Ganador del premio al mejor trabajo de las VIII Jornadas de Residentes año 2001 en el área grupos.
Introducción
¿Por qué elegir Winnicott para una articulación de conceptos en el campo de las prácticas grupales?
Donald W. Winicott es un autor que transmite una práctica singular, y sobre todo creativa -usando un término que tiene mucho que ver con él-; marcada por casos que ponen al analista ante un desafío: el límite de lo analizable. A través de su experiencia podemos ver cómo pacientes catalogados como neuróticos, con varios años de análisis ortodoxo (kleiniano) a pesar de haber producido algunos cambios mantienen la convicción de que algo esencial no ha sido analizado. Unos pacientes social y académicamente muy exitosos, pero que cuanto más exitosos, más falsos se sienten. Otros, pobres en su vida cultural y social; aparecían sobreadaptados a la realidad exterior. Su sentimiento común es de futilidad, una sensación de que su vida aún no ha comenzado ni es digna de ser vivida; siempre al borde de una angustia impensable. También nos presenta pacientes con trastornos psicosomáticos, tendencia antisocial, fronterizos (borderline). Esos pacientes que “resisten” el tratamiento psicoanalítico tradicional curiosamente, constituyen el grupo de pacientes que nos demandan atención en el contexto en que ejercemos (hoy) nuestra práctica.
Beatriz Grego (1996) sitúa a Winnicott como analista independiente con una gran capacidad de conquista. Con este elogio alude a una forma de trabajo que va en contra de una pendiente: la resistencia incrustada en la comunidad misma de los analistas. Ese es, precisamente, el motivo de inspiración para quien escribe, un analista que desarrolla su práctica en el ámbito público en una pendiente que parece inevitable: la resistencia a lo grupal (cf Vainer, 1996; Fernández, 1987).
En primer lugar, observamos que a pesar de la gran demanda de asistencia psicoterapéutica en el ámbito público la derivación de pacientes hacia las terapias grupales por parte de otros colegas psi es escasa, y en algunos casos nula. Veamos algunos comentarios de diferentes profesionales: “este paciente no es para grupo porque tiene una problemática muy profunda”; otro en la misma línea “esta chica viene porque está aburrida; le vendría bárbaro el grupo”; “los criterios de agrupabilidad son muy amplios ¿no podrían ponerle al grupo un título convocante?”. También hay dichos más secretos: “para mí es puro grupo; es puro efecto imaginario”; “no es psicoanálisis”; etc.
Respecto del último comentario -que pretende dictaminar qué es y qué no es psicoanálisis- hay que señalar que difícilmente el tratamiento individual que se realiza hoy en los hospitales se ajuste a los requisitos del dispositivo analítico creado por Freud. Ello responde al modo en que las condiciones socioeconómicas impactan en el trabajo terapéutico: gratuidad, frecuencia de una sesión a la semana, duración reducida a media hora, entrevista cara a cara, cambio casi permanente de consultorios, etc. con lo cual, la pregunta acerca de qué es o qué no es psicoanálisis debería ser hoy por hoy más seriamente formulada.
Sin embargo, no nos interesa abrir aquí la discusión sobre qué terapias son o no son psicoanalíticas. Nos interesa indagar los aportes del pensamiento psicoanalítico al trabajo terapéutico grupal. En esta oportunidad nos referiremos específicamente a los desarrollos de Donald W. Winnicott.
Resulta notable que, a pesar de que el encuentro entre el psicoanálisis y los grupalistas lleva ya más de medio siglo, todavía percibamos en nuestra práctica diaria una marcada resistencia a lo grupal.
Pensamos que esta devaluación y descrédito de lo grupal obedece a dos razones: por un lado, a cierto imaginario social construido a partir de la “desaparición” de lo grupal luego del golpe de 1976. Seguramente se recordará que, por entonces, cualquier grupo de más de dos personas podía ser calificado de subversivo. Por otra parte, a la persistencia de un imaginario psi en el que se denuncian los “efectos de masa producidos en los grupos”. En este sentido resulta ilustrativa una frase de Lacan citada por Kaës: “Mido el efecto de grupo por la obscenidad que agrega al efecto imaginario del discurso.” (Lacan, 1973:31) Paradójicamente, esa denuncia terminó por producir un “efecto de grupo” en el interior del lacanismo; cierto prejuicio teórico en todo un conjunto de seguidores del psicoanalista francés, en lugar de alentar la verdadera investigación. Sin embargo, no todo es “efecto de masa”. Cabe remarcar como ejemplo de buenas excepciones el hecho de que los psicodramatistas franceses G. Y P. Lemoine fueron fieles discípulos de Lacan y que éste a su vez los convocó para la “Cause Freudianne”.
Este trabajo es una investigación de corte bibliográfico. El objetivo será hacer un rastreo del uso1 y articulación de conceptos winnicottianos en la vasta producción que han hecho diferentes autores a la Babel (Fernández, 1989) de los grupos intentando demostrar que las conceptualizaciones del psicoanalista británico sobre lo transicional brindan sustento teórico sólido a lo terapéutico en los grupos. En el material nos detendremos en algunos operadores clave: espacio transicional, sostén (holding), garabato (squiggle) y modos de intervención del analista.
La escuela argentina
En el ámbito porteño, citaré en primer lugar a Tato Pavlovsky que en el año 1967 escribe un libro que intenta relatar su experiencia clínica con grupos terapéuticos de niños y adolescentes. Allí podemos vislumbrar modos de conceptualizar la clínica, el juego y la creatividad que tienen más de un punto en común con los desarrollos que 4 años después serían publicados en Playing and Reality. Concordancia de la que da cuenta el propio Pavlovsky en el prólogo escrito para la edición de 1974 del libro al que hemos hecho mención:
“Nos ha congratulado que ciertas apreciaciones de D.W.Winnicott en su último libro, se asemejen a ciertos conceptos sobre juego y psicoterapia que intentábamos enunciar en este libro en 1967.” (pag. VI) “Nosotros sustentamos que para trabajar con niños hay que aprender a jugar con ellos antes que interpretar. Insistimos en que en el psicodrama jugamos permanentemente roles con los chicos, pero existe una zona lúdica dramática no interpretada que es terapéutica por sí misma.” (pag.VII)
Veamos algunas de las ideas de 1967: “Sin especular con todas las teorías sobre el juego, creo que en toda actividad lúdica hay que descubrir dos niveles en los chicos: el juego como intento de elaborar situaciones traumáticas y el juego como expresión de la potencia creadora de la parte del yo libre de conflictos” (pag.19)
“Siempre pienso que antes de aprender a interpretar siempre hay que aprender a dar pasos previos con los chicos: 1) conocerlos, observándolos, 2) saber “hablar” el idioma de “ellos” y sólo entonces la interpretación será efectiva; de lo contrario puede ser sentida como proveniente de otro mundo, del “idioma” incomprensible de los “adultos” y entonces los chicos no la pueden elaborar” (todos los subrayados son míos)
Resulta interesante corroborar la semejanza entre las concepciones pavloskyana y winnicottiana de lo lúdico y de la interpretación. Lo lúdico está pensado como terapéutico en sí mismo. Por su parte, la interpretación, si surge fuera de la zona de superposición entre el paciente y el analista que juegan juntos, remitirá a la resistencia, ya no del paciente sino del analista en el que se revela su incapacidad para “jugar”.
La articulación entre lo terapéutico, el juego y la interpretación tiene una raigambre diferente al estatuto clásico representado fundamentalmente por Klein y sus seguidores.
Tanto Winnicott como Pavlovsky coinciden en señalar que el kleinismo sobreinterpreta el juego del niño. Este furor interpretativo, donde a todo se le encuentra sentido obtura la posibilidad de que el analizante encuentre–cree un sentido propio. Con este movimiento, cada uno desde su particular modo de ejercer la clínica, produce un viraje en la posición de terapeuta y paciente con respecto al saber: de un analista que sabe y traduce, a un analizante que tiene un lugar decisivo en la producción del saber.
Así, el coordinador de un grupo sólo recortará alguna secuencia, llamará la atención sobre alguna escena, resaltará algún detalle pasado por alto. De esta forma, no será quien posea la verdad de lo que ocurre en el grupo, ni llenará el espacio grupal de interpretaciones que provienen de “su propia imaginación creadora”. Al señalar sólo algunos sentidos evitará el congelamiento del “juego” -grupal- que la emisión de una verdad categórica produce. De este modo, hará posible la creación de nuevos sentidos.
En 1987 Pavlovsky sostiene que lo terapéutico en el grupo se produce mediante un estado creativo en el que el sujeto es atravesado por las mediatizaciones subjetivadas de cada integrante en las multiplicaciones dramáticas.
En consonancia con los dos niveles de lo lúdico Pavlovsky plantea junto Fridlewsky (1982) y Kesselman (1991) dos tipos de coordinación que se entrelazan y entrecruzan. Una que está pendiente de los cortes desde donde pueda intervenir el coordinador sugiriendo líneas de ordenación y de sentido posibles según conceptos e hipótesis; y otra donde “el eje de su actividad está centrado en la percepción de líneas que van trazando y van surgiendo a partir del diálogo y de los diferentes códigos corporales de los participantes. Las palabras son trazos, como bocetos, como dibujos que se estuvieran plasmando, proceso cartográfico. La concepción de boceto, dibujo que se construye sin conocer su forma final.(...) inútil intentar apresar el sentido del proceso de construcción de bocetos. Es el “no sentido” de Winnicott” (Pavlovsky y Kesselman, 1991:19) En ese estado de creatividad, al coordinador sólo le queda jugar sin exigirse comprender el sentido de su juego y el del grupo.
En esta línea Fatala y Pontoriero (1987) abordan la formación de terapeutas grupales intentando provocar la emergencia de sus aspectos creativos para que puedan ser luego, en su desempeño clínico, verdaderos facilitadores de la creatividad grupal. Sostienen que en aquellas zonas de la personalidad ligadas a un “espacio transicional libre de conflictos” puede encontrarse la materia prima que sustentará la actividad profesional.
Bauleo (1997) operando “sobre los bordes -ya sean de la patología o de los propios-” conceptualiza un modo de intervención en dos niveles: el trabajo psicólogico entrelazado con la atención corporal. Su trabajo está centrado en grupos de poscrisis (pacientes que habían sufrido un conflicto psicótico de los cuales algunos habían estado internados) desde principios de la década del 70. El objetivo estaba referido a instalar un espacio de elaboración de lo sucedido, tendiendo un puente entre el antes y el después de lo ocurrido. Un espacio situado en la coyuntura entre la institución psiquiátrica y el grupo familiar con el fin de ser un instrumento transitorio para la inserción de los pacientes en la cotidianidad.
En consonancia con la imagen de trazo y de boceto que proponen Pavlovsky y Kesselman, Bauleo se apoya en el concepto de garabato (squiggle) de Winnicott proponiendo un espacio grupal-transicional donde pacientes y terapeutas van delineando un “garabato” grupal. Subraya que lo transicional se pone de manifiesto en varios registros. Por un lado, en el encuadre y la función contenedora del grupo (holding). Por otro, el grupo trata de establecer un área intermedia de experiencia para la transformación de los vínculos institución-familia-comunidad. En este sentido, el grupo constituye un recorte espacio-temporal que le pertenece a sus integrantes. Bauleo propone un dispositivo terapéutico con dos profesionales, uno conocido y otro desconocido por los integrantes del grupo. Así, el primero sostiene la línea de la continuidad del tratamiento y el terapeuta desconocido sostiene el salto lógico del tratamiento marcando la discontinuidad.
Pacho O’Donnel (1977, 1978) antes de su paso por la escuela de los Lemoine homologa el grupo terapéutico (GT) con un objeto transicional2 y algunos procesos de su dinámica con los fenómenos transicionales en un intento de iluminar las manifestaciones transferenciales.3 4 Siguiendo la analogía entre GT y objeto transicional plantea que:
· El paciente adquiere derechos sobre el GT para usarlo como escenario de la puesta en escena de la fantasía que desde el icc es compulsado a re-presentarse en el exterior.
· La existencia de una renuncia narcisística del sujeto a ser amado u odiado no por lo que es, sino por re-presentar al objeto interno de ese otro que lo necesita para transformarse, aunque sin desestimar el nivel interpersonal: “No sólo escuchar con la oreja transferencial, sino también con la oreja de lo real” puntualiza O’Donnel en clara crítica a la hipertrofia de los procesos internos (proyectivos e introyectivos) que efectuara la teoría kleiniana.(O’Donnell, 1977:97)
· La dinámica operativa no debe cambiar de modo que pueda constituirse una zona de confianza en la que se facilite una flexible interacción grupal en los tres niveles presentes simultáneamente: interpersonal (nivel en el que la percepción del otro no está oscurecida por la contaminación transferencial); transpersonal (nivel en el que se juega el vínculo entre el individuo y la imposición sociocultural vehiculizada a través de los roles sociales) e intrapersonal (intrapsíquico).
· El GT, como el jugar, tiene un lugar y un tiempo. La terapia grupal transcurre en una zona de juego en la que los participantes juegan a ser diferentes personajes, tal vez al mismo tiempo: “Aceptar los disfraces que lo neurótico del icc ajeno me propone, a cambio de que, a su vez, asuma los míos.” (ibídem, pag 101)
· Lo transferencial no es objetivo ni subjetivo; pero es ambas cosas a la vez. Se trata de una ilusión asentada sobre datos concretos confundidos a su vez con la fantasía, generando las imágenes que pueblan esa zona intermedia. O’Donnell señala que en esa diferencia entre actor y personaje, entre el objeto real y el uso que de él se hace, es donde reside la aptitud transformadora de la intervención terapéutica. De ese modo, una porción del objeto transicional-grupo no responde, por imposible, a las demandas de lo repetitivo, provocando una modificación a través de lo vivenciado; no sólo a través de lo historizado o de lo comprendido. Así, al igual que Winnicott y Pavlovsky, este autor objeta el furor interpretativo poniendo de relieve otros aspectos de la terapia grupal -como el jugar- que son terapéuticos por sí mismos.
· El final del tratamiento conllevaría que el terapeuta y el GT sean “relegados al limbo”. Una vez usados transicionalmente para producir una modificación en el grupo interno que produzca la sustitución de una conducta estereotipada por una más plástica, adecuada a la realidad presente, terapeuta y GT son desinvestidos de aquello que sobre ellos se ha proyectado-desplazado y lo intrapersonal presente en todo vínculo deja de oscurecer lo interpersonal.
En relación con este último punto recuerdo algo de mi experiencia profesional. En distintas oportunidades me he encontrado con diferentes integrantes de grupos de reflexión (que he coordinado) después que concluyeron el proceso. He podido observar que cada uno con su estilo se refiere al grupo con cierta añoranza, reflejado en un tono de voz particular. En aquel momento evocado el grupo había adquirido gran relevancia para sostener un período crítico de sus vidas: en él proponían dramatizaciones, juegos de role playing y contaban ya sea en escena, ya sea con palabras, lo que les estaba pasando. Sin embargo, cuando se encuentran conmigo, una vez concluida la experiencia grupal resulta claro que ya no necesitan de la participación en el grupo, pero resulta claro también que no lo han olvidado. El grupo ha perdido significación pero está en algún sitio. Podríamos decir con Winnicott que ha quedado relegado al limbo.
La escuela francesa
En 1971 Didier Anzieu, apoyándose en el concepto winnicottiano de ilusión le da un sentido preciso a la hipótesis de la ilusión grupal (Anzieu, 1981: 25).
En curiosa coincidencia ese mismo año Winnicott publica su Playing and Reality. En su introducción advierte que este libro es una ampliación de su hipótesis de 1951 formulada en Objetos transicionales y fenómenos transicionales. Allí pone el acento sobre lo que califica como “un descuido de los psicoanalistas” para hacer referencia a que había sido mal interpretado.
Donald Winnicott orienta todo su esfuerzo a la demostración de la existencia de una tercera área. Se trata de un área de transición entre el yo y el no-yo; entre la realidad psíquica, que es personal e interior y la realidad exterior o compartida; entre la creatividad primaria y la percepción objetiva basada en la prueba de realidad. El objeto transicional, que no es más que el signo tangible de ese campo transicional de experiencia, había pasado desapercibido en su singularidad, se había visto reducido a la suposición de que era un objeto más. ¡Otro objeto más! ironiza Pontalis en el prólogo a la edición francesa.
Winnicott señala que en esos 20 años la experiencia cultural no había encontrado su verdadero lugar en la teoría psicoanalítica; así, es evidente que lo que él estudia no es el trozo de tela o el osito del bebé, sino su uso. Con este movimiento, vira el centro de atención del objeto usado hacia el uso del objeto y hacia la paradoja que implica. Si la adaptación de la madre al bebé es lo bastante buena (good enough), se produce en el niño una ilusión: existe una realidad exterior que corresponde a su propia capacidad de crear. “Nunca le preguntaremos: ¿concebiste tú esto o te fue presentado desde fuera?”(Winnicott, 1951:326) “Mi contribución consiste en pedir que la paradoja sea aceptada, tolerada y respetada, y que no se la resuelva.” (Winnicott, 1971:14)
Anzieu desarrolla la idea de una ilusión grupal que permite la constitución del grupo como objeto transicional común a todos los participantes. El grupo es, para cada uno, a la vez realidad externa y simulacro de pecho5. Lo que el autor francés aporta al pensamiento de Winnicott es que junto a la ilusión individual y a las producciones culturales que alimenta y de las que se nutre, existe “una ilusión grupal, regresión protectora y transición hacia la realidad inconciente interna o hacia la realidad social externa.” (Anzieu, 1981:105)
Desde esta perspectiva el grupo es un espacio intermedio, una zona en la que se está protegido y que se puede usar para ensayar escenas temidas sin miedo a destruir al grupo ni a ser destruido, para luego poder confrontarse a la realidad externa o al inconciente. Si bien la ilusión grupal es una fase inevitable en la constitución de un grupo, es esperable que se salga de la misma pasando por momentos de desilusión que conllevan la aceptación progresiva de la realidad. Tarea nunca acabada, ya que ser humano alguno se encuentra libre de la tensión de vincular la realidad interna con la exterior.
En un GT co-coordinado por quien escribe, los integrantes se refieren a él como un “refugio contra la lucha que se vive afuera”. Manifiestan una sensación de protección, de sentirse bien cuando están en el grupo. Como contrapartida, describen una sensación de vacío que para algunos se manifiesta como “bronca por no poder estar” cuando, por algún motivo, no pueden asistir. Podría decirse que este es un momento fundante del grupo, en el que “la lucha” y el enemigo están ubicados afuera y el grupo se ha convertido en una zona de confianza. Es claro aquí el momento de ilusión grupal que atraviesa este grupo.
Kaës (1976), discípulo de Anzieu, partiendo del trabajo de Winnicott en consultas terapéuticas con niños propone lo que dio en llamar “análisis grupal transicional”. En este dispositivo el grupo está pensado como una estructura de recepción, de elaboración y de reparación de los despojos, los traumatismos y las rupturas sufridas por los sujetos con el fin de restaurar en ellos la actividad de simbolización, la continuidad psíquica y la creatividad. En este sentido, para Kaës la experiencia de crisis está dada por la experiencia de ruptura en la continuidad de las cosas, de sí mismo y del entorno y, por lo tanto, en relación con los apoyos con que cuenta el psiquismo. Kaës plantea que además del apuntalamiento de la pulsión sobre las funciones biofisiológicas corporales y el del objeto de amor sobre la madre, existe un apoyo sobre el self (soi) y un apoyo de las funciones psíquicas sobre el grupo y la institución en aquello que mediatizan del orden social y cultural mediante formas y procesos propios. (Kaës, 1979:14) El concepto de apuntalamiento incluye tres componentes: apoyo, modelización y entreapertura.
La idea de apoyo es equivalente a sostén e incluye la idea de estar en “apoyo mutuo”, es decir, que aquello que se apoya puede servir de apoyo a lo apoyante. Por ejemplo, el narcisismo de los padres se apoya sobre el bebé, y este a su vez, apoya su narcisismo sobre los padres.
La modelización está referida a que en este proceso interviene la identificación; el psiquismo se va modelizando en la relación con lo que lo sostiene. Por su parte, con la entreapertura Kaës alude a que la calidad de apoyo mutuo de la apoyatura depende de la existencia de un espacio libre de apoyatura, “que podemos imaginar como un pasaje estanco de comunicación o de aislamiento entre dos espacios heterogéneos.”6 (Kaës, 1979:15) Del mismo modo, lo transicional es también una instancia de articulación de diferencia, un lugar de simbolización y una instancia de oposición entre elementos antagónicos. En este sentido, asegura una función de puente sobre una ruptura sostenida. Lo que una crisis -sea individual (adolescencia, emigración), sea de carácter social (depresión económica, desocupación, catástrofes)- revela es el status paradójico del sujeto en tanto le muestra que aquello que había fundado su sentimiento de íntima y única identidad era su apoyatura sobre otro nivel, sobre otro orden, de carácter grupal, institucional, comunitario.7
Así, por ejemplo, en uno de los grupos de reflexión mencionados concurría un integrante -a quien llamaré Ricardo- que había llegado al grupo en una situación de crisis generada a partir de que su familia y su grupo de amigos de una escuela secundaria religiosa conocen su condición de homosexual. Por diferentes motivos había sido echado de la casa y se vio obligado a ir a una pensión al tiempo que había quedado también excluido de su grupo de amigos. Transitó un difícil período caracterizado por angustia, incertidumbre, ansiedad, dolor y tristeza. Concurrió al grupo de reflexión durante casi dos años sin faltar jamás a una reunión. En un primer período la identidad de Ricardo se definió por su pertenencia al grupo (Kordon y Edelman, 1987). El grupo le sirvió de puente, de espacio de articulación entre lo viejo seguro y lo nuevo aún sin constituirse; entre la pérdida de sus antiguos lazos sociales y la adquisición de nuevos lazos suficientemente seguros y confiables.
Con análisis transicional Kaës propone la elaboración de una experiencia de ruptura tolerando una paradoja: “el espacio transicional sólo puede ser concedido, reconocido, dispuesto, pero no analizado”. Lo transicional es aquello que haciendo posible el análisis escapa a él. Se trata de la creación-disposición de un espacio potencial en el cual se presenten, se articulen y reconozcan las estructuras psicosociales de diferentes niveles lógicos con el fin de permitir el trabajo de elaboración de una ruptura entre dos estados.
El grupo le permite a Ricardo tolerar la experiencia de ruptura con sus antiguos lazos y su condición de homosexual “tapado” y abrirse a una nueva experiencia, la de su “coming out” 8, experiencia que, según se vio, no implica el aislamiento sino la creación de nuevos lazos capaces de albergarlo en su nueva identidad.
Consideraciones finales
A partir de este breve recorrido se ha podido verificar la articulación de varias nociones winnicottianas que son operadores conceptuales en el campo de las prácticas grupales. Por un lado, términos como sostén (holding) y garabato (squiggle) demuestran su potencialidad cuando se piensan desde la función del grupo y del coordinador hacia sus miembros. Por otro lado, cuando el grupo es pensado como un espacio transicional, se presenta como el lugar de despliegue de fenómenos transicionales, en el que la ilusión grupal y la constitución de una zona de confianza permiten, una vez constituidas, sentar la base de procesos creativos y productivos del grupo que son terapéuticos por sí mismos.
La riqueza del concepto de objeto transicional permite quebrar la concepción de grupo “isla” criticada por Del Cueto y Fernández quienes intentan desdibujar las barreras adentro-afuera de lo grupal para pensar la grupalidad por fuera de una lógica binaria: “Consideramos que el llamado contexto, sea institucional y/o social, es en rigor, texto del grupo. Es decir, no hay una realidad externa que produce mayores o menores efectos de influencia sobre los acontecimientos grupales, sino que son parte del propio texto grupal, en sus diversas modalizaciones; son por ende, fundante de cada grupo, más que escenografía, drama grupal” (Del Cueto y Fernández, 1985:17)
En este sentido, la operación lógica que implica la constitución de un espacio transicional no tiene que ver ni con una lógica binaria jerarquizante, ni con un proceso de mezcla; tampoco es posible descomponerlo en su componentes primarios, ni en una tercera clase opuesta a las otras dos. Lo transicional se define por una relación de paradoja entre los dos atributos dados. Entonces, dado un fenómeno transicional-grupal x, no se trata de que éste sea producto de lo interno o del mundo externo. Lo transicional se caracteriza por ser algo que es interno y externo y que a la vez no es ni interno ni externo; con lo cual sería falsa y verdadera al mismo tiempo cualquiera de las dos proposiciones posibles: “El fenómeno x es interno” o “El fenómeno x es externo”. Como sabemos, la afirmación de ambas proposiciones es imposible en lógica tradicional aristotélica por el principio del tercero excluido. Parafraseando a David Warjach (1996:38) se genera un agujero en el orden de las determinaciones o, lo que es lo mismo, se hace indecidible determinación alguna.
Citaré a modo de ejemplo la sesión de un GT en el que a sus miembros les cuesta hablar de lo que les pasa en primera persona. La sesión tuvo lugar el día del atentado a las torres gemelas de New York. A los pocos minutos de iniciada la sesión M cuenta que no vino a la sesión pasada por la muerte de un amigo en un accidente. Este relato desencadena un clima grupal en el que en cada uno de los integrantes resuena el tema de la muerte. M refiere sentirse sorprendida: por un lado, porque no se siente tan mal; y por otro, porque ha muerto alguien que tenía su edad: “Yo me preocupo por mi abuela y resulta que uno puede morir antes”. F relata un hecho que le ocurrió hace dos semanas: “Hace dos sábados íbamos con el auto con dos amigas, nos cerraron el paso con una bicicleta y quisieron asaltarnos con armas. Al final nos escapamos; yo me cagaba de la risa. No lo conté antes porque me pareció un hecho sin importancia”. Luego agrega: “a los 14 años cuando llegaba a mi casa por la noche entraba a la habitación de mis dos hermanas menores para ver si respiraban”. Aunque ya no hace esto refiere que en la actualidad, cuando llega a la casa, mira en las habitaciones para ver si llegaron todos. C cuenta que cuando sale a la mañana a trabajar se pregunta si a la noche volverá con vida o morirá en un asalto o en un accidente. L agrega que siente lo mismo que C y relata un hecho que caracteriza como siniestro: “una noche iba en una ruta oscura con un amigo y veo cruzarse un perro; mi amigo lo esquiva y a mí me invade una sensación escalofriante; sentía que algo malo nos iba a pasar, pero no me animé a decir nada. Al rato mi amigo frena el auto y me dice que volvamos que tenía la sensación de que nos iba a pasar algo malo. Yo no le dije nada y los dos habíamos sentido lo mismo. Cuando volvimos vimos que un auto había atropellado al perro y lo había matado.” Agregaré que toda la sesión transcurrió en un clima intimista en el cual cada uno trabajó el tema de la muerte con el que indudablemente había resonado el grupo; profundizando y asociando distintos aspectos de la historia personal. Podría decirse que el clima social provocado por el atentado influyó en el grupo; pero esta palabra no parece alcanzar para describir lo sucedido. En lo que había sucedido en el grupo estaba presente lo social, pero no se trataba de lo social en bruto, se articulaba lo histórico-personal; pero tampoco se trataba de lo exclusivamente individual, ya que los relatos personales emergieron en el contexto del grupo, sin el cual no los habríamos escuchado.
En este sentido, lo que se puede entrever en esta viñeta es que el “texto” que produce cada grupo está determinado por lo social/institucional y lo individual y, a la vez, no está definitivamente determinado ni por lo social/institucional ni por lo individual, es en este hueco donde es posible la creación de un fenómeno inédito y singular que podrá, eventualmente, ser terapéutico.
A modo de conclusión, retomo ahora la pregunta por la resistencia a lo grupal. Creo que esa pregunta no puede desligarse de su necesaria relación con la lógica social actual: una lógica de erosión de los lazos sociales y una exacerbación del individualismo y el aislamiento (cf Lipovetzky, 1983). En las condiciones socio-económicas de crisis, lo grupal no sólo se nos presenta como el espacio facilitador de la capacidad de jugar y de la creatividad, que tienen en sí mismas un efecto terapéutico; hoy por hoy lo grupal se nos presenta como un modo privilegiado de abordaje para instalar un espacio potencial de articulación, recepción, elaboración y reparación de los profundos desapuntalamientos sufridos por los sujetos.
Notas
1. Winnicott diferencia conceptualmente la relación de objeto del uso de un objeto. En el uso el objeto está ubicado fuera de la zona del control omnipotente del sujeto; se trata de la percepción del objeto como un fenómeno exterior, de su reconocimiento como una entidad por derecho propio y no como una entidad proyectiva. “Después de el sujeto se relaciona con el objeto viene el sujeto destruye al objeto (cuando se vuelve exterior); y después puede venir “el objeto sobrevive a la destrucción por el sujeto(...). Entonces el sujeto puede utilizar el objeto que ha sobrevivido.” La destrucción del objeto y su posterior supervivencia es lo que lo coloca fuera del control omnipotente. (Winnicott, 1971:121) Así para Winnicott, el impulso destructivo es el que crea la exterioridad y no al revés: que el principio de realidad provoque en el sujeto la ira y la agresividad.
2. Veamos el resumen de cualidades especiales que Winnicott enumera de la relación entre el bebé y el objeto transicional:
1) El bebé adquiere derechos sobre el objeto, y nosotros los aceptamos. Pero desde el comienzo existe cierta anulación de la omnipotencia.
2) El objeto es acunado con afecto, y al mismo tiempo amado y mutilado con excitación.
3) Nunca debe cambiar, a menos que lo cambie el propio bebé.
4) Tiene que sobrevivir al amor instintivo, así como al odio, y si se trata de una característica, a la agresión pura.
5) Pero al bebé debe parecerle que irradia calor, o que se mueve, o que posee cierta textura, o que hace algo que parece demostrar que posee una vitalidad o una realidad propias.
6) Proviene de afuera desde nuestro punto de vista, pero no para el bebé. Tampoco viene de adentro: no es una alucinación.
7) Se permite que su destino sufra una descarga gradual, de modo que a lo largo de los años queda, no tanto olvidado como relegado al limbo.(...) No se lo olvida ni se lo llora. Pierde significación...” (Winnicott, 1971:18)
3. Resulta interesante citar este párrafo de Freud sobre la transferencia:
“La transferencia crea así una zona intermedia entre la enfermedad y la vida, y a través de esta zona va teniendo efecto la transición desde la primera a la segunda. El nuevo estado ha acogido todos los caracteres de la enfermedad, pero constituye una enfermedad artificial, asequible por todos lados a nuestra intervención. Al mismo tiempo, es también un trozo de vida real, pero provisorio y hecho posible por circunstancias especialmente favorables.” (Freud, 1914) Queda de este modo resaltada la necesidad de construcción de una zona “tercera” en la cual el analista interviene, cualquier intervención fuera de ésta servirá a los fines de la resistencia.
4. O’Donnel define a lo transferencial como el deslizamiento del grupo interno sobre el grupo externo. Así pues, lo transferencial para este autor se caracteriza por estar apoyado en la realidad, “el fantasma necesita de lo concreto”, poniendo así de relieve que una porción del vínculo terapéutico se instala fuera del juego fantásmatico.
5. Anzieu se refiere a que en el momento de la ilusión los participantes de un grupo vuelven a una etapa intermedia entre la pura fusión fantásmatica con el pecho y el reconocimiento de la realidad compartida.
6. Espacio psíquico del contrato de apoyatura que implica reciprocidad en el placer y en el beneficio del doble apoyo.
7. Kaës se apoya en los dos niveles de cambio que propone Watzlawick: Nivel 1: dentro de un mismo sistema, que en sí permanece inmodificado y el de nivel II cuya aparición cambia al sistema mismo. El cambio de tipo 2 tiene la índole de una discontinuidad o salto lógico. El nivel paradójico es un nivel intermedio entre el nivel I y el II: es en ese nivel donde se establece una coexistencia y una continuidad entre los dos niveles. La intolerancia a la paradoja impide esta continuidad (Kaës, 1979:56). Es así que concluye que la elaboración de una ruptura requiere una fase paradójica. (Watzlawick et al, 1974)
8. El coming out (of the closet) -salir del armario- es una expresión creada en EE.UU. para referirse al proceso por el cual un sujeto con elección de objeto homosexual se hace visible. (en ambos sentidos, visible a sí mismo y visible a su entorno: familiar, amistades, etc.)
Bibliografía específica
1. Anzieu, D. (1981): “El grupo y el inconsciente. Lo imaginario grupal”, Biblioteca Nueva, Madrid, 1998.
2. Anzieu, D. (1982): El análisis transicional: método para la formación individual y del grupo en un mundo en crisis” en “Desarrollos en Psicoterapia de Grupo y Psicodrama”, compilado por Marti Tusquets, J.L. Y Satne. L. Ed. Gedísa, Barcelona 1982, 51-68.
3. Bauleo, A.: “Psicoanálisis y grupalidad. Reflexiones acerca de los nuevos objetos del psicoanálisis”, Paidós, Bs As, 1997.
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CARLOS ALBERTO BARZANI
Lic. en Psicología
Psicoanalista
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