Publicado en Clepios, una revista de residentes de Salud Mental, Número 35, Setiembre 2004.
Estamos a casi 30 años. Muchos seguimos encontrando los efectos deletéreos de la última dictadura en la Argentina. Dolorosas consecuencias que sobrepasan los 30.000 desaparecidos y nos determinan en la actualidad.
Sin embargo, puede haber quienes hayan descartado estas líneas con el prejuicio de que otra vez se vuelve sobre el pasado en vez de mirar para adelante. Con una expresión de fatiga. Otros considerarán que es poca o nula la importancia de los efectos de la última dictadura para nuestro trabajo. Son tantos los avances de la psiquiatría, las neurociencias, las nuevas psicoterapias y el psicoanálisis, que eso es lo que se debe profundizar en el marco de esta publicación, porque los problemas cotidianos son otros. Y solamente debemos estudiar mejor y pasar a otro sección de esta revista. Lamentablemente, los unos y los otros ni siquiera llegarán a leer éste párrafo. Simplemente saltearán esta sección para buscar algunas imágenes cerebrales o significantes más atractivos que bucear en estas líneas.
Hasta yo me pregunto entonces, por qué seguir con esto. Pero cuando vuelvo a pensar en esas supuestas reacciones no tengo dudas. Hasta ahora no es suficiente. Porque estas actitudes demuestran que en algunos lugares el golpe sigue vivo, tal como decía Eduardo Aliverti este año en su editorial sobre el 24 de marzo. Su supervivencia consiste en que algunos aspectos del siniestro plan continúan. Han conseguido algunos de sus objetivos: por ejemplo, que muchos profesionales solamente “estudien” y consideren la dimensión histórica y política como tierra extranjera.
Aún es difícil tomar dimensión, pero estamos frente a una situación similar –con todas las distancias- del nazismo para los alemanes. Sé que algunos pensarán que exagero. Pero si la política del terror torturó, asesinó y llega inconscientemente hasta hoy, lo exagerado fue lo que sucedió, no mis palabras.
Pero el Terrorismo de Estado impuesto por la última dictadura no es un tema de la formación en Salud Mental. La “historia oficial” de nuestro medio intenta desestimar la importancia de lo sucedido. Un primer escollo para el abordaje de los efectos de la dictadura es la pretensión de considerarnos como un sector iluminado de la sociedad. Todo lo contrario: nos creemos diferentes y los hechos sociales nos atraviesan como al resto. Y para colmo las renegaciones, racionalizaciones e intelectualizaciones están al orden del día como forma de encubrimiento. Hoy la historia, lo social y lo político forman parte de lo inconsciente de la mayoría de los profesionales en Salud Mental.
Pero vayamos a los efectos aún vivos en nuestro medio:
Para empezar, el terror. La sociedad vivió una época de terror que silenció los cuerpos, bien descripta en la obra de uno de los filósofos más importantes que tenemos, León Rozitchner. El realizó uno de los más lúcidos aportes con libros tales como Freud y los límites del individualismo burgués; Freud y el poder, El terror y la gracia, por citar algunos. Este terror dejó una memoria en los cuerpos y en las generaciones. Nada de política. Nada de agrupaciones. Nada de transformación social. Cada cual en su quehacer. Sólo dedicarse a la “ciencia”. En nuestro medio hubo más de 100 Trabajadores de Salud Mental desaparecidos que siguen funcionando como un silencioso terror para visualizar la dimensión política e histórica de nuestro campo.
Luego, la fragmentación de las relaciones sociales es un fenómeno fruto del proceso de mundialización capitalista cuyas raíces se encontraban en el proyecto de la dictadura. La fragmentación implica que cada uno se atrinchere en sus diferencias. Y que, como dice Enrique Carpintero, “Cada zona, cada ciudad, cada barrio, cada región es un territorio que debe ser defendido de esos bárbaros, que siempre son los otros.”
Finalmente, el vacío. Un joven Trabajador de Salud Mental francés, norteamericano, alemán, mexicano o italiano puede claramente rastrear su genealogía profesional con personajes significativos que determinaron la historia, las teorías y su práctica. Aquí no. La mayor parte de la formación no incluye la historia de lo que aquí ha sucedido. Parece como si fuera tierra arrasada. Peor, tierra virgen. Porque este arrasamiento nos deja sin historia. Esto se simplifica muchas veces considerando que es un “vicio argentino”, como si algún profesional pudiera continuar con la teoría de las razas. Y no es así: hay memoria para algunos autores y experiencias. No para lo sucedido en los ‘60 y ‘70. Y sin memoria del pasado reciente no tenemos identidad personal y profesional. Sólo orfandad.
¿Cómo contrarrestar el terror, la fragmentación y el vacío? ¿Qué antídotos ante la angustia de adentrarnos en los mismos? ¿Cómo poder enfrentarlos?
La solución es colectiva, nunca individual. Frente al terror de la desaparición, tenemos que anteponer la fuerza de la aparición de la memoria colectiva, con el proyecto que vislumbraba León Rozitchner: “hay que recordar por decisión propia, por propio coraje, de otra manera: despertando el combate contra la muerte que el poder depositó en cada uno como límite a la vida, y que la restringe y la atonta”.
Frente a la fragmentación, las re-uniones. La posibilidad de encuentros que sean cada vez más abarcadores. Nuestro medio se caracteriza por ser un conjunto de feudos y guetos donde no se suele intercambiar. Por eso, fenómenos tales como el encuentro nacional de residentes; las anuales convocatorias de las jornadas metropolitanas; esta propia revista son hechos que forman parte de la lucha contra la fragmentación.
Y finalmente, la aparición de la memoria llenará ese vacío de silencios y terror.
Quizá el objetivo de mis trabajos sigue siendo intentar aportar algo a la reconstrucción de una trama de Trabajadores de Salud Mental. Somos muchos los que trabajamos en la reparación de una genealogía rota por el terror, la fragmentación y el silenciamiento. Necesitamos algo más de lo que hoy tenemos.
Una historia que nos permita transformar nuestro presente para vivir otro futuro.
Una historia, que como decía Walter Benjamín, tenga “el don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza.”