Edgar Allan Poe convivió cotidianamente con ciertas desdichas, pero también alcanzó la felicidad del hallazgo. Ese instante que aparece en muchos de sus relatos y también en algunos de sus ensayos, cuando afirma por ejemplo, que la ficción como tal debe apuntar a la verdad.
Esta indicación que gustosamente hubiera suscripto Lacan, plantea a su vez cómo el artista se dirige rectamente —y sin garantías— hacia aquello que el Psicoanálisis y su práctica alcanzan después. Aunque esta presunta demora no sea retraso sino las condiciones propias de cada discurso.
También en estos ensayos, en un texto llamado Marginalia, Poe define las posibilidades del comentario, refiriéndose a esas anotaciones que se inscriben en el borde de un escrito y que por su propio peso pueden constituirse en un volumen. Y seguramente que Sartre, tan difusamente opuesto a Lacan, también hubiera estado muy dispuesto a corroborar esta posibilidad, como implícitamente sucede cuando hace un libro para comentar un libro de Jean Genet o de Gustave Flaubert.1
Con esta definición fundante del comentario, el ensayista se descentra del ejercicio de la crítica literaria para entrar de lleno al problema de la lectura.
Así como se mantiene una pregunta ¿para qué escribir? también se presenta un deslizamiento ¿para qué escribir sobre el hecho de escribir? Y aquí, tal como Roberto Harari en su texto, cabe reintroducir un punto de almohadillado, respondiendo que esa escritura la hacemos para ocuparnos más ajustadamente del hecho de la lectura.
Podríamos suponer que toda lectura es un destino, ya que al leer aceptamos la emergencia de una respuesta que toma la dimensión de un saber no sabido.
Es probable que en esto resida la condición de autor: aquello que más allá de sus intenciones es capaz de autorizarlo como tal. Permitiéndole y permitiéndose, que por la vía del estilete, del estilo, se produzcan ciertas incisiones, ciertas aperturas que en el caso (y todo texto es a su vez una casuística) de proponerse vincular autor, escritura y psicoanálisis como sucede en Polifonías del arte en psicoanálisis, recorte en relación con la lectura, una nueva pregunta que a nuestro juicio se define así: ¿cómo leer en tanto que psicoanalistas, aquello que el arte veladamente pone a nuestra disposición teórica?
Poner en juego esta pregunta (capital) marca aquello que podríamos suponer como inherente al acto analítico, en tanto que lo que se tramita allí es del orden de lo producido.
Así es que la pregunta “cómo leer aquello que el arte...”ubica en la línea del hallazgo, aquello que se encuentra sin buscar o, mejor aun, no sabiendo que se sabía qué se buscaba.
Esto implica alejarse de antiguos y equívocos acompañantes: tanto esa dirección de lectura que termina en lo que en alguna época se llamó psicoanálisis aplicado; o en deducciones que a marcha forzada intentan amasar causas y alcances en una pasta homogénea.
Y si la pregunta se formaliza como un acto, es porque no siendo reductible a una acción, alude a una dirección eficaz. Dirección que puede definirse entonces como la producción de un saber con consecuencias, en tanto que refiere a lo que hace.
“El psicoanálisis, eso hace algo (...) la poesía, también eso hace algo (...) se ha ocupado bien poco de lo que eso hace y especialmente? ¿por qué no? a los poetas...”
La referencia a estas líneas del Seminario del Acto pretenden definir el estatuto que la interrogación puede tener, cuando no se ejerce con la falsa modestia con la que muchas veces una certeza se presenta en clave de duda.
Suponemos por otra parte que la manera más eficaz de articular “el arte en psicoanálisis” con el arte en tanto que operación de la estética, es precisamente preguntándose sobre aquello que la estética en el lugar del Otro, puede venir a decir al lugar de uno (practicante del psicoanálisis).
Esto ha sido la posición freudiana. Para exponer sobre el significado de los recuerdos infantiles y el afecto materno, Freud toma un texto de Leonardo Da Vinci; mientras que para referirse a la transmisión de la Ley, observa la escultura de Moisés realizada por Miguel Angel. Cuando se ocupa de asentar las aproximaciones fundamentales al grave problema de la paranoia, reflexiona en torno a un libro autobiográfico de Daniel Schreber y para saber algo más sobre los celos infantiles, rescata un recuerdo de su venerado poeta Goethe. También al desarrollar las consideraciones acerca del sentimiento de lo siniestro recurre a una prefiguración escrita por Hoffman (un integrante del movimiento romántico de tanto influencia en Alemania y el Imperio Austrohúngaro). Algunos textos de Dostoievski le permiten puntualizar en relación al vértigo y al arrebatamiento.
Este último término nos facilita el pasaje a Lacan cuando (él también) se interroga después de leer El arrebatamiento de Lol Stein ¿cómo es que ella (Marguerite Duras) sabe esto sin haberme leído?
Convengamos que esta anécdota imprecisa en su veracidad, tiene per se, el valor de una ilustración rápida acerca del lugar de la operación estética.
Y es aquí que el curso de estas líneas no dejan olvidar la presencia de recursos. De tácticas que sostienen a una política de lectura. En tal sentido puede definirse a la Polifonía, un término importado de la música que —según el Oxford Companion— refiere a aquella compuesta por varios sonidos o varias voces. Composiciones en la cuales cada parte en vez de marchar por pasos simultáneos y sin particular interés en sus curvas melódicas, se mueven con aparente independencia y libertad, pero relacionadas entre sí.
Aunque habitualmente se ubique a la polifonía en su sentido restringido de contrapunto, podría considerársela como la simultaneidad de notas diferentes. Y si bien el Diccionario Oxford enfatiza flemáticamente la relación armónica, preferimos restablecer el punto, el grano de la diferencia, como lo hace Harari cuando se refiere a la noción de intervalo.
Entendemos que allí se ubica una poderosa referencia a lo que el arte nos enseña, cuando nos cita en el lugar del desencuentro y de sus representaciones posibles. En defintiva, en donde se ubica la falta de proporción. Cuestión a la que la Belleza nos remite.
Mientras que lo lindo se afila en lo imaginario y por supuesto que en la comparación, la Belleza nos indicará agudamente una cierta manera de gozar de lo Real.
Hay un instante entonces en la operación estética en que se produce una abertura, una enseñanza, un salto para el que la lectura del Psicoanálisis debe estar preparado. Como lo estaba Freud al sostenerse en ese “momento grávido”2 que nos dice que experimenta ante la imponente imagen del Moisés de Miguel Angel.
Del pulsar de la apertura al impulso que puede brindar un arte, una obra cuando se escribe abierta. Y —como afirma Harold Bloom— “el texto no es obra abierta porque remita a otros textos, sino porque se expone a aquello que no está escrito y procura cifrarlo”.3
Entre el decir y lo dicho, que como sabemos, es el arte de la interpretación, el de una lectura que produce en consecuencia. Y entonces, a propósito de Polifonías del arte en Psicoanálisis podríamos retomar lo alguna vez ya planteado:4 instalar un dispositivo de cruce nos remite a un tiempo clásico (deslindado de lo antiguo y lo nuevo) en el que la Etica y la Estética aún no se hallaban separadas y que, por lo tanto, el acceso a un saber sobre la Verdad se ubicaría en las trazas y en la travesía de la Belleza.
Carlos Brück
Psicoanalista
cabruck [at] arnet.com.ar
Polifonías. Del Arte al Psicoanálsis. Roberto Harari, ediciones SerbalBarcelona, España. 219 páginas.
Notas
1. Jean Genet ¿comediante o mártir?; El idiota de la familia. Jean Paul Sartre.
2. El Moisés de Miguel Angel. Sigmund Freud.
3. El canon occidental. Harold Bloom.
4. Conocimiento y Belleza. Carlos Brück.