La transgresión no es la negación de lo prohibido,
sino que lo supera y lo completa.
Georges Bataille
Transgresión y placer, o placer en la transgresión, pareciera ser el “juego tensional” propuesto al espectador, por gran parte de la obra de León Ferrari (Buenos Aires, 1920. Ingeniero -profesión que abandonó en 1976- y artista autodidacta, exiliado en San Pablo, Brasil, del 76 hasta el 91).
Ferrari es a la vez un artista esmerado, ingenioso y un agudo crítico en la polémica. Acostumbrado a resolver dialécticamente el conflicto entre Estética y Ética. O sea, capaz de llegar a una síntesis entre la exigencia de autonomía artística de toda obra de arte, y al mismo tiempo, sumarle el compromiso político. Incluso militante ante los movimientos y conflictos sociales del contexto histórico. De ahí que León Ferrari, creador de esculturas, “objetos-denuncia de alto voltaje político”, arte postal, collages, caligrafías enmarañadas, etc., etc., abandonara en 1966, las acciones de la vanguardia argentina, concentrada en muestras y exposiciones en galerías, para participar activamente durante una década en distintos colectivos. Como los que produjeron, por ejemplo, Malvenido Rockefeller y Tucumán arde, exhibidas en varios sindicatos.
Sin embargo, la obra de León Ferrari, va mucho más allá que la de un mero transgresor underground, cuya inserción fue ganando, a lo largo del tiempo múltiples y variados circuitos: retrospectiva (50 años de creación) y consagración definitiva, en el Centro Cultural Recoleta en el 2004, con más de 70.000 visitas. Donde Ferrari proponía una revisión de la iconografía sagrada, lo que motivó la violencia de algunos espectadores que terminaron destrozando obras; además de celebrar una misa en desagravio en la vecina iglesia del Pilar. Y el pedido de destitución del Secretario de Cultura, por parte de un grupo de abogados católicos. Exposición en el Reina Sofía, España. León de Oro (Premio Máximo) en la Bienal de Venecia 2007. Muestra en el MOMA de Nueva York en el 2009. Ilustró el libro Nunca Más, editado por Página 12, en forma de fascículos. La polémica muestra Infiernos e Idolatrías del 2001, realizada en el ICI, contra todo tipo de tortura: el artista reunió en esa oportunidad los Juicios finales de pintores famosos como El Bosco, Miguel Ángel, Giotto y Bruegel, junto a elementos heterogéneos y “profanos” tales como sartenes (donde se “fritaban” crucifijos). Jaulas con pajaritos artificiales que defecaban sobre íconos “sagrados”, y tostadoras eléctricas en las que se “tostaban” vírgenes o santos de plástico. Dicha muestra generó protestas frente a las puertas del Centro Cultural y numerosas cartas al embajador de España para que clausurara la exposición. Mientras, fanáticos rezaban el rosario y arrojaban basura y gases lacrimógenos al interior de la galería. En dicha oportunidad, el propio Ferrari declaró que estaba satisfecho, ya que esas “expresiones” habían completado su obra. Recordemos, además, que su creación más paradigmática La civilización occidental y cristiana (1965): un montaje con la copia en plástico de un avión caza bombardeo FH 107 (los que se usaban en la guerra de Vietnam), y un Cristo crucificado sobre sus alas y el fuselaje, fuera rechazado en el “vanguardista” Instituto Di Tella.
Entre muchas muestras más, es de destacar, la realizada en 2010 en el Museo Emilio Caraffa de la Provincia de Córdoba. Donde Ferrari pone en acción su idea sobre el arte: “La eficacia del arte debe ajustarse a un solo objetivo: perturbar.” Y donde la obra del artista, está llena con la potencia de lo que Andrea Giunta llamó “Dispositivo transgresor”, iniciado en la década del 60 y en plena vigencia hasta el día de hoy.
Otro ejemplo emblemático es Torturas, basado en dos documentos: uno, sacado de Página 12, y el otro, del grabado Jacobo Molay en el tormento, incluido en el libro Persecuciones políticas y religiosas en Europa. En este collage Ferrari nos habla de la continuidad de la tortura ejercida desde el poder de los países supuestamente considerados más “desarrollados”. Y de la relación de complicidad, en nuestro país, de la Iglesia, el Poder y el Proceso: Ferrari confronta con Dios, lee profundamente La Biblia, critica artísticamente y actualiza las continuas quemas de brujas, homosexuales, judíos, negros, herejes u opositores políticos. Proclama la suspensión del Infierno y la tortura.
En la Ultima Cena, un montaje hecho con juguetes, la escena religiosa se animaliza, para desmontar la crueldad disfrazada de bondad. A la impiedad del arte sacro, León Ferrari responde con su figura invertida: la impiedad profana de su arte contemporáneo. De ahí que su transgresión, no es solamente la negación de lo prohibido y censurado, sino su superación. La prohibición en Ferrari es el umbral de su transgresión organizada. Incluso y a menudo, en sí misma, esta transgresión artística, no está menos sujeta a reglas que la prohibición.