Publicado en Clepios, una revista para residentes en Salud Mental, Nº14, 1998.
Al leer atentamente las entrevistas a Luciana Volco y Martín Efrom, - publicadas en el Nº12 de Clepios -, resulta curiosa su coincidencia en la no existencia de debates y polémicas en el campo de la salud mental.
Luciana Volco: ...”hay una necesidad más imperiosa aún para reflexionar y es la falta de debate. Hay una falta de interés y de movimiento dentro del campo de lo psi –entre la gente de mi generación- que es evidente. Como una abulia o un “da lo mismo” muy a tono con la época,”
Martín Efron: “¿Hay debates? Por lo menos yo no los alcanzo a divisar...No se sabe o no se fundamente, por qué adhiero a esto y no a lo otro. Si bien es cierto que es necesario ir haciendo ciertas elecciones, creo que no hay grandes debates. Muy posmoderno todo. En todo caso, creo que hay pequeñas discusiones. Como semillas...En este sentido, una tarea que resulta imprescindible es la de rescatar la historia. Ver qué cosas han hecho quienes nos antecedieron, qué han pensado, qué problemas han encontrado. Tal vez nos sorprenda encontrar más similitudes que las que pensamos.”
Desde este espacio nos ocuparemos de regar las “semillas” de las discusiones (preludios forzosos de los debates y polémicas) y nos preguntamos: ¿Hubo debates en la Argentina?; de ser así, ¿Desde cuándo no hay debates en la Argentina en el campo de Salud Mental?
Primero debemos definir que entendemos por discusión, debate y polémica. Consideramos que son tres escalones de la posibilidad de situar las controversias con las ideas del otro. Posiciones encontradas, discusión y sobre todo pasión en defender y atacar las posiciones del otro. No al otro, sino a sus posiciones. Poder pensar los fundamentos, como sus teorías y prácticas. Son tres clases de producciones, con y contra el otro. La polémica incluye un factor diferencial: la escritura.
Para eso debe darse un “humus” de un momento social (como les gusta decir a Juan Carlos de Brasi y a Armando Bauleo, - inspiradores de estas líneas-) que posibilite el fértil terreno de producción. Donde haya espacios y posibilidades para que se pueda conocer qué piensan los otros, se los lea, se critique, y se intente avanzar. En ese sentido el intercambio se vuelve imprescindible para la producción, con sus escalones de la discusión, el debate y la polémica. Desde este punto de vista no hay producción “individual”. Los libros que leemos son de autores socialmente germinados en un campo social.
La historia nos muestra que las épocas de grandes debates coinciden con las épocas de mayor producción intelectual y científica. Vayamos a un ejemplo conocido por la mayoría de los residentes:
Viena a principios de siglo: Freud produciendo en disputas con Janet, Adler, Jung, Ferenczi, Rank, etc. O si prefiere, estimado lector, vuele a París a mediados de siglo, con Lacan produciendo en interlocución con la intelectualidad francesa y discutiendo con la Psicología del Yo, con la Escuela Inglesa, con la Psiquiatría, etc.
Volvamos a Buenos Aires, pero a la década del ’60. En ese momento nos encontramos con una tierra fértil en polémicas. El “humus” formado por una situación social, económica y cultural que permitía cierto crecimiento reflejado por varias publicaciones específicas(desde la Revista de la APA a Acta Psiquiátrica y Psicológica); Congresos; libros; etc. Polémicas en relación a la atención en salud mental (la oposición entre psiquiatras manicomiales y reformistas, como Goldenberg); reflexólogos y psicoanalistas; psicoanalistas instintivistas y sociales; psicoterapias de grupo; psicofarmacología; terapias con drogas alucinógenas (créase o no); etc. Hoy disponemos de textos que reflejan la profundidad de las polémicas –desde ya las Revistas mencionadas -, muchos de ellos de oferta por la calle Corrientes.
Pero pasemos a la década del ’70. La Revolución estaba a la vuelta de la esquina, y los debates en nuestro campo se volvieron mucho más ásperos. La confrontación política funcionaba a la manera de una batalla revolucionaria. Exponerse se había vuelto un riesgo altísimo, visto desde hoy. Dos breves episodios:
- Emilio Rodrigué comentó en “El Paciente de las 50.000 horas”, en relación a su famosa polémica con Oscar Massotta: “Rechacé de entrada la idea de publicar el original que había leído a mis colegas. Veía las cosas un poco diferentes después de la discusión; percibía ciertas grietas, el craquelado resultaba obvio para la jauría de epistemólogos que comenzaban a pulular. ¿Quién puede tener miedo a Philis Greenacre? Masotta es cien veces más peligroso”. (el subrayado es nuestro)
Recordemos lectores que estamos en presencia de quien había presidido la APA, luego había sido uno de los emigrados del grupo Plataforma, siendo un discípulo directo de M. Klein.
- En una clase en el C.D.I. (Centro de Docencia e Investigación, perteneciente a la Coordinadora de Trabajadores de Salud Mental ), tras finalizar una disertación, alguien del público le espetó al conferenciante: “Eso fue una eyaculación precoz”, a lo cual, el experimentado expositor argumentó: “Sí, pero bien que los salpiqué a todos”.
El clima de confrontación era violento y expulsivo, al tono con la política reinante en los ’70.
Luego la triple A, y el Proceso se encargarían de silenciar los debates, polémicas.
Nos preguntamos: ¿No será que hoy nos encontramos con síntomas de la historia no elaborada de toda esa época?
¿Qué vemos hoy?
Primero, una actitud “posmoderna”, como mencionan los residentes, que confunde el respeto por las diferencias con el “todo vale”. Falso respeto, el de “decí lo que quieras, total yo pienso otra cosa, lo que quiero es tener mi espacio”. Eso no es respetar ni respetarse. Sumado a Congresos y eventos que semejan grandes shoppings: cuantos más negocios y más opciones, mejor. Va más gente, y vendemos más. Los pensadores renuncian a debatir en pro de un marketing de la conciliación. Se acuerda en tratar de poner sucursales en la mayor parte de los shoppings. Y si se tiene éxito, a uno simplemente lo invitan a poner el negocio.
Segundo, el terror. De golpe, un debate que se vuelve personal, y que nos parece tan violento, que imposibilita cualquier intercambio y discusión. Una violencia improductiva, tan expulsiva como los ’70, con descalificaciones y chicanas, y con imposibilidad de escuchar al otro.
Desde ya, todos preferimos el alivio, pese al aburrimiento, de la primera opción; sin saber que tal vez son las dos caras de la misma moneda. Más vale un negocio sin colesterol que tanta violencia. Desde una mesa redonda a un ateneo de residentes. Las mismas opciones...
Puede ser que seamos atravesados por la historia repetitiva de los grandes debates en Salud Mental, pero fijados a los efectos traumáticos de la década del ’70.
¿Nunca se preguntaron por qué todos los que vivieron esa época (docentes, supervisores, jefes de Servicio, grandes disertantes en congresos, etc.) hablan tan poco de esos tiempos, y de qué hacían en esos momentos?
¿Recuerdan eso de que El silencio era salud?
Con esto último dejamos abierto el debate, el espacio, y el agradecimiento para quienes no coincidan con estas líneas.