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Felicidad del psicoanálisis

 
Columna

Puede que muchas y muchos analistas hagamos el intento diariamente, sesión tras sesión, de mantenernos atentos a las ocasiones en que una intervención del lado analizante y/o las nuestras logren seguir la veta de los descubrimientos; y puede incluso que lo logremos con frecuencia. Sin embargo, volverá sólo cada tanto la experiencia de “recordar precisamente” qué es el psicoanálisis. Esa precisión es sentida, intuida, no parece apresable en un concepto o aforismo, puesto que se llega a ella desde distintas coordenadas en la variedad de los tratamientos. Lo que se reitera entonces es la visualización de algo específico que es, no obstante, difícil de definir. Y hoy me gustaría darle alguna definición, aunque mal no fuera la de hoy solamente.

En mi caso, cuando llega ese “recuerdo vívido” (que no es la forma del método, ni el acierto en los movimientos parciales de un tratamiento, ni es la conceptualización que lo posibilita), la sensación de recuperar con fuerza el sentido de la práctica analítica, cuando llega es siempre en el medio del trabajo. Y generalmente después, finalizada la jornada, me queda como resto o resultado una especie de felicidad. ¿Se diría que es una felicidad vinculada a lo profesional? ¿Y qué sería una felicidad profesional? Suena gracioso, y es obvio que tal cosa no existe. Si fuera aquello que referimos a un logro, a algo logrado, tengo que admitir que, en mi caso, eso no produce felicidad sino más bien satisfacción. La diferencia entre felicidad y satisfacción pasa por un enorme corte cualitativo. La satisfacción nos trae un alivio interno siempre necesario; la felicidad en cambio trae conciliación con nuestro mundo, aunque mal no sea por intervalos. La felicidad se siente como algo expansivo y asociativo, ligado a lo que no es uno, se desencadena con la idea de haber entrado a un orden que resuena armónico con otros. La experiencia feliz se acompaña de agradecimiento. Esto me da una pista.

Sin dudas todos los momentos tejen el desarrollo de un análisis (el correlato metodológico de esta afirmación es la atención flotante), con su deshilvanar y hacer nuditos, sus ruedos y sus largos flecos, así como van tejiendo su finalización o interrupción; pero hay momentos decisivos, y esos son los que avivan nuestro tema. Algunas veces los momentos decisivos los dispara el/la analizante, otras veces el/la analista. Sería vano evaluar cuál de las causas es más frecuente, o discutir aquí sobre la intersubjetividad en la situación analítica. Para nuestro tema alcanza con que el/la analista esté para cumplir su lugar antes que perderlo.

Una marca distintiva de los momentos cruciales es el animarse, cuando algo se arriesga realmente. Por lo general estos momentos traen una preparación previa, aun cuando no haya sido notada. Pero como en todas las decisiones importantes de la vida, “la preparación previa no garantiza lo que va a pasar, no alcanza para prever todos los resultados o consecuencias”; así lo piensa un personaje de la novela “Avenida de los Misterios”, del maestro John Irving.

En los momentos cruciales de un análisis hay mucho de espontaneidad, o mejor dicho, hay una enorme contemporaneidad. La sensación es la de estar viviendo en el presente como si un vasto pasado estuviera activo (interviniendo e intervenido), pero entonces, ese pasado biográfico y teórico no juzga el presente, sino al revés. Es el presente transferencial el que comanda, con atención y respeto por ese pasado, un gesto que desafía lo ya sabido, para poder saber algo nuevo.

Cuando tenemos noticias sobre el sentido del psicoanálisis y la felicidad de sus oportunidades, es cuando sabemos al mismo tiempo de sus límites. Tanto lo oportuno de las transformaciones como aquello que podría ser el límite de elaboración y mejoría, se redefinen en cada tratamiento. No es dado conocerlo de antemano o pretender basarlo en cálculos teóricos que, en el mejor de los casos, estarían velando un presentimiento sobre algo poco o mal soportable para el/la terapeuta en cuestión, y eso sí es importante que sea reconocido a su tiempo, es decir, antes de proyectarlo como pronóstico hacia el consultante. Para eso existe el recurso que llamamos derivación.

Entonces, creo que esa felicidad por la que me estaba preguntando, proviene de animarse a la invención en la vida, una invención que tiene direccionalidad y que a la vez tiene mucho de gratuita, que podrá salir del circuito de reconocimientos, valiéndose del re-conocimiento para ir a otra zona. Una invención entre al menos dos, que conlleva el espacio para otros y para lo por venir.

Sabemos que la sesión es más bien una cesión, y lleva ese nombre porque el/la analista da algo, hace una entrega, una dación. Así como sabemos, aún más íntimamente, que la posibilidad y el sustento para hacer esa dación la aporta siempre el analizante con su deseo de vivir, y que por eso el/la analista también experimenta con cierta reserva su agradecimiento (felicidad) a través del cual puede continuar su trabajo.

Mientras que la satisfacción es necesaria, tiende al egoísmo, y puede ser perfectamente estúpida; la felicidad nunca lo es. El deseo de vida nueva: punto base de la regeneración y el optimismo posibles, sigue latiendo en medio de esta crisis donde el avance del sufrimiento parece inevitable por ahora, en tanto el desesperado interés por la satisfacción crezca al mismo ritmo que su frustración concomitante.

Juan Melero
Psicoanalista. Rosario, Santa Fe
jxmxmx [at] hotmail.com

 
Articulo publicado en
Abril / 2020