Margaret Little, psicoanalista británica, realizó su análisis personal con Donald Winnicott desde 1949 hasta 1955, y en su libro Relato de mi análisis con Winnicott cuenta:
“Trece años después de la primera vez que busqué ayuda psiquiátrica, y con 48 años de edad, llegué a D.W. Me resulta imposible dar un informe claro, coherente o detallado, como quisiera, del tiempo en que me atendí con él. Sólo puedo evocar algunas cosas que ocurrieron.
La entrevista preliminar con él fue corta, duró quizás unos quince minutos. En ningún momento escribió una historia formal, pero a su modo, fue comprendiendo lo que me perturbaba y supo lo que mi corazón necesitaba.
En una de las primeras sesiones con D.W. sentí con desesperación que nunca lograría hacer que entendiera nada. Recorrí el consultorio intentando encontrar un medio. Me vi arrojándome por la ventana, pero pensé que él me detendría. Luego, se me ocurrió tirar todos sus libros, pero finalmente me lancé sobre un florero con lilas blancas, lo hice trizas y lo pisoteé. De pronto salió de la habitación, pero regresó cuando ya terminaba la hora. Me encontró ordenando el revoltijo y exclamó: -Podría suponer que haría eso (¿ordenar o romper?), pero más adelante. Al día siguiente, una réplica exacta había reemplazado el florero con las lilas, y unos días después, me explicó que yo había roto algo valioso para él. Ninguno de los dos volvió a referirse a ese episodio, y ahora me parece extraño, pero creo que si hubiera ocurrido más adelante, probablemente él hubiera reaccionado de otro modo... Unas semanas después del incidente, durante toda una sesión, unos espasmos de terror recurrentes se apoderaron de mí. Una y otra vez sentí que la tensión crecía en todo mi cuerpo, alcanzaba un clímax, luego se apaciguaba sólo por unos segundos, y volvía a empezar. Me aferré a sus manos con firmeza hasta que me libré de los espasmos. Al finalizar, dijo que creía que yo estaba reviviendo la experiencia de mi nacimiento: sostuvo mi cabeza unos minutos ya que inmediatamente después de nacer, al bebé podía dolerle la cabeza y tal vez la sentiría pesada por un tiempo. Todo parecía concordar, ya que era el nacimiento a una relación, vía mi movimiento espontáneo, lo que él aceptaba. Nunca volví a experimentar esos espasmos, y sólo en contadas ocasiones volví a sentir miedo con esa intensidad. Pronto se dio cuenta que en la primera mitad de la sesión, no pasaba nada. No me resultaba posible hablar hasta que no me sentía en una condición ‘de confiabilidad’ sin intrusiones, como preguntas acerca de lo que pensaba, etc. Era como si tuviera que adoptar dentro de mí el silencio y la tranquilidad que él me proporcionaba. Esto contrastaba completamente con el ambiente perturbador de mi infancia, el estado angustiante de mi madre, y la hostilidad general de la que siempre necesité apartarme para hallar tranquilidad. A partir de entonces las sesiones fueron más largas (duraban una hora y media), por los mismos honorarios, hasta el fin de mi análisis.
“Durante una de sus vacaciones, y sin que yo lo supiera, arregló que una amiga mía me invitara a ir con otras dos personas a Suiza; luego, cuando temió que yo pudiera suicidarme mientras él no estaba, hizo que me internara. En una oportunidad en que cabía la posibilidad de que yo huyera de su consultorio enfurecida y me lanzara a conducir peligrosamente, se hizo cargo de las llaves de mi auto hasta el final de la sesión y luego me permitió permanecer recostada en una habitación contigua hasta que me sintiera segura .
Él daba muy pocas interpretaciones, y sólo lo hacía cuando había llegado al punto en que el problema se tornaba conciente. De ese modo, la interpretación podía sonar justa. Él no era infalible, pero a menudo hablaba en forma tentativa o con suposiciones: ‘Creo que quizás...’, ‘Me pregunto si...’, o ‘Parece como si...’ Esta modalidad me permitía saborear o sentir lo que él decía, y era libre de aceptarlo o rechazarlo. No daba interpretaciones como si yo tuviera acceso a la función simbólica, lo que de hecho no ocurría.
Un día su secretaria me informó que él no se encontraba bien y que llegaría un poco más tarde a mi sesión. Cuando llegó se veía gris y muy enfermo; me dijo que tenía laringitis. Yo refuté: ‘Usted no tiene laringitis, tiene una afección cardíaca. Vuelva a su casa’. Insistió con la laringitis pero no le fue posible continuar con la sesión. Esa noche me llamó: ‘Tenías razón, es una afección cardíaca’. Esto produjo un largo receso, muy doloroso, pero finalmente se me permitió saber la verdad: yo podía estar en lo cierto, y debía confiar en mi percepción.”
Margaret Little
Psicoanalista