Me dirigí
No estuve atado. Me solté totalmente
Me dirigí
Hacia placeres que eran mitad reales,
Mitad efervescencias de ánimo,
Marché hacia el interior de la noche iluminada.
Y bebí de poderosos vasos,
Como los audaces beben del placer.
K. Kavafis
Lo corporal es un campo complejo, múltiple en problemáticas. Imposible pensarlo sin apelar a ciertos dualismos clásicos: ¿el cuerpo es lo dado o es construcción? ¿Es materia o puro mundo simbólico? ¿Es adentro o afuera? ¿Es palabra o afecto? ¿Energía o representación? ¿Individual o social? Preguntas imposibles de responder, y ya poco interesantes en esta época donde el espesor del cuerpo, a decir de Le Bretón se enriquece en una red de significaciones, y donde cada mirada recorta algunos sentidos, sabiéndose ya portadora de apenas algo del enigma y no del todo.
Esas miradas dirán sus discursos sobre la felicidad. Nos sugerirán prácticas, nos darán consejos, nos impondrán disciplinas, o nos venderán objetos prometedores. Pero ¿cuál es la felicidad del cuerpo?
Tal vez sea posible aproximarnos a ciertas felicidades del cuerpo, pensadas como estados, pasajes, instantáneas con la cualidad de lo transitorio... más que algo que se alcanza, generalmente la felicidad es lo que se pierde, con lo que se convierte en potente imagen de búsqueda.
Dicen muchos que su cuerpo es feliz cuando el organismo “funciona”, “responde” o “no duele”. Cuando las funciones corporales no se presentan como esfuerzo o trabajo extra, cuando contamos con él para caminar, bailar, trabajar... Y que verdaderamente sentimos que hemos perdido mucho más que el cuerpo y el movimiento cuando la enfermedad, un accidente o ciertas situaciones fuertes de la vida, como un embarazo o el envejecer, nos obligan al trabajo de cambiar las figuras con que nos representamos el cuerpo propio: imágenes del cuerpo que pueden o no acompañar los procesos biológicos... Perdemos también algo así como un paraíso del cual somos eternos desagradecidos, codiciosos destinatarios y omnipotentes usuarios: lo más primario del cuerpo, respirar, comer, mirar, andar, en su condición de automatismo benevolente transforma el peso de tener un cuerpo en el disfrute ilusorio pero tan reparador de ser un cuerpo.
Así, cierto grado orgánico de salud, cierta biología oportuna e inconsciente es ocasión de sentirse feliz... Pero la salud, como el dinero, ayudan pero no bastan. Hay algo escurridizo, una acción de referir ese estado saludable a un mí mismo y a la vez una posibilidad de salirse del sí mismo, dejar de estar atento a las señales del organismo para ocuparse plenamente del “afuera”. ¡Cuanto más silenciosa la salud, más energía dispongo, más libertad de movimiento, más tiempo y dinero, incluso!
Sin embargo, la “máquina puede andar bien” y uno no llegar a ser feliz... Como dice Pedro, mi amigo: hay otra “máquina” que jode a la máquina del cuerpo, lo mental, el razonamiento, la censura, el superyó, son impedimentos para que el organismo, o cierta parte de uno, se expresen libremente, naturalmente, para que mi cuerpo sea feliz... ¡Si uno pudiera sacarse la cabeza! En la clínica corporal la cabeza aparece como localización privilegiada del obstáculo para la felicidad “natural” del ser humano, ahí se suele representar el poder de lo cultural que reprime, zona de “arriba” que deja “debajo” del cuello el mapa pulsional de los placeres.
El campo de lo corporal se apoya en concepciones diferentes del cuerpo y en prácticas, abordajes o metodologías que trasladan esas teorías a través de consignas o propuestas de trabajo. También hay estilos de coordinación distintos tanto desde la persona del coordinador como desde su formación técnica.
En algunas encontramos un modelo cartesiano del cuerpo como máquina, basado en una lógica del organismo, su desarrollo, sus tiempos biológicos, sus capacidades y destrezas aptas para la eficacia de la acción, aquí la felicidad es la del “buen funcionamiento”. La voluntad, el ejercicio, la repetición son elementos para llegar a esa anatomía funcional donde el movimiento es a la vez económico, preciso, no desviado de su objetivo, el placer es un logro, resultado de un esfuerzo y de un trabajo. El cuerpo puede ser dirigido, conducido, incluso disciplinado para optimizar tanto rendimientos como sensaciones placenteras. Nos sentimos fuertes, victoriosos, nuestra imagen nos devuelve un trabajo bien hecho.
Pero la relación trabajo corporal - placer, no es simple: muchas veces el cuerpo no nos hace caso, hace obstáculo, se rebela, se nos enfrenta: hay placeres poco saludables, casi todo lo que nos gusta hace mal o engorda, fumar es un placer sensual, mortaaaaal.
Si el sujeto se encuentra frente a su cuerpo, ¿quién es el feliz? Aquí Lacan señala una verdad: solamente el falo puede ser feliz, más no su portador.1
El sujeto busca placer, se angustia, cae en el goce. Habla de su cuerpo tironeado, de su falta de energía o de alegría, del cansancio... Dice que si no fuera por su alergia, o por esa rodilla que duele, o por la menopausia que la torna sensible... Del logro de ese trabajo, pero las ganas de quedarse con los hijos. Buscando la felicidad, ¡hacemos... síntomas!
Tal vez por eso, para algunos, y coincidiendo con ciertos filósofos, la felicidad es un estado de tranquilidad, como una especie de nirvana: mínima tensión, armonía, no conflicto. Estar tranquilo, sin exigencias, ¡que me dejen tranquilo! Que el cuerpo me lleve un rato de vacaciones...
Este modelo de la felicidad-nirvana, de un organismo que subsiste sin estímulos y que es imposible en el vivir, puesto que la vida nos exige siempre algo de tensión, acumulación y capacidad de demora, tiene sus correlatos en la práctica corporal, especialmente a través de las técnicas de relajación, paradigma del “buen cuerpo” en ciertas propuestas de trabajo corporal. Personalmente, y en mi práctica profesional me inclino por llevar al cuerpo a un estado que le permita accionar de acuerdo a lo necesario, un estado “eutónico” (Gerda Alexander), adecuado a lo que está aconteciendo o lo que deseo hacer: no es lo mismo tocar el violín, dormir o parir. Cada movimiento requiere una cantidad y a la vez delinea una estética.
De igual modo me interesan las ideas de Lowen sobre la condición bioenergética del cuerpo y sus relaciones con las emociones y la acción. La relajación no es una variable absoluta, se modula en la tensión del vivir. Considero muy freudiana la idea de cómo se organiza un cuerpo a partir de la tensión. La facultad de una persona para entrar, sostener y aliviar situaciones de tensión puede ser de utilidad diagnóstica y orientar estrategias terapéuticas.
Lo corporal, su clínica, su encuadre y metodología, pueden generar ansiedades propias del encuentro con el cuerpo, momentos de desorganización de la imagen de cada uno, así como instantes de descubrimiento alegre de lo nuevo, producción de nuevos recorridos felices sobre el espacio bio-simbólico del cuerpo.
Hay temáticas propias que, en su especificidad, suelen ser disparadores de procesos relacionados con el eje placer-displacer, como la de los límites del cuerpo, la condición de nuestra temporalidad corporal, el movimiento y la agresividad como funciones vitales, la percepción en la quietud y el silencio, la sexualidad y sus maneras diferentes de presentarse, la imaginación como constructora de cuerpo y mundo, la cuestión de las libertades del cuerpo...
La clínica corporal nos permite ver momentos donde la felicidad podría organizarse en un eje atravesado por: percepción-imagen-palabra-acción-contacto. Momentos de suspensión del juicio, fugaces momentos de unidad, donde organismo-cuerpo-yo parecen ir juntos, donde el adentro y el afuera se resuelven en una estética de la intimidad:
Daniel trabaja solo, en mi presencia. Está acostado sobre una manta y recorre una a una las vértebras de su columna; respira suavemente y en su rostro de expresión concentrada se esboza una sonrisa. En realidad, justamente no trabaja: se ha perdido gozosamente en el encuentro del apoyo justo, el pequeño movimiento, la sutil diferencia de la percepción. Estamos “en barbecho”.
Es la vida creada y encontrada ahí, ahora.
Estas vivencias sugieren una lógica gerundial, el ir-siendo, la continuidad del vivir. Pienso en la felicidad del psique-soma, siguiendo el pensamiento de D. Winnicott: la psique como elaboración imaginativa de lo somático, la imaginación al servicio del seguir siendo, opuesto a los procesos defensivos donde lo que llamamos mente usurpa el lugar de la experiencia.
Para arribar a lo que él llama una “residencia”: la relación estrecha y fácil entre la psique y el funcionamiento corporal, no sólo es necesario contar con el cuerpo, sino también contar con el ambiente, ambiente-madre, que permite “dar por sentado” desde la temperatura del agua hasta la adaptación de otras necesidades del yo: el sostén, la manipulación, la presentación del mundo y sus objetos.
Tal vez la definición de salud de Winnicott2 nos acerca una visión de felicidad del cuerpo, pensada como la posibilidad de una persona de incorporarse a la comunidad sin que esto sea un sacrificio demasiado grande o costoso de su espontaneidad. El proceso de integración psicosomática genera sentidos hacia “adentro” tanto como hacia “afuera”.
La clínica corporal tiene en su horizonte que un cuerpo nunca es un cuerpo, ni siquiera en una sesión individual, es una clínica de cuerpos, que se anudan o se diferencian, que se espejan unos a otros, que intentan pararse sobre sus pies y andar unos más cerca o más lejos de los otros, que prueban jugar juntos y, en el juego, inventar un mundo.
Algo de las diferencias de intensidades recubre la vivencia de felicidad. Algo de cultivar la percepción, sintiéndonos a la vez, creadores. Algo de la vitalidad que crece y se potencia con la vitalidad del otro. Algo del gesto logrado, a la vez efímero y permanente. La pregunta de Spinoza “¿qué es lo que puede un cuerpo?”, insiste y hace la pregunta sobre la felicidad: ¿cuánto de su potencia puede sostener un cuerpo? ¿Cuánta felicidad somos capaces de vivir?
Sintió un empuje, algo duro que la reclamaba ahí abajo... Transformó sin pensarlo el empuje en un pujo, una enorme fuerza la envolvió, todo su cuerpo titilaba energía... ¿dolor? sí, pero no era lo más importante, era mas bien potencia, vibración, lo imparable...
Entonces algo blando empezó a desparramarse, lento, jugoso, chorreándole sonrisas por los muslos...
Después; después pudo nombrarlo: hija, vida, orgasmo...
Mónica Groisman
Psicoanalista
Terapeuta corporal
momapalermo [at] fibertel.com.ar
Notas
1 “La idea imaginaria del todo, tal como es dado por el cuerpo, forma parte de la prédica política apoyándose en la buena forma de la satisfacción, lo que hace esfera al límite: ¡qué puede ser más hermoso, pero también qué puede ser menos abierto, qué puede parecerse más al cierre de esa satisfacción!” (Seminario 17)
2 “En este lenguaje, “salud” significa tanto salud del individuo como de la sociedad, y la madurez completa del individuo no es posible en un escenario social enfermo o inmaduro.” (Los procesos de maduración y el ambiente facilitador).