Los últimos diez años del Siglo XX y los primeros diez del Siglo XXI | Topía

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Los últimos diez años del Siglo XX y los primeros diez del Siglo XXI

 

Me da mucha alegría y una enorme emoción compartir con ustedes esta fiesta por los veinte años de Topia.

Durante las dos últimas décadas Topía se instaló como un referente. Con la Revista, primero y luego con la editorial, con la producción de videos, con el sitio en Internet, con los concursos de ensayos, Topía se convirtió en un hervidero, en una colmena en permanente producción, en un espacio que resistió al colapso simbólico, al arrasamiento del pensamiento, a esa devastadora onda expansiva que en el campo de la cultura impuso la reconversión neoliberal de la economía mundial.

Es imposible celebrar los veinte años de Topía, es imposible festejar los veinte años de Topia, sin aludir a los noventa y a la década inicial del milenio. Y es imposible pensar en los últimos diez años del Siglo XX y los primeros diez del siglo XXI sin tener en cuenta a los 60 y los 70. Entre ambas décadas --60 y 70 por un lado-- y 90 y 2010 por el otro, están los 80, la década perdida y el abismo al que me voy a referir.

Seguramente ni soy el primero ni soy el único1 en sostener que el despliegue neoliberal de estas últimas décadas –tanto la del mercado capitalista como la de la cultura “posmoderna”— puede ser leído como respuesta, como reacción. En efecto: nada se opone a inscribir la ofensiva capitalista a nivel global de las dos últimas décadas como contraofensiva; como contraataque. Contraofensiva neoliberal frente a la crisis de hegemonía que el capitalismo padeció durante los años 60 y 70.

Del mismo modo que hoy no puede comprenderse el fascismo, el franquismo y el nazismo de los años 30 si no reparamos en la inmensa amenaza política y cultural que significó para la dominación mundial del capital la Revolución de Octubre, tampoco podrá comprenderse la contraofensiva capitalista que se inició a nivel mundial a partir de la crisis del petróleo de los 70, si no se tiene en cuenta la tremenda amenaza política y cultural que significó la Revolución Cubana y sus efectos en América Latina, la Revolución Cultural China, la Batalla de Argelia, la Guerra de Vietnam, y los procesos independentistas que tuvieron lugar en el África. Amenaza que atravesó toda la década del 60, que tuvo con la Revolución Cubana del 59 su punto de partida pero se extendió hasta la victoria vietnamita de 1975 con ese coletazo final del sandinismo en el 79, pasando por toda la serie de levantamientos obreros y estudiantiles de 1968 tanto en Europa como en Japón y los EEUU.

De modo tal que por una vez, el Tercer Mundo y sus múltiples rebeliones, desafiaron al Capitalismo desarrollado del Primer Mundo como nunca antes había sucedido. Pero la rebelión del Tercer Mundo que marcó a fuego los años 60 y 70 no fue única y exclusivamente política. La crisis de dominación capitalista que caracterizó aquella década –y que motivó en los decenios siguientes la contraofensiva conservadora a la que aludo-- fue también una crisis de hegemonía cultural.

Por lo tanto, es imposible intentar dar cuenta de los años 60 y 70 prescindiendo de la dimensión cultural. La rebelión juvenil, el pelo largo y la música de rock, la libertad sexual de los anticonceptivos para las mujeres, los movimientos estudiantiles antiautoritarios, la lucha contra la opresión racial, la rebelión anticolonial y la insurgencia armada, se convirtieron en instrumentos de una misma orquesta que en los 60 y los 70 tocaba a full la música del futuro.

El boom de la literatura latinoamericana que tuvo a Gabriel García Marquez, a Mario Vargas Llosa, a Julio Cortázar, a Mario Benedetti, a Eduardo Galeano, a Nicolás Guillen, a Alejo Carpentier, a Lezama Lima, a Juan Rulfo y tantos más…

El nacimiento de la Teología de la liberación con Leonardo Boff, Frei Betto, Camilo Torres…

El nuevo cine latinoamericano inaugurado por Fernando Birri…

El periodismo testimonial de Rodolfo Walsh…

La pedagogía del oprimido de Paulo Freire…

El psicoanálisis de Plataforma y Documento…

Todo eso puso en riesgo el orden social, económico y político del capital a nivel mundial. Todo eso desafió y puso en crisis el sustrato de la dominación cultural.

Sólo así se entiende la década del 90.

Como reacción o contaofensiva en la que los sectores más progresistas y la izquierda sufrimos una triple derrota:

  • La retirada de las políticas del Estado de Bienestar, la claudicación de la socialdemocracia en los países del Primer Mundo
  • La implosión de los Estados socialistas en el Segundo Mundo
  • El repliegue de los movimientos de emancipación en el Tercer Mundo

No obstante, en los 90, también se construyeron utopías. Utopías conservadoras y reaccionarias… pero utopías al fin. Utopías que tuvieron una vida efímera. El “fin de la historia” que en los 90 propuso Fukuyama murió dos veces apenas iniciado el siglo XXI:

  • Con el atentado a las Torres Gemelas del 11 de septiembre murió la utopía política
  • Con la caída de los mercados en septiembre del 2008 acabó la utopía económica.

Así, sólo así, se entiende la década del 90.

Como reacción o contaofensiva definida por la globalización y el neoliberalismo. En realidad, el término globalización, igual que el de neoliberalismo, no son otra cosa que un eufemismo para encubrir esa fase avanzada del capitalismo mundial que persigue a toda costa mantener sus tasas de ganancias en territorios cada vez más amplios. Quiero decir con esto que no se trata de la “globalización” sino del capitalismo obstinado en su habitual estrategia de acumulación y reproducción. Y me atrevo a afirmar que pese al colapso económico y ecológico que amenaza la supervivencia del planeta, el capitalismo no ha fracasado. Aun en el momento actual, cuando la así llamada crisis de los mercados parece envolvernos en una catástrofe infinita, puedo sostener que el capitalismo no ha fracasado. Quienes hablan de fracaso han perdido de vista que el capitalismo, cuando funciona, funciona así. Quienes hablan de fracaso contribuyen a mantener la ilusión de un sistema que, de haber funcionado bien, habría evitado el desastre que vivimos en la actualidad. Pues bien, el capitalismo funciona así: y ha triunfado porque logró instalar en el imaginario social su condición de único sistema posible, dueño absoluto de la democracia y de los valores de la libertad, de modo tal que las crisis por las que atraviesa vendría a ser el resultado de su falla, y no de su “naturaleza”. Así como Marx –muy dialéctico— sostenía que todo sistema lleva en su seno las fuerzas que le son antagónicas, el capitalismo triunfa cada vez que logra reforzar la idea de que lleva en su seno las fuerzas que se encargarán de salvarlo. Nuevo triunfo, al fin, de la transitada paradoja por la cuál quienes nos salvan, inventan a quienes nos amenazan.

* Los militares nos salvaron del comunismo.
* Los curas nos salvan del pecado.
* Los mafiosos nos salvan de los ladrones.
* La Ley del Padre nos salva del deseo de la madre.

Y ahora, parecería ser que un cierto neokeynesianismo nos salvará del capitalismo.

¿Y el psicoanálisis?

La situación analítica crea un espacio privado donde todo pasa sin que pase nada. Pero allí, de entrada, junto a la palabra, aparecen los números. Número de sesiones semanales o mensuales; horarios y…honorarios. El análisis comienza por los números; números que decidirán acerca del proceso. De modo tal que la aparición de los números trae, junto al contacto con la realidad, la presencia del Mercado que tiende siempre a deslizar al analizando a la posición de cliente y, al analista, a la posición de prestador de un servicio.

“Nadie accede al estatuto de sujeto sin antes convertirse en un producto de consumo” (dice Bauman)1 de modo tal que, triste es reconocerlo, si en nuestra época el fetichismo de la mercancía se ha visto desplazado del objeto al sujeto, cerrando así la cápsula ontológica del modo de producción capitalista que nos tocó vivir, nuestros analizados y nosotros mismos circulamos como sujetos-mercancías. Mercancías a veces suntuosas, mercancías a veces miserables (como las nombraba Marx cuando en los Manuscritos Económico-Filosóficos aludía al obrero industrial), pero siempre mercancías cuyas funciones y cualidades responden disciplinadamente a la mercadotecnia2.

Es por eso que un abismo separa el sentido previsto para la clínica del sentido que la clínica ha ido adquiriendo en el mundo capitalista donde el intercambio comercial disputa el lugar de privilegio a la elaboración simbólica del trauma y al interrogante que el síntoma instala. Por supuesto que son las condiciones materiales las que fundan el proceso. Siempre lo han sido. Eso no ha cambiado. Por supuesto que la economía del dinero y la economía libidinal han cantado presente desde el nacimiento del psicoanálisis. Por supuesto que horarios y honorarios jamás estuvieron ausentes de las reflexiones clínicas y teóricas desde Freud hasta la actualidad3 pero, ocurre que ambos, horarios y honorarios, habían quedado subordinados, justamente, a la reflexión teórica y a las contingencias clínicas. Tal vez, lo que sucede es que hoy en día, no son los flujos mercantiles los que tienden a decidir acerca de las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Hoy en día son los flujos mercantiles los que tienden a diluir las reflexiones teóricas y las contingencias clínicas. Porque la nuestra tiende a ser una cultura sin Otro. Al menos, sin un Otro simbólico ante quien el sujeto pueda dirigir una demanda, hacer una pregunta o presentar una queja. La nuestra tiende a ser una cultura colmada por Otros vacíos4.

No hay Otro en la cultura actual y todavía está por verse si el Mercado reúne las condiciones de dios único, capaz de postularse para ocupar el lugar vacante que el Otro tuvo en la modernidad5. Más bien parecería que los nuevos tipos de dominación remiten a una “tiranía sin tirano”6 como decía Hanna Arendt. Tiranía sin tirano donde triunfa el levantamiento de las prohibiciones para dar paso a la pura impetuosidad de los apetitos. El capitalismo ha descubierto –y está imponiendo-- una manera barata y eficaz de asegurar su expansión. Ya no intenta controlar, someter, sujetar, reprimir, amenazar a los individuos para que obedezcan a las instituciones dominantes. Ahora, simplemente destruye, disuelve las instituciones de modo tal que los sujetos quedan sueltos, caen blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por la catarata del Mercado, por los flujos comerciales; listos para circular a toda prisa, para ser consumidos a toda prisa y, más aún, para ser descartados de prisa7. La cultura actual produce sujetos flotantes, libres de toda atadura simbólica. Dany Robert-Doufour dice (y lo cito) que “Al quedar recusada toda referencia simbólica capaz de garantizar los intercambios humanos, sólo hay mercancías que se intercambian sobre el fondo de un ambiente de venalidad y nihilismo generalizado...El “neoliberalismo” está haciendo realidad el viejo sueño del capitalismo. No sólo amplía el territorio de la mercancía a los límites del mundo en el que todo objeto ha llegado a ser mercancía, también procura expandirlo en profundidad a fin de abarcar los asuntos privados, alguna vez a cargo del individuo (subjetividad, sexualidad) y ahora incluirlos en la categoría de mercancía”8.

Si mi afirmación tuviera algo de verdad, si no hay Otro en la cultura actual, el desafío que se abre a las puertas del análisis, adquiere un valor definitivo porque lo que se juega allí es, justamente, la posibilidad de sostener un espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico; una invitación a resistir el arrasamiento subjetivo; la propuesta a darse un tiempo –todo el tiempo necesario—, a pagar un precio –casi siempre alto aunque la gratuidad del servicio hospitalario a veces tienda a disimularlo-- para tomar distancia del vértigo indetenible de los flujos consumistas; paradójicamente, a consumir psicoanálisis para poner distancia respecto de los imperativos que nos quieren productivos, eficaces, exitosos, acríticos y líquidos.

Decía antes que la aparición de los números trae, junto al contacto con la realidad, la presencia del Mercado que tiende siempre a deslizar al analizando a la posición de cliente y, al analista, a la posición de prestador de un servicio. No obstante, el trato que en el análisis se inaugura es enteramente diferente a cualquier otro. Es un trato de palabra; es un contrato anacrónico si se quiere: corresponde a una época donde la palabra, la palabra de honor, valía tanto o más que cualquier papel firmado. Época en la que no era necesario firmar papeles pero, cuando aparecían papeles firmados, (el dinero, por ejemplo) valían para siempre por que tenían respaldo en oro y porque estaban garantizados por el poder de un Imperio acreedor o por la fe en Dios (in God we trust). Pero, las cosas han ido cambiando. Ya no existe el Imperio acreedor. Hoy en día el Imperio es el principal deudor del mundo y, ni la palabra de honor tiene el valor que supo detentar en el pasado, ni los papeles garantizan aquello que deja vacío la palabra. No obstante, en el análisis, la palabra, aún vale. Y, si bien los papeles no están del todo ausentes desde el inicio, lo cierto es que el contrato analítico es un acuerdo de palabra donde cada uno confía en la honestidad, en la decencia del otro. Así, hoy en día, el análisis cumple con el delicado trabajo de invitar a un sueño, de ilusionar otro universo, de proponer un juego que, desde el seno mismo del torrente mercantil, a la velocidad que los flujos imponen, pueda construir una isla, un mínimo dispositivo simbólico, un acuerdo tan sólido como flexible para, desde allí y con esos recursos, hacerle frente al dolor y al sufrimiento que la adaptación al sistema no sólo no ha logrado atenuar, sino que aporta como plus al malestar en la cultura. Hoy en día, el espacio de la clínica debería estar al servicio de la imaginación, de la denuncia de la naturalización del consumo (incluido, claro está, el consumo de psicoanálisis); al servicio de sembrar la ilusión de un tránsito habitable con peso y valor crítico por el mundo. En última instancia, la desaceleración del flujo soportada por la transferencia. Pero no sólo la transferencia del analizando y la transferencia recíproca del analista, sino la transferencia, siempre asimétrica, de ambos con el psicoanálisis. Porque el psicoanálisis deviene en un espacio digno que en potencia es irreductible al precio. La dignidad del psicoanálisis, esa parte pequeñita que hace alusión más que evidencia, no encaja en el flujo comercial, no le es funcional al Mercado porque no tiene precio ni equivalente.

Así, la transferencia con el psicoanálisis se presenta como esa tabla salvadora, tabla flotadora que, en parte, aunque sólo sea en parte, resiste al torrente devastador y, de esa manera, autoriza a cada uno, a cada una, a defender su lugar, a registrar y usar los propios recursos, a apropiarse de su talento. No obstante, la clínica corre el riesgo de quedar prisionera de la lógica capitalista que convierte la escucha en servicio que se brinda al mejor postor. Escucha e inconsciente del analista que se ofrece, que está en oferta, dispuesta a competir con otras ofertas: terapias alternativas, libros de autoayuda, pertenencia a alguna secta, creencia religiosa, los psicofármacos, siempre.

Si hasta ahora la clínica estaba allí para incitar a la emancipación del Otro (los dioses, los amos, el poder del superyó); si hasta ahora la clínica estaba allí para iniciar al sujeto en el camino de la subversión, ahora debería aportar al proyecto de ligar al sujeto descolgado, al sujeto “neoliberal”, tan libre de ataduras como expuesto a la crueldad que supone la dominación económica y social de los mejor adaptados; ligarlo a un cuerpo simbólico cuya construcción pasa pura y exclusivamente por el análisis. Ligarlo, decía, al soporte simbólico que no es, necesariamente, la forma jurídica que sugiere Legendre9. Lo simbólico no tiene por qué quedar reducido a lo legal, a la normatividad dogmática de la sociedad. Dicho de otra manera: la obediencia a las reglas no garantiza que la clínica cumpla con su función de “rectificación simbólica”10.

Entonces, la clínica al servicio de “…ligar al sujeto descolgado a un cuerpo simbólico.” Esto es así no sólo para el posible analizando sino, también, para el analista. Porque el caso es que los flujos capitalistas arrastran y atraviesan todo el dispositivo y, en la actualidad, el analista concurre a la cita tan frágil y precario como sus pacientes: sin Freud y sin Lacan. Con sociedades psicoanalíticas detrás, sí. Con voces ecolálicas del muerto, sí. Desde dentro de la esfera de influencia de empresas y empresarios del psicoanálisis, sí. Pero, sin Otro.

Hace ya muchos años que Serge Leclaire11 alertó acerca del “cerrojo incestuoso” de Freud y del “cerrojo narcisista” de Lacan. El “cerrojo incestuoso” de Freud, la IPA, el Estado psicoanalítico efecto de la parte impaga del legado de Freud (Anna Freud y la tendencia endogámica en las primeras épocas del psicoanálisis); y el “cerrojo narcisista” al que Lacan contribuyó proponiéndose como ídolo unificador y regulando el sistema a partir de las relaciones siempre entre los mismos consagrados. Pero ahora, sin Freud y sin Lacan, sueltos y descolgados, somos los mismos analistas los que corremos el riesgo de dejarnos tentar por el dogma o por la burocracia para atenuar el dolor por la ausencia del Padre; somos los mismos analistas los que, libres y huérfanos, quedamos expuestos a las delicias de la democracia del vale todo y del vale todo por igual. Nosotros, también. Clientes potenciales, libres de elegir entre las ofertas del mercado. Individuos flotantes, abiertos a todas las presiones consumistas.

En realidad, esto no es nuevo. Remitir al sujeto a su propio deseo ha sido desde siempre, anhelo del psicoanálisis y es probable que ese acto fuera en alto grado subversivo en los regímenes en los que el sujeto estaba simbólicamente sometido al Otro. Pero, en nuestras democracias de Mercado, donde todo reposa al fin de cuentas en el individualismo más condensado, ese criterio corre fácilmente el riesgo de transformarse en una iniciativa profundamente reaccionaria, al servicio de la adaptación sumisa al sistema. Ese gesto psicoanalítico de remitir al sujeto a su deseo plantea hoy un serio problema político, puesto que lo que está en juego es nada más ni nada menos que la supervivencia y el destino de la especie.

Así, sólo así, se entiende la primera década del Siglo XXI.

Convocado por Costas Douzinas, Alain Badiou y Zizek la Birkbeck School of Law de Londres organizó un simposio el 13 de Marzo del 2009. Badiou, Toni Negri , Jacques Ranciere, Zizek, Terry Eagleton, Michel Hardt, Jean Luc Nancy, Gianni Vatimo, entre otros, reflexionaron allí acerca de la Idea del Comunismo. Badiou dijo, entonces (y lo cito), que “La hipótesis comunista continúa siendo la buena hipótesis; que si tenemos que abanonar esa hipótesis, ya no vale la pena hacer nada en absoluto en el campo de la acción colectiva. Sin el horizonte del comunismo, sin esa Idea, no hay nada en el devenir histórico y político que tenga algún interés para un filósofo.

Dijo, también que, “sin embrago continuar aferrados a la Idea, a la existencia de esta hipótesis, no significa que debamos conservar su primera forma de presentación que se concentraba en la propiedad y el estado. En realidad, lo que se nos impone como misión, hasta como una obligación filosófica, es contribuir a que la hipótesis pueda desplegarse en un nuevo modo de existencia”

Decía que convocados por Costas Douzinas, Alain Badiou y Zizek la Birkbeck School of Law de Londres albergó a miles de oyentes a ese simposio.

Convocados por Topia, nosotros también nos vemos empujados, nos vemos obligados a contribuir para que la ilusión de un mundo mejor pueda desplegarse en un nuevo modo de existencia”

Convocados por

Enrique Carpintero.

Alejandro Vainer

Cesar Hazaki

Alicia Lipovetzky

Victor Macri

Mario Hernández

Susana Toporosi.

Alfredo Caeiro

Susana Ragatke

Carlos Barzani

nosotros, también, nos vemos estimulados e incitados a participar en los debates que nos plantea la cultura actual.

Si comencé afirmando que durante las dos últimas décadas Topía se instaló como un referente, en un espacio que resistió al colapso simbólico, al arrasamiento del pensamiento, a esa devastadora onda expansiva que en el campo de la cultura impuso la reconversión neoliberal de la economía mundial, terminaré agradeciendo el privilegio por haberme permitido compartir esta aventura y haciendo votos para que ¡Ojalá! podamos transitar con inteligencia productiva el camino que Topía nos abrió y… nos sigue abriendo.
 

 
Articulo publicado en
Octubre / 2010