, en círculo, cuidando las distancias, con equipos de seguridad como indica el protocolo. Repitiendo protocolos instituidos, a través de los cuales se procura calmar la angustia.
Cada quien, con su mate recuperando algo de la calidez del encuentro. Llevé mi budín de mandarinas, sé cuánta alegría trae y mitiga ese sinsabor de miércoles.
Decidimos sostener la presencia, cuidar el encuentro a costo de voluntades. Fue un verdadero acto político. Es que “la nueva realidad” como la llaman, desmembró los espacios colectivos. Cerramos el taller, pero, casi defensivamente, defendimos el encuentro. Sostener el espacio permitió el surgimiento de la singularidad más allá de los saberes técnicos, haciendo esfuerzos por no sucumbir a la burocracia institucional.