Orientada por la pregunta apropósito del hacer del analista de niños y principalmente por los embrollos de mi posición como analista, me encontré preguntándome si los diversos modos de intervenir que utilizó en la clínica con niños y que se alejan de la estoica interpretación clásica podían sostenerse desde un marco psicoanalítico. Ya que la experiencia clínica me fue demostrando que si bien el uso y la apuesta a la palabra es la regla de cualquier espacio analítico, la utilización de la interpretación sin creces ( la verbalización de los contenidos inconscientes, el uso del equívoco y su consecuente descubrimiento del sin-sentido oculto) se presenta en ocasiones como irrupción, que interrumpe el juego (el decir infantil) haciendo obstáculo a la transferencia, impidiendo tanto el despliegue significante como la posibilidad de escucha por parte del niño.
El cuerpo del analista parece clave en su presencia, pero solo a condición que suponga fundamentalmente su ausencia. Hablo de un cuerpo otro, descontado, capaz de brindar una presencia agujereada, que se oferta en pos de que algo pueda ser dicho, jugado, escrito.