Este artículo fue publicado originariamente en la revista Subjetividad y Cultura, DF México
CUESTIONARIO
1.- ¿Qué vínculos considera que existen entre la conocida noción sociológica de alienación -sobre todo en el sentido que Marx le da a tal concepto-, con aspectos psicológicos y psicoanalíticos?
2.- ¿Considera que tal problemática ha sido desarrollada teóricamente?
3.- En caso de serlo ¿por quienes y cómo?, y en caso negativo ¿por qué no lo ha sido?
4.- ¿Qué importancia le asigna a tal problemática, qué aportaría usted al respecto, y qué aspectos del mismo deberían ser trabajados?
5.- ¿Desea agregar algo no contemplado en las preguntas anteriores?
Estas preguntas envió la revista Subjetividad y Cultura de México. El siguiente artículo intentó acercar algunas respuestas.
Tres amigos se reúnen, tarde por la noche, en un bar. Uno de ellos comenta entusiasta que el fin de semana se tuvo que quedar a trabajar en la compañía que lo emplea. Que está trabajando quince horas al día, sábados y domingos incluidos. “Estamos en un momento bárbaro. La empresa está en plena expansión”, comenta exultante. “¡Vos estás completamente alienado!, ¡¿Cómo vas a trabajar esa cantidad de horas por el sueldo que te pagan?!”, lo cuestiona indignado el segundo, “¿Supongo que te habrán aumentado?”, sigue preguntando con ánimo punzante. “¡Ojalá yo pudiera estar un poco (más no sea un poquito) alienado!”, se queja el tercero, “Hace ya un año que no consigo trabajo de nada".
Trataré de encarar el cuestionario que me han hecho llegar desde el estímulo de ese diálogo imaginario inicial. Esta elección expositiva intenta situar el problema de la alienación en el territorio vivo de nuestros discursos actuales y cotidianos. Es que si en el campo del debate intelectual militante o académico se ha discutido si el concepto de alienación tiene o no vigencia (si sustituirlo por el de ideología, el de fetichismo o el de praxis es pertinente, si los dos términos alemanes que Marx emplea para referirse a ella: Entfremdung o Entäusserung, - el primero a veces traducido como extrañación o extrañamiento, el segundo, específicamente como alienación - no dan cuenta de una primacía del primero que pone en entredicho el segundo, éstos entre otros debates), me parece también importante ponderar dicha vigencia por el modo en que el término perdura en el discurso social, independientemente de la crítica a la que se lo pudiera someter. Su insistencia nos obliga a sostenerlo, por lo menos como problema que mantiene intacta su tensión enigmática. De este modo intento legitimar la interrogación general que la revista ha formulado. Por otro lado, esta legitimación, que probablemente resulte innecesaria para muchos lectores, es forzada por un debate de enorme actualidad: lo que se ha dado en llamar “desaparación del trabajo” o "crisis del paradigma del trabajo", sea bajo la forma de la gigantesca expansión de la robótica, como de la masa en geométrico crecimiento de “excluidos” que dicha expansión, en las condiciones de la sociedad capitalista, produce. Hoy no es la alienación que el trabajo genera la cuestión a resolver, se argumenta, sino la cuestión del trabajo mismo. Así parece hacerlo manifiesto nuestro tercer protagonista de la charla en el café, al expresar su desesperación de desocupado. Si la categoría de trabajo ha sido puesta en caución, lógico también será que la categoría de alienación lo sea, en tanto que desde el punto de vista de Marx (y es en relación con esta perspectiva que se nos pide un punto de vista) trabajo y alienación son términos soldados como las caras de una moneda. Desde “Los manuscritos de 1844” del llamado "joven Marx", hasta la resignificación teórica que “El capital” implicó, pasando por “Las tesis sobre Feheurbach”, “La Miseria de la filosofía” o “La ideología alemana”, alienación y trabajo han sido dos términos siempre presentes en el Marx preocupado por la dignidad del hombre; por alcanzar aquello que (con una retórica, en mi opinión, por lo menos poco feliz) formuló como proyecto de que el hombre pase de la prehistoria explotada a la historia verdaderamente humana, como si la historia del hombre, ese ser en esencia social, ése cuya ontología no remite a algo abstracto inherente a cada individuo sino al conjunto de sus relaciones sociales, no fuera también (más allá de nuestro deseo de cómo lo humano debiera ser) la de su condición de explotado y enajenado de acuerdo a las relaciones sociales que se fueron configurando a lo largo del tiempo desde el advenimiento de Homo sapiens sapiens, hasta el hoy bautizable Homo sapiens informaticus, Homo de cerebro ampliado en su exterioridad binaria. Dejo en claro que hablo de cerebro no de mente, diferencia que supone otras cuestiones que escapan a este artículo, aunque no al tema de la alienación. Si desde esa perspectiva la vigencia del concepto de alienación puede ser puesta en tela de juicio, legitimar su derecho conceptual a la existencia implica un aspecto del debate.
Por otro lado, dicho debate tomó auge hacia la década del sesenta del siglo xx en función de dos cuestiones: la primera, las formas que Lukacs llamó "cosificadas" de relación social en el capitalismo avanzado de los países en los cuales este desarrollo se había llegado a producir, y segundo, la comprobación del carácter profundamente alienado del trabajo también en los países autotitulados comunistas o del “socialismo real” donde el estalinismo logró enterrar los ideales emancipatorios socialistas hasta profundidades todavía hoy difíciles de mensurar. Más aún, si el estalinismo logró enterrar esperanzas que en los primeros ocho años de existencia la república de los soviets fue pionera en llevar adelante (liberación de la mujer, libertad creativa, reivindicación de los derechos de los niños y de las minorías, derecho al divorcio, al aborto y a una relación más libre con los cuerpos, todas cuestiones que el capitalismo hoy se atribuye, ocultando que le fueron arrancadas por enormes y tenaces luchas), también logró producir procesos de alienación colosales. La acumulación capitalista forzada, que en una sociedad agraria, tradicional y plagada de ideales de la gran rusia zarista fue llevada adelante, se camufló tras jerga marxista. Pasar del “padrecito” Zar al “padrecito” Stalin (modos diferentes en los que lo alienado se juega) enterró cualquiera de los sueños emancipatorios de aquellos que hicieron la revolución Rusa sin haber jamás imaginado que terminarían asesinados tras juicios fraudulentos ¡acusados de ser agentes extranjeros!, cuando no en manos de la picota anónima de Mercaderes de la KGB, siempre ante el aplauso y el júbilo alienado y obsceno de honestos luchadores obnubilados y de muchos de los intelectuales más prestigiosos y comprometidos del planeta. De hecho, y no es un dato menor, la alienación reinante entre los cuadros políticos, entre “amigos” y “compañeros de ruta”, es un fenómeno soslayado pues interroga la identidad de millones de luchadores del mundo.
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En esta perspectiva (de vital importancia en lo que abordemos acerca de la relación del concepto “sociológico” de alienación con la psicología y el psicoanálisis) vale la pena recordar una conocida carta de F.Engels a J. Bloch, del 21 de setiembre de 1890. En ella dice: “Según la concepción materialista de la historia, el elemento determinante de la historia, es en último término (las cursivas son de Engels) la producción y la reproducción en la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca otra cosa que esto; por consiguiente, si alguien lo tergiversa transformándolo en la afirmación de que el elemento económico es el único (de nuevo Engels), lo transforma en una frase sin sentido, abstracta y burda. La situación económica es la base, pero en el curso del desarrollo histórico de la lucha ejercen influencia también y en muchos casos prevalecen en la determinación de su forma (Engels), diversos elementos de la superestructura: formas políticas de la lucha de clases y sus resultados (...), las formas jurídicas, e incluso el reflejo de todas esas batallas en el cerebro de quienes participaron en ellas, las teoría políticas, jurídicas y filosóficas, las convicciones religiosas y su posterior evolución. Hay una interacción de todos esos elementos, dentro de la inmensa multitud de accidentes (las cursivas son mías), el movimiento económico termina por hacerse valer como necesario. (...) Pero, en primer lugar, nosotros hacemos nuestra historia con premisas y condiciones muy determinadas. Entre éstas, las económicas son en definitiva las decisivas. (...) Pero en segundo lugar, la historia se hace ella misma de tal modo que el resultado proviene siempre del conflicto entre gran número de voluntades individuales, cada una de las cuales está hecha a su vez por un cúmulo de condiciones de existencia. Hay pues (...) una serie infinita de paralelogramos de fuerzas que dan como resultante el hecho histórico. A su vez, éste puede considerarse como producto de una fuerza que tomada en su conjunto, trabaja inconsciente e involuntariamente. Pues el deseo de cada individuo es obstaculizado por el de otro, de lo que resulta algo que nadie quería. (...) Marx y yo tenemos en parte la culpa de que los jóvenes escritores atribuyan a veces al aspecto económico mayor importancia que la debida. Tuvimos que subrayar este principio fundamental frente a nuestros adversarios, quienes lo negaban, y no siempre tuvimos tiempo, lugar ni oportunidad de hacer justicia a los demás elementos presentes en la interacción”
Reconozco lo extenso de la cita pero son tantos los malentendidos que sobre esta cuestión existen que resulta imprescindible si se busca producir algún diálogo entre las perspectivas marxianas y las psicoanalíticas en el tema que nos convoca. Es imprescindible que no se desautorice de entrada la de Marx atribuyéndole un supuesto exclusivismo económico o un determinismo vulgar que ignora lo azaroso (accidental) o una desmentida de los conflictos humanos más profundos. De hecho, que rescate el concepto de alienación es ya un claro mentís a esta cuestión. Aún así, para no crear ninguna ilusión "freudomarxista" de armonía cinérgica, me parece importante precisar que las perspectivas psicoanalíticas y las marxianas sobre el tema alienación se encuentran en los extremos opuestos de un mismo cono conceptual. Llamo así a ese territorio semántico proteiforme donde conviven perspectivas diversas frente a un similar (no idéntico) campo de fenómenos.
Tratemos de ser claros. Por un lado, la alienación tiene un lugar ganado en el campo de la salud mental (sea psiquiátrico o psicológico) para referirse a aquellas patologías donde habría una pérdida absoluta de la libertad individual. En ese territorio oscila entre los usos de la psiquiatría forense o los muy refinados y consistentes estudios que Piera Alaugnier pudo hacer en su libro Destino del placer, en una perspectiva psicoanalítica precisa y que sería por completo aplicable a cuestiones como la de los Juicios de Moscú, antes mencionada. Más allá de la heterogeneidad que estas perspectivas implican, el uso descriptivo general es elocuente, incluso considerando las dificultades y precisiones a las que obliga. Pero, por otro lado, hay un enorme salto entre el uso psicopatológico y el modo en que Marx lo estudió, en un principio influenciado por Hegel, como un estado del hombre que, explotado por el capital, vive imposibilitado de apropiarse de su ser, de todo aquello que produce, de sus relaciones con sus semejantes y principalmente de aquello que Marx llamó, usando terminología de la época, el ser genérico. (Es decir, según Abel García Barceló: el hombre remontándose por encima de su individualidad subjetiva, que reconoce en sí lo universal objetivo y que se supera como ser finito. El hombre privado de la posibilidad de, en tanto individuo, ser el representante del Hombre ). En ese cono conceptual la noción marxiana de alienación y los intentos que se han intentado desde el psicoanálisis los localiza en bordes opuestos del cono. Es que Marx parte de un hombre teórico e ideal (en este sentido, contrario a su propia definición de que la esencia humana son sus relaciones sociales) Un hombre que liberado del yugo del trabajo explotado adquirirá todas las inmensas posibilidades que se le suponen soterradas por la miseria y el trabajo esclavo o pseudo independiente que el trabajo asalariado le impone. La perspectiva de Marx aspira a un hombre desalienado, un hombre, finalmente, histórico. Allí donde Hegel veía el fin de la historia Marx vio su comienzo. El comienzo de un hombre esencialmente acorde con los mejores deseos de nuestras mejores éticas. Por otro lado, la perspectiva introducida por Freud se encuentra en las antípodas: “Los comunistas creen haber hallado el camino para la redención del mal. El ser humano es íntegramente bueno... pero la institución de la propiedad privada ha corrompido su naturaleza. No es de mi incumbencia la crítica económica al sistema comunista... pero puedo discernir su premisa psicológica como una vana ilusión” nos dice en El malestar en la cultura. Y la historia del siglo xx y lo que el alba del xxi nos anticipa justifican su escepticismo. Desde allí Marx y Freud parecen situarse en extremos opuestos en un universo sin puntos de confluencia de ninguna clase. En mi opinión, es por tal motivo que los trabajos de articulación son relativamente escasos, y hasta lo que sé, casi nulos luego de aquellos estudios de la escuela de Frankfurt y de aquellos pensadores a quienes dicha escuela influyó (Marcuse, Fromm, por ejemplo), o, en otra perspectiva, desde las preocupaciones de un Sartre. De hecho, el concepto de alienación no tiene un lugar propio en las perspectivas psicoanalíticas, salvo en el modo en que Lacan trabaja en el seminario de Los cuatro conceptos la relación alienación-separación en el territorio de la constitución del sujeto en el campo del lenguaje, y que lejos se halla de las preocupaciones que nos ocupan. Sin embargo, trataré de indicar puntos de tangencia dentro del cono conceptual, a sabiendas de las tensiones que ambas perspectivas soportan, entre ellas y consigo mismas.
Hasta donde llegan mis conocimientos no existen mejores aproximaciones psicológicas descriptivas al problema de la alienación que las que hicieran Marcuse en El hombre unidimensional y en especial E. Fromm en Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Esto es así aún cuando muchas son los reparos que tanto desde el psicoanálisis como del marxismo se les pueden formular, además de los que a su vez ambos se hicieron entre sí, y que en estas líneas es imposible abordar. Que en Fromm esta articulación resulte cómoda es congruente con su perspectiva de un psicoanálisis psicosocial que él plantea humanista, humanismo que a pesar de su discordia con el sueño del "buen salvaje" del cual Marx se halla muchas veces preso, Fromm no está para nada lejos. Es que, en mi opinión, si algo ha fundado el psicoanálisis es una perspectiva del hombre atravesado por un malestar esencial sostenido en el carácter escindido (consciente-inconsciente) de su existencia. Malestar no atribuible a una causalidad lineal exterior a sí mismo pero impensable sin esa relación con el mundo en la cual y de la cual el hombre vive. Un hombre donde su desamparo biológico inicial, ese desamparo originario que como tal porta en tanto su biología se instituye en su relación social (que será siempre sexual en sentido ampliado), carente de los patterns prefijados del instinto de las otras especies animales, esa biología cuya peculiaridad es que su realidad se termina de producir en lo social, hace de la relación de los individuos y los semejantes una matriz de infinitas consecuencias. En lugar del hombre concebido como el Buen Salvaje de Rousseau, o el Hombre antisocial (ávido de ganancia, seguridad y reputación) de Hobbes, Freud instituye la idea de Hombre preso de un desvalimiento estructural. Así lo formula Freud desde sus comienzos: "El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar adelante la acción específica. Esta sobreviene mediante auxilio ajeno: por la descarga sobre el camino de la alteración interior (por ejemplo el berreo de un niño), un individuo experimentado advierte el estado del niño. Esta vía de descarga cobra así la función secundaria, importante en extremo, del entendimiento (o comunicación) y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales", dice en la clásica cita del Proyecto. Al mismo tiempo, en su perspectiva, algo de ello intuye Marx en El capital cuando dice "...con el hombre ocurre lo mismo que con la mercancía. Como no llega al mundo con un espejo, ni filosofa acerca de éste al estilo de Fichte, según quien el Yo nada necesita para afirmarse, al principio se mira y se reconoce sólo en otro hombre. Por lo tanto este otro, con su piel y su cabello, le parece la forma fenoménica del género hombre" (El Capital, T.1. pág.70, nota 20 ) Cualquier psicoanalista podría pretender hallar aquí el planteo de Lacan del estadio del espejo, sin que su intento fuera caprichoso, aunque en mi opinión sí excesivo. La constitución humana en el Otro está en el centro de las preocupaciones de Freud o de Marx, el problema es cómo caracterizar "eso Otro". Para Freud el Otro (ni él ni Marx usan este término) remite al semejante de los cuidados y de las implantaciones pulsionantes entendidas como relaciones, para Marx a las relaciones sociales de producción que sostenidas en la división exacerbada del trabajo y la propiedad desigual (los capitalistas, de los medios de producción, los trabajadores, de su fuerza de trabajo) alienan al hombre de la naturaleza, de su producto, de sus relaciones con los semejantes y de su propio carácter de hombre genérico. Desde el psicoanálisis, aunque Freud jamás lo haya expuesto así, es posible definir una alienación fundante, constitutiva de la mente humana, sin la cual el sujeto no adviene pero que, si en esa posición permaneciese, tampoco. La plantearé como una alienación vivificante en tanto da vida, pulsa el aparato psíquico desde otro que en sus actos conservativo-amorosos, se ubica como objeto de identificación e introduce un universo enigmático y vital. Situación de alienación vivificante que suele recrearse de modo transitorio a lo largo de la vida, a la que el psicoanálisis alude, aunque no de modo explícito, cuando se refiere a momentos fusionales o simbióticos.
En Marx, por el contrario, la alienación es pensada a lo largo de diversas cuestiones que en El Capital va abordando, pero siempre en su dimensión mortificante. Desde esas perspectivas disímiles, resulta útil diferenciar entre una alienación vivificante y otra mortificante, que mantienen una mutua tensión, con espacios intermedios mestizos.
Nuestros amigos del bar pueden servirnos de guía. Uno denuncia en el otro la alienación más clásica: la superexplotación del trabajo que expropia al trabajador de su bien mercantil (la fuerza propia de trabajo que él tiene para aportar al mercado de cambio) Sin embargo, a esta alienación se le suma otra: él es, vía identificación, la empresa que lo hace trabajar quince horas, sábados y domingos incluidos. Desde el punto de vista subjetivo no hay sentimiento de mortificación, hay júbilo (Fromm lo llamó la forma enajenada del placer). Si hablando en primera persona del plural (como si fuera la empresa) realiza su alienación (él es la empresa aunque de ninguna manera sea así) esto le otorga una vivencia de bienestar paradójico en las condiciones de máxima explotación. Como un modo de cercar esa paradoja preferimos llamarla alienación pseudovivificante. Los efectos de esa alienación pseudovivificante se comprueban en la irrupción de tantas patologías del llamado “falso self”, personalidades como sí, sobreadaptación, con sus consiguientes manifestaciones somáticas. Las mismas que Fromm ya detectara en 1954 en EEUU y que ahora se generalizan por el mundo entero más o menos industrializado con sus secuelas de "nuevas patologías" y sus síntomas clásicos de abulia, aburrimiento, pérdida de perspectiva vital, violencia y adicciones.
Por otro lado, los otros dos participantes de la charla muestran su propia perspectiva alienada. El primero, cuando denuncia a su amigo como alienado, pero limitándose al monto de su salario: para él las ocho horas de trabajo ya no son una meta, el capitalismo monopólico financiero ultratecnologizado ha barrido con esa bandera histórica justo en el momento en que la reducción de las horas de trabajo podría ser enorme (lo que Fromm imaginó como jornada de dos horas); para el denunciante importa el salario, si más alto, la explotación intensiva queda justificada. En sintonía con su otro amigo que exclama una diabólica consigna de la época (¡Por favor, explótenme!) él acepta convertirse en cosa (pura fuerza de trabajo) sólo que por un "buen" salario (también convertido en meta en sí misma). Trabajo y salario se convierten en fetiche, claro que impuesto por las condiciones del chantaje que la superexplotación impone a la subsistencia. Son sólo mercancías en el interior de la circulación de valores de cambio. Allí la alienación es plenamente mortificante; hasta sus ideales, ambiciones y deseos se convierten en mercancía en subjetividades que lo padecen. Aún así, es bueno recordarlo, a veces, luchar por conseguir un trabajo aunque alienado por los modos de apropiación reinantes, resulta una opción de autonomía antialienante en el interior del trabajo alienado.
La alienación pseudovivificante del primero es hoy promovida desde las modalidades toyotistas de trabajo, en las cuales, los sistemas jerárquicos verticales son reemplazados en algunos sectores productivos por los sistemas de control horizontal (equipos de trabajo estilo kaizen que con la ilusión de una mayor participación en el conjunto del proceso, hacen que los miembros se controlen entre sí ). Por supuesto, los modos fordistas tayloristas de producción siguen vigentes en enormes ramas de la industria y sobre todo en el trabajo semiesclavo del llamado Tercer Mundo, sin embargo, el anterior aspecto es menos abordado. Con la ilusión de autonomía del trabajo tercerizado, mucho trabajo - en verdad asalariado - se disimula, promoviendo también la ilusión de una apropiación por parte del trabajador de su trabajo. Esto se comprueba hoy en día, por ejemplo, en las condiciones de la medicina gerenciada, donde trabajadores de la salud investidos del prestigio del "médico" conservamos una ilusión de autonomía que en verdad no tenemos pero que basta y sobra para impedir que nos agrupemos detrás de reivindicaciones que tendrían que ser también las de los pacientes que comprueban a diario que su salud depende de los caprichos criminales de contadores que desmienten su práctica criminal.
Es que el carácter mortificante de la alienación que el capital provoca no sólo involucra a los trabajadores manuales (el tradicional proletariado), sino, cada día más, a una masa de trabajadores intelectuales que vuelcan su fuerza de trabajo intelectual en la creación de artificiosos valores de uso (industria del marketing, del packaging, de las RRPP, de las consultorías) que favorecen la circulación de los valores de cambio que el capital necesita para reproducirse. La llamada "obsolescencia planificada" es parte del proceso.
En este punto, es bueno resaltar que la dimensión mortificante no sólo la viven los explotados (trabajadores o desocupados, por igual partes de la lógica del trabajo), sino todos los partícipes del sistema. Si Marx decía "...si el proletario es una máquina de producir plusvalía, el capitalista es una máquina de capitalizarla" (Marx, El Capital, t. 1, pág.569), hoy ya no es sólo una máquina sino una red binaria de información donde la alienación no se expresa sólo en su calidad maquínica sino en su lógica inexorablemente autodestructiva. "La producción capitalista sólo desarrolla la técnica y la combinación del trabajo social al mismo tiempo que agota las dos fuentes de las cuales brota toda riqueza: la tierra y el trabajador" dice Marx (El Capital, T.1,pág.483), anticipándose 130 años a los desvelos de los ambientalistas de hoy. El capital no sólo destruye material y psíquicamente al hombre, no sólo destruye sus referentes simbólicos pretendiendo (por ejemplo) que el trabajo social es prescindible en una sociedad humana, sino, más radicalmente, la tierra en la que vive; y ninguno de sus actores advierte la envergadura del desastre. Escisión del yo mediante, los capitalistas, sus administradores y mercenarios ignoran o desmienten que su acción básicamente explotadora es además de criminal, suicida, y arrastrados por la lógica de lucro que mueve al capital como definitivo estímulo ético, y posibilitados por la fragmentación del pensamiento que muchas veces se hace pasar por diversidad, ignoran los pronósticos que sobre las consecuencias de sus actos se realizan. Hoy, el capital que torna mercancía todo lo que circula por la faz de la tierra, ha hecho del hombre y la tierra una cosa, como tal, reducible a puro desecho.
Por último, y considerando que ya supero el límite de páginas que me han pedido. ¿Existe alguna manera de pensar algún punto específico sino de articulación, al menos de tangencia, entre el psicoanálisis que ha destacado el papel central de la pulsión de muerte y el Marx que vaticina que de no mediar una modificación completa de las condiciones de apropiación de la riqueza social la humanidad avanza hacia su autoaniquilación? En mi opinión existe un articulador que por razones de espacio apenas mencionaré. Si el análisis de la alienación de Marx gira alrededor del concepto de trabajo, en el psicoanálisis la noción de trabajo tiene su lugar central en la construcción mental. Trabajo del sueño, trabajo psíquico son recursos teóricos en los que se juega la posibilidad creativa de la mente humana. Trabajo en psicoanálisis no está unido a satisfacción de necesidades sino a la capacidad (originariamente lúdica y de allí placentera) de transformar los objetos del mundo y, en este sentido, al hombre mismo. Desde esta perspectiva la construcción de espacios creativos de diversa índole tiene una función sino desalienante, sí, como antes dije, antialienante. El usual antagonismo alienación vs desalienación me parece que debería ser reformulado en términos de alienación vs praxis antialienante. Es que si la idea del hombre libre en armonía con su supuesta libertad esencial es un sueño idealista de la Ilustración, la posibilidad de pensar en términos de praxis antialienantes puede permitir abordar las dimensiones heterogéneas y contradictorias de la alienación vivificante, en tanto fenómeno estructural de la construcción mental humana, enfrentada a la mortífera que el capital produce. Ubicamos allí la infinidad de modos parciales que los movimientos sociales construyen incluso cuando no se plantean directamente como alternativas radicales al dominio suicida y alienante del capital; praxis antialienante que aunque seguramente también estarán infisionadas por la lógica alienante mortífera, son igualmente aptas para expresar y construir modalidades - siempre contradictorias - de lucha contra esa alienación. A mi entender, más allá de la infinidad de particularidades que no hay aquí espacio para desarrollar, el problema urgente que hoy la cuestión de la alienación nos plantea se refiere a lo que Marx ubicó en relación con el hombre genérico. En esa pérdida de una escala trascendente que destruye los lazos sociales como vínculos humanos constituyentes de la especie, que condena a una esclavización autoconservativa con pérdida absoluta de densidad simbólica, que erige al mercado como idolátrico fetiche y que hace que el futuro como apuesta reproductiva se dirima en el vértigo de la Bolsa, la alienación mortificante nunca antes como ahora ha adquirido tal nivel mortífero. Tanto como para poder destruir el planeta fagocitado por la voracidad lógica que el capital le impone a todos sus actores, obnubilados por igual en las múltiples caras (crueles, bobas, inocentes, soberbias, desesperadas o canallas) que la alienación realiza a cada momento.
Ver Carlos Marx, Manuscritos de 1844, comentario de García Barceló, en nota 9, pág. 105, Ed. Polémica, Buenos Aires, 1972.
Las citas de El Capital remiten a Marx,Engels, Obras Escogidas, Editorial Ciencias del Hombre, Buenos Aires, 1973
Ver, Nicolás Antunes, Los sentidos del trabajo, Herramienta-Taller de Estudios laborales, 2005, Bs.As.