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Trabajo y ocio desde el cine

 
Entre el fetichismo de la mercancía y el proceso primario∗

El cine, “ese movimiento dado a ver”, “esa sábana blanca suspendida en el fondo oscuro del inconsciente”, es a la vez una ventana abierta a lo social y a la subjetividad; un modo eficaz de indagación sobre los modos de ser de las distintas sociedades a través de la historia. Por medio del cine podemos extender el modo de entender los mecanismos del poder y sus efectos sobre el psiquismo. El cine que es promocional por naturaleza: impulsa creencias, construye modelos corporales, transmite modas, divulga e impone “marcas”, usos y costumbres, crea mitos, engrandece o desmitifica personalidades e ideologías. Es, en este sentido, el gran arte de la persuasión. También como suma de todas las artes, es un fuerte estímulo a la imaginación, un contundente vehículo de transmisión ideológica y al mismo tiempo, un gran manipulador de las emociones. Y frente a las políticas de olvido un pertinente “reivindicador” de la memoria.
En relación con Freud y Marx (aunque éste murió en 1883, y no conoció el cine, y Engels moría en 1895, el mismo año del invento de los Lumiere), se podría decir que el fenómeno cinematográfico es el espacio, donde se encuentran el proceso primario y el fetichismo de la mercancía. Lo que hace del cine un arte privilegiado para conectarnos con lo más íntimo de lo ideológico de nuestras sociedades. Incluso el propio Eisenstein, tenía como proyecto rodar El Capital, como una gran gesta épica, donde el “malo de la película” iba a estar representado por el dinero.
A partir de ahí, nos podemos preguntar: ¿qué relación podríamos entablar entre el arte cinematográfico y los dos discursos críticos mas importantes del siglo XX: el psicoanálisis y el marxismo?
A propósito, Eduardo Grüner, nos recomienda: “Hay que leer, una vez más, incansablemente, el primer capítulo de ese cantero inagotable e inabarcable de ideas que es El Capital -y, en especial, la sección sobre el fetichismo de la mercancía-.”1
En el apartado 4 de dicho capítulo, leemos que “el fetichismo es una relación social entre personas mediatizada por cosas”. Donde las personas se manejan como cosas y las cosas como personas. La vida social de los hombres (incluido su tiempo libre y su ocio) se ha transferido a sus mercancías. Este fetichismo oculta las verdaderas relaciones sociales que están en la base de la producción, y donde las mercancías aparentan tener una voluntad independiente de sus productores. La paradoja del cine (entendido como fenómeno social y psicológico), es que al mismo tiempo que participa del fetichismo de la mercancía, denuncia sus consecuencias, sus pesadillas.
Tampoco deberíamos olvidarnos de una marca fundamental, en cuanto a los orígenes del lenguaje cinematográfico, y es que éste es el único arte que nace siendo vanguardia. O sea, lo que para las otras artes es un punto de llegada, para el cine es su punto de partida. Y al mismo tiempo, el único dentro de la historia del arte, nacido directamente como producto industrial: o sea nacido mercancía, y no devenido como tal. Una “mercancía artística” que es el “condensado” de un entretenimiento de masas (asociado al uso del tiempo libre) y una “religión laica” (con sus ritos, sus salas-templos, sus actores-ídolos y especialmente sus imágenes e iconos, que funcionan para el espectador como verdaderos paraísos utópicos o infiernos terrestres. Al decir de Godard: “el cine como el cristianismo no se funda en una verdad histórica, nos da un relato, una historia y nos dice, ahora: cree. Y no dice concede a este relato, a esta historia, la fe propia de la historia sino: cree pase lo que pase”. En este sentido, el cine respondería, según el propio Grüner, a dos lógicas: “la lógica misma de la máquina cinematográfica, que es la de la religión de la mercancía, de la que habla Marx. Y la lógica del lenguaje cinematográfico (básicamente el montaje) que es la del inconsciente freudiano.” Íntimamente relacionado con los sueños. Recordemos que para Freud, los sueños y el arte son las únicas “vías regias” al inconsciente.
Volviendo al origen del cine o sea a la vanguardia del mismo, Eisenstein se convierte en el descubridor de “los procesos cinematográficos”, e interpreta como lo hace Freud con los sueños, el procedimiento de acuerdo con el principio del “montaje de atracciones”, definido como el choque entre dos imágenes, “asociación libre” de ideas, elementos, palabras, cuyo resultado no es la suma, sino el producto generador de un nuevo concepto, una nueva idea en la mente del espectador. “Inconsciente fotográfico” definió Walter Benjamín (minucioso analista de los sueños de la modernidad, el arte surrealista y el cine) al mismo procedimiento.
La lógica del lenguaje cinematográfico (básicamente el montaje) sería la misma que la del “inconsciente freudiano”. Basta la lectura del capítulo 7 (por proyección azarosa, al cine se lo llamó el séptimo arte) de la Interpretación de los sueños, y la descripción de las operaciones del inconsciente, y sus procesos primarios (aparentemente ilógicos e intemporales) que se manifiestan fundamentalmente en el sueño (condensación, inversión en lo contrario, desplazamiento, superposición de representación de cosa y de palabra); y la comparación, por ejemplo, con el film “El perro andaluz” de Buñuel-Dalí, para establecer dicha relación. A propósito, (¿otra proyección azarosa?), al cine también se lo llama “la fábrica de los sueños”. Otra anécdota “azarosa”, que hace pensar en la posible relación entre lenguaje cinematográfico (el montaje), la interpretación de los sueños, y el proceso primario es: que la historia del psicoanálisis -cuyo acta de nacimiento se fecha en 1895, con los Estudios sobre la histeria y el Proyecto de una Psicología para neurólogos, (“proyecto” -“proyección cinematográfica”, ¿otra proyección azarosa?) coincide con la del nacimiento del cine. Aunque pareciera ser, que Freud nunca demostró interés por el mismo y su posible punto de contacto con sus teorías. Sin embargo, las imágenes cinematográficas como las del sueño, están sometidas a la condición de atribuir el sueño a un soñante, que es al mismo tiempo su espectador. En este sentido “el cine sería un sueño implicado”. Ya que es el único arte que hace posible la convergencia de la escena onírica del inconsciente con la pantalla cinematográfica, dejando además una fuerte impresión de realidad, porque como afirmara Christian Metz, corresponde a “un vacío donde el sueño se sumerge con comodidad”.

 

El “negocio del ocio”

En tanto registro del deseo, el cine nos permite acceder al archivo de cómo las sociedades administran el deseo inconsciente de los individuos, su trabajo, y la relación con el uso del ocio. Imponiendo un modo de mirar lo real, de sentir, de pensar y de actuar. De ahí su utilización para ejemplificar, describir y reflexionar sobre ciertas problemáticas, como la que aquí nos preocupa.
En cuanto al fenómeno del ocio2, visto a través de la mirada del cine, éste es impensable sin considerar otras variables que lo determinan y complementan: el trabajo, el tiempo y las diferencias entre las clases sociales a lo largo de la historia moderna. No es lo mismo Metrópolis (1926) de F. Lang, Para nosotros la libertad (1931) de R. Clair, o Tiempos Modernos (1936) de Charles Chaplin, verdaderos retratos de las condiciones alienantes del trabajo que la clase obrera tuvo que soportar en la época de la gran depresión, por la “eficiencia” de la industrialización y la producción en cadena. Donde el hombre es “comido” por la máquina, y la fábrica es una cárcel de presos-operarios controlados por guardias-jefes de sección. Que films como, Ladrón de bicicletas (1948) de V. De Sica o Mundo Grúa (1999) de P. Trapero. En los primeros films el ocio, es impensable por exceso de trabajo, en los últimos por la falta del mismo. La lógica perversa de la sociedad de consumo -o sea la lógica del capitalismo que esclaviza a la lógica social- es descubrir y fomentar nuevos y más consumidores, crear necesidades superficiales y en la mayoría de los casos innecesarias. Y es aquí donde aparece una pregunta crucial: ¿cómo hacer advenir dentro de este vértigo impuesto y aceptado pasivamente, el tiempo dedicado al ocio? Esa dimensión que es más que tiempo libre, “improductivo” para el sistema, pero tan necesario para nos-otros mismos y para nuestra relación con los demás. Un tiempo dedicado al “ocio” y no al “negocio” (no-ocio). Dentro de un sistema que incluso ha creado una paradoja por demás espantosa: la de transformar también al ocio en un negocio, el llamado: “negocio del ocio”. Un producto más de la sobreestimación del trabajo, que llena de culpa al que no trabaja. En este sistema acumulativo “del siempre más”, donde la eficacia en el uso del tiempo es oro. No sólo ha transformado a los ciudadanos en verdaderos “esclavos del consumo”, sino que el ocio (el de la contemplación y reflexión crítica y necesaria) que abre nuevos horizontes de expectativas frente al “tiempo muerto” de la rutina del trabajo, y posibilita un cierto “equilibrio psíquico”, se ha devaluado en banal entretenimiento y vacía diversión al servicio del aumento indiscriminado del consumo. De esta forma el capitalismo no sólo explota el trabajo de los individuos, sino también su tiempo libre. Ambos, el trabajo y el ocio lejos de entrar en conflicto, se fusionan en provecho y defensa de un sistema cada vez más fortalecido. Generando así, una masiva apatía frívola.
Comenta Christophe Dejours, a propósito del trabajo entre el sufrimiento y el placer, -que a su vez podría ilustrar, films como Recursos humanos (1999), El empleo del tiempo (2002) ambos de L. Cantet, o la demoledora La Corporación (2006) de C. Gavras- : “Señalemos que quienes sufren los efectos de la intensificación del trabajo, con su aumento de carga de trabajo y padecimiento, o la degradación progresiva de las relaciones en el trabajo (arbitrariedad en las decisiones, desconfianza, individualismo, competencia desleal entre agentes, arribismo desenfrenado, etc.) tienen además grandes dificultades para reaccionar en forma colectiva. Cuando los trabajadores en situación de desempleo e injusticia originada en la exclusión intentan ejercer la huelga como modo de lucha se enfrentan a dos tipos de dificultades que, por subjetivas que sean, no dejan de tener una incidencia importante en la movilización colectiva y política: La culpa marcada por “los otros”, es decir, el efecto subjetivo del juicio de desaprobación... y el de protestar cuando hay otros menos favorecidos, que genera una vergüenza espontánea...”3
En cuanto al ocio, más asociado a la producción de ideas, de “bienes inmateriales” e “improductivos”, menos efímeros y más duraderos, se convirtió en una mercancía más del sistema. En éste, el ocio ha dejado de ser ese “aburrimiento de calidad”, para transformarse en mero “tiempo libre” destinado sólo al consumo de cantidad.
Asimismo, esta “era del consumo” des-socializa a las personas y al mismo tiempo los “socializa” por la lógica de las necesidades impuestas. Sin embargo, este sistema no puede ser reducido al hedonismo y a la estimulación de necesidades, éste es inseparable de la aceleración de información que está al mismo nivel que la abundancia de mercancías que circulan. La estructura dinámica del consumo (velocidad + borramiento) de realimentación continua, fractura al individuo de los lazos de dependencia social y acelera la asimilación al sistema, produciendo individuos des-socializados, cada vez más individualistas, al servicio del “siempre más”. Lo que implica más velocidad, más horas de trabajo para acceder a más consumo. Los signos de este círculo vicioso son muchos: aceleración en los cambios de gustos, aspiraciones y valores; ética permisiva e hipócrita, conexión sin contacto, resignación, conformismo, hiperkinesis, aislamiento, insomnio, estrés, etc., etc., siendo el aumento de la depresión uno de los síntomas más alarmantes: según la Organización Mundial de la Salud, “se espera que los trastornos depresivos en la actualidad, responsables de la cuarta causa de muerte y discapacidad a escala mundial, ocupen el segundo lugar, después de las cardiopatías en los próximos cinco años”.

 

El ocio es ecológico

El uso del tiempo determina el ser social así como la pertenencia a determinada clase social, determina el uso del tiempo. Una tensión que lleva a la conclusión dialéctica que “sin ocio, la vida, es una vida sin objetivo”. El ocio surge así de la tensión (el conflicto) entre ser y tiempo. En tanto condiciona la relación con uno mismo, con el mundo y con los otros. Tanto que podemos comprender una época, una sociedad determinada, en función de la acentuación que esta tensión pone sobre tal o cual de estos aspectos. Sin el trabajo, la vida diaria no se reproduciría, pero, cuando la vida sólo se reduce al trabajo, sin darle espacio al ocio, se transforma en algo penoso y alienante. Esta doble dimensión dialéctica es reconocida por R. Castel cuando se refiere al trabajo: “el trabajo continúa siendo un factor de alienación, de heteronomía, incluso de explotación. Pero el trabajo asalariado moderno reposa sobre la tensión dialéctica que une estas dos dimensiones: el trabajo coacciona al trabajador y es, al mismo tiempo, la base que le permite ser reconocido”.4
Dicha problemática es la que en forma magistral se muestra en el film dramático, El empleo del tiempo (2002) del ya citado L. Cantet, un gran buceador de la subjetividad capitalista, que no deja de preguntarse qué hacemos con el tiempo. En el film, el protagonista es un ejecutivo que no ha sido capaz de decir a su familia y amigos, que hace semanas perdió su puesto. Miente, pero se sigue quejando del exceso de trabajo. Presionado por “el que dirán” se inventa uno nuevo, aunque siempre había deseado tomarse un descanso. Ahora sin empleo, y con mucho tiempo, hace un mal uso del tiempo. Que incluso lo lleva al delito. El final, nos acerca a una paradoja kafkiana: el vacío lo va comiendo, es un “animalito acorralado”, un preso que se ha quedado sin su cárcel. Porque para sus expectativas y las del sistema: el trabajo lo es todo. Y un desocupado siempre es algo más que una persona sin empleo. Es un inútil, un incapaz para producir y consumir cosas supuestamente útiles.
En cuanto al ocio o la falta de éste, es él, el que nos alerta “que la vida no sólo es trabajo”, el que nos permite escapar, a la lógica del “deber ser”, para realmente “ser”. El que nos señala el pasaje de un tiempo monocromo, lineal, rutinario, “asegurado”, a un tiempo policromo, intenso, que se corre del utilitarismo del consumo. Ese, nuestro “jardín oculto en el corazón”, ese paréntesis al que volvemos cuando la rutina nos lastima, o cuando las presiones laborales se vuelven insoportables. En este sentido, el ocio es visto por el sistema, como un mecanismo regresivo. Sin embargo, se trata de una “regresión fundadora”, o por lo menos reconfortante, dado que permite reconocimiento y nueva partida. El ocio así entendido sería como una “pequeña muerte aceptada”, pero que paradójicamente produce un excedente de vida. En este sentido, “el ocio es ecológico”, mejor dicho, “es la ecología de nuestro aparato psíquico”. La phrónesis (la prudencia, el equilibrio, la auto limitación), frente a la hybris (el descontrol, el desmadre, el exceso) impulsada por la expansión ilimitada del sistema. En este sentido el ocio no sólo es político, sino también subversivo, porque critica el imaginario capitalista y su economía destructiva, que pretende salvar el carácter de “fin en sí”. Otro rasgo subversivo del ocio, es que éste es “anti-velocidad”, una especie de elogio o buen uso de la lentitud. No como rasgo de carácter, o de incapacidad de adoptar un ritmo más rápido, sino como una elección vital, de no precipitar el tiempo. No dejarse atropellar por él. “Perder el tiempo para ganarlo”. Tarea saludable que llevan a cabo los personajes del film Cigarros (1995), de Wang-Auster, o de los ya emblemáticos y legendarios Buenas noches Alejandro de Y. Robert, con la actuación de P. Noiret y P. Richard; Y la adaptación de F. Ayala de la obra de teatro de R. Talesnik, La fiaca, con N. Aleandro y la actuación inolvidable de N. Briski. Ambos films del año 1968 (pero muy vigentes), y ambos enmarcados en el género comedia; dato no menor, ya que el humor es un arma muy eficaz para des-estructurar, subvertir y criticar la rigidez de un sistema que nos acucia, casi siempre con nuestro consentimiento. A partir del análisis comparativo de todos los films citados, podemos preguntarnos: ¿es posible detenerse, y gozar del ocio, aunque sea por un tiempo, frente al vértigo frenético impuesto por la hegemonía del capitalismo? ¿Cuántas imposiciones, rutinarias y mediocres estamos dispuestos a soportar para atrevernos a ser nosotros mismos con los demás?

Héctor J. Freire
Escritor y Crítico de Arte
hector.freire [at] topia.com.ar

 

Notas
∗ Fórmula ensayada por Eduardo Grüner a partir de la propuesta de Pierre Legendre.

1 Grüner, Eduardo, El sitio de la mirada, Grupo Editorial Norma, 2001, Bs. As.

2 Tiempo libre, es el tiempo disponible, es decir, el que no utilizamos para trabajar, dormir o comer. Que podemos utilizar en forma adecuada o no. Cuando utilizamos ese tiempo libre en forma creativa, para equilibrar y desarrollar nuestra experiencia, estamos en presencia del ocio. O sea, el ocio (que no es no hacer nada) es en concreto, tiempo libre que dedicamos para hacer lo que nos gusta y enriquece, en cuanto a la relación con los demás.

3 Dejours, Christophe, La banalización de la injusticia social, Ed. Topía, 2006, Bs. As.

4 Castel, Robert, Las trampas de la exclusión (Trabajo y utilidad social), Ed. Topía, 2004, Bs. As.
 

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Articulo publicado en
Marzo / 2009