La palabra virtual proviene del latín, virtus, que significa fuerza, energía... No es una ilusión ni una fantasía, más bien es real y activa. Lo virtual, pues, no es ni irreal ni potencial, lo virtual está en el orden de lo real... Lo “virtual” nos propone otra experiencia de lo “real”.
Phillipe Queau
Cuando a Mao Tse Tung le preguntaron qué pensaba de la Revolución Francesa contestó con un exceso de prudencia que todavía era prematuro sacar una conclusión. Es más que justificado responder lo mismo con respecto a las consecuencias de la pandemia de covid en la vida humana. Lo cierto es que la humanidad estuvo en peligro. La muerte circuló con su indiferente guadaña llevándose a alrededor de veinte millones de personas. Más que en la Primera Guerra Mundial y un poco menos que en la segunda. El General Covid mató sin piedad, sin odio, sin maldad y generó un terror colectivo que no se sabe aún qué herencia habrá dejado. Y por cuántas generaciones.
La pandemia y el crecimiento mundial y viral del fascismo han obligado a pensar una clínica del infortunio común. Una fortuna adversa que no reemplaza a lo neurótico, pero lo resignifica
Los psicoanalistas, que también somos humanos, tuvimos que sobrevivir y hacer sobrevivir al psicoanálisis mismo. Tuvimos que recurrir a la tecnología para seguir viviendo y atendiendo. Así se viralizó el llamado tratamiento virtual. Nada de lo que podamos pensar de acá en adelante sobre esta práctica puede ignorar este origen mortífero.
El clásico objetivo clínico de transformar el sufrimiento neurótico en infortunio común fue desbordado. El infortunio común, en esta trágica época, se ha agravado a niveles insospechados y muchos sujetos extrañan ahora su singular padecer neurótico. Y a diferencia de éste, el infortunio común, como su nombre bien nombra, también es común a paciente y analista.
La pandemia y el crecimiento mundial y viral del fascismo han obligado a pensar una clínica del infortunio común. Una fortuna adversa que no reemplaza a lo neurótico, pero lo resignifica. No es lo mismo la paranoia cuando la persecución es real. No es lo mismo la fobia cuando los caballos muerden a los Juanitos. O cuando los lobos bajan de los árboles y las ratas penetran en donde no deben.
Si bien ya había analistas usando la tecnología previamente, ellos la habían elegido. Acá estamos hablando de una imposición externa. El covid bombardeó los consultorios y nos tuvimos que proteger en las trincheras de internet. El psicoanálisis virtual, entonces, tiene algo de sobreviviente. Sobrevivió a la pandemia y sobrevive (¿por ahora?) a la vertiginosa expansión de la tecnología.
Es absurdo pensar que nada se perdió con el advenimiento de las sesiones virtuales y que todo siguió igual. Una visión melancólica considera que fue pura pérdida. Una visión maníaca sólo ve lo que se ganó. Ambas visiones son ciertas y falsas. Se perdió mucho, pero también se ganó bastante.
Después de un proceso rápido de entrenamiento técnico, especialmente para los analistas más grandes, hubo que adaptar la teoría de la técnica a la técnica. Y siguiendo el modelo de Freud, que eligió el diván porque le era incómodo sostener la mirada tantas horas, tuvimos que decidir entre cables y aparatos dónde estaba nuestra comodidad. Un reducido menú daba para elegir entre: con imagen los dos, con imagen sólo el analista, sin imagen y por teléfono. Los analizandos, que no suelen someterse mansamente a las ortodoxias, fueron muchas veces más creativos y adaptables que sus analistas. Los pacientes fueron muy pacientes. Y muchas veces ayudaron y toleraron los tropiezos técnicos del analista que se avergonzaba de su torpeza. Allí surgió una zona gris confusa entre accidente técnico y formación del inconsciente. De analista y paciente, claro.
El covid bombardeó los consultorios y nos tuvimos que proteger en las trincheras de internet. El psicoanálisis virtual, entonces, tiene algo de sobreviviente. Sobrevivió a la pandemia y sobrevive (¿por ahora?) a la vertiginosa expansión de la tecnología.
Algunos años después del desconcierto inicial se puede esbozar una suerte de cuadro de situación. El psicoanálisis siguió siendo psicoanálisis, los analistas siguieron analistas y los pacientes, pacientes. Y se empezó a pensar en distintos modos de la presencia y su modo de administrarlos. Porque la “ausencialidad” no existe. El término “presente” tiene una doble significación: una espacial, estar presente, y otra temporal, estar en el presente. Un consultorio psicoanalítico es un espacio cerrado en que en un tiempo compartido y simultáneo dos sujetos se comprometen en presencia corporal a un trabajo en intimidad. Ese consultorio está en un lugar determinado en un barrio concreto, con el que los pacientes adquieren y realizan una serie de necesarios rituales. Con el portero, el mozo del bar de la esquina, el librero de la vuelta, el banco de la plaza, etc. La pérdida del consultorio en pandemia fue también una descolocación de numerosos pacientes. Se perdió el adentro, pero también el afuera próximo del consultorio, su prolongación. Se desarticularon rutinas. Se perdió el sonido del timbre de abajo, el trayecto caminado de la puerta al diván o sillón, ese “juego preliminar” antes de empezar propiamente la sesión. Se perdió el modo de despedirse, en la puerta o acompañando abajo. En lo virtual, el comienzo y el final son más bruscos. Se perdieron las tres dimensiones de lo real. Fueron sustituidas por las dos dimensiones de las pantallas, o por el “eter” sin imagen. Ya no “se va” a sesión. Se entra sin ir. Y se termina sin volver.
Pero no se perdió la intimidad, lo que hubo fue una mutación de ella. Entramos en la casa del paciente, aparecen sus paredes, sus adornos, su cocina, sus fotos, sus libros, hasta sus mascotas. Algunos para preservar la privacidad van al auto. A alguno le indiqué que la sesión no se hacía con el auto en movimiento. Otros salen a caminar como Mahler, pero sin Freud, solos. Hay pacientes que aprovechan para pasear el perro por el parque. En algún caso recuerdo que justo terminada la pandemia un paciente que había sido calmo y amable en consultorio, un día paseando a su perro le empezó a gritar: “Titán, venga para acá carajo, ya cagaste tres veces, vení o te fajo.” Y después siguió hablando como si nada. Quedé anonadado, sin saber cómo tomar esa brusca agresión desconocida. Yo también seguí como si eso hubiera pasado fuera de la sesión. Me costó poder considerar este tipo de conductas como incluidas en la sesión. Recuerdo a alguien también amable tomando la sesión en un bar, interrumpe su hablar (¿interrumpe?) para maltratar a la camarera porque el café estaba frío. Agresividades nuevas, nuevas en transferencia, nuevas transferencias que no sucedían en el consultorio. También hubo situaciones inversas, un paciente hosco, seco y con poca expresividad afectiva, tenía una sesión en el escritorio de su casa. En un momento entra e interrumpe su hijito de 3 años, “hijito adorado, amorcito, vení y dame un abrazón, otro más, beso mi tesoro, ahora dejame que papá está en una reunión.” Y como en los casos anteriores, siguió hablando como si nada. Fue esa nada que parecía fuera de sesión la que hubo que interpelar poco a poco. Convencerse de que el diálogo analítico fue interrumpido pero la sesión no. Y que eso sucedió dentro de la sesión.
Una intimidad extendida a la vida concreta del sujeto, fuera del artificio del consultorio, muestra aspectos desconocidos o ausentes del paciente
Una intimidad extendida a la vida concreta del sujeto, fuera del artificio del consultorio, muestra aspectos desconocidos o ausentes del paciente.
Yo trabajo con algunos pacientes sólo virtual, con otros sólo en consultorio, y con muchos de modo híbrido, algunas sesiones sí y otras no. Pero no hubo después de la pandemia un volver al consultorio como si nada hubiera pasado. Se complejizó la diferencia entre real y virtual. Hay, creo, virtualidades en lo real y distinto tipo de presencias en lo virtual.
Atiendo a pacientes que viven en el exterior. No compartimos el mismo espacio ni tampoco el mismo tiempo, hay horas distintas y en algunos casos días distintos. Un saludo común como “buenos días” se recibe a la tarde o a la noche. Se alteró la simultaneidad. El clásico aquí ahora conmigo fue cuestionado en el “aquí”, en el “ahora” y en parte en el “conmigo”. Y sin embargo seguimos atendiendo. En sentido literal. Los dos grandes instrumentos analíticos, la atención flotante y la asociación libre, sobrevivieron. Resistieron todos los obstáculos técnicos y en algunos casos fueron beneficiados. Tuvieron que cambiar bastante para seguir siendo lo que son.
Muchos obstáculos se agregaron desde la técnica misma; se sabe que cada nuevo invento produce un nuevo tipo de accidente. Y un nuevo modo de abordarlos. Por ejemplo, el uso clínico del silencio en consultorio fue interferido. Un silencio que empieza a durar... hace dudar. ¿Está pensando, llorando o se perdió la señal? Hubo que incorporar elementos de la vieja teoría de la comunicación, por ejemplo, la función canal. Se multiplicaron los “ajá” para indicar al interlocutor que el canal sigue abierto. “¿Me escuchás bien? Esperá que cambio el auricular”; las veces que la comunicación se corta, se advierte que se corta y se reanuda con un nuevo llamado. ¿Se interrumpió la sesión o ésta continuó incluyendo el corte? Hay veces que uno de los dos no lo advierte y sigue hablando solo. O escuchando nada.
Todo eso se volvió con el tiempo una nueva normalidad. Los nuevos accidentes le pusieron un poco de ripio a la atención flotante y a la asociación libre, pero no impidieron que se siga manejando en ese ripio tecnológico.
No creo que el cuerpo haya desaparecido del todo en lo virtual. Se sigue haciendo presente en fragmentos, en sinécdoques donde la parte voz, oído o imagen re-presentan el todo del cuerpo.
Es cierto que es más difícil cuando un paciente llora. Pero si en el consultorio el hombro se pone sin tocar, también debería ser posible contener en lo virtual. El psicoanálisis es una apuesta a la palabra y a su poder. Por ejemplo, de contener a alguien llorando. Hay palabras y tonos de voz corporizados que abrazan, sostienen, preguntan, caminan al lado.
No creo que el cuerpo haya desaparecido del todo en lo virtual. Se sigue haciendo presente en fragmentos, en sinécdoques donde la parte voz, oído o imagen re-presentan el todo del cuerpo
Atiendo a una paciente que consultó en pandemia y no quería imagen. En cuatro años nunca nos vimos. Hace poco me dice que soñó conmigo. Y me cuenta el sueño. En ese momento me imaginé un diálogo de ciegos. ¿Qué significa que soñó conmigo? ¿Quién soy o cómo soy en ese sueño?
Hasta que recordé que lo que escuchaba es un relato. Por eso, más allá de mi desconcierto, el sueño fue asociado e interpretado.
¿Qué tipo de presencia tuve en ese sueño? La que el psicoanálisis enseña, la presencia que produce la transferencia. La transferencia consiste entre otras cosas en hacer presencia en el presente. La transferencia es presencia; la más importante y la que determina el tratamiento.
Una diferencia grande con el tratamiento en consultorio es que, en una sesión virtual con imagen, el analista ve su propia imagen en pantalla. Nunca nos habíamos visto nuestra cara cuando escuchamos o hablamos. Nuestros gestos invisibles se nos volvieron visibles. Es difícil no considerar esa visión de nuestra presencia virtual en lo real de la sesión como una interferencia de la atención flotante. Como si nos viéramos de afuera, como un tercero exterior que ve a la pareja transferencial por la pantalla. Mirando por el ojo de la cerradura una escena que un doble nuestro protagoniza. Como una escena, pariente lejana de la escena primaria, pero más enloquecedora porque uno de los dos somos nosotros. Espiamos a una pareja infraganti en pleno ajetreo de un análisis. Por eso si un analista prefiere trabajar sin imagen es muchas veces para no mirarse a sí mismo.
Mientras haya dos cuerpos que puedan encontrar la manera de hablar y escuchar, el inconsciente se hará presente. Mientras la asociación siga siendo libre y mientras la atención siga siendo flotante, el psicoanálisis insistirá en existir. A la imprescindible fórmula de hacer consciente lo inconsciente, le hemos agregado el hacer presente el inconsciente. Que sobrevive a cualquier virus.
No sabemos todavía si a la sorprendente y disruptiva Inteligencia Artificial “le va a crecer” algo parecido a un inconsciente artificial.
Pero lo que es evidente por ahora, es que incorporando o no su atemporalidad a los nuevos tiempos, el inconsciente se sigue haciendo lugar. ◼
Eduardo Müller, Psicoanalista
eduardomanuelmuller [at] gmail.com