Política de la Asociación Mundial de Psicoanálisis: lacanismo, neoliberalismo y crítica del populismo | Topía

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Política de la Asociación Mundial de Psicoanálisis: lacanismo, neoliberalismo y crítica del populismo

 

Miseria y trivialidad

No es por la puerta del psicoanálisis por la que saldremos del mundo. Ya sea que aceptemos o evitemos hacernos presentes en el campo de la política, estaremos desde un principio en este campo, nos guste o no, por la simple razón de que no hay otro campo en el que podamos estar. Digámoslo en tres palabras: no hay metalenguaje. No hay lugar para el discurso que no esté atravesado y estructurado por la política.

Las diferentes orientaciones y contradicciones estructurantes de la sociedad atraviesan el ámbito psicoanalítico. Sin embargo, como cualquier otro ámbito social, aquel en el que opera el psicoanálisis resulta particularmente permeable a las corrientes políticas hegemónicas, las más influyentes y por lo mismo las menos evidentes, las que suelen insinuarse insidiosamente en todo lo que se hace y se piensa, las que pasan desapercibidas porque lo empapan todo y es así como terminan confundiéndose con todo y apareciendo como la realidad misma. Estas corrientes que forman parte de la koiné de cada época, de la “conciencia común” que tanto recelo despertaba en Lacan[1], aún emanan actualmente de lo que Ignacio Ramonet llamó “pensamiento único” para designar la “viscosa doctrina” del neoliberalismo que responde a los intereses del “capital internacional”, que “inhibe” y “sofoca” todo “razonamiento rebelde” y que tan sólo sabe repetir fórmulas útiles para empujar al goce del capital: más liberalización, más desregulación, menos intervención gubernamental, menos politización de los asuntos económicos, menos política, “menos Estado”[2].

El pensamiento único neoliberal, dando a lo económico un poder que nunca tuvo en las versiones más economicistas del marxismo, tiende espontáneamente a la despolitización y es radicalmente hostil a la política. Es justo atribuirle, pues, una hostilidad general a la cultura, dado que todo en el único lenguaje sin metalenguaje, en el sistema simbólico de la cultura, es político y no puede ser despolitizado sin verse aniquilado. Con todo, a pesar de su disposición anti-cultural y anti-política, el neoliberalismo impregna el paisaje cultural occidental, carcomiéndolo por dentro, y subyace a las corrientes políticas dominantes, haciendo que domine políticamente la destrucción de la política.

El espectro populista recorre el mundo y crea zozobra en todos sus rincones. En uno de los más recónditos, el del psicoanálisis lacaniano, se ha sentido la cercanía del populismo y se corean ya letanías de conjuros en los que resuenan una y otra vez las fórmulas mágicas: Democracia, Libertad y Estado de Derecho.

Ansiedad y conformismo

No hay cabida para la política en la política neoliberal. El neoliberalismo convierte la política en algo políticamente incorrecto. La corrección política del pensamiento único nos impone un discurso de amo en el que se condena cualquier posición marcadamente política. Una posición así debe condenarse porque amenaza con repolitizar el discurso al desafiar los significantes-amos en los que se resuelve y se disuelve toda la política.

Significantes como Democracia, Libertad y Estado de Derecho, por ejemplo, tienen una larga historia y una fuerte carga simbólica, pero el neoliberalismo sólo ha podido usarlos para legitimarse al abusar de ellos, vaciándolos de contenido, alisando su relieve, desgastándolos y convirtiéndolos en algo como esos puros objetos de cambio a los que se refieren Mallarmé y Lacan: “monedas cuyo anverso y reverso no muestran más que figuras borradas y que pasan de mano en mano en silencio”.[3] Finalmente no se dice nada con la repetición incesante de tales palabras que nos ahorran el esfuerzo de pensar, hablar y actuar por nosotros mismos en el campo de la política. Son así la mejor coartada para ausentarnos del campo en el que seguimos presentes. Además parecen evocar todo lo que nos reconforta en el imaginario del orden establecido. Es quizás por eso que no dejamos de invocarlas como fórmulas mágicas para conjurar la amenaza de un Gran Otro que ha dejado ya de llamarse “Comunismo” para denominarse ahora “Populismo”.

El espectro populista recorre el mundo y crea zozobra en todos sus rincones. En uno de los más recónditos, el del psicoanálisis lacaniano, se ha sentido la cercanía del populismo y se corean ya letanías de conjuros en los que resuenan una y otra vez las fórmulas mágicas: Democracia, Libertad y Estado de Derecho. Los psicoanalistas suelen emplear tales fórmulas de la misma forma vacua y ritual que opera en el actual establishment político y mediático. Es verdad que a veces también muestran un meritorio esfuerzo por insertarlas en una argumentación coherente y devolverles así el sentido que han ido perdiendo a fuerza de uso y abuso neoliberal. Sin embargo, aun en estos casos, como lo veremos ahora, tan sólo son capaces de entregarse a variaciones argumentativas del mismo tema obsesivo: el psicoanálisis no puede existir en el populismo porque no puede existir sin Democracia, Libertad y Estado de Derecho.

 

Grupalidad y mentalidad grupal

Todo empieza el 3 de abril de 2017 con un comunicado en el que la Asociación Mundial de Psicoanálisis, a través de su presidente Miquel Bassols, proclama una “solidaridad de principio” con sus “colegas de Venezuela” y “defiende la necesidad del estado de derecho como condición mínima para el desarrollo del psicoanálisis en cada lugar”[4]. Luego vienen dos aserciones inaugurales de Jacques-Alain Miller. Primero, después de recordar el apoyo al gobierno de Venezuela en la “morgue populista” de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) de Argentina, Miller considera que “la odiosa pretensión de Chávez y Maduro de gobernar permanentemente fuera del estado de derecho” resulta o tendría que resultar “insoportable para un analista”[5]. Luego, al recentrar la cuestión en el estado de derecho que faltaría en un populismo como el venezolano, Miller postula que “la posibilidad misma del psicoanálisis está vinculada a la libertad de expresión”[6].

Como puede apreciarse, de lo que se trata en Miller es de una libertad particular (la de expresión), una experiencia del analista (la de lo insoportable) y un régimen populista específico (el de Venezuela). Pero estos matices van perdiéndose una vez que las aserciones de Miller empiezan a circular, a rodar entre sus comentaristas, y adquieren una forma cada vez más lisa, llana, dura y categórica.

Retomando la contraposición milleriana entre el populismo y la práctica psicoanalítica, Jesús Santiago ya sostiene sin ambages que “una de las condiciones de la emergencia del psicoanálisis es la existencia de un Estado regulado por el derecho, capaz de preservar las libertades públicas”, y que, por ello, “los regímenes totalitarios y oscurantistas contribuyen a la desaparición del psicoanálisis”[7]. Reginald Blanchet va todavía más lejos al afirmar perentoriamente que “la existencia del psicoanálisis está estrictamente condicionada por la existencia de la democracia”, que “el sujeto del psicoanálisis, el sujeto analizable, es el sujeto de la democracia”, y que, por consiguiente, la política psicoanalítica lacaniana debe ser “antinómica en relación con la posición populista”[8]. Domenico Cosenza parece reconducir el populismo al discurso del amo, asociándolo con los “totalitarismos y fundamentalismos centrados en la referencia a un líder carismático”, y lo contrapone al psicoanálisis, “que necesita de la democracia como condición de existencia” y de un “deseo de democracia que está anudado con el deseo del analista”[9].

 

Crítica de la proctología

Muy lejos del culo, en la mente del mundo que habla por la boca de Miller y de los demás autores mencionados, el psicoanálisis, oponiéndose implícita o explícitamente al populismo, aparece condicionado por algo que no se define jamás con precisión.

Vemos bien la política de los nuevos lacanianos. Es la misma del ya referido establishment político y mediático. Es la nueva edición del mismo simplista maniqueísmo imaginario de siempre, el que ha justificado ya intervenciones militares y golpes de estado en todo el mundo: el de la guerra fría y el macartismo, el de Thatcher y Reagan, el de George W. Bush y Nicolas Sarkozy. Estamos familiarizados con él: por un lado, en el mal y en el error, el totalitarismo, el fundamentalismo, el oscurantismo y el populismo; por otro lado, en el bien y en la verdad, el psicoanálisis, así como la Democracia, la Libertad y el Estado de Derecho. Esta dicotomía borra todas las demás coordenadas, entre ellas la de un espectro derecha/izquierda que ya no parece interesarle a casi nadie en el campo freudiano, excepto a unos cuantos extravagantes, entre ellos Jorge Alemán[10], que aún mantienen viva una reflexión que le ha permitido tradicionalmente al psicoanálisis evitar su reabsorción en la psicología y en otros dispositivos de la ideología dominante[11].

Con la excepción también de unos cuantos desadaptados, a ningún lacaniano se le ocurre considerar, ni siquiera como una remota posibilidad, que el populismo de izquierda en América Latina podría ser un bastión, uno de los últimos, para defender la libertad, la democracia, el estado de derecho e incluso el psicoanálisis contra esa lógica totalitaria, fundamentalista y oscurantista que se expresa precisamente a través del maniqueísmo recién mencionado. ¿Pero cómo aceptar la existencia de una tercera vía sin incorporar una tercera dimensión, la del Otro, y así renunciar al goce de la captura especular en el pensamiento binario? Este goce, tan común en los centros estadounidenses y europeo-occidentales, ha planteado siempre dificultades para las periferias no alineadas, para los bordes o las orillas del espejo, para el “culo del mundo”, como se permite decir Miller con la divertida justificación de que los propios argentinos llaman así a su país[12].

Muy lejos del culo, en la mente del mundo que habla por la boca de Miller y de los demás autores mencionados, el psicoanálisis, oponiéndose implícita o explícitamente al populismo, aparece condicionado por algo que no se define jamás con precisión. Tan sólo se le designa como Democracia, Libertad y Estado de Derecho. Es como si estos significantes fueran autosuficientes, como si bastaran y se explicaran por sí mismos, como si no requirieran de nada más para imponerse y para convencernos. Podría ser así, pero no lo es. Uno, aquí en el culo del mundo, se queda con muchas dudas.

 

Emperadores, tiranos y psicoanalistas

Si el psicoanálisis tan sólo pudiera existir en eso que se llama Democracia, Libertad y Estado de Derecho, entonces deberíamos encontrar eso en contextos en los que la existencia del psicoanálisis fue particularmente vigorosa y manifiesta: los imperios Austro-Húngaro y Alemán entre 1900 y 1918, la Rusia zarista, el período postrevolucionario de 1917 a 1930 en la Unión Soviética, la dictadura de Engelbert Dollfuss en Austria, la República Soviética Húngara, la Regencia fascista de Miklós Horthy en Hungría y diversos regímenes populistas o dictatoriales en Brasil, Argentina y otros países de América Latina. El problema es que tales contextos, por más fértiles que fueran para el desarrollo de la práctica psicoanalítica, no parecen haber sido ni suficientemente democráticos ni bastante libres ni tampoco muy acordes con un Estado de Derecho. Fueron más bien todo lo contrario.

Si Cosenza, Blanchet, Santiago, Miller y Bassols encuentran Democracia, Libertad y Estado de Derecho en los contextos recién mencionados, entonces uno tiene serias dificultades para saber en qué están pensando cuando emplean estas palabras. Hasta podría uno sentirse tentado a conjeturar que tales palabras designan algo predominantemente opresivo y represivo, a veces altamente autoritario, con pocas libertades públicas y con una libertad de expresión prácticamente nula, sin instituciones democráticas ni elecciones libres ni una legalidad como la que debería imperar en un régimen regulado por el derecho. Lo seguro es que se trata de algo que no tiene absolutamente nada que ver con los actuales sistemas democráticos avanzados europeos y norteamericanos a los que Miller y los millerianos parecen referirse. De cualquier modo, aun si están suponiendo que son tales sistemas los que posibilitan la existencia del psicoanálisis, deberían aclararnos lo que ya intrigó a Russell Jacoby: ¿por qué la práctica psicoanalítica se vio “reprimida” y “domesticada” en la modélica democracia estadounidense mientras alcanzaba momentos de esplendor tanto en regímenes populistas latinoamericanos como en sistemas despóticos y dictatoriales europeos[13]?

La supuesta relación de condicionamiento entre la política democrática y la práctica psicoanalítica resulta, por decir lo menos, dudosa y problemática, por más que haya ciertamente indicios que nos inclinen hacia ella[14]. Aun ateniéndonos al contexto en el que se desarrolla la versión lacaniana del psicoanálisis, ¿nos atreveremos a decir honestamente que eso que denominamos Estado de Derecho reinó durante la Cuarta República y los primeros años de la Quinta República, especialmente durante la presidencia de Charles de Gaulle? ¿Olvidaremos con tanta facilidad las arbitrariedades presidenciales de aquella época, el despotismo colonial y luego las guerras contra la descolonización, la hecatombe de Argelia y las masacres del 14 de julio de 1953 y del 17 de octubre de 1961 en el centro de París? ¿La Francia de aquella época, tan favorable al desarrollo del psicoanálisis, era de verdad más democrática y más libre que los regímenes populistas latinoamericanos del siglo XXI?

 

Ceguera neocolonial

Deberíamos tener el valor de preguntar: ¿estamos tan seguros de que hay menos democracia y menos libertad en los nuevos populismos latinoamericanos que en la Francia de Sarkozy o Macron? Si la respuesta es afirmativa, ¿cómo nos representamos un sistema libre y democrático? Esto no es aclarado por ninguno de los psicoanalistas ya citados, pero podemos deducir que su representación corresponde a lo que observamos actualmente en Europa: estados regidos casi exclusivamente por variables económicas y por oscuros intereses financieros, gobernantes que rinden cuentas a las empresas y no a los ciudadanos, desvíos de recursos públicos hacia bancos y otras entidades privadas, leyes del mercado antepuestas a todas las demás, contracción de la esfera de poder y decisión de los puestos de elección popular, entes gubernamentales nacionales subordinados a instancias supranacionales que no siempre se eligen democráticamente, reducción de las opciones políticas a la siniestra disyuntiva entre neoliberalismo y neofascismo, desprecio por la voluntad popular expresada en plebiscitos en los que se ha rechazado la Constitución Europea, desprecio aún mayor por las aspiraciones independentistas de regiones como la de Cataluña, nuevas legislaciones discriminatorias y excluyentes, desmantelamiento de importantes conquistas sociales, agudización de las desigualdades, opinión pública manipulada hasta extremos insospechados, aterrador consenso entre los grandes poderes mediáticos e imperio cada vez más extendido y absoluto del pensamiento único, incluso en espacios, como el del psicoanálisis lacaniano, que uno esperaría que fueran menos ingenuos, más críticos y reflexivos, menos pasivos y receptivos ante la koiné.

Los europeos no están en condiciones de ofrecer lecciones de libertad y democracia para los habitantes de otros continentes. Aun si pudieran enseñar algo al respecto, sería mejor que no lo hicieran si no quieren que se les recuerde la medida en que su capital democrático, al igual que el de sus ancestros griegos, resulta indisociable de su opulencia y reposa todavía en la opresión y la explotación de millones de esclavos que ahora se encuentran encerrados en ese inmenso campo de trabajo planetario en el que se ha convertido el exterior asiático y africano del exclusivo espacio Schengen. Esta situación de esclavitud, mantenida por el comercio inequitativo, por la división internacional del trabajo y por la injerencia política de Europa en otros continentes, basta para comprometer aquella libertad y aquella democracia con las que se compara el populismo latinoamericano desde el cómodo puesto europeo de observación del mundo.

En lugar de buscar la manera freudiana y lacaniana de explicarles a los argentinos y a los demás latinoamericanos que sus regímenes populistas no son libres ni democráticos, los psicoanalistas europeos y eurofílicos deberían empezar por aclarar por qué su democracia y su libertad, las que aparentemente se gozan en Europa, serían de verdad lo que pretenden ser y lo que permitiría el surgimiento y el desarrollo del psicoanálisis en el viejo continente. Resulta desconcertante que esta labor elemental no haya sido hecha por ninguno de los detractores del populismo en el campo psicoanalítico lacaniano francés, ni siquiera por quien más parece haber profundizado en el tema, Hélène L’Heuillet[15]. Es muy significativo que ni ella ni los demás anti-populistas lacanianos quieran definir aquello en cuyo nombre atacan al populismo. Quien al menos mira en esa dirección es Jacques-Alain Miller al situar el “meollo de la cuestión” en el Estado de Derecho y al remitir a su “querida amiga” Blandine Kriegel para definirlo[16].

Es como si el Estado de Derecho únicamente sirviera para disimular que la propiedad sigue siendo lo más determinante, que los seres humanos continúan siendo cosas y que la economía no deja gobernar la política.

Legalismo y formalismo legaloide

Cuando uno le hace caso a Miller y se pone a leer a Kriegel, no tarda en tropezar con un deslinde entre los Estados Despóticos y unos Estados de Derecho que sólo estarían en América del Norte y en Europa Occidental, exclusivamente en el Primer Mundo y no en los otros mundos condenados al despotismo, y que se caracterizarían por sustituir el derecho y la paz a la fuerza y la guerra[17]. La paz y el derecho serían aparentemente los principios básicos por los que se rige la política de los países miembros de la OTAN: curiosamente los mismos países que han recurrido a intervenciones militares, golpes de estado, bloqueos comerciales, injerencia política y otros medios para mantener el despotismo en el resto del mundo. Si uno deja de lado toda la historia contemporánea y consigue seguir adelante al comprender que se trata de simples abstracciones jurídicas, lo que descubre es aún mejor: el Estado de Derecho es aquel en el que la propiedad ya no es lo más determinante, los seres humanos ya no son cosas y la economía se aparta y separa de la política[18]. Es entonces cuando uno se percata de todo lo que está en juego: el Estado de Derecho estadounidense y europeo es el que sabe liberarse formalmente, ideal o jurídicamente, de todo aquello que lo dominará en lo sucesivo sólo realmente, material y efectivamente, por detrás de su vestimenta legalista: la propiedad, el dinero, el capital, la finanza.

Es como si el Estado de Derecho únicamente sirviera para disimular que la propiedad sigue siendo lo más determinante, que los seres humanos continúan siendo cosas y que la economía no deja gobernar la política. La realidad material del sistema capitalista podría encubrirse mejor o peor según el tipo de Estado que sirve al capital. Recordamos así lo que Marx ya nos había enseñado en su crítica materialista de la filosofía política idealista de Hegel y de los jóvenes hegelianos[19]. El materialismo de Marx puede ayudarnos a valorar lo jurídico en su justa medida, no sobreestimándolo, no destacando artificialmente la cuestión del Estado de Derecho como si debiera ser el criterio fundamental a la hora de juzgar un proyecto político.

Los necesitamos, pues el populismo, como bien lo han mostrado Laclau y sus seguidores, no puede proceder tampoco sino con significantes-amos constituidos y caracterizados por su vaciedad.

Desde luego que el Estado de Derecho es importante para limitar aquello que se encubre: para que no se descubra al extralimitarse. La simulación libre y democrática de Europa y de los Estados Unidos importa porque es una apariencia esencial: porque se necesita al menos de cierta dosis de libertad y democracia para simular que se vive en un sistema libre y democrático. Sin embargo, si ésta es toda la democracia y libertad que faltaría en el populismo, no veo por qué habría que seguir discutiendo con los anti-populistas. Después de todo, como acabamos de confirmarlo, no se trata sino de significantes vacíos. Al menos uno puede consolarse al considerar lo que significa el famoso Estado de Derecho. ¿Así que no era más que eso? Podemos dejárselo a los europeos, junto con su democracia y su libertad, y que ellos nos dejen tranquilos con el populismo. En otras palabras, que ellos se queden con sus significantes vacíos, pretendiendo que están llenos, y que nos dejen a nosotros con los nuestros. Los necesitamos, pues el populismo, como bien lo han mostrado Laclau y sus seguidores, no puede proceder tampoco sino con significantes-amos constituidos y caracterizados por su vaciedad. Al menos los populistas lo saben, lo reconocen y desarrollan estrategias en consecuencia[20].

No faltan las razones para discrepar de las estrategias de los populistas. Uno puede posicionarse en cierto marxismo lacaniano, por ejemplo, y sublevarse desde tal posición contra la confianza del populismo de izquierda en “el significante-amo cuyo poder simbólico sería el único medio capaz de liberarnos del mismo poder simbólico de otro significante-amo”

Reificación en lugar de argumentación

No faltan las razones para discrepar de las estrategias de los populistas. Uno puede posicionarse en cierto marxismo lacaniano, por ejemplo, y sublevarse desde tal posición contra la confianza del populismo de izquierda en “el significante-amo cuyo poder simbólico sería el único medio capaz de liberarnos del mismo poder simbólico de otro significante-amo”[21]. Esta liberación puede ser cuestionada como una simple revolución que “empieza en el amo que la termina”[22]. El método es cuestionable, desde luego, pero no su principio teórico: el de la vaciedad constitutiva y característica de los significantes-amos que operan en política. Este principio es o al menos debería ser incuestionable para quienes han sido atravesados por la sensibilidad lacaniana, como nos lo muestran Butler, Laclau y Žižek en un significativo punto de consenso de la polémica en la que se ha llegado más lejos al abordar la cuestión[23].

Lo que no puede aceptarse es que se cuestione lo vacíos que están los significantes de los populistas al tiempo que se presentan los propios significantes-vacíos, los del neoliberalismo, como si estuvieran llenos y desbordantes de sentido, como si ellos mismos fueran significados y no significantes, cosas o ideas y no palabras. Esta ilusión proviene de la realidad cobrada por el pensamiento único, el cual, por coincidir con la koinécompartida por todos, termina confundiéndose con el mundo real habitado por todos. Pero su realidad no es más que imaginaria. Y el realismo que se basa en ella es la expresión más peligrosa de la ideología: la que pretende basarse demagógicamente en la “realidad” y no en la “verdad” como su “propia norma”, según los términos empleados por Herbert Marcuse hace muchos años[24].

La demagogia realista es común en la política dominante, pero es peligrosa, degrada el nivel de cualquier debate y por eso tendríamos que impedir que se vuelva común en la política lacaniana. Lo que debemos evitar, en otras palabras, es que los ideales de cada uno, los significantes de su opción política, se presenten como significaciones de significantes encubridores o como realidades tras los discursos de los opositores. Es exactamente lo que ha hecho Éric Laurent, por ejemplo, al afirmar en un lapsus revelador que “el sistema es una palabra utilizada como una pantalla para decir la democracia representativa en su múltiple”[25]. Un populista podría perfectamente alzarse de hombros y replicarle: “pues yo pienso que es la democracia representativa la que se utiliza como una pantalla para decir el sistema”. Y, puesto que Laurent ya hizo lo que no tendría que hacerse, puede uno continuar haciéndolo y agregar que en este caso excepcional, único y por eso mismo revelador, es el populista el que tiene la razón, y no porque se le dé la razón aun cuando parezca estar haciendo lo mismo que se le reprocha a Laurent, sino precisamente porque está haciendo algo completamente diferente, como habremos de verlo en seguida.

 

No hay Otro del Otro

El sistema es más un enigma que la solución de un enigma. No sólo es algo recubierto por la pantalla, sino descubierto en la misma pantalla que lo despliega y forma parte de él. Es un lenguaje y no presupone de ningún modo un metalenguaje.

El sistema no es por sí mismo ni un ideal populista ni una realidad significada ni la verdadera significación de los significantes “Democracia” o “Libertad” o “Estado de Derecho”. Más bien incluye estos significantes y está compuesto de más y más significantes que se relacionan con ellos y que no tienen por sí mismos ni verdad ni realidad ni significación intrínseca. Sólo si pensamos el sistema como capitalista, podremos considerar que los significantes que lo componen están dominados por uno al que ya nos referimos: el menos real y el menos ideal, el económico, el del capital, el dinero, es decir, precisamente, “el significante más aniquilador que hay de toda significación”[26].

Desde luego que alguien podría considerar que la democracia representativa en su multiplicidad corresponde a todo lo que acaba de sostenerse acerca del sistema, pero entonces debería desidealizar y desrealizar este régimen democrático, renunciar a él como bandera política y dejar de oponerlo a tantos significantes que incluiría en su interior, entre ellos el de populismo y todos los que derivan. Mientras haya tales oposiciones, la democracia es no-toda, lo mismo que el populismo, y es por esto, precisamente por esto, que deberíamos poder optar por una u otra opción en el seno de un sistema que se distingue precisamente por su aspiración a la totalidad. Esta aspiración es la que se manifiesta, por cierto, en el pensamiento único y en su democracia representativa que pretende idealmente abarcarlo todo en su totalidad, como si presentara lo que ni siquiera es capaz de representar, como si fuera el sistema del que forma parte, como si este sistema fuera un espacio democrático en el que nos moveríamos libremente.

 

Apostarle al ganador

Reconociendo la forma en que la democracia es tan sólo una parte del sistema y no lo mismo que él ni su núcleo encubierto, Jacques-Alain Miller difiere del idealismo de Laurent y nos ofrece una perspectiva materialista que nos confirma su “marxismo”[27] y que ya hemos discutido ampliamente en una crítica de la “política milleriana”[28]. Esta crítica, desarrollada en el contexto de las elecciones presidenciales francesas de abril y mayo 2017, nos mostró un sistema implacable en el que se intentaba conjurar el peligro de la contingencia, la libertad se veía capturada en un chantaje que la reducía totalmente a la necesidad, tan sólo podía retardarse el efecto neofascista al votar por su causa neoliberal y es así como debía optarse por el capital que ya elegía siempre de algún modo en lugar de los ciudadanos.

En la historia contemporánea de Francia, como lo sugiere el propio Miller, “nadie” ha sido elegido presidente “contra el gran capital”[29]. El capitalismo ya eligió siempre antes y en lugar de los electores. ¡Ésta es la democracia que nos quieren vender en Latinoamérica! Lo que muchos ya se apresuran a comprar, bajo el nombre engañoso de “Estado de Derecho”, no es ni más ni menos que un régimen democrático en el que solamente se es libre de elegir lo ya elegido por el capital, es decir, en la Francia de 2017, el neoliberalismo de Emmanuel Macron y no el populismo neofascista de Marine Le Pen. Esta libertad es la que Miller defendió en 2017 al llamar imperativamente a votar por Macron. Es la misma que Žižek leía en la primera plana de un periódico francés: “hagan lo que quieran, pero voten por Macron”[30].

En otras palabras, sean libres, pero hagan lo que debe hacerse, obedezcan, renuncien a su libertad, no sean libres, porque si lo son, entonces corren el riesgo de perder su libertad. O lo que es lo mismo: podrían acabar con el régimen democrático si es que se les ocurre tomárselo en serio y votar democráticamente. Si eligen el populismo que desean y no el neoliberalismo que deben elegir, quizás ya no puedan elegir nunca más libremente lo que desean y tendrán que elegir obedientemente lo que deben elegir. Este chantaje es la enunciación que subyace también a lo enunciado por Bassols, Miller, Santiago, Blanchet y Cosenza en torno a la relación entre populismo y psicoanálisis. Lo que nos dicen es muy claro: perderán incluso la práctica psicoanalítica si deciden profesar la política populista en un ejercicio libre de su derechodemocrático. En suma, si hacen uso de la Libertad, la Democracia y el Estado de Derecho, perderán la Libertad, la Democracia y el Estado de Derecho. No hay que ser libres para poder ser libres.

 

La bolsa o la bolsa

Cualquiera que sea nuestra elección, debemos elegir el capital, pues cualquiera de las mercancías que adquirimos, incluidas las políticas o las psicoanalíticas, ha quedado “subsumida” en el sistema capitalista y obedece internamente a su lógica de lucro. 

Es verdad que unos diez millones de franceses parecen haberse obstinado en ser libres y votaron por la ultraderechista Marine Le Pen en lugar del centrista Emmanuel Macron. Sin embargo, al hacerlo, tan sólo intentaban precipitar el efecto neofascista en lugar de seguir alimentando pacientemente su causa neoliberal[31]. Estas dos posibilidades fueron las únicas opciones electorales en la causalidad implacable del sistema: la causa o el efecto, el neoliberalismo o el neofascismo, la supuesta democracia liberal o el totalitarismo no menos liberal, es decir, como nos lo demostró Franz Leopold Neumann hace muchos años,el capitalismo salvaje o el capitalismo aún más salvaje[32].

¿Desea usted capital o más capital? ¿Quiere usted lo mismo o más de lo mismo a sabiendas de que más de lo mismo puede poner en riesgo su derecho a elegir entre lo mismo y más de lo mismo? A esto se reduce actualmente aquello que Bassols, Miller, Santiago, Blanchet y Cosenza denominan Libertad, Democracia y Estado de Derecho. Es algo que ya conocemos demasiado bien. Lo vivimos cotidianamente cuando nos paseamos por ese gran centro comercial en el que se ha convertido nuestro mundo y hacemos lo que se nos dice que los venezolanos ya no pueden hacer: elegir libremente entre versiones innumerables de lo mismo, ya sean partidos políticos, productos del supermercado, religiones, diversiones, parejas o psicoanalistas y psicoterapeutas.

Cualquiera que sea nuestra elección, debemos elegir el capital, pues cualquiera de las mercancías que adquirimos, incluidas las políticas o las psicoanalíticas, ha quedado “subsumida” en el sistema capitalista y obedece internamente a su lógica de lucro[33]. Esta lógica unidimensional borra las verdaderas diferencias, las cualitativas, al disolverlas en falsas diferencias puramente cuantitativas[34]. Tan sólo podemos elegir entre lo mismo o más de lo mismo, entre capitalismo neoliberal o capitalismo neofascista, entre Hillary Clinton o Donald Trump, entre Emmanuel Macron o Marine Le Pen.

 

Mejor soñar en la historia que dormir en el diván

¿Cómo no preferir la derrota de nuestra propia causa que la victoria de la causa del capital? Más vale equivocarse por contradecir el pensamiento único neoliberal que acertar por confirmarlo y reafirmarlo.

Es como si tan sólo pudiéramos defender las causas del capitalismo, las ya ganadas por el sistema capitalista desde un principio, las ya elegidas por el capital antes y en lugar de los sujetos[35]. Y cuando nos atrevemos a defender otras causas, entonces escuchamos la irritada voz de Jacques-Alain Miller: “estoy harto del entusiasmo de la izquierda por las causas perdidas”[36]. Tenemos aquí, en este hartazgo de Miller, el mejor ejemplo de lo que Žižek llama “sabiduría empírica escéptica”, la cual, estando “limitada porel horizonte de la forma dominante de sentido común”, no puede sino rechazar cualquier movimiento que intenta ir más allá del horizonte, es decir, cualquier “salto de fe en las causas perdidas”[37].

Mejor las ruinas populistas de la izquierda latinoamericana que el flamante neoliberalismo francés. Pero mejor aún el comunismo que el populismo, al menos para quien escribe estas líneas, el cual, a diferencia de Jorge Alemán, piensa que la razón populista es aún demasiado realista como para poder “salvar a la humanidad”[45].

¿Para qué arrojarse contra los molinos de viento? Mejor seguir el ejemplo de Sancho, tal como lo hace Miller, y mantener el sensato escepticismo de quien ha claudicado ante la realidad. Es lo más cómodo. Además, para Miller, sería la única manera de no caer en el “narcisismo supremo de la causa perdida”[38]. Sin embargo, como nos lo ha demostrado la experiencia de más de un revolucionario, enfrentarse a lo “imposible”, a lo real de una causa perdida, puede ser el único medio para superar la “impotencia imaginaria” de quien se ha resignado a las causas ganadas por el enemigo[39]. El narcisista es el paralizado ante la realidad idealmente constituida y no sólo el cautivado por un ideal irrealizable[40]. El narcisismo no está en el ideal, en la causa perdida o ganada, sino en la actitud ante el ideal. Como bien lo señala Žižek, la defensa de una causa perdida puede hacer que se “deje atrás el narcisismo con toda la violencia que se necesite” al “aceptar valientemente la plena actualización de una causa, incluido el riesgo inevitable de un desastre catastrófico”[41]. Y Žižek recuerda la “desintegración de los regímenes comunistas”, y recurre a Badiou, a su máxima de “más vale un desastre que un des-ser” [mieux vaut un désastre qu'un désêtre], para apoyar su idea y concluir: “más vale un desastre de fidelidad al acontecimiento que un no ser de indiferencia hacia el Acontecimiento”[42].

¿Cómo no estar de acuerdo con Žižek y con Badiou? ¿Cómo no elegir el desastroso y quizás ridículo entusiasmo de quienes aún se enfrentan al capitalismo en lugar del triunfal escepticismo de quienes han preferido “renegar” de lo que ya sólo puede ser objeto de burla para ellos[43]? ¿Cómo no preferir la derrota de nuestra propia causa que la victoria de la causa del capital? Más vale equivocarse por contradecir el pensamiento único neoliberal que acertar por confirmarlo y reafirmarlo. Más vale un acto fallido que el realismo adaptativo de aquel psicoanálisis que sólo sirve para la “aceptación de la falta” y la “renunciación a los ideales políticos”[44]. Más vale una verdad, por más que difiera de la realidad, que la realidad por la que siempre se abandona la verdad. Mejor desviarse y extraviarse que seguir el camino recto, el indicado, el adecuado. Mejor las ruinas populistas de la izquierda latinoamericana que el flamante neoliberalismo francés. Pero mejor aún el comunismo que el populismo, al menos para quien escribe estas líneas, el cual, a diferencia de Jorge Alemán, piensa que la razón populista es aún demasiado realista como para poder “salvar a la humanidad”[45].

 

Por David Pavón-Cuéllar

davidpavoncuellar [at] gmail.com

Psicólogo mexicano. Profesor en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ha publicado numerosos libros, entre ellos Marxismo lacaniano (2009) y Elementos políticos del marxismo lacaniano (2014)

 

 

Referencias bibliográficas

[1]Jacques Lacan, Le séminaire, Livre XVII, L’envers de la psychanalyse, Paris, Seuil, 1991

[2] Ignacio Ramonet, La pensée unique, Le Monde Diplomatique, 01/95, p. 1.

[3]Jacques Lacan, Fonction et champ de la parole et du langage en psychanalyse, en Écrits I, Paris, Seuil (poche), p. 252.

[4] Miquel Bassols, Communiqué Pour l’état de droit au Venezuela, 03/04/17, consultado en http://www.amp-nls.org/page/fr/49/nls-messager/0/2016-2017/2882

[5] Jacques-Alain Miller, Conferencia de Madrid, Lacan Quotidien 703, 20/05/17, pp. 9-11.

[6]Ibid., p. 13.

[7] Jesús Santiago, République et Révolution, Lacan Quotidien 716, 09/06/17,  p. 3

[8] Reginald Blanchet, Être dans le champ politique comme analyste, Lacan Quotidien 736, 14/07/17, pp. 24-26.

[9] Domenico Cosenza, Politique de la psychanalyse, psychanalystes en politique et passage de discours, Lacan Quotidien 746, 25/10/17, p. 8

[10]Jorge Alemán, Conjeturas sobre una izquierda lacaniana, Buenos Aires, Grama, 2013.

[11] David Pavón-Cuéllar, Marxism and Psychoanalysis, in or against Psychology?Londres y Nueva York: Routledge, 2017.

[12] Jacques-Alain Miller, Conferencia de Madrid, op. cit., p. 9.

[13] Russell Jacoby, The repression of psychoanalysis. Otto Fenichel and the Political Freudians, Chicago, University of Chicago Press, 1983, pp. 3-37, 134-160.

[14] Ver, por ejemplo, Hannah S. Decker, Freud, Dora y la Viena de 1900, Madrid,  Biblioteca Nueva, 1999.

[15]Hélène L’Heuillet, Tu haïras ton prochain comme toi-même, Paris, Albin Michel, 2017. 

[16] Jacques-Alain Miller, Conferencia de Madrid, op. cit., p. 13.

[17]Blandine Kriegel, L’Etat et les esclaves, París, Calmann-Lévy, 1979.

[18] Blandine Kriegel, Cours de philosophie politique, París, Livre de poche, 1996.

[19] Karl Marx, Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel (1843) y En torno a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel (1844), en Escritos de juventud, México, FCE, 1987. Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana (1846), Barcelona y Montevideo, Grijalbo y Pueblos Unidos, 1974.

[20] Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy (1985), London, Verso, 2001. Ernesto Laclau, La razón populista, Buenos Aires, FCE, 2005.

[21]David Pavón Cuéllar, Elementos políticos de marxismo lacaniano, Ciudad de México, Paradiso, 2014, p. 297.

[22]Ibid., p. 93.

[23] Judith Butler, Ernesto Laclau y Slavoj Žižek, Contingency, Hegemony, Universality: Contemporary Dialogues on the Left, Londres y Nueva York, Verso, 2000.

[24]Herbert Marcuse, El pensamiento unidimensional (1964), Barcelona, Ariel, 2014, p. 192.

[25] Éric Laurent, Populismo e acontecimiento del cuerpo, Lacan Quotidien 694, 12/05/17, p. 7.

[26] Jacques Lacan, Le séminaire sur ‘La Lettre volée’, en Écrits I, Paris, Seuil (poche), 1999, p. 37.

[27] Jacques-Alain Miller, Conferencia de Madrid, op. cit., p. 13.

[28] David Pavón-Cuéllar, Notas para una crítica de la política milleriana, Antroposmoderno 22/05/17, en https://davidpavoncuellar.wordpress.com/2017/05/21/notas-para-una-critic...

[29] Jacques-Alain Miller, Le bal des lepénotrotskistes, Lacan Quotidien 673, 27/04/17, p. 10.

[30] Slavoj Žižek, Don’t believe the liberals – there is no real choice between Le Pen and Macron, Independent, 03/05/17, consultado en http://www.independent.co.uk/voices/french-elections-marine-le-pen-emman...

[31] Didier Eribon, Un nouvel esprit de 68. Texte français de l’article paru dans Frankfurter Allgemeine Sonntagsweitung du 16 avril 2017.  En http://didiereribon.blogspot.mx/2017/04/un-nouvel-esprit-de-68-texte-fra...

[32] Franz Leopold Neumann, Behemoth: the structure and practice of national socialism (1944), Chicago, Ivan R. Dee, 2009.

[33] Karl Marx, El Capital, libro I, capítulo VI inédito (1866), Ciudad de México, Siglo XXI, 2009.

[34]Herbert Marcuse, El pensamiento unidimensional(1964), op. cit.

[35] Jacques-Alain Miller, Le bal des lepénotrotskistes, op. cit., p. 10.

[36] Jacques-Alain Miller, Conferencia de Madrid, Lacan Quotidien 703, 22/05/17, p. 9

[37] Slavoj Žižek, In Defense of Lost Causes, Londres, Verso, 2008, p. 2.

[38] Jacques Lacan, Subversion du sujet et dialectique du désir (1960), en Écrits II, París, Seuil (poche), 1999, p. 307.

[39]Jacques Lacan, Radiophonie (1970), en Autres écrits, París, Seuil, 2001, p. 439.

[40] Jacques Lacan, Le séminaire, Livre II, Le moi dans la théorie de Freud et dans la technique de la psychanalyse (1954-1955), París, Seuil, 1980.

[41] Slavoj Žižek, In Defense of Lost Causes, op. cit., p. 7.

[42]Ibíd., pp. 7-8.

[43]Jacques-Alain Miller, Les confessions d’un renégat, La règle du jeu, 27/02/13, consultado enhttps://laregledujeu.org/2013/02/27/12546/les-confessions-dun-renegat/

[44] Ian Parker, Lacanian Psychoanalysis. Revolutions in Subjectivity, Londres y Nueva York, Routledge, 2011, p. 106.

[45] Jorge Alemán, Malestar en la civilización, diferencia entre sujeto y subjetividad, Virtualia 32, p. 3.

 
Articulo publicado en
Junio / 2018