A partir de este número del suplemento Topía en Clínica retomamos los debates que hacen a las modificaciones y permanencias en la práctica del psicoanálisis. Creemos necesario recordar algunas perspectivas que fuimos desarrollando en todos estos años. En el primer número (1991) planteamos que aquellos que ejercemos la práctica del psicoanálisis “nos encontramos -tejedores de tramas simbólicas interrumpidas o nunca construidas- con que una época signada por la búsqueda del unicornio azul ha entrado en una crisis cuyos efectos es necesario develar en los múltiples cambios que se producen en la subjetividad”. Es en la clínica donde aparecen demandas de atención que ponen en cuestionamiento el dispositivo clásico. Por ello, como afirma Pierre Fedida: “Lo que en general se denomina psicoterapia en razón de una necesidad de tratamiento a la vez especializado y adaptado no es otra cosa que una cura psicoanalítica complicada ya por el hecho de que el analista debe integrar ‘parámetros’ que el paradigma de la neurosis no implica”.1
En este sentido, consideramos que no es adecuado seguir admitiendo la oposición entre análisis versus psicoterapia -donde esta última conjuntamente con la utilización de otras técnicas (dramáticas, grupales, familiares, de pareja, etc.) se constituye en una versión “degradada” de un “psicoanálisis puro”-, sin tener en cuenta estructuras psicopatológicas a las cuales la utilización del diván-sillón obtura la posibilidad de que emerja el deseo inconsciente.
El psicoanálisis no se define por la utilización del diván-sillón, sino que éste es un recurso técnico necesario para que, en algunas formaciones psicopatológicas, posibilite el despliegue del deseo inconsciente, transformándose en otras -paciente límite, psicosis, adicciones, anorexia, bulimia, neurosis graves, depresiones, incluso algunas neurosis clínicas, etc.- en un impedimento para el desarrollo del tratamiento.
Esto lleva a la necesidad de pensar lo que denominamos nuevos dispositivos psicoanalíticos capaces de dar cuenta de sintomatologías para las cuales la actualidad de nuestra cultura plantea nuevos interrogantes.2
La necesidad de trabajar estos interrogantes desde diferentes perspectivas teóricas y clínicas nos llevó a publicar desde 1999 el suplemento Topía en Clínica3. Allí puntualizamos la importancia de dar cuenta del giro del psicoanálisis, donde el paradigma de la represión sexual, en el que se ha desarrollado nuestra práctica ha trocado en el predominio del trabajo con la pulsión de muerte. Este giro del psicoanálisis deviene en aceptar la necesidad de realizar profunda modificaciones para dar cuenta de la complejidad que aparece en nuestra práctica. Estas no son sólo del orden de la técnica, sino también de la teoría, la formación y la transmisión del psicoanálisis.4
Ésta es la perspectiva que continuamos con este suplemento. Para ello es necesario tener en cuenta que la denominación de psicoanalista abarca modalidades de trabajo muy diferentes, tanto en prácticas como en teorías. En este sentido debemos hablar de un psicoanálisis en plural que se ha fragmentado en varias identidades donde ninguna puede pretender un lugar hegemónico. Esta posición no alude a un eclecticismo que iguale cualquier enunciado. Por el contrario, respetar las diferencias de “los psicoanálisis” va a permitir un debate que lleve a delimitar su especificidad, teniendo en cuenta la complejidad que se nos plantea en la clínica.
La contratransferencia-transferencia
Debemos comprender que el cómo se entiende el concepto de contratransferencia plantea opciones teóricas importantes para la práctica del psicoanálisis. Aunque todavía no disponemos de una teoría adecuada sobre las características de la subjetividad del analista en un tratamiento -así como de los procesos contratransferenciales-, se hace necesario precisar este concepto, en especial ante la demanda de casos considerados difíciles.
En este sentido, en otro texto -“Cuerpo y contratransferencia”- sosteníamos que la transferencia se manifiesta tardíamente en la obra de Freud y lo hace en el desarrollo de una teoría y una técnica ya constituidas. Lo primero que tuvo que reconocer fueron sus reacciones contratransferenciales ante sus pacientes para luego elaborar el concepto de transferencia. Pero no sólo en la historia del psicoanálisis la transferencia está en segundo lugar, sino también en el tratamiento analítico.
Una acepción restringida de la contratransferencia es admisible remontándose a los primeros trabajos de Freud, que indican un conjunto de reacciones inconscientes del analista frente a la persona del analizado y, especialmente, frente a la transferencia de éste.
Es en relación al trabajo del analista que Freud enuncia, por primera vez en 1910, la expresión contratransferencia.5 Allí dice que un analista no puede llevar un tratamiento sino se lo permiten sus propios complejos y resistencias internas. Por ello establece la importancia del autoanálisis que, en esta época, significaba el análisis de sí emprendido de continuo a partir de la experiencia con los pacientes. Más adelante enuncia la exigencia del análisis personal del terapeuta y su continua profundización como requisito fundamental para llevar adelante un tratamiento psicoanalítico.
La transferencia aparece en el proceso analítico y se recorta sobre un espacio que permite soportar las manifestaciones pulsionales. Es a partir del mismo que debe considerarse que la transferencia en tanto concepto debe ser descubierta y pensada. Esto involucra al analista y al pensamiento analítico. El analista está directamente implicado y debe elucidar esa implicación. Ésta no se detiene en las emociones sino en las razones de esas emociones.
Es que el analista no sólo es requerido por la transferencia sino por todas las demandas que origina la situación analítica, entre ellas las que emanan de él mismo, de sus exigencias y de su pensamiento. Esto permite dar cuenta de una teoría extensiva de la contratransferencia -la cual se puede entender como una transferencia recíproca- que comprende todas las manifestaciones, ideas, fantasmas, reacciones e interpretaciones del analista.
La contratransferencia precede a la situación analítica a través del análisis personal del terapeuta, la supervisión, su formación y la adhesión a diferentes perspectivas teóricas, pero la misma no adquiere su verdadera dimensión hasta que se la verifica junto con las demandas internas nacidas de la situación analítica. Es allí donde la transferencia es descubierta y pensada desde la contratransferencia.6 El trabajo con pacientes en crisis donde predomina lo negativo nos ha llevado a considerar de suma importancia el trabajo de la contratransferencia. Así, es posible utilizar las manifestaciones contratransferenciales en el trabajo analítico, pues, como dijo Freud, "cada uno posee en su propio inconsciente un instrumento con el cual poder interpretar las expresiones del inconsciente en los demás". Para ello se hace necesario el análisis personal, única forma de dar cuenta de lo resistido7, la resistencia y las reacciones contratransferenciales para, de esta manera, poder utilizarlas como un instrumento terapéutico. Esto se impone en todo tratamiento, en especial en pacientes límite, con quienes, al trabajar con lo negativo, es necesario utilizar un nuevo dispositivo psicoanalítico diferente del recurso diván-sillón. En esta modalidad técnica es imposible no registrar las resonancias contratransferenciales. Negarlas puede hacer obstáculo en el tratamiento. En la clínica con este tipo de pacientes se requiere un analista que pueda tolerar las frustraciones que devienen al trabajar con patologías de difícil resolución.
De esta manera, el analista también es afectado por la misma situación en la que debe intervenir. Por lo cual puede ocurrir que en muchas situaciones el no elaborar sus propias situaciones contratransferenciales lo lleve a caer en una actitud narcisista que pone en funcionamiento reacciones primitivas regidas por el yo-ideal de la omnipotencia narcisista infantil en detrimento del trabajo con el paciente. Es así como van aparecer resistencias en la contratransferencia que se manifiestan en sentimientos excesivos de amor o de odio, abrumamiento, teorizaciones especulativas, actitudes voluntaristas que devienen de un sentimiento de culpa, dificultad para captar el sentido del discurso, una excesiva distancia que lo lleva a no establecer la necesaria implicación o, por el contrario, una sobreimplicación, etc. Todas ellas pueden conducir a diferentes formas de actuación que se constituyen en lo que denominamos contratransferencia negativa.
Desde esta perspectiva puede decirse que no hay objetividad en la práctica analítica, sino un trabajo sobre la subjetividad del analista a través de su propio análisis y del autoanálisis de la contratransferencia. Esta obligación permite sostener el principio de abstinencia, para así posibilitar la dirección del tratamiento. En cambio, la neutralidad como ilusión de una objetividad va a permitir la coartada de un análisis que se sostiene en una teoría y no en escuchar el deseo del paciente. La búsqueda de objetividad lleva a un retraimiento libidinal por parte del terapeuta de lo que está en juego en la transferencia. Ésta requiere, por parte del mismo, un compromiso subjetivo que solamente tendrá efectos terapéuticos en el permanente autoanálisis de la contratransferencia.
Es así como la ética particular que plantea la práctica del psicoanálisis sólo es posible a partir del principio de abstinencia. De esta manera el necesario trabajo sobre la contratransferencia demuestra la implicación del analista, un analista comprometido con su subjetividad, la cual remite a su pasión. Pasión que indica la necesidad de reconocerla para luego renunciar a sus efectos.
1 Fedida, Pierre: Crisis y contra-transferencia. Amorrortu editores, Buenos Aires, 1995.
2 Esta problemática condujo a un grupo de profesionales a realizar durante el año 1994 las primeras jornadas sobre Nuevos Dispositivos Psicoanalíticos. En ocasión de la realización de las segundas jornadas, en noviembre de 1996, planteaba: ...“Lo nuevo alude a dar cuenta de los cambios en una subjetividad atravesada por las manifestaciones de la actualidad de nuestra cultura (…) Lo nuevo implica incorporar los nuevos paradigmas que ha sufrido la cultura contemporánea, donde quizá podamos hablar del final de una perspectiva determinista, lineal y homogénea (…) Lo nuevo refiere a entender las transformaciones que están ocurriendo en la sociedad y que han modificado esencialmente la práctica del psicoanálisis (…) En definitiva, lo nuevo es una vieja actitud que estuvo presente desde los orígenes del psicoanálisis: interrogar y cuestionar la teoría y la técnica no sólo escuchando las manifestaciones de lo inconsciente sino también los procesos de transformación de la cultura”.
3 Del cual publicamos 6 números. En la actualidad se ha transformado en un suplemento de Topía revista.
4 Carpintero, Enrique: “El giro del psicoanálisis”, Topía en la Clínica, año IV, N° 5, marzo de 2001.
5 Freud, Sigmund: Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica (1910). Amorrortu editores, Buenos Aires, 1979. También escribe sobre la contratransferencia en Puntualizaciones sobre el amor de transferencia. Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis III (1915).
6 Neyraut, Michel: La transferencia, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1976.
7 La importancia de trabajar con lo resistido fue subrayada por Freud en Más allá del principio del placer (1920), cuando introduce el concepto de pulsión de muerte. Las consecuencias que trae para el dispositivo, el trabajo con lo negativo, son desarrolladas en el texto: Carpintero, Enrique Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, editorial Topía, Buenos Aires, 1999.