Paco: Según el Observatorio de drogas se trata de una sustancia adictiva cuya composición química es predominantemente a base de cocaína alcaloide puro, muy similar al “crack.[1]
Paquito: Llámese así al consumidor de paco en jerga médico hospitalario.
Paquita: 1) Bailarina de la famosa cantante brasilera Xuxa.
2) Consumidora de paco en la jerga anteriormente mencionada.
Hay dos maneras en que tu compañera de guardia del día anterior puede recibirte:
1) No te dejé nada
2) Te dejé un regalito
Y “te dejé un regalito”, se presentó en forma de: chica de 17 años que entró el martes por guardia traída por episodios convulsivos, consume paco, vive en la villa 21, se quiere ir.
El tema no es lo que te toque sino la siempre pregunta de ¿por qué una paciente que está desde el martes continúa en el box de observación? Y la siempre respuesta: adicciones y situación de calle no suben. ¿Por qué, si lo necesita? Porque no se puede alterar a los demás pacientes: ver ese espectáculo de drogas y perdición, no es necesario.
Figurita repetida.
Y con un nuevo jefe de guardia: Miguel Vizzolini.
Para quien nunca ha estado de guardia, el jefe es una figura importante, porque es el que te firma las vacaciones. Para todo lo demás, existe Master Card. Y en este caso, en particular, tener un tipo nuevo jefatureando el boliche no es poca cosa.
Vizzolini, es un gorila carcamán, que sigue defendiendo el modelo alfonsinista y compadece a De La Rúa porque los commodities no estaban en ocasión de ser aprovechados.
Vizzolini ocupa el cargo que ocupa, porque la jefa anterior decidió concursar a su vez para la jefatura de Toxicología. Y ganó. Entonces se fue.
Vizzolini fue “colocado” por las altas esferas de poder que, merced a un master plan que escapa a nuestro entendimiento, ubican en todos los días de guardia a médicos de Terapia Intensiva. Y Vizzolini era de Terapia Intensiva.
La mayoría de los terapistas, sólo saben de terapia. Vizzolini no: él sabe desde la dosis de insulina para un diabético hasta cómo manejar una crisis de urgencia psi. Los resultados no suelen ser exitosos. Pero a él no le importa, porque cree que hace bien.
Vizzolini, además, es músico. Tiene un grupo con otros cuatro jefes del hospital. Toca el bajo o la guitarra, y a veces, lleva la voz cantante.
Se filma con el celular y después te lo muestra. Suena mal, desde cualquier punto de oído. Suena mal, pero él siente que es Spinetta.
Cuando Vizzolini habla de cualquier cosa, especialmente de política, empieza en un tono fuerte y apasionado que va in crescendo hasta alcanzar la tonalidad de puteada de cancha y/o acto partidario. Y, en general, es para convencer a Cristina, la trabajadora social (peronista afiliada desde los 18 años), que todo lo malo de la Argentina es por causa del General.
Cristina suele mirarlo resignada. Antes le contestaba. Ya no. Pero a Vizzolini no le importa; es igual que las palomas: le ponés un espejo enfrente y le graznan a su reflejo. Así que, por regla, decidimos ignorarlo todo lo que se puede.
Ese día, Vizzolini estaba particularmente inquieto. Le habían avisado que la “paquita” todavía se hospedaba en el Box 1 de la guardia. Y que se quería ir. Sobre todo eso.
-Tienen que ver a esa chica-, nos dijo en tono “casi” de amenaza.
Lo miramos con cara de “ya sabemos”. Le pregunté a Cristina quién estaba en la salita, o sea, el médico que se encontraba a cargo de los boxes de observación.
-Inés-, me respondió.
No dije nada, lo cual equivalía a decir todo. Inés, como de costumbre no estaba ejerciendo sus funciones. La hipótesis que barajamos era que se había escapado a dar una de sus famosas vueltas por Montes de Oca junto a Susana, la otra vieja de la guardia, que solía utilizar su turno de atención para comprarle chucherías a Bautista, su marido caniche toy. Con ella o sin ella, Inés no daba señales de vida.
Y ningún médico que nos diera el último pase de guardia.
Entramos con Cristina a ver a la muchacha en cuestión. Sentada sobre la cama de colchón plástico, estaba la “paquita”. Si uno lo dice rápido y fuera de contexto suena casi lorquiano:
Sentada sobre la cama de colchón plástico
Estaba la paquita
Verde carne, verde pelo,
Contando las horas de su desdicha.
Sin Lorca para hacernos la pata, la chica nos dijo que se llamaba Brenda. Sentada sobre la cama, con una mochila pequeña sobre los hombros, balanceaba las piernas de abajo hacia arriba. Nos miró con desconfianza. Cristina fue la primera en hablarle, haciendo las presentaciones del caso. Brenda siguió balanceando las piernas, muda. La que sí habló fue la madre, con el tono desesperado de quien trata de cambiar alguna cosa.
-Se quiere ir, doctora. Lo que pasa es que hace un rato largo nos dijeron que teníamos el turno para los otros médicos[2] y no vino nadie.[3]
Brenda hizo un gesto y me miró a mí. No sé por qué.
-Vos, la que tiene cara de maestra jardinera… ¿Sos trabajadora social también?-, preguntó.
-No-, le contesté. -Soy psicóloga.
-Ah…me quiero ir.
-Sí, ya sé.
-Hacé algo.
Que una piba de 17 años pueda interpelarte para que “hagas algo” cuando efectivamente no se está haciendo demasiado por ella, es una perlita. Tuve que pensar un poco antes de darle alguna respuesta:
-Aunque no lo creas, estoy haciendo algo en este momento.
-¿Qué cosa?
-Escucharte.
Y en el preciso instante del corte de mi monosílabo, Inés irrumpió a los gritos desde la dimensión desconocida:
-¡Esta chica no puede irse! ¡Tiene que hacerse los estudios!
Brenda la miró con ganas de encajarle una trompada. Yo también, pero tuve que contenerme. Cristina salió al ruedo y entre las dos, logramos convencerla de que estábamos “trabajando en eso”. Hija de puta. Venís a decirme qué tengo que hacer cuando ni siquiera estás en tu turno.
Cuando se fue, Brenda aflojó.
-Esa es la que me dijo que me quedara, pero me trató mal. No me cabe que me traten mal.
Y no. A nadie.
Cuando leímos la hoja de las consultas, la pobre chica tenía que hacer el rally Dakar sin escalas y en un solo día. Teniendo en cuenta que: el ecógrafo no estaba disponible, los de cardiología no iban a leer el electro y los de neurología tampoco iban a poder verla. Pero por sobre todas las cosas, eran las doce y media de la mañana[4].
Las posibilidades de que Brenda se fuera de alta eran tan reales como que el Hombre Araña trajera a su hijo por dolor de estómago.
Pero las esperas no son derrochables en nuestra profesión, todo lo contrario: de ahí salen los trabajos de jornadas y congresos psi: La espera del analista: ¿es/pera o es/manzana? La verdad es que es un embole, pero nadie lo dice, porque queda mal. El día que escuche algún trabajo sobre el tedio de la espera, me hago budista.
Después de media hora de mutismo selectivo, Brenda, ya más relajada y tragándose un yogur con la delicadeza de un hada, nos contó la versión de su película:
Consumo desde los once años. Me acuerdo de llevarme a mis dos hermanos más chicos a la plaza cuando mi mamá y mi papá se ponían a pelear. Y ahí empecé, primero por curiosidad y después no pude parar más. Me dio por el paco. Ahora estoy mucho mejor, no sabés lo que era yo hace dos años, venía pasada de los bailes, no me acordaba de nada.
Caía con camperas, cadenitas, zapatillas... todo lo afanaba y se lo daba a mi vieja porque me decía que yo no hacía nada. Me desmayaba y me despertaba sobre mi vómito o toda meada. No, si yo estaba mal, en serio. Después me metieron en dos granjas, pero la primera no me gustó. La segunda sí, era al aire libre y era una granja en serio. Ahora estoy con el padre Pepe y a veces tengo recaídas, no te voy a decir que no. Por ejemplo ahora. Pero yo sé mi límite, sé cuando no voy a poder más, entonces digo basta.
Vivo con mi novio de 24 años. Era mi compañero de consumo hasta el año pasado: le pegaron un tiro en la cabeza y quedó mal. Un día llegó a venderme un par de zapatillas recaras por cinco pesos que vale la bolsa de paco. Se la fumó solo. Ahora no consume y me pide que yo no lo haga más, pero hace dos días me agarró y lo dejé encerrado en la pieza y salí a buscar. Alquilamos una pieza en la villa por 500 pesos.
Todo el relato era una ruina, inclusive en el hecho de que Brenda registraba con total conciencia su adicción. Sus caídas, sus parates. De eso se trata el decir, entonces; de poder hablar de la propia esencia, aunque sea un vómito.
Pararse. Suspenderse. Detenerse.
Y como éramos pocos, Vizzolini que entró de nuevo en acción, desde la más absoluta ignorancia. Nos sacó del box y nos llevó hasta la salida de las ambulancias para hablar.
-¡Esa chica no puede irse!-, gritó hablando.
Cristina lo miró con la misma cara de relajo que pone frente a la tarta de choclo del comedor.
-Por ahora no, tiene que hacerse los estudios. Después, sí.
Fue como tirar la bomba de Hidrógeno.
-¡Adónde se va a ir! ¡Esa piba está en riesgo! ¿Vos viste lo que es la madre? ¡No sirve para nada! ¡Está en peligro, nadie la cuida, se droga, vive con un pibe más grande en una casilla! ¡De mi guardia no se va, te digo que no se va!
Frente a semejante catarata de gritos, otra vez, hay que pararse, detenerse, suspenderse. Eso, o matarlo.
-No podemos obligarla a que se quede. La chica consume desde antes, vino porque se sentía mal. Una vez que lo clínico esté chequeado es libre de irse-, le dije.
Gran error, mi querido Watson. Porque para Vizzolini, que sigue enfrascado en la era del orfanato, los niños, niñas y adolescentes carecen de derechos humanos. Son una masa informe, pasibles de ser metidos en una budinera...
-¿Quéeeeeeeee? ¡Ni loco! ¡Esa chica no se va, no se va! ¡Si es necesario la intubo!
...o en un tubo, estaba por decirlo, pero me ganó de mano. El acto de meter un tubo derecho a la garganta es, al menos, violento. El tipo hablaba como si estuviera en su terapia intensiva. Por un segundo imaginé que con eso amenazaba a sus hijos: “Portate mal y te intubo”. Sí, era muy posible que utilizara ese método de castigo.
Cristina arremetió con un:
-Bueno, entonces subila a una sala.
Vizzolini ya no gritó. La miró como quien mira al contrincante político y bajó el tono de voz a uno normal.
-Que se quede en el box.
Suena tan feo. Es como si te obligaran a mantener una marmota con vida pero sin historia. Como en la película de Bill Murray, esa en la que el tiempo se detiene una y otra vez en el mismo día, como un hechizo que sólo se rompe cuando Andy MacDowell acepta a Bill. El día de la marmota. Gran película.
Eso es la guardia: lo mismo cada vez, sólo que la maldición persiste. Quizás, el día en que los médicos acepten subir a los chicos que detestan, se rompa el hechizo. No lo veo ni a cuadros, pero es otra buena excusa para hacerse budista.
Brenda hizo los exámenes clínicos la mañana siguiente y se fue.
Vizzolini despotricó a los cuatro vientos su razón de que implicaba riesgo de vida.
Las altas esferas le respondieron: No somos un hotel, no podemos recuperarla, deja que se vaya.
Marmotas.
Laura Ormando
Psicóloga
lauormando [at] hotmail.com.ar
[2] Interconsultas con otros servicios.
[3] Frase clásica del paciente que espera sin quejarse demasiado, creyendo que lo que le dijo algún médico unas cuantas horas atrás, es cierto.
[4] Horario promedio en que todos los profesionales de planta se ausentan a otro lugar.