Los tiempos destilan signos. O mejor, los hombres visten cada época con diferentes obsesiones. Hubo tiempos ilusionados, hubo momentos de catástrofes, tiempos de silencio y muerte, hubo épocas serenas como una tarde de abril. Hoy en algunos ámbitos, auguran crisis, en algunos territorios, según puede verse, queda muy bien asesinar ilusiones, sonreír levemente ante cualquier utopía y explicar puntillosamente que se aproxima el final de una historia. Puede oírse por allí, que los grandes relatos son engañosos y, sin embargo, la actitud frente a los profetas mercantilistas se vuelve casi religiosa: se los lee reverencialmente. Una nueva mueca de la historia hace que algunos textos, solo algunos, sean legitimados y adorados cual si fueran evangelios.
Tuve dos maestros que me acompañan en esta escritura, uno de ellos, Sigmund Freud y el otro, Fernando Ulloa, con el cual tuve el “privilegio” de trabajar durante trece años. Tomaré como punto de partida antes de adentrarme en los laberintos de la clínica institucional a Freud y su “Psicología de las masas y análisis del yo” aún hoy vigente; en este texto se plantea la necesaria presencia de un tercero inevitable y constitutivo en la vida del sujeto social. Este tercero, tomado como “aliado, objeto de amor, adversario o ideal” o tercero en tanto institución y cultura. En términos institucionales, no ya El malestar en la Cultura, sino La cultura del Malestar, parafraseando a mi otro maestro. La institución nos sitúa en la vastedad de una geografía habitada por “otros reales o imaginados” y en la dimensión de contratos simbólicos o apropiaciones mortales.
Lo institucional puede ser una repetición especular de un vínculo monopólico y excluyente o recrear el concepto mismo de lazo social que incluye o rechaza. Puede ser también repetición ciega o sorda o cuestionadora inquiriendo acerca de la validez de una práctica. Este lazo que se evidencia no solo en el afuera de la institución o en la formación de subjetividad, también se asocia con su origen: el significante, que lo identifica, elemento instituido e instituyente de una vieja lucha que nos historiza como seres de cultura. Lo público y lo privado y sus distintas ceremonias, márgenes y pasiones.
Soportamos esa articulación, esa presión entre la comunidad y la privacidad, en el límite de lo obsceno y lo simulado. Una y otra vez se reproduce el juramento y la consecuente renuncia narcisista ante el acuerdo colectivo; sin perder nuestra singularidad en juego, ¡delicado equilibrio!
La tensión se produce entre el fantasma de ser solo un engranaje y la subjetividad, quizás representada en alguna utopía.
Si el análisis de una institución consiste en fijarse por tarea abrir ésta a la vocación de apoderarse de la palabra, toda posibilidad de intervención creadora dependerá de la capacidad de sus iniciadores, de existir en el sitio donde “eso habría podido hablar” según el modo de existir marcado por el significante del grupo, es decir, asumir de alguna manera la castración.
Esta introducción define algunas puntuaciones teóricas ante lo real de la institución hospital y dentro de esa organización un servicio: terapia intensiva. Me obliga a describir no tanto lo que se ve, sino lo que un analista piensa teóricamente cuando recibe una demanda de un servicio que es el escenario, el último acto de una novela, por todos conocida y no por ello, menos dolorosa, el encuentro con nuestra propia finitud.
Difícil demanda para la actualidad de una época donde cualquier hueco es taponado por la urgencia de un hacer que colma el mas mínimo espacio de vacío y que atenta ferozmente con cualquier posibilidad de pensamiento por fuera del tiempo homogéneo de la inmediatez.
Hay algunas enunciaciones, relatos fragmentados acerca de su “estar allí” (¿su realidad?) que marcaron un camino a lo largo de las reuniones que tuve en este servicio que son significativas, no solo porque fueron carta de presentación, sino también porque ubicaron conflictos mas allá de la urgencia.
El servicio dispone de aproximadamente 16 camas. Es el lugar de derivación de casos complejos, no solo del mismo hospital situado en el conurbano bonaerense, sino también son referentes de otros hospitales.
Tiene grandes carencias a nivel de personal médico, enfermería y aparatología.
El grupo con el cual trabajo está constituido solo por médicos, es mi intención avanzar en mi intervención sobre el sector enfermería y grupo de padres.
El grupo dice de sí:
Esta es parte de la descripción de su mortificación, de su sufrimiento y agrego del encuentro con su finitud, la muerte en el cotidiano de su quehacer. Como la enfrentan la elaboran y la procesan. Se enuncia, pero no se habla, no se despliega.
Vale la pena introducir aquí una reflexión con respecto a cuando el cercano significativo se muestra anestesiado en su función y narcotizado en su sufrimiento. Los diferentes rostros del borramiento del otro no son sin consecuencias, esos ojos que no miran, esos brazos que no sostienen, el reconocimiento que no llega, abandonan al sujeto a un actuar precipitado, compulsivo, que intenta desesperado abrir alguna rendija para al fin producir una demanda, una apelación a un tercero que lo rescate de la soledad extrema de su propia muerte. A imagen y semejanza de sus pacientes que no miran, no responden y tampoco los sostienen en el para qué de su tarea.
En el inicio utilice cuatro ejes de trabajo, herramientas que a la manera de hilo de Ariadna me acompañaron y aún hoy me muestran distintas formas de abordaje y de interpretación:
Pascal Quignard escribe “¿dónde aparece la muerte en los hombres, sino en la felicidad? El goce es la disolución de los miembros en sus medios, reabsorción en su fin. En la alucinación de satisfacción, la vida ha terminado, la búsqueda es recompensada, el tiempo es destruido. Es el nirvana. En el nirvana, el lenguaje mismo se retira. Eximirse del lenguaje, no ser ya uno mismo, no pensar, no desear, eso es el nirvana. La verdadera muerte, la del prójimo, solo aparece después sobre el fondo de esa experiencia de satisfacción, de la disolución y de la felicidad. Sólo a partir de la felicidad, la muerte puede aparecer, entonces, a la luz de la infelicidad y residir en la queja, es decir, en el cansancio de vivir y en la expulsión del pensamiento. El goce espera el sueño en que zozobra. Pide la noche, que es siempre la noche primera, que es también la noche última con la que va a reunirse después de este “lapso” de cuerpo y de lenguaje que llamamos biografía…”
Hago mía esta bella descripción y agrego: el lenguaje en este sentido, se construye, existe en la encrucijada de una lucha aterradora entre la noche y el silencio. La palabra, esa gran dominadora que con un cuerpo pequeñísimo e invisible, realiza cosas monumentales, casi divinas. Con la palabra se fundan ciudades, se edifican puertos, se conducen ejércitos, se gobierna el Estado y se construye un sujeto, construcción más compleja aún, que sus propias obras.
Para finalizar un fragmento de Francoise Davoine que para mí es una asociación inevitable con las características de este servicio y el sujeto que lo habita “…De repente un frío furtivo sacudió mi cuerpo y me entregó a un temblor desesperante. Nada supe de aquello que aconteció en ese pretérito aún tan próximo. Quise leer y mis párpados se cerraban pesados como plomos sobre mis ojos agobiados. Sentí una profunda necesidad de abrigo, un deseo intenso de caricias suaves y protectoras que me acercaran otra vez al calor del cuerpo. Así de golpe, perdí la orientación de mi ser y caí en un hondo vacío que me abandonó a lo peor de mis angustias. Lo familiar, lo próximo, lo cercano alteró su esencia y la noche se abalanzó fulminante cubriéndolo todo de sombras…”
Bibliografía
Freud, S. (1921): “Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras Completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, Tomo 18.
Ulloa, Fernando. Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica. Ed. Paidós, Bs. As., 1996.
Arredondo, Mónika. “Actas de trabajo del grupo Herramienta 8”.
Quignard, Pascal, El odio a la música, El cuenco del Plata, Bs. As., 2012.
Davoine, Francoise. “Discurso analítico del trauma”, 1998.