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La desobediencia implicada

 
Una historia personal de las desobediencias en la clínica psicoanalítica con niñxs y adolescentes.

1- La desobediencia enjaulada

“Venir a parar acá, al loquero... Me estalla la cabeza días en la calle con los pibes me falta la gorra roja creo que se la quedó el Brian no dormí nada estábamos por allá en la plaza y después corrimos íbamos a romper el vidrio de los chetos esos mi vieja cuando se entere me mata cuando le cuenten y encima me falta la gorra tengo frío acá hay morfi por lo menos no me mires la cicatriz esa ¿ves porqué necesito la gorra? me tapa me falta algo cuando no la tengo el forro del Brian cuando lo agarre lo cago a trompadas y ahora acá ¿vos sos psicóloga que es eso? esa vieja de ahí es tremenda forra y ese pibito que llora y el otro que grita me hace acordar a mi hermano más chico ¿sabes que lo agarró el tren? mi mamá me cagó a golpes cuando se enteró que era mi culpa que anda a meterte por ahí vos que sabes que viene el tren y no se ve nada de noche me falta la gorra al Brian le dije que solo un rato soy un boludo yo no me mires ahí te dije deciles que no quiero eso que te clavan y te dejan medio tarado y dormido aunque quizá mejor me duermo todo no puedo dormir yo pienso no me para el bocho por eso me corté por eso para dejar de pensar y que la cabeza me pare o me fumo unos porros al Brian le dije pero corría y corría y acá caí me puse loco cuando me agarraron los quería romper a todos a patadas me vieron los tatuajes muerte de la yuta se la agarraron conmigo yutas de mierda y que me corto todo y ¿a quién le importa?”.

¿Para qué me dan un paciente que el hospital no tiene intención de tomar? Y que yo no iba a tratar a nadie como si fuera una bolsa de papas

Me llaman a Dirección, como si fuera una nena a la que van a retar. Soy una nena a la que van a retar. ¿A quién se le ocurre que una puede no ser simplemente un engranaje en la máquina manicomial de excluir los elementos que se supone ajenos, o molestos? ¿A quién se le ocurre frenar un “traslado”? Hay significantes que el terror acuña y las instituciones reproducen, amplifican, y expanden. ¿No entendiste piba que es un delincuente, no un paciente?

15 años el pibito de la gorra. Toda la cúpula hospitalaria es la gorra.

El tribunal se reúne, el terror también es un mensaje destinado a mí. ¿Pueden echarme?

Ser parte de la institución entonces también es entender sus pactos secretos. El pibito nunca fue un paciente, ni lo será. No es alguien a escuchar. Te lo asignamos para que completes el mecanismo. Hacemos de cuenta que es un paciente más, le asignamos psicóloga, que esté tranquilo, y pum, en cualquier momento lo sacamos. Le mentimos, que él no lo sepa, hasta último momento. La ficción hospitalaria puede ser muy cruel.

Ni llegué a conocerlo demasiado. Sólo le dije que no habría instituto de menores para él, estaba internado y yo era su psicóloga. Una tarde (hora en que solo quedan residentes, guardia y enfermeros en el hospital) frené el traslado que irrumpió a llevarlo.

Al otro día tuve mi propio tribunal. Sin eufemismos.

Salí llorando.

Sólo pude decir dos cosas: ¿para qué me dan un paciente que el hospital no tiene intención de tomar? Y que yo no iba a tratar a nadie como si fuera una bolsa de papas.

Seguí llorando y mascullando impotencia en el reducto de los residentes. “Contención verbal” para mí.

Pasó el tiempo, nunca más me forzaron a participar de ese teatro.

A lo largo de los años fui coordinadora de equipo en Hospital de Día. Fui Jefa de Residentes. Concursé un cargo, el primero en años para un psicólogo de planta, gané sobradamente por antecedentes. Quedé en segundo puesto en la entrevista. Se acabó también para mí la ficción hospitalaria.

Yo también me fui.

2- La restitutiva desobediencia.

“Me quiero ir a mi casa. Aquí a los chicos les pagan por actuar, y luego se van. Yo no tengo problemas en mi cabeza. Vi que acá hay unos contactos de Boca. Yo no vine a internarme, vine a hacerme unos exámenes de sangre y de orina. Vos me querés descansar, chamuyar. ¿Me llevás a tu casa, me hacés la gamba? ¿vos me hacés preguntas porque sos mi hermana? Yo te conozco, vos sos una de las porristas de Boca. Te vi en El Gráfico, cuando Boca salió campeón. ¿Vos estás en la tele? Te maquillás y te convertís en otra. Las mujeres después son otras. ¿Vos vas a hacerme un hijo? ¿Vos conocés a mi hija? ¿La podés localizar? Traemelá, vos la conocés. ¿La tenés vos? ¿Si yo te bato la posta vas a pensar que estoy loco? En el juzgado hicieron una nota que dice que yo soy un enfermo mental. Me trajeron acá porque dije la verdad.”

Dice su madre: “En casa él decía que tenía una hija, y una novia embarazada. Ahora me acuerdo, él empezó diciendo que yo no era la madre. Decía que él era adoptado, y nosotros le seguíamos la joda, le decíamos que tenía razón. Él se reía. Una vez, vio unas fotos de cuando él era chiquito, las comparaba y lloraba, no quería hablar. Me dijo: Cómo, mirá estas fotos, esta es mi hija, si es igual a mí”.

El trabajo con Pedro intentó construir un cuerpo propio: armado de cuerpos de plastilina, dibujos y construcción de historias mediante

De la historia de Mauro, con sus 15 años, y la historia de su tratamiento en el Servicio de Internación de un hospital psiquiátrico, voy a contar muy resumidamente algunas cosas. Trabajo intenso mediante, pudimos conocer que de muy pequeño había sido “soñado” y luego trasvestido, como si fuera una nena. Luego rechazado como jugador de fútbol, tampoco cumpliría el deseo parental de salvar económicamente a la familia. En su laboriosa construcción delirante (intento desesperado de apaciguar confusiones, y la violencia padecida) se entraman diversos elementos que lo rescatan de lugares imposibles, que le restituyen -fallidamente- existencia y valor (él es un superhombre, su semen es un objeto valioso, con el que quieren hacer un gran negocio), una teoría delirante acerca del origen (le robaron el semen engaños mediante, una chica se lo tragó, y así quedó embarazada), y la novela familiar del psicótico (se pierden o desdibujan las diferencias generacionales, hijas y hermanas parecen confundirse o ser intercambiables, tiene miles de hijos, son como dibujitos animados).

Mi trabajo con Mauro intentó desde un comienzo que él pueda afirmarse en el “tener huevos”, marcándole que en todo caso si le robaron el semen, nadie podría robarle, quitarle sus huevos. En una sesión, Mauro me ofrece un cigarrillo, sacándose el paquete que estaba oculto en sus genitales, precisamente en “los huevos”, bajo el pantalón. Rechazo su oferta, al tiempo que le pregunto por qué los guardaba allí. Intervengo señalándole la diferencia entre lo público y lo privado. Le digo que lo que él guarda allí no es para estar ofreciendo a los demás o para que se lo quiten. Eso es exclusivamente para él, para su satisfacción. Agrego que si quiere convidar u ofrecer cigarrillos, no los guarde allí. Con esta intervención intenté que su cuerpo, y más precisamente su sexo, queden del lado de su intimidad, que ésta sea posible, que no le sea robada, que él no la ofrezca, que no la sacrifique.

Por otro lado, empiezo a cuestionar su lugar de “padre” en su delirio, que ubicaba a la función paterna como entrega de semen. Le pregunto a Mauro si le dio a sus hijos su apellido. Mauro no entiende mi pregunta, se queda pensando, responde que no. Le señalo, entonces, que él no tiene hijos, que un padre es quien da el apellido, el nombre, además del semen. Mauro pregunta por esto. Hablamos de la inscripción de un niño como hijo, del DNI, del registro civil. Mauro se desespera y, en un momento, intentando convencerme exclama: “pero si yo los parí!”. Lo miro, me mira, se ríe, se corrige. Le digo: “vos tenés huevos, no podés parir, sos un hombre”. Mauro comienza a escribir las cosas que vamos pensando juntos en un cuaderno que nos acompañará a lo largo del tratamiento. Cada sesión concluye con el intento de Mauro de escribir, pero por sobre todo fijar, recordar, apropiarse de aquello que trabajamos. Se muestra desesperado por recordarlo, y lo va repitiendo una y otra vez, en un intento de producir una inscripción más allá del papel. Mauro hace referencia a sus “confusiones”, aquello que no entiende, que no es del orden de la certeza, que lo inquieta y que quiere aclarar. Insiste que es de esto que quiere hablar conmigo. En este sentido, se despeja el sentido del tratamiento para él. Comienza así a querer saber sobre cómo nacen los bebés, como se hacen, como es el embarazo, sobre la sexualidad del hombre y de la mujer, vamos ubicando diferencias.

Así como en un principio Mauro denunciaba haber sido “jodido”, “chamuyado”, engañado por sus padres, por momentos también el hospital mismo se le tornaba “una joda hecha para él”, una mentira, algo irreal creado para perjudicarlo. En una sesión -inesperadamente- Mauro me dice: “soy una mujer.... es una joda”. Frase que no logra encadenarse a otras, irrumpe, queda aislada, me conmociona, no es “en chiste”, no es de jugando. Le pregunto a Mauro por esta joda, de quién es, quién le hizo esa joda tan pesada, que lo confunde. Le digo que hay jodas graciosas, divertidas, y otras demasiado pesadas y feas. “Con los huevos no se jode” será una frase más a escribir en su cuaderno. Prohibición que enunciamos, prohibición faltante en el origen, que no pudo preservarlo. No considero que aquella frase que irrumpe sea un modo en que retornaría algo reprimido, no se trata de algo reprimido. Al irrumpir desnuda, denuncia aquella “joda originaria”: operación por la cual Mauro pierde la masculinidad, se convierte en mujer. Esa joda originaria, trabajo mediante, intentará encontrar algún relevo, una escritura que funde lo que el delirio intenta, pero no alcanza a lograr organizar: una desobediencia posible al destino renegatorio y enloquecedor que se le propuso.

Considero fundamental, como analistas, situarnos en nuestras prácticas siendo capaces de discutir, y realizar apropiaciones singulares de las teorías que estudiamos, y con las que pensamos e intervenimos

3- Obediencia “devida”, obediencia de muerte

Pedro, de 17 años, obedeció a las voces que escuchaba, que le ordenaban matarse, y se tragó lo primero que encontró: los ganchitos de una abrochadora. Alguien le impidió continuar, y fue llevado de urgencia a un hospital. Allí realizó un nuevo intento de obediencia a aquel imperativo de muerte, y con lo más próximo a su mano (una botella de Gatorade) buscó cortarse las venas. Así fue internado Pedro la primera vez. En la primera entrevista conmigo, acerca de ese episodio, Pedro me confesó: “si hubiera tenido una pistola cerca me pegaba un tiro en la cabeza. Me tenía que matar”. Obediente, Pedro no opuso resistencia, a pesar del terror. Al llegar a la internación, con una toalla se cubría la cabeza, intentando alejarse-protegerse de las voces.

El trabajo con Pedro intentó construir un cuerpo propio: armado de cuerpos de plastilina, dibujos y construcción de historias mediante. Así fue, que llegamos a un incipiente relato del desalojo radical que Pedro sufrió tempranamente, y que fue luego ratificado sucesivamente en nuevos desalojos y expulsiones del espacio familiar, simbólica y materialmente. Todo ello, junto al pacto de silencio que lo había forzado a participar en complicidad obediente, del ocultamiento de un asesinato efectivamente presenciado.

La respuesta psicótica es para Pedro el último baluarte defensivo frente a la muerte psíquica, un retorno insoportable de lo visto y lo oído que lo empuja a la muerte efectiva. En el ínfimo espacio que los diversos aniquilamientos nos dejaban, abrimos una brecha para un intento de salida por fuera de esa encerrona brutal. Trabajo que sostuve desde el deseo de recuperar su boca de los destinos mortíferos que iba hallando: comida sin freno, dormir sin parar, droga sin límites (“Las voces me dicen que tengo que drogarme, para que Boca no pierda…” pudo decirme), ganchos de abrochadora. Modos, todos ellos, con los que espantosamente sellaba, callaba, dormía, tapaba su boca.

4- La desobediencia esperanzada

El acto de oponerse con un gesto de afirmación y rechazo a una violencia, ese acto, con sus modos disruptivos o hasta ruidosos, en un niño de 4 años por el que sus padres adoptivos me consultan, ¿revela más la eficacia de una lectura legítima del propio niño, Aníbal, respecto de una historia de desamparos sufrida, que un suceso escolar del presente actualiza; o bien será leído como violencia a reprimir y condenar, incluso estigmatizando al niño con diagnósticos apresurados, abusivos y patologizantes?

¿Son capaces las instituciones educativas de encontrar una lectura que alcance a situarse a la altura de ese gesto, todavía esperanzado, de un otro, de otros, que amparen y contengan en el sujeto infantil el sufrimiento de hoy, y en él todas las marcas que la historia ha dejado? ¿O serán portadores y ejecutores de nuevas violencias, que fijen dolorosamente, crudamente, a las viejas? Celebro, al igual que sus padres, la obstinada y empecinada, la esperanzada desobediencia.

5- La obediencia tiránica

Juana es una niña de 11 años que vive la infancia a la sombra de un superyo que le deja poco espacio al placer y al juego. En un vínculo de demasiada obediencia al ideal de omnipotencia y perfección absoluta, de lealtad inquebrantable al modo sacrificial que atraviesa como un hilo conductor la historia familiar y sus distintas generaciones, hay poco margen de salida que la libere de ese mandato al que ella responde gozosamente, entre un llanto inagotable, interminable, y el odio a quien intente acceder al búnker de su encierro. En esos inciertos, agitados y arduos climas transferenciales, muy lentamente, empieza a surgir la figura de un huracán que barre y arrasa con sus avances y logros, que causa derrumbe, tiñendo todo de oscuro fatalismo y sinsentido. Y yo me agarro fuerte de esa figura que le propongo imaginar, y pensar, contra la desazón y la impotencia, y que ella puede tomar, entonces me agarro fuerte mientras la sostengo, a un milímetro de perder yo también toda esperanza. Miramos ese huracán hecho de cruel, veneradora obediencia, y Juana depone su rabiosa mirada, nos miramos fijo y allí la encuentro rogando ayuda. Por un segundo, le escapamos al huracán. Seguimos haciendo pie, en transferencia.

6- De la obediencia a la disidencia

Considero fundamental, como analistas, situarnos en nuestras prácticas siendo capaces de discutir, y realizar apropiaciones singulares de las teorías que estudiamos, y con las que pensamos e intervenimos. Una apropiación de las herencias no dogmática, ritualizada ni obediente. Obediencia que arrastra todos sus sentidos desde la lógica religioso-militar, restringiendo las respuestas posibles en dos: sumisión y acatamiento.

Cada paciente presenta modos particulares de desplegar y atravesar conflictos, angustias y construir defensas. Vía obediencia, vía desobediencia. ¿Fallida o lograda? La desobediencia, el gesto informe, desesperado a veces, en ocasiones desamarrado, desafiliado ¿logra ser relevada por un gesto espontáneo? ¿Qué es lo que la desobediencia o la insumisión, en transferencia, será -o no- capaz de crear?

Oponerse a la obediencia es desmontarla, transformar los circuitos obedientes en la pregunta, y a partir de la pregunta, por la causalidad psíquica. Es el trabajo ético de interrogar nuestras servidumbres o vasallajes (B. Spinoza). De dar lugar a un trabajo de pensamiento que albergue la necesaria puesta en sentido junto a la -también necesaria- prueba de la duda (Piera Aulagnier). Esto es válido tanto para nuestrxs pacientes, como para nosotrxs, lxs analistas.

Que la muerte no tenga la última palabra, ni el último silencio, escribe Juarroz, un poeta. Desde esa poética lxs psicoanalistas también trabajamos, en el borde de las tiranías dentro del espacio psíquico, y en el espacio intersubjetivo, en el filo de un deseo de muerte que a veces arrasa, o que el sujeto toma a su cargo. Muchas veces, ante los abismos.

Oponerse a la obediencia es desmontarla, transformar los circuitos obedientes en la pregunta, y a partir de la pregunta, por la causalidad psíquica

Niñxs y adolescentes, sujetos en construcción, vía sueño, juego, síntoma, o aún delirio, habitan, animan, inventan, sus propias desobediencias. En atención flotante, esperamos estar a la altura de ellas, de ese gesto espontáneo, sobre todo cuando estamos implicados en ese gesto. O cuando nos dedicamos a apostar a transformar el abismo: el grito o el golpe desgarrado y mudo que choca con el mundo, en gesto. Gesto que luego, sólo luego, hará posible, tal vez, el surgimiento de una demanda.

Este recorrido fragmentario de la clínica psicoanalítica y el modo particular, personal, de sostenerla, es también, pienso, un elogio de las desobediencias cuando las mismas logran ser subjetivantes y constitutivas de territorios menos sufrientes para la vida. Pero también es la búsqueda y el sostén de la interrogación en el corazón del pensar, toda vez que el pensamiento amplía su necesaria condición desobediente (si no quiere ser simplemente rumiación) en apertura al campo fértil de las disidencias.

Bibliografía

Aulganier, Piera (1979), Los destinos del placer. Alienación, amor, pasión. Editorial Paidós. Bs.As; 1998.

Feldman, Lila María, y otros, 13 variaciones sobre clínica psicoanalítica, coordinado por Ana Berezin. Siglo veintiuno editores Argentina. Bs. As; 2003.

Juarroz, Roberto, Poesía vertical. Emecé. Bs.As; 1997.

Ripesi, Daniel, Pensamiento sin representaciones, sobre la noción winniottiana “gesto espontáneo”.

Tatián, Diego, Spinoza disidente. Tinta limón Ediciones. Bs. As; 2019.

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Articulo publicado en
Agosto / 2019