Carlos Brück
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Como suele suceder con los relatos de la Biblia, el episodio de la Torre de Babel, fue tomado como una muestra más de las condenas que podía llegar a infligir el Dios del Antiguo Testamento. Pero en verdad, ese hecho vino a fundar la primera controversia idiomática. Y más aún: vino a controvertir la posibilidad de un idioma único, un significado único con el que podrían conducirse los constructores de ese desmesurado proyecto que pensaba llegar a las puerta del Cielo. Si nuestra lectura no es intencionada, podrá advertirse cómo la aparición de diferentes hablas, en lugar de ser un simple castigo, permitió que un puñado de hombres comenzara a circular por el mundo para establecer familias y trabajos.
Así es que un rasgo singular –el del idioma- dio lugar ( en el sentido más literal de la palabra) a diferentes exploraciones, a la puesta en acto de un movimiento. En esta línea, podríamos decir que todo idioma hace trabajar a quienes se soportan en él. Y que una vez que el sujeto se aloja en la ambigua jungla del lenguaje, dirá de su posición y del lazo que en él se habla. Allí es cuando una lengua, en el sentido mas genérico del término, en el sentido de su filiación, de sus balbuceos, de sus lecturas, de sus injurias y de sus trivialidades, se hace lengua materna. El idioma entonces, será ese rasgo que identifica no solo porque hace origen, sino porque se presenta como una manera de articularse al Otro.
Haber definido este Congreso en un párrafo de su presentación, en términos de "re- anudar el Psicoanálisis" implica plantearse la necesidad de ciertos anudamientos . Implica también disponerse a las consecuencias del manejo y de la elección de un idioma: el castellano. Un idioma en donde como en la Torre de Babel se pueden producir equívocos, sentidos, contrasentidos, contraseñas e intercambios que permitan vislumbrar las señales de la vitalidad de nuestra habla. Habla que se parte ya en su mismo tronco, en diferentes líneas.
"Llama la atención que el verbo pasar -dice García Marquez - tenga 54 significados, pero que la palabra condoliente que se explica por sí sola y que tanta falta nos hace, aún no se haya inventado". Estas diferentes significaciones son las que permiten que hablemos de ( los psicoanálisis) en castellano, sabiendo que precisamente para cierto discurso erudito, sería necesario sustituir este término por el de "idioma español". Pero por ello mismo, nuestra propia ubicación de hispano parlantes y psicoanalistas, plantea un estado de situación en el que la lengua no tendrá por qué asimilarse punto a punto a un suelo, hasta ser de su extenuante propiedad. Porque si fuese así , estaríamos recurriendo a un ser nacional o a la nacionalización del psicoanálisis, lo que como doctrina –diría Hanna Arendt- siempre termina en lo peor: en un sistema de correspondencia, de reparto de correspondencia, en donde el inglés sería para la técnica, el francés para la cultura y el alemán para la filosofía. Claro que si pensáramos como válido este absurdo sobre los destinos idiomáticos, poco quedaría para la lengua española. Olvidándose que Freud decidió aprenderla - según le cuenta a su traductor -para poder leer el Quijote. Recuperar o reparar en este olvido, es encontrarse con la presencia de ciertas exigencias idiomáticas. Esas que también llevaron a Freud a decir: "tengo que escribir en alemán", en una de las últimas cartas que le envía precisamente a una poeta de habla inglesa. Exigencias idiomáticas que hacen que Jacques Lacan se ocupe de aprender alemán para leer a Freud, cuyos textos eran poco conocidos en Francia, por el prejuicio que nada muy bueno podía esperarse de un libro escrito en el idioma propio de un judío que habitaba en el Imperio AustroHúngaro.
Estas consideraciones sobre los idiomas, intentan plantear las condiciones de singularidad con que cada uno de ellos entra en el juego de sus producciones. Y para ello colocamos en el lugar del prejuicio, una anticipación: en la tramitación del psicoanálisis algo refiere al idioma en que se lo dice, a sus construcciones, a sus lechos gramaticales, a sus sedimentos, a cierta forma de producción que no depende de las intenciones, sino - como decía Freud- "del material en cuestión".
Este Congreso, al oficializar una lengua, no se impone una cruzada reduccionista. Algo que sería decididamente contradictorio con proponer al mismo tiempo la circulación extendida que implica Internet ( término que evidencia los vericuetos idiomáticos , ya que derivado del inglés se ubica en la informática y por lo tanto en la cibernética, como la bautizó en 1947, Norbert Wiener, recurriendo al griego ) . Tampoco es del caso, recolectar una galería de psicoanalistas hispanoparlantes o establecer eventuales contribuciones al desarrollo del Movimiento Psicoanalítico. Y menos aún plantear que hay un psicoanálisis que será único por la contingencia de hablarse en castellano.
Retornamos al punto de la exigencia idiomática para afirmar que la propuesta de este Congreso, al anudarse al castellano, es precisamente exigirle: que dé cuenta de su implicación .Y establecer en consecuencia un parte de situación, tal como se plantea en los títulos de los foros de discusión. Un informe, un relato de parte de (la) situación. Un relato del acontecimiento que implicará este cruce del psicoanálisis con un idioma en el horizonte geográfico y epocal en que se despliega.
Consideramos que el anudamiento al castellano que este Congreso propone, definirá así una articulación de quienes convocados por este horizonte, por este espacio común, se ubiquen en un dispositivo de trabajo. Un espacio que tome en cuenta necesariamente a la otra Babel de lenguas. Esa Babel que inscribiéndose en el estatuto del deseo y en los destinos de la pulsión , en el padecimiento y en la creación , hace a la condición universal del Sujeto.