La clínica de orientación psicoanalítica tendría como primera función escuchar al otro, habilitándolo desde el encuentro a que estructure el campo y tome forma desde su mismidad. Pero también escuchar su escucha, invitándolo a analizar los “ruidos” que le llegan desde sus objetos internos, los otros, sus fantasías, así como desde el impacto que le provoca lo real y las construcciones de realidad que produce. El objetivo será operar sobre el dolor psíquico sin recurrir necesariamente a la adaptación, facilitando el despliegue de manifestaciones múltiples que con voz propia puedan visibilizarse en su singularidad, reconociendo críticamente los moldeamientos hegemónicos de normalización también a nivel sexual y de género. Con ello se lograría un acercamiento a elaboraciones deseantes, vinculares y de autopercepción que habiliten mayores dosis de afirmación y dignidad subjetiva.
Con “heteronormatividad” se hace referencia a un régimen social, político, económico y deseante basado en una forma específica de circulación del poder
Desde el modelo genealógico propuesto por Foucault (1990) es posible mapear discursos y relaciones de poder que construyen lo consagrado como erotismo, sexo, masculinidad y feminidad, entre otras, ya que “… el concepto de sexualidad, como el de género, es un instrumento de análisis. El segundo nace como consecuencia de la lucha de las mujeres contra el patriarcado; el primero aparece cuando el discurso médico sustituye al judeocristianismo en las tareas de gestión social de los placeres y los cuerpos…” (Guasch, 2006: 89).
En ese sentido el “bicho homosexual” creado por la Psiquiatría del S. XIX, en tanto representante corporal e identitario de un tipo de invención de sexualidad basada en la clasificación, nominación y estigmatización de lo así entendido como disidencia, ha venido construyendo subjetividades “patologizables”, y por tanto infantilizables, tutelables y animalizables, a partir del silencio, la subalternidad, la negación y la indignidad. Algo que la escucha clínica deberá tener presente, al prestar oídos a sujetos que desde esos lugares simbólicos han tenido que gestionar las demandas de lo pulsional y del mundo exterior.
Ello habría estimulado el desarrollo de cierta “especificidad psíquica” propia de ese sujeto en sub-versión (y del resto de sus similares diversos), como producto del injerto identificatorio de biografías en clave de otredad abyecta, actualizadas performativamente (Butler, 2001) por la escucha flechada de la heteronormatividad. La cual para evitar ser interpelada en su particularidad ideológica y preservar la ilusión en su existencia universal, poco terreno ha cedido para que sea posible sentir, pensar y hablar más allá de su idioma colonizador. Entorpeciendo la posibilidad de que las formas sexo-genéricas puedan ser escuchadas desde un devenir más nómade, (de)formado, fronterizo e híbrido (tal y como lo entienden las corrientes post-identitarias), de forma tal que hagan síntesis contundentes aunque provisorias, sin tener que apelar a categorías “puras” o “enteras” sobre como “ser” masculino o femenino, o sobre qué y cómo desear.
Con “heteronormatividad” se hace referencia a un régimen social, político, económico y deseante basado en una forma específica de circulación del poder, que instituye y normaliza una concepción idealizada y universalizada de sexualidad, género, subjetividad, práctica sexual y modos de gestión de la biografía desde distintas interseccionalidades, que por defecto se presuponen heterosexuales. Tal institucionalización se efectiviza a través de mecanismos estéticos, educativos, médicos, jurídicos, etc. que presentan el “modo de vida” heterosexual como el único modelo válido de relación sexo-afectiva, de género y de parentesco que haría posible el funcionamiento de la sociedad, generando como contrapartida discriminación, invisibilización y persecución de quienes no se ajustan a sus prerrogativas.
El término heteronormativdad fue creado por Michael Warner (1991), y posee raíces en la noción de Gayle Rubin (1975) del sistema sexo/género. La primera en hablar de este régimen en tanto que “heterosexualidad obligatoria” fue Adrienne Rich (1980), lo cual complementó las críticas realizadas por Monique Wittig (1980) a lo que llamó “pensamiento heterosexual”, y que la Teoría Queer de la mano de referentes como Judith Butler o Paul B. Preciado, ha venido profundizando junto al aporte de los estudios post-coloniales, étnico-raciales y de crítica al capitalismo.
Es por todo eso que se puede aseverar que “…el gay que decide decirse se expone al comentario irónico o condescendiente y a veces al desaire, y el que prefiere callarse se coloca en una situación falsa y en todo caso dependiente. La asimetría permanece intacta: el heterosexual tiene siempre un privilegio con respecto al homosexual. Es él quien decide la actitud a adoptar y el sentido que dará a los gestos y a las palabras del homosexual…Está en una posición de dominación “epistemológica”, porque tiene entre las manos las condiciones de producción, de circulación y de interpretación de lo que puede decirse de este gay en concreto y de los gays en general, pero también las condiciones de reinterpretación y de resignificación de todo lo que los gays y las lesbianas pueden decir de sí mismos y que siempre se expone a ser anulado, devaluado, ridiculizado o simplemente explicado y reducido al estado de objeto por las categorías del discurso dominante” (Eribon, 2001: 84)
Cabe destacar que psicoanalistas argentinas de la talla de Irene Meler, Mabel Burín, Ana María Fernández, Irene Fridman y Debora Tajer, entre otras, vienen cuestionando la efectividad teórica y clínica de una concepción a-histórica y a-cultural de las producciones del inconsciente. Con ello se reafirmaría el condicionamiento a las relaciones de poder desde donde el aparato psíquico puede ser entendido, al tomar en cuenta un yo que debe lidiar con las exigencias del mundo exterior, en tanto que “…toda realidad es resignificada permanentemente mediante versiones que pretenden dar cuenta de lo real” (Peskin, 2015: 24). De la misma manera que si se considera a un superyó que cobra forma fantasmática desde lo pulsional, aunque en amalgama con ideales templados por creencias propias de cada época y lugar, así como de mandatos de género heteronormativos vehiculizados por las expectativas parentales. Todo lo cual afectaría la elaboración de contenidos inconscientes e identificatorios, así como las maneras de subjetivarse, sufrir, enfermar y desarrollar vivencias y relatos sobre la propia singularidad.
La perspectiva de género y diversidad sexual, además de dialogar con la teoría y la práctica en función de la escucha clínica, debería ser manejada de manera integral y transversal, y no sólo como una consideración “excepcional”
Evidentemente que el poder también atraviesa las maneras de dar cuenta del otro en el contexto clínico (en tanto toda escucha es interpretación, y por eso construida por lo cultural y epocal), poniendo en cuestión la implicación y los atravesamientos del terapeuta. Esos que se juegan en la forma particular de percibir al otro, y en lo que se decide tomar como material de análisis, así como en qué señalar o interpretar, o en qué y cómo preguntar. Además de la influencia que ejerce su subjetividad específica y la forma peculiar de estar corporalmente presente en cuanto a su lenguaje analógico y actitudinal. Teniendo en cuenta a su vez lo que se produce en el “entre” de cada relación paciente-terapeuta en particular, si se la mira desde una perspectiva intersubjetiva.
Una escucha dignificante no implica una condescendiente o victimista discriminación positiva, sino más bien la visibilización y operación sobre las condiciones materiales y simbólicas de producción de subjetividad
Esto se torna especialmente relevante cuando se utiliza el vínculo terapéutico como insumo e instrumento, más allá que se trabaje “en” transferencia o “con” ella, al tomarla como vía de investigación e intervención sobre los contenidos inconscientes, fantaseados, pretéritos e infantiles del paciente que dicha transferencia permite visibilizar, al presentarlos actualizados en las proyecciones sobre la figura interaccional del terapeuta. Ello indicaría la conveniencia de un trabajo personal y específico en torno a las ideas previas sobre diversidad sexual y de género que se puedan tener al momento de la escucha, más allá de “acatar” los actuales mandatos políticamente correctos, en la medida en que la teoría no salvaguarda de los prejuicios.
Más aún si se pretende trabajar con el análisis de la contra-transferencia, lo cual requiere claridad sobre los propios aspectos emocionales e ideológicos, al utilizar el psiquismo del terapeuta como un insumo más para entender emergentes del proceso primario del paciente en base a lo que éste provoca en quien lo escucha. Una “provocación” que para que sea efectiva como instrumento analítico, debería estar precedida por una disposición al “contagio” psíquico, algo que sólo será posible si se intenta ver al otro más allá de “su diferencia” identitaria marcada por las categorías sexo-genéricas hegemónicas.
Las maneras desafiantes de repensar las ideas consagradas sobre sexualidad y género, junto al análisis de formas naturalizadas de construir versiones repetitivas de la realidad (y de escuchar al otro a través de ellas), probablemente conduzca a relecturas críticas de la teoría en cuanto no sólo a sus conceptos, sino también a la plataforma filosófica y política desde la cual construye muchos de sus postulados. Tal es el caso, por ejemplo, de las concepciones sobre la diferencia sexual en términos binarios y sus efectos sobre la construcción de la identidad de género; el decretar una autoridad excluyente para la simbolización en figuras masculinas y sus efectos sobre las producciones deseantes; el tomar las identificaciones sexuales secundarias en clave de fijeza determinante para ciertos destinos pulsionales; y hasta el propio relato estereotipado de la dramática edípica mediante la reafirmación de las dicotomías público-privado, heterosexual-homosexual, etc., así como la institucionalización jerárquica y heteronormativa de la masculinidad y la feminidad como esencia de lo paterno y lo materno respectivamente.
Por tal motivo la perspectiva de género y diversidad sexual, además de dialogar con la teoría y la práctica en función de la escucha clínica, debería ser manejada de manera integral y transversal, y no sólo como una consideración “excepcional” a tener en cuenta cuando se trabaja con personas LGBTIQ. Si esto último ocurriera se estaría desconociendo el fluido devenir tanto de los destinos del deseo afectivo-sexual, como de la autopercepción en clave de género, encasillando y “leyendo” a las personas sólo desde determinadas categorías. A su vez se podría estar dificultando que una persona ajustada a los patrones de “normalidad” sexo-genérica pueda cuestionarlos y flexibilizarlos, especialmente cuando hacerlo es lo indicado para mejorar su situación emocional, vincular y sexual, sin que ello signifique que quiera o tenga que “cambiarse de bando”. Aspectos estos que pueden ser facilitados si se leen los síntomas también en clave de género y diversidad.
Por otra parte se dejaría en un plano de invisibilidad analítica los efectos emocionales de la masculinidad hegemónica sobre las personas (y en particular sobre los así llamados hombres), por creer que la “perspectiva de género” sólo se aplica en casos de feminidades y/o mujeres. Y por lo mismo, entender que la diversidad sexual es sólo patrimonio de algunos sujetos, e intervenir clínicamente desde esa falsa creencia, vulnerabilizaría por falta de asistencia a aquellas figuras parentales heterosexuales (sólo por citar un ejemplo) que a instancias de la heternormatividad jamás se consideraron parte de la diversidad sexual, y que hoy rápida y con pocos recursos psíquicos y vinculares lo tienen que hacer, al “enterarse” que su familia también está conformada por un hijo (u otro familiar, o ellos mismos) no heterosexual, con roles masculinos y femeninos no hegemónicos, o transgénero.
Una escucha dignificante no implica una condescendiente o victimista discriminación positiva, sino más bien la visibilización y operación sobre las condiciones materiales y simbólicas de producción de subjetividad, funcionales a una circulación del poder naturalizada por la heternormatividad. De forma tal que el sujeto disidente logre “pisar firme” desde una adultez con voz propia y no tutelable, gracias a lo cual deje de invertir tanta energía en gestionar su supuesta condición “interpelable”, toda vez que queda pendiente de esa mirada social que para tornarlo legible le impone ser un sujeto hablado por otros. Se trataría por tanto de acompañar al “diferente” para que su diferencia deje de ser vivida como excepción e inequidad, y pueda expresarse como mera singularidad no asimilable a la normalización.
La psicoterapia recrea un vínculo sano para que desde el silencio del encuentro emerja lo singular del contacto en la intimidad intersubjetiva. Por eso, y desde lo transferencial y contratransferencial, sería posible reparar objetos internos dañados (también por la violencia de lo real que obliga a encarnar la abyección) a través de una mirada terapéutica dignificante, que le permita al sujeto no tener que “traducir” su mundo interno en términos de explicación de una excepción o rareza, lo cual ahondaría su sentimiento de invisiblidad y soledad. De esta manera se lograría que pueda “re-legiblizarse” y “re-semantizarse” a través de la escucha de un interlocutor que se presenta como espejo reconstruido no heteronormativamente.
El objetivo será operar sobre el dolor psíquico sin recurrir necesariamente a la adaptación, facilitando el despliegue de manifestaciones múltiples que con voz propia puedan visibilizarse en su singularidad
Así se haría factible empoderar al paciente sin que ello implique una negación omnipotente de su también posible conformación psicopatológica, ni la desmentida de la castración simbólica. Habilitando la posibilidad de que cuestione la “ley del padre” (esa que perversamente cobra autoridad para universalizar su “orden” a través de la inferiorización de un otro colonizado) al dejar de hacerse cargo de las proyecciones generadas por los procesos de exclusión, e intentar que ellas no estimulen el deseo de asimilación a la cultura heteronormativa, como única manera de sentirse “a salvo” de la desconfirmación de los demás.
Empoderar para zarpar hacia otros mundos de existencia viable, dejando atrás sin necesidad de huir, viejos esquemas desde donde se aprendió a ser un “otro” definido por la anormalidad. A través de la elaboración de desilusiones por leyes que no cuidaron, así como de duelos por (des)amores perdidos por prejuicios, la escucha se avocaría a reforzar relaciones sanas desde donde habilitar relatos que reconstruyan una historia y una memoria más apropiable, para transmitir un legado que efectivice el pasaje de la vergüenza a la dignidad.
Ruben Campero
Psicólogo - Psicoterapeuta - Sexólogo1
rucabal [at] gmail.com
Bibliografía
Butler, Judith (2001), El género en disputa, México D.F., Paidós.
Eribon, Didier (2001), Reflexiones sobre la cuestión gay, Barcelona, Anagrama.
Foucault, Michel (1990), Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, Buenos Aires, Siglo Veintiuno.
Guasch, Oscar (2006), Héroes, científicos, heterosexuales y gays. Los varones en perspectiva de género, Barcelona, Bellaterra.
Perkin, Leornado (2015), La realidad, el sujeto y el objeto, Buenos Aires, Paidós.
Rich, Adrienne (1980), “La heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana” en Duoda. Revista de Estudios Feministas, 1996, Nº 10. Barcelona.
Rubin, Gayle (1975), “El tráfico de mujeres: Notas sobre la economía política del sexo” en Revista Nueva Antropología, 1986, vol. 8, Nº 030, pp. 94-145. D.F., Universidad Autónoma de México.
Warner, Michael (1991), Fear of a queer planet. Queer politics and social theory, London, University of Minnesota Press.
Wittig, Monique (1980), El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Barcelona, Egales, 2006.
Notas
1. Especialización en género. Docente fundador del Instituto de Formación Sexológica Integral SEXUR y del Centro de Estudios de Género y Diversidad Sexual. Autor de los libros Cuerpos, poder y erotismo y A lo Macho. Sexo, deseo y masculinidad. Conductor del programa “Historias de Piel. Sexualidades en radio” (1997-2004) por Del Plata FM y desde 2015 a la actualidad por Metrópolis FM), Montevideo - Uruguay.