El siguiente texto fue enviado a nuestra redacción y toma como punto de partida el artículo “Contratransferencia y subjetividad del analista. Cien años después” de Alejandro Vainer publicado en nuestro número anterior.
Mileyendo a Vainer
Supervisando en el Hospital de Niños me refiero a la contratransferencia. Me comentaron un artículo de Topía[1]. Al mirarlo me da placer encontrarme con Vainer.
Porque la lectura -al menos la entendida por mí como tal- implica un encuentro. Lectura en la cual me detengo -detengo mis ideas, pensamientos, conceptos, prejuicios- para escuchar, a la vez que cada tanto -como ocurre en una conversación- detengo la lectura, o atrevidamente la interrumpo, para realizar mi camino a partir de lo leído, que es diferente a lo escrito. Vuelvo al leer, y diferencio allí entre el verleer y el mileer. El primero pone en juego una acción necesaria y lógicamente primera -no cronológica- que es el ver; órgano de la visión, la vista en juego posibilita verleyendo el texto. Puedo hacer esto sin estar implicado, puedo fagocitar lo escrito por otro y con excelente memoria visual, repetirlo tal cual. De hecho denominamos repetir a la ingesta de comida no concluida, no elaborada, diciendo: -Estoy repitiendo los ravioles, la carne; o callando, estoy repitiendo el texto de otro (sea la O -de o/Otro- grande o chiquita).
El mileer, neologismo que refiere a la lectura implicada, conlleva la mirada (mi) hecha por una persona que se apropia de dicha lectura (milectura) y que es un segundo movimiento lógico -mirar- diferente del ver. Igual que no debemos confundir oír con escuchar, y a la vez que para escuchar hay un oír previo -aún si fueran los gritos del silencio-, otro tanto ocurre con el ver y el mirar.
Retomando el encuentro con Vainer, al leer, al mileer su escrito, dialogo con él (con lo escrito por él). Diálogo, acuerdos, interrupciones, fugas, encuentros. Estas líneas esbozan dar cuenta del encuentro del domingo a la tarde, a tres días de la supervisión.
Coincido con vos, Alejandro, respecto al uso de la transferencia del analista, esa que políticamente Pichon-Rivière denomina en un texto[2] transferencia recíproca en lugar de contratransferencia -y me refiero acá a la política en el campo psicoanalítico, como respuesta a los males y abusos de su época respecto al concepto de contratransferencia-. Te sigo en la definición que das de la transferencia, en una acepción que es llamada extensa, para diferenciarla de la transferencia en sentido estricto, definida por Laplanche y Pontalis como aquélla que “designa, en psicoanálisis el proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación establecida con ellos… Se trata de una repetición de prototipos infantiles, vivido con un marcado sentimiento de actualidad”[3].
Y aporto que si esto es así, habría que diferenciar los aspectos transferenciales del analista -revivencia sin conciencia para él de situaciones pasadas con otros en y sobre la figura de determinado paciente- de otros mecanismos posibles de ser jugados con él, como proyección[4] -depositación de aspectos propios en el paciente-, identificación -sea ésta de segunda o de tercera fuente-, catectización -pues puede despertar nuestros deseos aunque esto no sea lo “correcto”-, etc.
Tal como decís citando al vienés, cada analista sólo llega donde lo propio resiste al análisis. Y el francés viene a terciar en nuestra charla diciendo que la resistencia es siempre del analista; ¿o es esperable algo diferente a que el paciente resista?
Hace unos años escribía en una tesina: “Paciente difícil con terapeuta dificultado, es una dificultad al cuadrado. Por ello hace falta un cambio de raíz, necesario para quitar la potenciación del obstáculo”[5].
Me parece rico, Alejandro, recuperar la historia -y no puedo olvidar tus rastreos historiográficos por el psicoanálisis argentino[6]- y reconsiderar los desarrollos kleinianos en las dos vertientes que lo hacés, a la vez que tu aguda denuncia de la supuesta objetividad en ambos. Supuesto que habla de su-puesto, o sea de lo puesto, de la posición del analista en ambos casos. Pienso a mi vez, que renunciando a esa premisa, la transferencia del analista puede aportar material y vínculo que de otra manera seguiría en las sombras; siempre y cuando -como decís más adelante- pueda discriminar, ver qué hay del paciente y qué del propio analista.
Si, Ale, la transferencia es un obstáculo, y como tal, inevitable. E invierto tu fórmula, “a veces obstáculo, siempre herramienta de trabajo”, por siempre obstáculo, pues como tal aparece, devenida en resistencia, ofreciendo oportunidad. Si se trabaja -si, y sólo si se trabaja- puede ser -pues a seguro lo llevaron preso, decían de chico-, puede devenir en herramienta de trabajo.
Devenir implica un quehacer que transforma el hasta entonces obstáculo en otra cosa. Propongo el neologismo optáculo, al que defino como un obstáculo -y como todo obstáculo es una oportunidad- y al ser trabajada dicha oportunidad abre opciones diferentes, deviniendo en optáculo.
La deriva de mi memoria me trae el recuerdo de una situación en la cual el entrevistado -de gallardo aspecto- planteaba un problema y acto seguido relataba cómo lo había resuelto. Varias entrevistas con idéntico esquema, en una situación institucional en la cual había que determinar si se le brindaba un espacio terapéutico o no, agregado a venir derivado por otra institución de formación profesional. Sentimiento de marcada impotencia del equipo coterapéutico que iba in crescendo. En la última entrevista -y tal vez como último recurso- le pregunto a boca de jarro, pecado de juventud mediante: -De la impotencia, ¿cómo andamos?
El cuerpo del interpelado se desploma sobre la silla, la cara se le transforma y su gallardía deviene en llorosa y cascada voz, con la que empieza a relatar su irresuelto padecer. Entrada en análisis.
Tu desarrollo del punto IV es impecable, elogio que no sé si corresponde escribir en este artículo, a la vez que tengo claro el ser totalmente pertinente en el diálogo que tengo con vos, pues tú sabes que los reconocimientos no son lo corriente entre nuestros hermanos psi.
A la vez que realizas preguntas a desmenuzar, discriminando pensamiento clínico de lo transferencial, me surge departir contigo respecto a las vicisitudes de lo que llamé transferencia interpósita persona. Esto es lo que le ocurre al paciente con alguien de su entorno -revestido transferencialmente- que es traído reiteradamente al análisis como encarnadura de lo que le acontece al paciente con éste, en lugar de con el analista. Tomando este desarrollo -y el de tu escrito de por medio- me cuestionaba por la teoría y también las pertenencias a determinado grupo teórico como una transferencia del analista interpósita persona con su paciente.
Recuerdo un caso en el cual ante una paciente que manifestaba tener sus manos rotas, al tomar sus manos con las mías, imaginar a Freud y Lacan tomándome fotos diciendo: -¡Te agarré in fraganti delito![7]
El punto V me parece de una total riqueza, tanto en lo que el analista dice de sí y pone en juego al mostrarse -al mostrarse como una decisión-, como aquel que intenta denodadamente no decir de sí, no mostrarse, no ofrecerse como objeto transferencial, logrando serlo bajo ese formato ocultante… que sin duda de él habla.
Además la idea de reacción o respuesta, además de la imagen de analista espejo, evita leer el dialogo, el ida y vuelta, en toda la riqueza que la producción y la circulación transferencial tiene, pues al fin y al cabo lo que cura -si algo cura- es el vínculo.
Claro Alejandro que la neutralidad es imposible; y el supuesto de su posibilidad como elogiable fin es su peor expresión, pues no sólo no logra evitar que acontezcan, sino que además cae fuera de lo trabajable, pues ni siquiera son reconocidos sus efectos como tales en función del lugar del muerto buscado. Puntos ciegos nuevamente.
Punto que en la ceguera confunde neutralidad con abstinencia, claramente diferenciado en tu trabajo, y que además recalcas la subjetividad puesta en juego en cada paciente y aún en cada situación con él. Resituar la abstinencia como concepto clínico y no como objeto de ritual es una ardua tarea, dado la deformación de la formación académica. La abstinencia remite al deseo del analista y no un religioso ritual evitativo de contacto.
Por último me resultó creativa la idea de pensar que en cada analista se produce una sedimentación, a la manera del limo ante el paso del río contratransferencial por las riberas de la praxis, construyendo un suelo de determinada fertilidad que denominas el “estilo” de cada analista.
Te agradezco la fluidez de tu escrito que me permitió sostener el diálogo con él, contigo. Parafraseando a Freud en su escrito de Schreber, quedará al lector de estas líneas dirimir cuanto de lo escrito es conceptual y cuanto transferencial… O sea, como siempre. Un abrazo,
Ricardo Klein
Notas
[1] Vainer, A. (2010). Contratransferencia y subjetividad del analista Cien años después. En Revista Topía, Año XX, N 58, abril-julio 2010.
[2] Pichon-Riviere, E. (1982). Transferencia y contratransferencia en la situación analítica. En El proceso grupal. Buenos Aires: Nueva Visión.
[3] Laplanche, J. & Pontalis, J.B. (1971). Diccionario de Psicoanálisis. Barcelona: Labor.
[4] Para una profundización de este tema, leer Klein, R. (2004). Una vuelta de tuerca a las relaciones entre telé y transferencia. En El trabajo grupal. Cuando pensar es hacer. Buenos Aires: Lugar.
[5] Klein, R. (1992). Del diván al colchón, aconteceres de una travesía. Tesina inédita en el Centro de Estudios Bioenergéticos.
[6] Me refiero a los excelentes libros Las huellas de la memoria; Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los ´60 y ´70, Tomos I y II, escritos por Enrique Carpintero y Alejandro Vainer (2004 y 2005), Buenos Aires: Topía.
[7] Un desarrollo del polémico concepto de abstinencia se halla en Klein, R. (2004). Diálogo entre la Sra. Continencia y la Srita. Abstinencia (escuchado en el café de la Implicancia, situado en la calle Vínculo entre las calles Empatía y Simpatía). En El trabajo grupal. Cuando pensar es hacer. Buenos Aires: Lugar.