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SUPERVIVENCIA URBANA

 
El cuerpo en la post modernidad

Las técnicas del cuerpo son tan antiguas como el hombre; tan antiguas como la organización del trabajo o los sistemas de parentesco, como el lenguaje y la producción de símbolos. El hombre como ser de cultura genera “cuerpos”, y técnicas de reproducción de esos cuerpos. Así podemos hablar de técnicas que instauran la diferencia sexual y técnicas de crianza, tanto como de códigos del hacer y del vestir. Técnicas de parir, de descansar y de desplazarse. Técnicas de la higiene y de la nutrición como del ocio y la creatividad. Disciplinas del cuerpo, al decir de Foucault, que hay que mirar más allá (o más acá) de los evidentes y formales aparatos de poder. Un poder que nos atraviesa “de manera sutil al modo de una estrategia de sujeción no tanto ya de propiedad o posesión sino como instrumento político”. Como terapeuta corporal me pregunto sobre nuestra implicación en este disciplinamiento, cuál es nuestra inserción como parte de ese movimiento hacia el cuerpo que se instaura hacia mediados del siglo y va tomando más fuerza en las décadas del 60 y el 70, movimiento en el que van surgiendo, toman forma y se nominan las nuevas técnicas corporales: Eutonia, método Feldenkrais, Expresión Corporal, Gimnasia Consciente, Bioenergética, etc. El surgimiento de este nuevo campo de lo corporal, constituido tanto por las técnicas como por los interrogantes que lo sostienen, se configura a partir de ciertas marcas que le otorgan su peculiaridad:

1)  Un momento histórico y un entramado cultural donde desde el arte, la ciencia y la filosofía, se hace evidente el cuerpo como posible objeto de reflexión: el psicoanálisis con la conceptualización de un cuerpo-pulsión, el marxismo desde la teoría de la plusvalía y el hombre como fuerza de reproducción, las nuevas corrientes históricas, la lingüística, el estructuralismo y sus variantes “post”, la plástica, la poesía, la danza y el teatro contemporáneos, des-atan al cuerpo del campo de la biología y facilitan verlo como una realidad dinámica y compleja, siempre inasible; desnaturalizan el cuerpo y lo relacionan con otro orden, orden de cultura, de poder, de discurso.

2)  Una escena política y social donde se presentifica la relación entre cuerpo y horror: el cuerpo de las guerras, el cuerpo del holocausto, el cuerpo de la dictadura en la Argentina, donde la tortura y la desaparición, la mutilación, el desamparo y el exilio hacen de telón de fondo para el desarrollo de muchas de estas técnicas tanto en Europa como en nuestro país.

Estas huellas fuertes en la consolidación de nuestro campo corporal permiten pensarlo como una de las últimas manifestaciones del mito del sujeto: creencia en el sujeto de la historia, orgulloso de su ser ciudadano, desplegando su voluntad de cambio social. Individuo y Progreso: los grandes mitos modernos. Sujeto que se vuelve hacia su cuerpo en un movimiento que intenta capturarlo: “Yo” me percibo, “me siento”, “me expreso”. Este nuevo cuerpo que se rebela frente al cuerpo del dualismo, del nacionalismo y que revela al mismo tiempo la ilusión de creerse propio, unitario, completo... Pero en esta “era post moderna” la noción de cuerpo ya no tiene como sustento la idea de individuo, ni el Estado es su guardián.

Nos preguntamos cómo se organiza “un cuerpo” en un orden social de exclusión, cuál es el correlato corporal de “consumidor” como figura que ha ido desplazando a la de ciudadano de sus derechos. Cómo se vivencian ahora los límites del cuerpo, el afuera y el adentro, cuando lo público y lo privado cambian de escenarios. Qué impacto en la vivencia de un cuerpo propio tiene esta globalización salvaje, donde hasta las funciones biológicas más primarias como la procreación y el embarazo están regidas por la precariedad del empleo, la desocupación, la inseguridad. Cuáles son los costos orgánicos y psicológicos de este esfuerzo de sobreadaptación crónica, y cómo impacta en las clases medias, de donde tradicionalmente provienen nuestros alumnos y pacientes.

Observo desde hace algunos años en mi práctica el padecimiento de nuestros “cuerpitos argentinos”, la desestructuración de una imagen del cuerpo ligada a la creatividad, a la expresión, a la solidaridad, a la imaginación como temáticas habituales del trabajo corporal. En la práctica corporal se configura un espacio donde se hace presente:

§         Un cuerpo presionado, exigido, demandado, con exceso de tensión, sin poder aflojar (porque para relajarse hay que poder confiar en “algo que sostenga”).

§         Una imagen de cuerpo devaluada y mercantilista porque el eje de la valoración corporal ya no pasa por lo que es, se tiene, se siente o se piensa sino por el “estar empleado”.

  Cuerpos que tienden a verse iguales donde la diferencia es vivida como peligrosa y el otro es siempre un rival en el mercado. En los grupos se observa un individualismo mayor: la gente se repliega, pierde la capacidad para trabajar con otros, expresa la dificultad de esuchar o de ver perdido su precario equilibrio, evita el con-moverse junto al compañero.

§         Un cuerpo inseguro, amenazado, violento, cuerpo-con-miedo, que tiene urgencia por acorazarse, encontrar rápidos mecanismos de defensa, donde aparecen estereotipos o respuestas exageradas; un cuerpo “stressado” que siempre está en peligro ya que aquel que debería cuidarlo es igual o más temible que el que ataca.

§         Cuerpo desestructurado, confuso, donde tanto ser hombre como ser mujer pierden consistencia; las identidades clásicas están atravesadas por las problemáticas del empleo, los cuerpos masculinos pierden sus “apoyos” tradicionales.

§         Cuerpo deprimido, cansado, sin fuerzas, que no encuentra el para qué, que no puede “ni levantarse del piso”, que necesita “re-pararse”, dormir, luz tenue, frazadita, venir al encuentro de la energía perdida.

§         Cuerpo hiperinformado, con exceso de conexiones pero poco comunicado. Cuerpo de la virtualidad, cuerpo del celular, de la imagen, de estar en “lo último”(¡y en las últimas!).

§         Cuerpo “traumado”, ya que la intensidad y la velocidad de los cambios impiden procesar los estímulos, representarlos, organizarlos y significarlos. Cuerpo que produce “síntomas” distintos a los conocidos en la historia personal. Síntomas corporales que no es suficiente pensar desde el mecanismo de la represión. Cuerpo que ante las graves fallas del entorno sólo puede atribuírselas a sí mismo, como forma desesperada de la espera.

¿Será la nuestra otra de las profesiones imposibles? Si las condiciones que producen estos cuerpos no se modifican en lo cercano, ¿qué espacio de intervención tenemos los terapeutas corporales? Dentro de esta fragmentación y fragilidad quizás podamos recuperar algo de la potencia de nuestras ideas.

§         Recurrir a la percepción no como algo dado, algo a descubrir, sino como una percepción productiva de lo nuevo, la percepción como aquello que permite anudar de “otra” manera.

§         El rescate de la tensión como momento fructífero donde puede aparecer la imagen, la palabra, el sentido nuevo, el movimiento, la circulación de energías retenidas, la búsqueda. La tensión como resistencia de la vida y de la alegría.

§         Desarrollar la capacidad de nuestro lenguaje específico donde se conjugan ciencia, poética y política de los cuerpos: apoyos, sostén, puentes, juego, imaginación, contacto...

(artículo publicado en la revista Topía n°26 - agosto de 1999)

 

MONICA GROISMAN
Terapeuta Corporal
Socióloga

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Articulo publicado en
Agosto / 1999