Se ha desatado esta lluvia.
Se desbarranca desde el fondo de la tarde, desde un teléfono con un anuncio, desde mi pecho con un ahogo, y por fin desde mis ojos, que ahora dejan caer lentas largas eles.
Hubo muchas lluvias, torrenciales o mansas, contundentes o imprecisas, pero ahora, esta tormenta que arrecia, me deja sin aliento y quiere hacer naufragar mis palabras.
Las ramas pesan toneladas en mi pecho, y abriéndose paso por la correntada, van dejando lacerantes estelas en donde ahora se instalan las formas de la ausencia. A la deriva quedaron aquellas tardes de confidencias, por allí naufragan esos abrazos de bienvenida, ya se han ido tantas cálidas sonrisas.
Una infinidad de surcos ciegan los cristales y oprimen mis ojos. Y pienso: habrá un milagro. Lo que calla la muerte lo revelará el arcoiris a viva voz.
Pero qué hago ahora con tanta lluvia que vino con su voz y con sus modos, desafiándome con esos grandes ojos que supe contemplar? Cómo seguir dibujando pasos cuando ya por la calle se distinguen las inundaciones?
El repiqueteo de las gotas no interrumpía el silencio del crepúsculo. La oscuridad me susurra al oído y baña a los náufragos que llenan la avenida con danzas fúnebres.
Sé que algún día esta lluvia se irá a otra parte, no sin antes dejarme un vago aroma a despedida. Habrá rituales, habrá silencios, habrá destierros, y encuentros y desencuentros, y hasta habrá otras lluvias de variada intensidad.
Y mientras anhelo la soleada protección de otros tiempos, en mi memoria vuelve a abrirse aquella pequeña ventana (... o era una puerta?) esa grieta fresca y sutil desde la que un día cualquiera fui deslumbrada. Si, ahora estoy segura. Será siempre una ventana y no una puerta, no es desde cualquier lugar en donde nos recibe un alma.
Silvina Jamilis
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