“Laura dibujó en el suelo el recorrido:
recordaba detalles increíbles,
yo estuve más distraída de lo que pensaba.
No había mirado el cielo, por ejemplo,
no había levantado la cabeza. Laura sí,
y había visto un cielo negro, sin estrellas ni luna.
Siento que estoy divulgando un secreto,
trazando el mapa de una tierra prohibida, me dijo.” 1
Mariana Enríquez (Nuestra parte de Noche)
Como contrapartida de la asociación libre, Freud conceptualiza la atención flotante. Jaques Derrida trabaja el concepto de “hospitalidad” como respuesta ante la otredad. Suely Rolnik y Félix Guattari nos proponen cartografiar un territorio no explorado. Junto a estas, podríamos rastrear otras tantas elaboraciones que nos tienden la mano hacia la posibilidad de una apertura. Son bordes que señalan la brecha necesaria para la emergencia de un campo sensible.
Bordes en reversión constante, sometidos a la incesante reinvención, efecto de sabernos no exentos a los dispositivos de producción de subjetividad que operan en nosotrxs. La máquina racional no cesa en la búsqueda de cerrar sentido porque, en este mundo, se le ha signado a la efectividad de su producción el valor de seguridad. Un “mandato de estadista” que pretende hacer de todo diagnóstico un pronóstico consistente en determinaciones matemáticas.
En este sentido, no sería ilógico considerar que ante la voraz demanda de producción continua a la que estamos abiertxs al embate, en la clínica respondamos con interpretaciones, construcciones y respuestas que bien podrían estar pavimentando caminos ahí donde la potencia vital comenzaba a manifestar sus brotes.
Es en los encuentros que nuestra disciplina propicia donde me he preguntado ¿Qué determina ese primer arrojo hacia la apertura? ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de emergencia de mi disponibilidad? ¿Cómo tratar este tema sin racionalizarlo por demás?
Por momentos hacemos uso consciente de mapas y anclas que nos ayudan a enmarcar cierta anticipación.
Retorna el eco de una pregunta. Una de aquellas interpelaciones inaugurales en El aprendiz de historiador y el maestro brujo con las que Piera Aulagnier insiste en no soltar a lo largo de su obra para hacer trabajar teoría y práctica. El busco: “¿Cómo se produce, en el ejercicio de nuestra arte, esta ligazón entre lo ya conocido de una teoría y lo todavía-no-conocido a que nos enfrenta el discurso que escuchamos?”2
La atención flotante no es un elemento trascendental a-histórico inmune al magma de significaciones sociales ni a las singularidades de lxs analistas.
Pero también sabemos que, aunque existan recorridos ideológicos que permiten u obturan el ejercicio ético, la complejidad metabólica en la que el aparato psíquico se encuentra envuelto, nos aleja de todo ideal lineal y simplista que la neurosis pueda pretender.
A veces, entre el mapa y el arrojo, damos existencia a un momento. Una antesala activa. Así como el calentamiento muscular previo a una actividad física o el caldeamiento que prepara a la improvisación teatral, hacemos consistir un momento en donde algo de cierta confianza en ese arrojo se juega. Confianza de soltar amarras sabiéndome no perecer. O quizás, confianza anudada al tejido de mi creencia de que, en todo caso, de esa muerte imaginaria sabré volver. De todos modos, esto último no es del todo cierto. Sabemos que no volveremos como lxs mismxs.
“A veces, no volverse uno es precisamente una forma de no morir…”3
El arrojo, entonces, en el riesgo en dejar de ser uno mismo, en ese momento en donde se percibe una entonación distinta, una variación en el volumen, la sutil diferencia en la repetición o la extrañeza cuando al volver me pregunto: “¿Con qué se compone esta sensación en mi estómago?”
Al fin, quizás algo de esta profesión se trate de construir juntxs, en cada nueva oportunidad, la apertura a lo no pensado.
En sesión se habla. En sesión se escucha. Las posibilidades de maniobras que el rol nos demanda son múltiples: la “posición de analista”, las respuestas a las demandas de unx psicologx, de unx agente de salud, de unx trabajadorx comunitarix o de la presencia de un semejante.
A veces nos encontramos en el campo de lo innombrado, y a riesgo de 'enchufar sentido', prestar palabras para poder enlazar afectos al campo social politizando y colectivizando la experiencia singular se nos hace fundamental.
En ocasiones nos encontramos ofreciendo elementos que puedan problematizar coagulaciones de sentido que vienen acechando a la persona consultante. Y en este tipo de intervenciones, intentando cercar el conflicto intrapsíquico en su formalidad, buscamos transmitir la posibilidad de la construcción de un tejido diverso que amplíe el campo representacional. Esto no es lo mismo a imponer una forma de abordar el malestar como una verdad incuestionable, universal o privilegiada.
Ante la urgencia yoica de cerrar sentido, la operatoria analítica apuntaría al despliegue de un campo que libere a la posibilidad. Intervención que abre el juego permitiendo movimientos dinámicos. Hablamos de mayores grados de relativa autonomía subjetiva. Esto es vivido como mayor libertad.
A veces nos encontramos en el campo de lo innombrado, y a riesgo de “enchufar sentido”, prestar palabras para poder enlazar afectos al campo social politizando y colectivizando la experiencia singular se nos hace fundamental.
Otras veces, el sufrimiento tiene nombre, y es parte de un gran entramado que hará falta recorrer, desanudar y volver a anudar.
Hablamos de apropiaciones y creaciones del sujeto. Enunciados identificatorios, creencias, rituales, fantasías y formas singulares de vinculación.
Silvia Bleichmar, en Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre, nos recuerda que el psicoanálisis se diferencia radicalmente de toda hermenéutica, cuando ofrece la definición del estatuto del Inconsciente como primeramente pre-subjetivo para luego devenir para-subjetivo. Allí no hay una segunda conciencia que detente alguna suerte de superioridad en torno a la veracidad de sus producciones: “...los enunciados que el sujeto formula no son simplemente el modo engañoso de encubrimiento de lo inconsciente que habría que desechar para buscar detrás”.4
Continua en el mismo Congreso: “El inconsciente no es sino res-extensa, lugar de la materialidad representacional des-subjetivizada, “realidad psíquica” en sentido estricto, y en función de ello, no puede enunciar las verdades sino brindar los restos materiales con los cuales esta verdad es articulada por el sujeto del discurso”. 5
Una pregunta emerge hacia el entramado formal con el que elegimos desplegar nuestras intervenciones. Pregunta sobre la transmisión y en relación a la práctica del respeto, porque divisamos un límite. ¿Acaso la psicologización del malestar no puede devenir en subestimación de la realidad de la persona que consulta?
¿Hay preguntas que, gracias…al Otro?, no dejan de reactualizarse. A veces gran parte de nuestro trabajo es estar atentxs a volver a pescarlas:
¿Cómo operar sobre los sentidos sufrientes sin moralizar el espacio terapéutico, pero al mismo tiempo no caer en la abstinencia insidiosa, por ejemplo, de abusar del silencio creyendo en posiciones trascendentales o en intervenciones oraculares?
Reformulo: ¿Cómo puede emerger una intervención que conmueva algo de ese sufrimiento que se intenta acotar, sin por ello fagocitar ese mundo ya construido?
Suele confundirse la idea de sostener algo con la de no rendirse. Esto es, la ocupación de un estado de resistencia. La disposición a combatir fuerzas que vienen a nuestro ataque. En ese acto demarcamos la interioridad. Sin embargo, cuál solución de compromiso, aceptamos rendirnos constantemente. Rendimos cuentas a nuestros ideales, nos evaluamos puntuádonos en el laberinto de espejos que elevamos a trinchera.
A veces nos inunda el miedo a perdernos, o los nervios de sabernos perdidxs.
Nos rendimos de alguna manera porque, lo queramos o no, un lugar se reserva para el ceder, aunque éste implique, en otro punto, no parar.
¿A qué resistimos? ¿Qué creemos sostener?
Sobre los efectos en la contratransferencia Silvia Bleichmar enunció: “La amenaza ingresa entonces a partir de los modos con los cuales el analista se representa su propia posición no solo en el interior del consultorio sino en el mundo, de las formas con las cuales él mismo se representa los límites de su tolerancia a la prepotencia narcisista y a la crueldad del semejante, al nivel con el cual se siente involucrado por su sufrimiento e identificado en el dolor que lo atraviesa”. 6
Ahora bien, podríamos pensar que, a esa posición en el mundo, en donde opera el discurso social en interacción con sus pulsiones y deseos narcisistas, le corresponde también, en su revestimiento, una dimensión teórica disciplinar. El filtro de una póliza de seguro alimentada en el contrato narcisista que lx analista accede a repetir, cerrando esclusas a todo lo que sale de sus líneas. Un espejo en el que demuestra sus credenciales.
Resuenan las palabras de Rebecca Solnit:
“Hay todo un arte en el prestarle atención al tiempo, a la ruta que sigues, a los hitos del camino…También hay otro arte, el de encontrarse a gusto en lo desconocido sin que esto cause pánico o sufrimiento, el arte de encontrarse a gusto estando perdido.” 7
Sobre la concepción de Walter Benjamin de perderse escribe: “...perderse es estar plenamente presente, y estar plenamente presente es ser capaz de sumergirse en la incertidumbre y el misterio. Y no es acabar perdido, sino perderse, lo cual implica que se trata de una elección consciente, una rendición elegida, un estado psíquico al que se accede a través de la geografía.” 8
A veces nos inunda el miedo a perdernos, o los nervios de sabernos perdidxs
¿Cuántas veces las supervisiones y covisiones responden a demandas de brújula sobre un análisis?
Elección consciente de suspender las certezas.
Anne Dufourmantelle asemeja el acto de suspensión con una acrobacia:
” Cuando el sujeto no cede a los espejismos de la intencionalidad e intenta liberarse de su acto, de sus proyecciones, de sus movimientos identificatorios, logra, en cierto sentido, hacer que la subjetividad misma se rinda. Es una suerte de universalidad que se experimenta en este umbral. Si el paso del funámbulo se suspende así tan cerca del vacío, quizá ya no sea tanto el de un personaje que camina sino de un cuerpo entero devenido equilibrio. La suspensión del juicio es difícil y muy artificial, es un ejercicio agotador porque lo que amenaza con llegar allí al encuentro del sujeto es ajeno a su naturaleza. No soluble en su identidad, llegándole del borde no familiar, no domesticado de lo real. Esto que la neurosis ordinaria aborrece, pues su movimiento principal siempre consiste en devolver lo desconocido a lo conocido, a cualquier precio” 9
Cada analista, psicologue y profesional de la salud desarrolla, aunque sea de manera no consciente, sutiles movimientos que abren la posibilidad de una fuga que permite estar sensiblemente disponible. Ya sea respirar, sentir la tensión/relajación del cuerpo, meditar o dirigir la atención a contemplar la luz que llega a la hoja del árbol que se ve desde la ventana del consultorio. Deleuze hablaba de un campo de intensidades variables, que haciéndolo dialogar con Castoriadis, diríamos: no correspondería a la lógica identitaria. Pero también imaginar un lugar identificatorio al cual evocar un salto subjetivo que en ese mismo acto actualice las potencias puede ser un medio por el cual transitar. Un amuleto, un mantra, una imagen, las palabras de un ser querido. Un gesto.
Una práctica que actúa sobre aquellas defensas que interfieren en la posibilidad de alojar lo nuevo. Una elección que condicione la apuesta a un campo de emergencia de una escucha intensiva. El advenimiento, al modo de un cuerpo sin órganos, de una escucha sin orejas.
Una práctica que actúa sobre aquellas defensas que interfieren en la posibilidad de alojar lo nuevo. Una elección que condicione la apuesta a un campo de emergencia de una escucha intensiva. El advenimiento, al modo de un cuerpo sin órganos, de una escucha sin orejas.
Las palabras de Marie Bardet me acompañaron a nuevos territorios cuando leía lo que escribió sobre los gestos en su ensayo sobre André Haudricourt:
“En este sentido, los gestos son -y Deleuze lo vio muy bien- modos de relación más que una mera forma corporal; un “estilo” para usar de cierto modo una técnica, o más bien, un estilo JUNTO a una técnica, un cuerpo JUNTO a su espíritu.”10
D. Winnicott conceptualizó el espacio transicional, lugar de emergencia del juego. Castoriadis llamó imaginación radical a un espacio singular de creación. Jung escr ibió sobre lo que denominó “función trascendente”, por la cual el eje de la psique se correría del ego, integrando aquello que antes rechazaba. Silvia Bleichmar señalaba la importancia de apostar a la neogénesis en su cualidad de construcción y de reequilibramiento del aparato psíquico. Ya sea desde un plano intrasubjetivo, intersubjetivo, transubjetivo o parasubjetivo, discernimos en el pensamiento el correlato de un espacio necesario para el movimiento y la invención. Un espacio que no se encuentra bajo el dominio de la voluntad o en la autopercepción de un yo que intenta fallidamente hacer malabares atajando sin soltar.
Algo excede. Inmanencia de la velocidad infinita donde todo transmuta, incluso, nuestros núcleos de cosmovisiones. No pueden no hacerlo claro, aunque en ellos se formule la pretensión thanática de negación de este hecho con motivo de sostenerse en la narración del cuento de la inmutabilidad. Nos reconocemos en la diferencia. Pero en el fondo, detrás de las estrellas que nos guían, es donde todo irrumpe.
Hablamos entonces, no de un gesto que podría ser leído como una autosugestión a favor de una imaginería de lo trascendental, sino, del acto en sí de un cambio de posicionamiento.
Partimos del acontecimiento. Al decir de V. Despret, comenzamos “desde” historias situadas. Donna Haraway nos comparte una cita de un borrador que ella le envió, donde escribe sobre esta postura epistemológica:
“Permanecer en el compromiso de respetar aquello desde lo que hablamos, pensamos o actuamos. Significa darnos la oportunidad de aprender desde el acontecimiento y crear a partir de él.”11
Lo que una persona nos dice, a veces, acontece en nosotrxs. Momento cuando la maquinaria interpretativa se pone en suspenso. Tal vez esta sea otra de las formas de intuir lo que es un acompañamiento.
Pienso en un riesgo. El riesgo de arrojarnos a la oportunidad de poner en funcionamiento el dispositivo volitivo apuntando hacia la emergencia de una fisura. Disponibilidad, que al decir de Dufourmantelle, suspenda la subjetividad. Una brecha a la posibilidad de la elección, aunque mínima, fugaz, de abandonar nuestras rutinas de sentido. Salto a la des-automatización. Llamado a eso otro en mí que logre hacer consistir el alojamiento. Un gesto-ritual. Una invocación al misterio.
Exequiel Maffei
Psicoanalista (UNLP), diplomado en Perspectivas de Géneros y Bioética Aplicada (UCH). Músico. Escritor.
1. Mariana Enriquez. “Nuestra parte de noche”. Editorial Anagrama. Buenos Aires. 2019. Pág.34
2. Aulagnier, Piera. “El aprendiz de historiador y el maestro brujo”. Amorrortu. Buenos Aires. Pág.18
3 Doufourmantelle, A. “Elogio del riesgo”. Paradiso Editores. Argentina. 2015. Pág.70
4. Bleichmar, Silvia. “La subjetividad en riesgo”. Capítulo XV: “Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre”. Buenos Aires. 2009. Pág.132
5. Bleichmar, Silvia. “La subjetividad en riesgo”. Capítulo XV: “Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre”. Buenos Aires. 2009. Pág.132
6. Bleichmar, Silvia. “La subjetividad en riesgo”. Capítulo IX: “La guía de las pasiones”. Buenos Aires. 2009. Pág.76
7. Solnit, Rebecca. “Una guía sobre el arte de perderse”. Editorial Fiordo. Buenos Aires. 2021. Pág.14
8. Solnit, Rebecca. “Una guía sobre el arte de perderse”. Editorial Fiordo. Buenos Aires. 2021. Pág.10
9. Doufourmantelle, A. “Elogio del riesgo”. Paradiso Editores. Argentina. 2015. Pág.36
10. Haudricourt, André. “El cultivo de los gestos: entre plantas, animales y humanos”. Compilado por Bardet, Marie. Editorial Cactus. Buenos Aires. 2019. “Hacer mundos con gestos”. Pág.91
11. Haraway, Donna. “Seguir con el problema”. Editorial Consonni. Buenos Aires. 2021. Pág.2021