Se escucha en diferentes ámbitos invocar la importancia de que el psicoanálisis resista el embate del creciente individualismo producto del neoliberalismo globalizado. Sin embargo es posible que el desafío actual del psicoanálisis sea poder pensar sus propios obstáculos y limitaciones, sus vigencias tanto como sus desactualizaciones más que endurecer sus resistencias. Existe siempre el riesgo que la peste que Freud traía a América se convierta en política conservadora, deje de diseminarse y proliferar por los intersticios y se convierta en disciplinado cultivo; a menudo, los discursos que se oponen a rozar sus fundamentos esgrimiendo el peligro del derrumbe y consagrando su edificio teórico como mausoleo derivan hacia esa orilla. Suponer que debemos mantener nuestros pies firmes dentro del plato de la teoría y la práctica psicoanalítica, implica cartografiar con firmeza esos bordes y definir con precisión el género al que pertenecen las teorías y prácticas psicoanalíticas. Sin embargo, tiendo a pensar que el suelo histórico-social donde nuestras teorizaciones se suscitan y se inscriben tanto como las preguntas que nos impulsan a pensar se generan en la actualidad y no provienen de una esencia humana atemporal.