Publicado en Clepios, una revista de residentes de Salud Mental, Número 30, Marzo 2003.
Treinta números. Es un buen momento y un buen espacio para detenerse en qué revista tiene en sus manos, mi querido/a lector/a. Para ello es necesario interrogarnos sobre cuál es la función de las revistas en salud mental. El primer paso para avanzar siempre nos lleva atrás a la historia. Y es para tomar envión.
Treinta es un dato frío. Las publicaciones “comerciales” se mueven por algunos números: tirada, lectores, ventas, publicidad, ganancias, pérdidas. Pero esos datos cruciales en tales proyectos no lo son en una publicación cultural o científica. Aunque el proyecto es otro, reconozcamos que los números anteriores garantizan la posibilidad de existencia.
Las publicaciones científicas y culturales hacen públicas ideas, autores, investigaciones en el seno de un proyecto de instalar políticas en el sector. Apuestan a construir poder en su campo utilizando un medio de comunicación. En algunos casos constituyeron la red de una masa crítica que permitió un avance en la ciencia o de una tendencia renovadora en la cultura. En otros, sus alianzas con el poder la transforman en una bizarra revista de shopping. Sólo nuevas modas que debemos comprar en el mercado de la salud mental para está al día bien “vestido” con lo que hay que ponerse.
Sólo la distancia que nos dan los años permiten ver el valor de las publicaciones. Su mérito se acrecienta con el círculo de influencias en el espacio y en el tiempo. Y allí los números anteriores adquieren importancia relativa. Por ejemplo, Cahiers du Cinema vendía cien ejemplares en sus primeros números durante varios años. La idea era una revista de prestigio. ¿Quién que se dedique al cine no toma como mito hoy a dicha publicación? En el mismo sentido, ¿A quién le importa hoy cuánto vendían Contorno una revista clave de la cultura en Argentina el siglo pasado ?
En salud mental podemos encontrar dos clases de publicaciones. Las llamaré instituidas e instituyentes . Las primeras son órganos de difusión de una institución y tienen como proyecto difundir las ideas y actividades de la misma. Cada institución alberga el objetivo de tener su propia revista para ampliar su poder en el campo. Por el contrario, las revistas instituyentes nacen para promover otra clase de proyectos. Suelen estar formadas por grupos que comparten una ideología y un horizonte más amplios. A diferencia de las anteriores, suelen apuntar a la transmisión para la transformación de los dominios del poder instituido. En esta lucha se encuentra la fertilidad de una crítica, cuya vital riqueza reside en la independencia de “obediencias debidas” en favor de los avances deseados.
El paso del tiempo, que incluye la posibilidad de citas y referencias a artículos publicados, es el que decide qué publicación tuvo relevancia en una época. Para ello, más que haber vendido mucho, tuvo que haber articulado un nudo de problemáticas, herramientas y autores. ¿Cómo podemos descubrirlo? Es simple. Por su peso estas revistas, tarde o temprano, suelen ser objeto de investigadores e historiadores. Esta perspectiva permite reconocerlas entre la cantidad de revistas en nuestro campo que listaron exhaustivamente Martín Agrest y Martín Nemirovsky en el incunable sexto número de Clepios.
No poder evaluar una publicación presente me exime de analizar las revistas actuales. Además mi implicación me lo impide, al ser editor de una y colaborador de otras. Pero me brinda un panorama sobre las revistas y su función en nuestro medio. Por ello elijo detenerme en dos revistas que abrieron caminos.
Acta Psiquiátrica y Psicológica de América latina nació con el nombre de Acta Neuropsiquiátrica Argentina en 1954. La investigadora Patricia Weissman afirma, en su libro Cuarenta y cinco años de psiquiatría a través de Acta, que “el devenir de una disciplina no es resultado únicamente de la iniciativa de un pequeño número de grandes hombres, sino producto del trabajo conjunto de una comunidad de saber”. En medio de los avances de una época nace Acta. Su director era Guillermo Vidal, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Rawson de la Capital Federal. En la presentación del primer número la definía como “una revista de neurología, psiquiatría y ciencias afines, rigurosamente científica y sin compromisos de escuela, en la que psiquiatras y neurólogos de toda la República hallen una fuente de información y un medio para difundir el resultado de sus observaciones”. En 1962 separaron la parte neurológica de la psiquiátrica debido a la extensión de cada una de las áreas; en 1964 tomó el nombre con el que la conocemos hoy. La importancia que fue cobrando en esa década la llevó a que se institucionalizara pocos años después. Se organiza alrededor de la revista: la Fundación Acta , que inclusive contaba con un Instituto Médico Psiquiátrico y una Escuela de Psiquiatría -. El crecimiento de Acta se debió a una estrategia: la publicación de los progresos de todas las escuelas en la salud mental. Sus páginas abarcaban investigaciones farmacológicas, sociológicas, epidemiológicas y psicológicas con abordajes psicoanalíticos, reflexológicos, fenomenológicos, etc. En este sentido, Acta organizó los primeros Coloquios sobre Familia y Enfermedad Mental en 1965 y sobre Psicoterapias Breves en 1967. Esta pluralidad se reflejó en los integrantes del Comité de Redacción a lo largo de los años, tales como Eliseo Verón, Hugo Bleichmar , Silvia Bermann , Carlos Sluzky, Hernán Kesselman, Jorge Saurí, Raúl Usandivaras, Héctor Fiorini y muchos otros. Acta continuó a lo largo de los años, pero lentamente dejó de ocupar el lugar central que había tenido anteriormente. Nuevas revistas habían surgido.
La Revista Argentina de Psicología (RAP) nació como la publicación de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires en 1969. Hacía más de diez años que se habían creado las carreras de Psicología en las Universidades Nacionales. Sin embargo, aún los psicólogos eran considerados “auxiliares de psiquiatría” por la legislación de la dictadura de Onganía. Esto implicaba que sólo podían aplicar tests e investigar bajo la supervisión de un médico, prohibiéndose la posibilidad de hacer psicoterapias y psicoanálisis. La lucha de las organizaciones de psicólogos por el reconocimiento profesional tuvo varios frentes: legales, laborales y académicos. Para ello, crear una publicación con el fin del reconocimiento social era fundamental. Ese era el proyecto instituyente de la RAP. Era una revista libro producida y dirigida por psicólogos. Su primer director fue Ricardo Malfé, al cual siguieron Roberto Harari (1971-3) y Leonardo Satne (74-5). Malfé en el primer editorial afirmaba que “esta revista reflejará las contradicciones del grupo profesional que las publica... Creemos que con ello se beneficiarán el lector activo, el conjunto de los psicólogos y la revista misma, que desde su primer número será puesto en interna tensión vital por la polémica”. Esto llevó a que la dirección y la redacción las promoviera a lo largo de su primer año. Marcela Borinsky –ex jefa de residentes e investigadora en Historia de la Psicología- recupera las mismas en su trabajo “Cuatro Polémicas en la constitución de la Psicología”. Ubiquemos solamente a los protagonistas para visualizar la calidad de la publicación: Oscar Masotta y Emilio Rodrigué; Hernán Kesselman y Carlos Sastre; Juana Danis y Roberto Harari; León Ostrov y Ricardo Malfé. Los nudos de discusión eran cómo leer a Freud; el compromiso social de los terapeutas; la relación entre psicología y psicoanálisis y los valores y la neutralidad del psicólogo. La riqueza de las polémicas definían posiciones, pero por sobre todo produjeron conocimiento en el campo de la Salud Mental. ¿Cuánto aún debemos el reconocimiento actual de los psicólogos a hechos como la gestión de la RAP?
Estas revistas hicieron época. Sus mejores momentos fueron los de sus proyectos innovadores. Aunque ambas siguieron casi hasta la actualidad, sus momentos claves fueron aquellos. De ese modo, Acta nos permite visualizar los '50 y '60, mientras que la RAP es testimonio de los ‘70. Es que estas publicaciones fueron más allá de intereses de un sector pensando en proyectos de salud mental insertos en un proyecto de país.
A treinta números de Clepios considero que celebrar implica avanzar. Estas publicaciones se propusieron brindar herramientas para el trabajador de salud mental al servicio de la sociedad que vive. Esta es la herencia que nos legaron. Ya son parte de nuestro patrimonio para transformar la realidad. Y tenemos mucha más fuerza de la que creemos, tal como para sostener esta revista ahora, en nuestras sencillas y potentes manos.