El autor es sociólogo, ensayista, profesor universitario y crítico cultural. Representante ineludible de la Teoría Crítica en Argentina, ha escrito innumerables libros, prólogos y ensayos sobre antropología del arte, literatura, cine y teoría política. Es colaborador de nuestra revista y autor, entre otros, de los libros: Un género culpable (1995), Las formas de la espada (1997), El sitio de la mirada (2000), La cosa política (2005) y La oscuridad y las luces (2010).
“Heidegger”: también este nombre hay que escribirlo así, con comillas, para darle su valor emblemático, aunque esta vez en su pleno estatuto de síntoma. Curiosamente -por esas retorsiones de la dialéctica, o de la para-doxa- éste tendría que haber sido el nombre más inasimilable para la sociometabólica “filosófica” del Capital, por una razón muy sencilla: el pensador más influyente, dicen, del siglo XX, resultaba ser aquel que estuvo comprometido -ya discutiremos con qué aporéticos retorcimientos- con lo peor del Capital; supo propinarnos aquello que a toda costa el capital quería olvidar (pero, claro: esto solo podía ser una pretensión “central”: ¿cómo los “periféricos” de Videla y de Pinochet hubiéramos podido olvidar lo peor?). Allí hubiera habido que decir: sí, claro, aceptamos a “Heidegger” no solamente por lo que, a pesar de todo, podamos aprender de él (esto pasa con cualquiera, cuando uno es capaz de adoptar esa deslectura creativa que recomienda Harold Bloom), sino principalmente para no permitir que el Capital “olvidara” que lo más influyente que nos había dado en el plano del pensamiento era también -entre otras cosas, si se quiere, pero de manera decisiva- una contrapartida de lo peor (por lo menos, hasta ahora) de que su sociometabólica material era capaz.