El tratamiento de un adolescente y las restricciones familiares. Estrategias y dispositivo psicoanalítico | Topía

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El tratamiento de un adolescente y las restricciones familiares. Estrategias y dispositivo psicoanalítico

 

Este artículo da cuenta de una perspectiva muchas veces soslayada: la necesidad de diferenciar en la clínica psicoanalítica el encuadre del dispositivo. Como venimos sosteniendo desde el suplemento Topía en la Clínica muchos analistas realizan dispositivos con encuadres novedosos en los que se establecen reglas necesarias (encuadre) donde se instaura un artificio (dispositivo) cuyas condiciones propician y permiten escuchar el inconsciente. De esta manera pueden poner en evidencia modos de funcionamiento de la psique que difícilmente movilizarían un análisis con el dispositivo diván-sillón. Desde esta perspectiva hablamos de Nuevos Dispositivos Psicoanalíticos donde “nuevo” alude al artificio (dispositivo) particular que necesitamos crear en algunas demandas de atención. En la actualidad nos encontramos con lo que denominamos “el giro del psicoanálisis” donde no podemos reducir la clínica psicoanalítica al dispositivo diván-sillón ya que las transformaciones en la subjetividad han llevado a una complejidad de nuestra práctica cuyas consecuencias no son sólo del orden de la técnica sino de la teoría, la formación y la transmisión del psicoanálisis. El relato clínico de Alejandro Maritano nos permite reflexionar sobre estas cuestiones.

David llora ante una pregunta formulada por un profesor. No puede responder (a pesar de saber sobre el tema), sólo saca un pañuelo, seca sus lágrimas y continúa callado. Este llanto silencioso se repite dentro y fuera del Colegio -soportando las burlas de los compañeros y las charlas con los profesores- y preocupa a los directivos, dado que es un excelente alumno. Realizan reuniones con los padres (separados desde hace aproximadamente 5 años) y deciden de común acuerdo hacer un psicodiagnóstico. La recomendación del profesional que lo efectúa es que comience una psicoterapia. Así llega a mi consultorio.
El papá, Esteban (50 años, ingeniero industrial) es quien pide la entrevista. Cuenta dificultosamente que está saliendo de una larga crisis de inmovilidad profesional, que comenzó con la separación de su mujer y con la desvinculación de quien le daba trabajo en cantidad y calidad. Está preocupado por sus hijos, Ariel (l8 años, finalizando el secundario) con quién tiene una relación difícil, pues prácticamente no se hablan “y no porque estemos peleados” y David (13 años) quien “ante algo que no puede contestar se pone a llorar y no habla, no dice nada”. El describe como una gran exigencia hacerse responsable ante el Colegio y ante la mamá de los chicos del manejo de la situación.
Marta (la mamá, 50 años, maestra de grado) explica ansiosamente las cosas desde dos lugares: su resentimiento por la separación y lo aprendido en sus cursos de capacitación docente.
”Crío a mis hijos sola, soy padre y madre a la vez, tengo que bancar al mayor que es tan silencioso como el papá y me hago cargo del menor, que necesita de mi cuidado y compañía”. Ella lo lleva y lo trae de cualquier actividad que realice David y aún hoy acompaña a Ariel al Colegio. No trabaja y depende económicamente de Esteban, quien se hace cargo de todos los gastos. Cuenta que hubo dos separaciones “por culpa de él”. Descubre la infidelidad (lo hace seguir por un detective), lo “obliga” a comunicársela a los hijos, le hace la valija y lo echa. Luego la segunda oportunidad y la repetición. El drama de la venta de la hermosa casa donde vivían, la pérdida de prestigio. El no tiene otro argumento que lo inexplicable de sus impulsos: “no sé, no pude evitarlo”, “me encontré de golpe con una novia de mi juventud”.
En ambos lo que pasa, le pasa al otro o el otro tiene la culpa. No hay reflexiones sobre lo que sucedió. Hay reproche o justificación.
No aceptan ambos tener entrevistas juntos ni en grupo. Acuerdo con ellos que David vendrá una vez por semana (el papá lo va a traer) y que los veré alternativamente cada quince días.
David llega puntualmente a la primera entrevista. Al sentarse saca un pañuelo de tela y lo deja a su lado. Se expresa con gran soltura y su vocabulario es amplio y variado. Consulta el reloj y me pregunta si leí el informe del psicólogo. El quiere saber lo que pienso. Dice que ha tenido, hace unos años, entrevistas con una psicóloga “cuando se separaron mis papás” y que no fueron muchas.
Poco a poco se va instalando una cautelosa conversación, primero comentarios sobre la escuela -terreno seguro porque es un alumno aventajado-, luego sobre aquellos con quienes convive: la mamá, el hermano y la abuela materna y finalmente sobre el papá. Puede relatar lo que le pasa a los otros, pero no hace mención sobre lo que le pasa a él.
No hay referencia a la familia del padre y esto fue común a las entrevistas con ambos progenitores.
La fragilidad o precariedad de los vínculos era evidente y aparecía también en el contrato terapéutico, donde el trabajar una vez por semana aumentaba la dificultad, dado que no sólo jugaban las resistencias del paciente, sino la de los padres también. Teniendo en cuenta que las dificultades económicas aducidas por el papá y el pegoteo de la mamá con los hijos creaba obstáculos.
Ante esto, modifico el dispositivo psicoanalítico: continuar con la entrevista individual y comenzar a tener entrevistas con David y el padre conjuntamente.
Me lleva a esto el haber confirmado la pobreza vincular entre los miembros y el desconocimiento manifiesto de la familia paterna. Tanto desde la madre y los hijos como desde Esteban.
David (en las entrevistas individuales) plantea jugar, “al truco o a cualquier otro juego”. Muestra gran competitividad, escasa tolerancia a la frustración y pedido de cambio cuando el azar no lo favorece.
Paulatinamente va abandonando los juegos y comienza a hablar sobre lo que le pasa a él en relación con los demás.
En las entrevistas con el papá ambos hablan de Ariel, encerrado en su pieza, con la computadora o saliendo con sus grupos de amigos (Ariel tiene dos grupos de amigos que no se relacionan entre sí, en simetría con los grupos que no se conocen entre sí de esta familia). Les planteo invitarlo a la próxima entrevista, la reacción es curiosa:
Papá: Ni pelota que me va a dar.
David: No va a querer, está en la de él.
Papá: Seguro que se va a negar.
T: Bueno, pueden preguntarle y no manejarse con suposiciones. Se reúnen con él y lo averiguan.
Las suposiciones son un modo de tratar de reemplazar los datos ausentes, que no se pueden preguntar o que no hay quien responda. Es la historia oculta, velada, de la familia.
Ariel no falta ni esa ni las otras veces que nos reunimos, ya fuera con el papá y el hermano o en las que tuve con el papá y él.
El dispositivo se fue conformando con dos sesiones semanales, una individual y otra con él, el papá y Ariel y cada quince días con la mamá.
“Se habla de sesiones dentro del dispositivo, ya que el mismo no es una sumatoria de diferentes tratamientos sino que los distintos espacios donde circula el paciente constituyen el tratamiento”1
A Marta le avisé de estas modificaciones y la invité a participar cada vez que nos reuníamos, pero no accedió a venir.
En las entrevistas con ellos, primero tímidamente y luego de manera más fluida comienzan las preguntas y respuestas.
Se hace evidente que no se conocen entre sí. La cantidad de supuestos que manejan es muy grande, parecen esos maestros ajedrecistas que están adelantados 15 ó 20 jugadas. Pero el otro no juega, por lo tanto no hay partido.
El padre comienza a contar “su” historia, y más allá de las enormes dificultades para expresar lo que pasó, aparecen desde las estafas familiares, hasta el examen de ADN que realizaron él y su hermano para averiguar si eran hermanos, no llegando a recabar material de familiares de la rama paterna para saber si eran hijos del padre ya fallecido. Los equívocos, las incertidumbres, las ambigüedades comienzan a desplegarse. Se realiza con grandes dificultades, hay que construir los puentes una y otra vez, tratando de crear un clima de confianza y paciencia entre ellos. Si hay palabras, si se discute o se confrontan proyectos hay historia y no suposiciones, por lo tanto los vínculos son posibles.
Apoyándose en las interrogaciones se fueron permitiendo paulatinamente el saber sobre una experiencia común, que todos estaban afectados por la verdad de un drama: la filiación.
Esto fue excluyente al hablar sobre el examen de ADN: remitió a asociar sobre los juicios por paternidad, en los hijos de desaparecidos, en la controversia por herencias. Se realiza para develar una verdad. Es la identidad y la filiación lo que se afirma o se niega.
En las entrevistas individuales con David no hay más juegos, sólo palabras.
Se puede hablar del fin de la primaria y del fin de año, del comienzo del año y del comienzo de la secundaria. Sabemos que crecer implica necesariamente cortes y él lo está descubriendo. Al quedar capturado en la historia aparece lo que él ha comenzado a percibir de ese padre otrora silencioso y no conocido, de ese hermano encerrado en su pieza; de esa mamá tan próxima.
Tengo entrevistas con ella, donde todo aparece ligado a su trabajo como madre, no haciendo ningún comentario sobre los fines de semana, donde padre e hijos salen juntos, ni sobre las vacaciones, donde hay proyectos importantes.
Mamá: estoy preocupada por el fin de la primaria, no sé si va a poder adaptarse a la secundaria, que es tan exigente. Ariel se lleva una materia a Marzo y si la da mal, chau al CBC.
T: Sus hijos están más grandes, van a poder enfrentar seguramente estas dificultades.
Mamá: No son suficientemente responsables. Me preocupa incluso el sobrepeso de David, que engordó unos kilos desde hace unos años y no los puede bajar.
T: ¿Cuántos años?
Mamá: Cuatro o cinco.
T: Aproximadamente desde que se separaron.
Mamá: No, eso no tiene nada que ver. Engordó porque come de más y no hace ejercicio. No hay otra cosa. Prefiere no saber.
En la reunión de padre e hijos de fin de enero se habla de que David va a intentar viajar solo al Colegio. Al principio lo va a acompañar la mamá, e incluso el hermano se ofrece a ir con él hasta que aprenda.
Aparecen los rudimentos de una independencia de pensamientos y sentimientos. Esteban habla de ser autónomo, de recuperar viejos clientes. Esto es elogiado por sus hijos. Ariel pregunta cómo será recibirse o si no habrá que tomarse un año sabático para saber qué seguir. “Vas a hacer como el tío” (primera alusión al hermano de Esteban, ingeniero como él, de quien últimamente recibía pequeños trabajos y compartía la oficina).
Surgen comentarios sobre las primas, anécdotas de familia y el padre se atreve a contarles episodios penosos ocurridos con sus padres y tíos.
Emociones violentas, largo tiempo reprimidas, salen a relucir. Se despliegan sobre el mapa familiar la frustración, el resentimiento, la impotencia. Cada uno trata de opinar y discuten sobre lo que pasó, manifestando su ignorancia ante la historia y los datos que aparecen. Ante distintos recuerdos aparecen las preguntas dirigidas al papá:
David: ¿Acá ya la conocías a mamá?
Hermano: ¿Cuándo pasó eso, vos que hiciste?
David: No me acuerdo, era muy chico. ¿Qué fue lo que dije?
Hermano: ¿No se podría haber hecho algo diferente?
La trama se teje una y otra vez.
Nos despedimos hasta Marzo.
Al volver de las vacaciones David llega enojado, reclamando no venir en este horario porque coincide con el encuentro con sus amigos. Le digo que si puede manejarse solo no va a haber problemas, porque el encuentro con amigos es muy importante. Esto lo calma, no habla mucho sobre su viaje y se explaya sobre el asalto y robo del auto que sufrió su mamá hace unos días.
Ella, en la entrevista, luego de contar el asalto con lujo de detalles me informa:
Mamá: Vamos a tener que suspender unas sesiones porque Esteban está enfermo y sin auto no puedo movilizarme. Encima el horario coincide con un curso que estoy haciendo. Por favor, no me lo interprete como una resistencia, porque es lo que hacen siempre los psicoanalistas. No puedo y punto. Además David no quiere venir, así que unas vacaciones no van a venir mal.
T: Bueno, Ariel se ofreció a traerlo si alguien no podía y por otro lado es mejor que David pueda hablar de lo que le pasa.
La respuesta es ambigua. No insisto y me comunico más tarde con Esteban, quien ha tenido hemorragias digestivas y debe hacer reposo. Le comento someramente la entrevista con Marta y pregunto si puede intervenir. “No me siento bien y prefiero que lo maneje ella” es la respuesta.
Quedo en tener una entrevista con él la semana siguiente. David no viene en su horario, pero sí el papá, muy desmejorado físicamente.
Aparece el tema de que está en pareja desde hace un tiempo, “es muy buena mina”, “me cuidó mucho cuando enfermé”, “me siento muy bien con ella”. Le pregunto si no tendrá que ver esta situación nueva con los malestares de Marta, con el enojo de David, con la ausencia de Ariel. Implica enfrentarse con ellos y ampliar esa historia trabajosamente lograda, poniendo en juego lo que él desea. Afirma no saber si tendrá fuerzas para pelear.
Como si su capital afectivo fuera tan escaso que al invertirlo en una relación no le queda nada para las otras. No obstante promete traer a su hijo a sesión.
Este llega enojado por tener que venir.
David: ¿Voy a tener que venir hasta que sea mayor de edad? Si vengo no voy a hablar.
T: ¿Qué te pasa con los mayores? ¿Hay algo de lo que no hablan tu papá y tu mamá?
Se le llenan los ojos de lágrimas y se las seca con las mangas de su remera (ya no lleva el pañuelo). Relata como puede lo que le pasa con este papá en pareja y esta mamá sola, que duerme en la cama matrimonial con su propia madre.
Con ese hermano más grande que lo deja solo y del enojo que tiene con todos: con el papá, con la mamá, con la abuela, con el hermano y también conmigo, que no hago nada para ayudarlo.
El papá al verlo salir de esa traza se asusta: ruboroso, despeinado, con los ojos enrojecidos. Le indico que lo acompañe, que lo escuche y hable con él.
Me reúno con Marta, quien viene querellante:
Mamá: David está mal. Nunca lo vi peor.
T: ¿Qué es estar mal?
Mamá: Es estar enojado, con cara de culo. Si lo estuviera atendiendo gente de mi confianza de los cursos que realizo, nada de esto habría pasado. No estoy de acuerdo en continuar este tratamiento.
T: Es un avance que David haga saber lo que le pasa, sea esto agradable o no. Observe que él ya no llora sin fundamento. En una familia donde no se hablaba de casi nada, ahora son posibles los recuerdos, las reflexiones, los reconocimientos. Por ejemplo: de qué manera se conocieron y cómo se habían separado, de cómo esperaron el nacimiento de sus hijos. De los reclamos a través de los años. Tal vez la posibilidad de una nueva pareja.
Mamá: A mí no me interesa con quien está Esteban, si él decide manejarse mal con los chicos yo no tengo la culpa.
T: Bueno, parece que David no es el único que está enojado y al que le es difícil acomodarse a los cambios. Lo mejor es aclararlo, porque todos participan de esta historia familiar. Ni Ud. ni Esteban ni sus hijos quedan afuera. Todos están implicados.
Esto que le digo no le cae nada bien, lo niega y decide retirarse. Evidentemente el atisbo de independencia de su hijo la asustó mucho, máxime porque venía acompañada por la de Esteban (en pareja) y de Ariel (comienzo de la Facultad).
Lo que le robaban no era sólo el auto.
El reclamo de David era un progreso, y el poder “armar lío” y tener “cara de culo” son acordes con el proceso dentro de su adolescencia. Lo que mostraba como fachada se le desarmaba en lágrimas ante cualquier presión, por ínfima que fuese. Incluso el reclamo de esperar hasta los 21 se corresponde con ser un chico, pues sólo desde esa posición se pueden esperar los 21 como un límite lejano.
Y es en el vínculo con los padres (pobremente establecido, pero vínculo al fin) donde queda la “debilidad” paterna opuesta a la “fortaleza” materna.
El papá se desangra literalmente al participar de este enfrentamiento, y no puede sostener en su desfallecimiento los distintos frentes de batalla.
Tengo una última entrevista con Esteban en la que repite los distintos argumentos en torno a lo que siente y que espera más adelante lograr que su hijo pueda retomar el análisis. No hay complacencia en la declinación de su funcionamiento, sino una impotencia reconocida con enojo.
Me inclino a pensar que no fue poco lo que se logró desencadenar y que insistir en el trabajo sobre los vínculos -“…deben implementarse nuevos dispositivos psicoanalíticos para trabajar con lo silenciado, lo reprimido y lo negativo”2 - rindió sus frutos, alcanzó para comprender que el llanto no tenía que ver con la ignorancia, sino con el sufrimiento de no saber.

 

Alejandro Maritano
Lic. En Psicología. Psicoanalista.
alejandro.maritano [at] topia.com.ar

Notas
1. 2. Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo, Editorial Topía, Buenos Aires, 1999.

 
Articulo publicado en
Abril / 2006