Los senderos de gloria no conducen más que a la tumba
Thomas Gray
A modo de un breve recordatorio informativo, a 100 años de la Primera Guerra Mundial (28 de julio de 1914, asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando de Austria-Hungría), vale la pena hacer una apretada síntesis, pero a la vez significativa, del texto La época de la guerra total del gran historiador Eric Hobsbawm: “alguien que ha vivido el siglo XX, que estuvo en Berlín cuando Hitler era proclamado canciller y en Moscú después de la muerte de Stalin”. Texto con que arranca su ya clásico e inquietante libro Historia del Siglo XX (1914-1991).
Para quienes se habían hecho adultos antes de 1914, el contraste era tan brutal que muchos de ellos que vivían en la Europa central, rechazaban cualquier continuidad con el pasado. “Paz significaba antes de 1914”. Esa actitud era comprensible, ya que desde hacía un siglo no había ocurrido una guerra importante.
En el sentido que no participaron las grandes potencias: Gran Bretaña, Rusia, Francia, Austria-Hungría, Alemania, Italia, Japón y Estados Unidos. Salvo un breve conflicto, la guerra de Crimea (1854-1856), que enfrentó a Rusia con Francia y Gran Bretaña. Entre 1871 y 1914, no hubo en Europa un conflicto bélico en el que los ejércitos atravesaran una frontera enemiga. Aunque en Oriente Japón se enfrentó con Rusia, a la que venció en solo un año (1904-1905). Contienda que aceleró la explosión de la revolución rusa. Como se puede ver en el famoso film de Eisenstein, El acorazado Potemkim (1925). Antes de 1914, nunca se había producido una guerra mundial.
Algunas cifras a recordar, son más que elocuentes para reflejar la magnitud catastrófica de esta “gran carnicería” humana que se extendió por cuatro años. Y marcaría definitivamente al siglo XX. También se modificaron las fronteras de Europa y se firmaron “tratados de paz” para evitar futuras masacres, sin embargo, la historia se volvió a repetir con mayor crueldad entre 1939 y 1945.
Como comenta Eric Hobsbawm, millones de hombres se enfrentaban desde los parapetos de las trincheras formados por sacos de arena, bajo los que sobrevivían como ratas y piojos. De vez en cuando, sus generales intentaban poner fin a esa angustiante parálisis. Y durante días o semanas, la artillería realizaba un incesante bombardeo para “ablandar” al enemigo. Hasta que en el “momento oportuno”, mareas de soldados saltaban por encima de los parapetos, hacia esa tierra de nadie, que se convertía rápidamente en un caótico e inmenso cementerio de cadáveres abandonados, cubiertos por el barro. Este marco dantesco, es el que reproducen numerosos filmes, siendo uno de los más contundentes Senderos de gloria (1957), La patrulla infernal, en Argentina, de Stanley Kubrick.
En febrero-julio de 1916 los alemanes intentaron romper la línea defensiva en Verdún, en una batalla en la que se enfrentaron dos millones de soldados y en la que hubo un millón de muertos. La ofensiva británica en el Somme, le costó 420.000 bajas, 60.000 sólo el primer día de batalla.
Los franceses perdieron el 20% de sus hombres en edad militar. Esa misma proporción puede aplicarse a los cinco millones de soldados británicos. Gran Bretaña perdió toda una generación, medio millón de hombres que no habían cumplido aún los treinta años. En las filas alemanas, el número de muertos fue mayor que en el ejército francés. Incluso las pérdidas “modestas” de los Estados Unidos; 116.000, frente a las 1,6 millones de franceses, 800.000 británicos y 1,8 millones de alemanes, demuestran el carácter sanguinario del frente occidental.
Sin embargo, peor que los horrores de la primera guerra mundial iban a ser sus consecuencias futuras. Dicha experiencia siniestra, sólo sirvió para brutalizar aún más la guerra y la política. Una antesala a la segunda guerra mundial, el holocausto, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, Vietnam, etc., etc.
En síntesis, la sangre, la muerte y la destrucción de la que se denominó La Gran Guerra, que se extendió por cuatro años, dejó como resultado unas 20 millones de personas muertas, entre soldados y civiles, tanto de las Potencias Centrales (Alemania, Austria-Hungría e Imperio Otomano) como de los Aliados (Reino Unido, Francia, Rusia y Estados Unidos). Hoy a 100 años el mundo recuerda el conflicto. Y el Cine no podía ser ajeno.
Dentro del amplísimo corpus cinematográfico que conforma en la historia del cine el “género bélico”, habría que diferenciar en primer lugar, dos grandes líneas: el cine de guerra, y el cine sobre la guerra, a partir de un género más amplio y abarcador:
Violencia Bélica. Un género creado por la industria cinematográfica como consecuencia directa de los tres grandes conflictos armados y sangrientos del siglo XX: las dos grandes guerras mundiales y la de Vietnam. Además de sus proyecciones en las actuales “guerras capitalistas” del siglo XXI.
El denominado “cine de guerra”, es el que está más estrechamente relacionado con la recurrencia de una misma matriz: es cine de guerra todo aquel film, que termina conformando un contexto de ortodoxia narrativa más o menos rígida. Y en el que se repiten determinados patrones. En su mayoría impuestos y producidos por Hollywood. Por lo general marcados por su superficial maniqueísmo, que induce a sueños de heroísmo individual y a vocaciones más que crueles y sanguinarias. Y donde el monopolio narrativo, su paradigma, es la apología del militarismo: La Patria se identifica con el Ejército.
Abundantes escenas de combates sangrientos. Y focalización en protagonistas “superhombres heroicos”, poco creíbles y verosímiles. Como por ejemplo Errol Flyn, John Wayne, Gary Cooper, Bruce Willis o Sylvester Stallone, entre otras stars.
El cine sobre la guerra, en cambio, se caracteriza casi en la totalidad de su filmografía, por su cuestionamiento y crítica reflexiva sobre los aspectos más destructivos y tanáticos de la guerra. En este sentido, se podría afirmar, que por lo general el cine sobre la guerra se nos presentó y se nos presenta a lo largo de la historia del cine, como una aguda mirada (en cuanto a construcción de sentido), como reflejo e indagación de la absurdidad, y el horror de toda guerra; una “observación humanista”, sobre los comportamientos del hombre en las distintas y numerosas contiendas. Ya que conviene remarcar, aunque resulte una obviedad, que es el mismo hombre, el que produce la guerra, crea la democracia o pinta la Capilla Sixtina.
Si aceptamos que el cine bélico, es una cuestión de género, cabría recordar que el concepto de género cinematográfico, remite a clase, tipo, procedencia, clasificación a partir de categorías generales y “marketineras”, vinculadas al mercado y a la ideología capitalista, por lo general del “cine industria hollywoodense”, y a su pretensión de monopolizar y estandarizar sus productos, sus estéticas. Para facilitar e imponer así, su llegada y posterior consumo masivo. Manipular emociones, gustos y modas. Preferencias previamente establecidas, en torno a determinados filmes de antemano cristalizados, llenos de lugares comunes, golpes bajos, y efectos especiales. En contraposición, tenemos el cine de autor cada vez más escaso, más “artístico” si se quiere, y menos efectista.
Aunque en este sentido, la generalización propia de la categoría “cine de género”, admite por supuesto, excepciones que confirman la regla. Y también porque el concepto de género bélico, implica no sólo especificación de un conjunto de elementos y rasgos comunes que se comporten, sino además, diferenciaciones con otras marcas con las que no se comulga.
A propósito, y como ejercicio de análisis comparativo, tómese como ejemplo entre cine de guerra y cine sobre la guerra, los filmes: Rescatando al soldado Ryan (1998) de Steven Spielberg y el film de Terrence Malick, La delgada línea roja, del mismo año. Ambos pertenecen al género bélico, y ambos compitieron por el Oscar a mejor film. De más está decir, siguiendo la diferenciación anterior entre cine de guerra y cine sobre la guerra, cuál de los dos obtuvo el premio.
Cuando estalló la guerra, el cine apenas había cumplido veinte años, y se hallaba en una época de cambios estéticos y técnicos. Las industrias nacionales estaban surgiendo. Y por primera vez, las atrocidades de la guerra eran atrapadas y proyectadas por este nuevo y eficaz medio tecnológico-artístico. A través de reportajes, documentales, noticieros, filmes de ficción y de propaganda.
La mayor parte de ese material invalorable -se calcula que cerca del 80% de lo producido- se perdió para siempre.
La más destacada de las primeras películas sobre la primera guerra mundial es Verdún, visiones de una guerra, realizada en 1928, del director francés León Poirier, una verdadera joya del cine mudo que reproduce la famosa batalla, la más larga de toda esta primera guerra. En realidad se trata de un homenaje a todos los caídos, sin importar su nacionalidad. Drama-documental filmado en el mismo sitio de la masacre, diez años después del conflicto. Los protagonistas eran veteranos franceses, alemanes, y unos pocos actores profesionales. El escenario: las ruinas de los fuertes de Vaux y Douaumont.
Antes en el año 1918, el genial Charles Chaplin había filmado Armas al hombro, pero en tono de comedia. Donde se cuenta la historia del soldado estadounidense Charlie, el más torpe del pelotón, que sueña con llegar a ser un héroe y que piensa que morirá en combate porque lo persigue la mala suerte. Pero su suerte cambia al capturar él solo a unos trece soldados alemanes, en medio de situaciones peligrosas y cómicas a la vez. El humor como un antídoto contra lo siniestro de la guerra. Ya que, como diría el propio Chaplin, ante estas situaciones: el humor es algo muy serio. Al decir de Gilles Deleuze, la situación real y presente es la primera guerra mundial, sin embargo, ese contexto no impide nuestra risa ante la serie de gags de situaciones bélicas y trágicas; inversamente, nuestra risa no impide la emoción frente a las imágenes de la guerra que se impone y desarrolla, incluso en las escenas terribles de las trincheras inundadas. Este circuito risa-emoción-risa-emoción, no permite hacer del film un hecho trágico. Y tampoco podríamos decir que reímos cuando deberíamos llorar. La genialidad de Chaplin, en esta primera comedia-paradoja sobre la guerra, ya que la misma se representa de forma muy realista, consiste en hacer las dos cosas juntas y a la vez, en hacernos reír cuanto más conmovidos estamos.
Además, este film se transformó con el tiempo, en el prototipo del cine bélico, en cuanto a sus elementos y fases constitutivas: entrenamiento, llegada al campo de batalla, la necesaria camaradería para sobrevivir, el aburrimiento angustiante de la espera, la crueldad del enemigo matizada con la infaltable escena romántica, y al final el mensaje pacifista ante la absurdidad de la guerra.
Otra cosa que llama la atención del film, que se estrenó antes de que terminara el conflicto, donde el público ya conocía los horrores de la guerra, es la reconstrucción detallista de las trincheras, si se tiene en cuenta que todo es un decorado y los exteriores se filmaron en la soleada California.
En 1937 Jean Renoir, el hijo del famoso pintor, que fuera herido para siempre en una pierna durante el conflicto, estrena después de tres años de buscar productor, el que va a ser su gran film: La Gran Ilusión, con las actuaciones memorables de Jean Gabin y Erich von Stroheim. Este mosaico de hombres, como la calificó el crítico Homero Alsina Thevenet, significó un marcado contraste con todo el cine bélico anterior (Cuatro de infantería, Sin novedad en el frente, El gran desfile, Ángeles del infierno), en cuanto a que no tenía escenas de batallas, ni las ya famosas trincheras, ni las granadas que explotaban en medio del barro y charcos de sangre, ni protagonistas heroicos. Al decir de Thevenet: Renoir al omitir la acción exterior, pudo concentrarse mejor en su propósito inicial, que era mostrar hasta qué punto aquellos combatientes seguían siendo seres humanos. En su conjunto el film transmite un mensaje pacifista, al reconocer la humanidad de ambos combatientes enemigos. Y donde el amor, aun siendo furtivo, supera las diferencias de las nacionalidades. Al final del film, el Teniente Maréchal (Jean Gabin), ante la duda de acercarse a territorio suizo dice: las fronteras no existen, las inventan los hombres.
El éxito de público y el premio recibido en el Festival de Venecia, no impidió que La Gran Ilusión, fuera prohibida por el gobierno de la Italia fascista, posteriormente por el nazismo y por la Francia de Vichy.
Otro film interesante y poco recordado es La gran guerra (1959), coproducción italo-francesa, de Mario Monicelli. Con las actuaciones de Vittorio Gassman, Alberto Sordi y Silvana Mangano. El film narra una serie de sucesos ocurridos durante la primera guerra mundial en el frente italiano, en la batalla del río Piave. Dos jóvenes reclutas italianos, catalogados por sus superiores como “ineficientes para la guerra”, después de una pelea se dan cuenta que a pesar de tener personalidades muy diferentes, tienen algo en común, una absoluta falta de “patriotismo y valentía”. Este rasgo los hace amigos en medio de matanzas, hambre y frío. Donde su única preocupación es sobrevivir. Tragedia y humor conviven en forma inseparable. Al final no sabemos si es una comedia narrada trágicamente o una tragedia contada con humor.
Otros dos filmes franceses para recordar son: La France (2007), de Serge Bozon, en el que se presenta a una mujer que sale a luchar con las tropas francesas para hallar a su marido. Y el otro, dentro de la estética de la Nouvelle Vague, Jules y Jim (1962) de François Truffaut, sobre dos jóvenes amigos, uno austríaco y el otro francés, que rivalizan por una mujer, mientras y afuera de este “microclima”, estalla la guerra. La acción transcurre antes, durante y después de la guerra.
También tenemos, entre muchos otros: Sin novedad en el frente (1930) de Lewis Milestrone , las dos versiones sobre la novela de Hemingway: Adios a las armas (1932) de Frank Borzage, protagonizada por Gary Cooper, y la de Charles Vidor de 1957, con Rock Hudson y Vittorio de Sica. Merecen especial atención Regeneración (1997) de Gillies Mackinnon, protagonizada por Jonathan Pryce. Aquí el escenario del campo de batalla, se traslada al ámbito de un hospital psiquiátrico en el que los soldados traumatizados por los horrores vividos, son tratados para su recuperación. Y quizás, el más angustiante de todo este extenso corpus, sobre las consecuencias, y secuelas irreparables que dejó esta primera guerra mundial: Johnny cogió su fusil (1971) de Dalton Trumbo, cruel alegato antibelicista donde un joven soldado que despierta en el hospital, confinado dentro de lo que queda de su cuerpo: ciego, mudo, sordo, sin brazos ni piernas, solo es una mente que recuerda, y es obligado por los médicos a seguir “viviendo”. También tenemos Por la Patria de 1964, del director y dramaturgo estadounidense Joseph Losey. Considerado por los cinéfilos de todo el mundo, como el manifiesto antibélico por excelencia, solo comparable al film Senderos de gloria, de Stanley Kubrick.
Inspirada en el relato de John Wilson, un soldado de trinchera, relata cómo luego de tres años en el frente, un joven y simple soldado, al enterarse que su esposa en Londres lo engaña, decide desertar. Es capturado, le arman una corte marcial y es sentenciado. El film reflexiona sobre la relatividad de la justicia, las jerarquías de las clases sociales enquistadas en el ejército, y el nihilismo que la guerra produce entre los soldados. Inolvidable actuación de Tom Courtenay y de su abogado defensor Dirk Bogarde. No hay nada heroico, ni proclama, ni manifiesto. El soldado acusado, solo dirá al final, ante el “circo” montado por el Consejo de Guerra: “me fui a dar un paseo”. Es posible que sufra, eso que los militares llaman fatiga de combate. Una de las cosas que le pueden ocurrir a un soldado. La transformación y toma de consciencia del comandante defensor, protagonizado por Bogarde, es uno de los ejes centrales: él también odia la guerra.
Como ejemplo de grandes filmes sobre la primera guerra mundial, pero donde la acción no es librada en el centro de Europa, basta recordar: La Reina Africana (1951), del genial John Huston, protagonizada por Katharine Hepburn y Humphrey Bogart, que huyen de las tropas alemanas remontando el río Ulanga, a bordo de la destartalada barcaza “Reina Africana”. El mega film inolvidable, Lawrence de Arabia (1962) del veterano David Lean y su impresionante reparto: Peter O`Toole, Omar Sharif, Anthony Quinn, Alen Guinness, y José Ferrer entre otros. En el film se recrean varios episodios históricos: la revuelta árabe durante la primera guerra mundial, el ataque y la conquista de Áqaba, el canal de Suez, las batallas libradas por los británicos contra los turcos, la ofensiva final contra Damasco.
Por último, Gallipoli (1981) de Peter Weir, con el jovencísimo Mel Gibson. Ambientada en el frente turco, dos muchachos australianos, corredores que se han conocido en una competición, marchan al frente: uno está animado por el fervor romántico-patriótico y el otro es escéptico, pero ambos son utilizados como carne de cañón en el bautismo de fuego del ejército australiano, en la famosa batalla de Gallipoli. El film refleja la tremenda angustia de los combatientes, al abandonar la seguridad de la trinchera propia, y enfrentarse en una empresa suicida al enemigo.
Gallipoli, es a la vez una tragedia épica y una elegía. Una recreación moderna del mito clásico de Ifigenia, en la legendaria guerra de Troya. Un símbolo hasta nuestros días, de las generaciones de jóvenes inocentes, que son sacrificados por “la patria” en los altares de la guerra.
Para finalizar, el film más logrado sobre la primera guerra mundial, y quizás el más importante que haya hecho Stanley Kubrick, la ya mencionada: Senderos de gloria.
El cine de Kubrick no cesó de girar alrededor de dos temas centrales: la guerra y la violencia, a través de los diferentes géneros cinematográficos. Del “péplum” en Espartaco, a la ciencia ficción, recordemos el inolvidable prólogo de 2001, Odisea del espacio. Pasando por el cine de terror en El resplandor y la “violencia institucional” de la Naranja mecánica. Y Con respecto al género violencia - bélica, podríamos considerar su tríptico compuesto por: Senderos de gloria (primera guerra mundial), su anteúltimo film La chaqueta metálica (guerra de Vietnam), y el desopilante ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (una sátira de la guerra fría, con la “delirante” actuación de Peter Sellers). En Senderos de gloria, Kubrick lleva hasta las últimas consecuencias su visión de la guerra y del ejército. El valor simbólico y diferente de sus protagonistas: el valiente y honorable coronel Dax (Kirk Douglas), el soberbio, cobarde y fascista general Mirbeau, y el corrupto y deshumanizado general Broulard. El núcleo central sigue siendo más que actual: la guerra y su insensato orgullo nacional conduce a la muerte de millones de personas. Incluso Kubrick plantea la siguiente paradoja: los oficiales que eligieron la guerra no van al frente. Y los soldados que no eligieron la guerra, son los que envían al frente, a la masacre, y a la toma imposible de una colina. Ante el error y el fracaso de la estrategia diseñada por el alto mando, los generales no dudan en afirmar que los oficiales no son responsables. El desastre solo se debió a la cobardía de los soldados. Al final cada oficial elige al que más odia, para ser fusilado como castigo ejemplar. En realidad la “cobardía” ante el enemigo, no era más que una muestra de cordura frente a la exigencia de heroísmo a la que se los sometía. Dicho argumento ciertamente incómodo, está basado en hechos reales ocurridos en el frente de Marne. Como era de esperar el film fue prohibido y boicoteado en varios países de Europa.
Y para concluir, reflexionemos sobre el poema de Thomas Gray, de donde sale el título de tan importante film: No permitáis que la ambición se burle del esfuerzo de ellos/De sus sencillas alegrías y oscuro destino/Ni que la grandeza escuche, con desdeñosa sonrisa/los cortos y sencillos hechos de los pobres,/ el alarde de la heráldica, la pompa del poder y todo el esplendor, toda la abundancia que da /espera igual que lo hace la hora inevitable./ Los senderos de gloria no conducen sino a la tumba.