Frederic Jameson escribió en el libro Las semillas del tiempo su famosa frase: “Parece que hoy en día nos resulta más fácil imaginar el total deterioro de la tierra y de la Naturaleza que el derrumbe del capitalismo.” Cuando se lo cita no se aclara que para tener esta sensación fue necesario separar el deterioro ecológico del desarrollo del capitalismo tardío. Es decir, este pesimismo implica que no existe una posible alternativa anticapitalista a los efectos de la desregulación en la llamada “libertad de mercado” que, en realidad, es el poder de las grandes empresas mundializadas. En este sentido poder dar cuenta de estas circunstancias adquiere cierto sentido de urgencia de época por los efectos que produce en el colectivo social. De allí la necesidad de entender que el sujeto es portador de cultura y, como tal, manifiesta los síntomas de la civilización en la que vive. Podemos decir que en la actualidad predominan aquellos que refieren a la negatividad; entre ellos se destaca la depresión. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) se calcula que la depresión afecta a más de 300 millones de personas en el mundo, que cerca de 800.000 personas se suicidan al año, el 78% de los suicidios se produce en países de bajos y medianos ingresos: es la segunda causa principal de defunción en jóvenes de 15 a 29 años. Sin embargo, hablar de “depresión” de un modo tan amplio recubre una gran variedad de matices y posiciones subjetivas que conlleva una cultura donde triunfan las pasiones tristes.
El Dios spinoziano no conoce y razona para luego actuar; conoce obrando y obra conociendo
Spinoza en la Ética concibe a Dios como causa inmanente de todas las cosas, las cuales son en Dios a la manera de atributos en que se expresa su esencia. Cada singularidad es un grado de la potencia que le corresponde a la totalidad del Universo. Por ello Dios es la Naturaleza entendiendo ésta como todo lo existente desde un clavo hasta una montaña.
Para Spinoza Dios no está en la Naturaleza como pretenden aquellos que lo refieren a una filosofía panteísta sino Dios es la Naturaleza que se expresa en los dos modos que conocemos: el modo pensamiento (el alma) y el modo extensión (el cuerpo). Es decir, el alma está con el cuerpo y la relación con uno mismo; no está por fuera de las relaciones con los otros. Esta perspectiva que funda el ateísmo moderno rompe con las divisiones alma-cuerpo y con la de sujeto-objeto; el sujeto forma parte de la totalidad de la Naturaleza que llama Dios y todos tenemos a Dios como Naturaleza dentro de nosotros ya que todos estamos constituidos por la misma sustancia.
El Dios spinoziano no conoce y razona para luego actuar; conoce obrando y obra conociendo. Esta filosofía de Spinoza es una filosofía de la acción. Es así como la pasión en tanto padecer es una deficiencia respecto a la acción y al conocimiento. De esta manera en la antigüedad las personas eran rechazadas por modificar “la clara visión” del ser humano al dejarse arrastrar por las pasiones. La Razón y la Pasión eran términos contrarios donde el sujeto debía dominar “el demonio de las pasiones”. La idea de que las pasiones son necesarias aparece en la modernidad con Descartes y Spinoza. El primero intenta controlar las pasiones por medio de un Logos represivo; Spinoza, por lo contrario, plantea que son potencias productoras de actos. Las pasiones forman parte de la Naturaleza, y como tal no se plantea suprimirlas o dominarlas sino comprenderlas para tomar mayor conciencia de ellas y así utilizarlas en el desarrollo de la potencia de ser. Spinoza sostiene que “cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por preservar su ser”. Esto quiere decir que todo lo que forma parte de la Naturaleza, es decir de lo existente, tiene cierto dinamismo, que llama conatus, que lo lleva a existir y preservar en ese estado. Esta concepción muestra que la realidad tiene una potencialidad continuamente latente donde solo perviven por cierta potencialidad que es continuamente actualizada. Este conatus en el alma se llama voluntad y cuando está en el alma y en el cuerpo se llama apetito. El apetito es el deseo que se manifiesta en las pasiones. Las primeras pasiones dependen del esfuerzo de “perseverar en su ser”. Por ello define el deseo como “el apetito acompañado de la conciencia del mismo”. El deseo es ese conatus que cuando nuestra mente capta ese apetito se transforma en anhelo, en deseo.
El esfuerzo ético consiste en transformar las pasiones tristes en pasiones alegres y éstas en acciones transformadoras
Desde esta perspectiva, para el filósofo materialista, existen dos pasiones primarias de las que partirían todas las demás: la alegría y la tristeza. La primera es “una pasión por la que el alma pasa a una mayor perfección”; la segunda es “una pasión por la que alma pasa a una menor perfección”. No existe una sin la otra. La alegría produce placer y regocijo; la tristeza dolor y melancolía.
Es necesario aclarar que el término “alegría” implica una noción de dinamismo que no es el rasgo que encontramos en nuestra percepción actual. Como dice Ivonne Bordelois: “Acaso tengamos un proceso de ‘sentimentalización’ con el lenguaje: así como de la tristeza se han borrado las huellas del sentido de ‘experiencia de una humillación’, de la alegría se han borrado las señales de dinamismo y animación que le eran esenciales en un principio.” En este sentido la alegría en Spinoza es una pasión fundamental como fuente de las otras pasiones activas o positivas que se contraponen a la tristeza cuyo centro es la negatividad. La alegría en su filosofía se acerca al concepto de libido en Freud que es una energía vinculada con el amor. Por ello sostiene una filosofía de la acción; la pasión en tanto padecer es una deficiencia que implica una barrera. De allí que el esfuerzo ético consiste en transformar las pasiones tristes en pasiones alegres y éstas en acciones transformadoras. Pero como sostiene que “el hombre no es un imperio dentro del hombre”, ya que el ser humano afecta y es afectado en el interior del colectivo social, las pasiones al incidir en la acción singular y colectiva tienen una importante potencia política.
Recordemos que para Spinoza el alma no es algo trascendente, el alma es una idea del cuerpo. Es decir, el alma es la comprensión del propio cuerpo como el de otros que lo rodean. En este sentido el pensamiento puede dar cuenta de todo lo que tenemos en común los cuerpos singulares y formar ideas universales sobre ellos que son manifestaciones del atributo de la extensión (el cuerpo). De esta manera las ideas singulares pueden ser comprendidas por todos los sujetos ya que además de seres singulares todos pueden en determinadas circunstancias tener acceso a las mismas ideas. De allí que para Spinoza la sociedad no es efecto de una razón trascendente sino del poder inmanente de las pasiones. Estas circunstancias, como veremos más adelante, pueden generar rebeliones, pero también es aprovechada por los sectores que tienen el poder que, como señala Frédéric Lordon, en los diferentes momentos del régimen de acumulación capitalista produce la movilización de potencias colectivas pasionales. De allí que distingue tres momentos en la historia del capitalismo. El primer momento es el de la acumulación decimonónica donde encontramos un régimen de movilización salarial ligado al miedo a no poder sobrevivir; los sujetos son movilizados por una lógica de la supervivencia, es decir, por los afectos tristes. El segundo es el llamado capitalismo fordista que se caracteriza por un ensanchamiento del paisaje pasional y la construcción de un nuevo imaginario colectivo donde el consumo mercantil vendría a paliar los afectos tristes que implicaba la circunstancia de trabajar solamente para ganarse la vida. Finalmente, el tercer momento es el actual del capitalismo tardío donde se internaliza el poder, ya que no se trata solamente de producir afectos alegres exteriores ligados al consumo sino de generar un consumismo donde los afectos alegres interiorizados llevan a que el trabajo se vuelva deseable para poder consumir; es así como se usan técnicas empresariales para “transformar una pasión exógena en motivación endógena”. Para seguir con Lordon: “Hablar de epithume (en griego significa deseo) es otra manera de recordar que las estructuras objetivas, como ya lo había señalado Bourdieu, pero también Marx, se prolongan necesariamente en las estructuras subjetivas, y que las cosas sociales externas existen también necesariamente bajo la forma de una inscripción en las psiquis individuales. En otros términos, las estructuras sociales tienen su propio imaginario en tanto que se expresan como configuración de deseos y de afectos.” Es así como la explotación se enmascara en un consumismo donde el objeto nunca termina de satisfacer. En este deseo permanentemente insatisfecho que define nuestra época el poder utiliza las pasiones tristes para fomentar la pasividad y generar impotencia frente a lo que se cree inevitable. De allí que éstas se manifiestan en los síntomas que refieren a la negatividad.
Podemos afirmar que la depresión estuvo siempre presente en el ser humano desde sus orígenes. En la Biblia leemos como el rey Saúl, que padecía de una gran depresión, se terminó suicidando. En la medicina de la Grecia antigua los médicos trataban de explicar las enfermedades desde su teoría del paralelismo entre los elementos básicos: fuego, tierra, agua y aire; y desde los fluidos corporales: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Desde esta perspectiva Hipócrates clasificaba las enfermedades según el tipo de humor que se alteraba definiendo cuatro tipos de temperamentos: colérico, flemático, sanguíneo y melancólico. Para Hipócrates el melancólico -palabra que se usó durante varios siglos para definir la depresión- era una alteración de la bilis negra. Además, relacionaba los dos síntomas principales de la melancolía cuando decía: “si el miedo y la tristeza se prolongan es melancolía.” Sin embargo, uno de los problemas más importantes que se manifiesta en la depresión, como el suicidio, recién se lo vincula en el siglo XVII. En la época Medieval se impone el término Acedia que proviene del vocablo griego Akedia que se entiende como tristeza y angustia. En la religión la Acedia, la tristeza era considerada un estado de angustia de los sujetos virtuosos que con el “vicio” de la tristeza mostraban la pérdida de la fe en Dios. Es decir, la melancolía se la caracterizaba como la fuerza del “demonio” que llevaba a la tentación y al pecado.
La promesa es que el medicamento, más allá de curar la enfermedad, tonifica el cerebro para permitir un mejor estilo de vida
En el Renacimiento hay un cambio en la forma de entender la enfermedad ya que el sujeto comienza a formar parte de un todo llamado Universo. Para entender la enfermedad se articulan tres formas de pensamiento. Los humores: sangre, bilis amarilla, bilis negra y flema; las características del pensamiento: sanguíneo, flemático, colérico y melancólico; la posición en el universo según los planetas: Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. Para los médicos el melancólico corresponde a aquel influido por el planeta Saturno: de allí que los términos melancólico y saturniano eran sinónimos. En el siglo XVII Richard Black usa por primera vez el término “depresión” que proviene de la expresión latina “de” y “premere” que significa empuje de oprimir hacia abajo. Francis Bacon publica una serie de obras fundamentales para el inicio de la modernidad que se transforman en un manifiesto de la revolución científica que ya había comenzado con Copérnico, Vesalio y Giordano Bruno. Aparecen dos filósofos fundamentales para entronar el Logos como eje del conocimiento: Descartes y Spinoza. Un médico de Nortwich llamado Thomas Brownes escribe una serie de textos donde adhiere a las ideas baconianas de la ciencia como tarea colectiva de colaboración y llama a purgar el conocimiento de creencias erróneas. Su obra fundamental es Religio Medici. La religión de un médico cuya prosa exquisita y rigurosa fue alabada por diferentes escritores como Virginia Wolf y Jorge Luis Borges, entre otros. La importancia de este texto se debe a que se encuentra en el medio de la Modernidad incipiente y el Medioevo agonizante; para Brown el conocimiento es una actividad civilizatoria que fomenta la convivencia entre los seres humanos: “No podría apartarme de ningún hombre por causa de una diferencia de opinión, o enfadarme porque sus juicios no coinciden con los míos en cosas con las que yo mismo podría estar en desacuerdo pocos días más tarde: no tengo aptitud para las disputas sobre religión y frecuentemente he considerado sabio alejarme de ellas, en especial estando en desventaja o bien cuando la causa de la verdad pudiera perjudicarse por la debilidad de mi custodia: cuando deseamos informarnos, es cosa buena debatir con hombres superiores a nosotros, pero para confirmar y afianzar nuestras opiniones mejor es argüir con mentes inferiores a las nuestras, a fin de que las numerosas conquistas y victorias sobre sus razones consoliden nuestra estima personal y la propia opinión sea revalorada.” Para esa fecha Robert Burton en 1621 escribe Anatomía de la melancolía. Un texto al cual su autor dedica casi toda su vida para redactarlo; este es un tratado médico filosófico en el que resume todos los conocimientos que se realizaron hasta esa fecha sobre el tema. Allí se plantea que la melancolía tiene múltiples factores que van desde el amor hasta la religión pasando por la política o el aburrimiento. A las múltiples causas se le dan diferentes remedios que van desde la música hasta no dejar solo al paciente.
Con la Ilustración comienzan a desarrollarse métodos en los que predomina la Razón dejando de lado los componentes mágicos y planetarios del Renacimiento. La Revolución Francesa y la Revolución Industrial permiten una nueva perspectiva para conceptualizar el padecimiento subjetivo. Recordemos que en el Romanticismo se creía que era la marca de los sujetos sabios, ya que se pensaba que todos los genios tienen algo de melancólicos. Philippe Pinel pone el eje en las causas morales para tratar la melancolía; entre ellas menciona los fanatismos religiosos, las desilusiones y los amores apasionados. Jean-Etienne Esquirol hace una reforma psiquiátrica desde una perspectiva positivista donde establece una diferencia entre la melancolía y la depresión. Freud en Duelo y Melancolía plantea la importancia de la pérdida del objeto ya sea real o imaginario.
La cultura predominante del capitalismo tardío construye un sujeto inhibido, un sujeto que ha perdido sus lugares identificatorios que lo llevan a la depresión
A mediados del Siglo XX se inicia el descubrimiento de importantes psicofármacos psiquiátricos: la clorpromazina para la psicosis conjuntamente con el Elavil y el Nardil para la depresión. Pero es en la Década de los ‘70 cuando se da un gran salto en la producción y comercialización de medicamentos que producían menores efectos secundarios. A finales de los ´80 y principio de los ´90 se llega al gran éxito comercial en que se transforma el Prozac; éste se lo promocionaba no solo como antidepresivo sino como “la droga de la felicidad”. A la importancia de los efectos terapéuticos el capitalismo tardío y su cultura del consumismo hace que los intereses comerciales se adueñen de la industria farmacéutica situando los beneficios por encima de las necesidades de los pacientes y creando un aumento de diagnósticos, pruebas y tratamientos. Esto lleva a que se transformen en las más rentables del planeta. Como dice Allen Frances, para los laboratorios la parte más provechosa del mercado son las personas sanas preocupadas por la incertidumbre que les trae vivir en la actualidad. Los laboratorios han inculcado la idea en la que muchos problemas que trae la sociedad del capitalismo tardío son “desequilibrios químicos” que pueden solucionarse tomando pastillas. La promesa es que el medicamento, más allá de curar la enfermedad, tonifica el cerebro para permitir un mejor estilo de vida. Vender nuevos estilos de vida funciona como marketing que es ilustrado con imágenes convincentes: cuando se toma un antidepresivo deja de llover, sale el sol y la percepción del mundo cambia.
Como venimos afirmando en otros textos, la noción que tenemos de subjetividad lleva a implicancias no solo teóricas sino en la práctica clínica. De allí que describimos la producción de subjetividad dando cuenta de sus múltiples determinaciones en la cual no la reducimos a entenderla como sinónimo de manifestación psíquica. El concepto de corposubjetividad alude a un sujeto que constituye su subjetividad desde diferentes cuerpos: el cuerpo orgánico, erógeno, pulsional, imaginario, simbólico, social y político. En este anudamiento la producción de la corposubjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico-social. Es decir, toda subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto dentro de un sistema de relaciones de producción. Para ello todo síntoma debe ser entendido desde la singularidad de aquel que lo padece. Pero también en todo síntoma vamos a encontrar una manifestación de la cultura.
La ansiedad depresiva: si en general la depresión no se la asocia a la ansiedad podemos decir que ésta es una depresión propia de nuestra épocanuestro
La historia de la depresión ayuda a entender que su ascenso a fines del Siglo XX es debido a que la cultura predominante del capitalismo tardío construye un sujeto inhibido, un sujeto que ha perdido sus lugares identificatorios que lo llevan a la depresión; desde allí intenta salir de esa sensación de vacío con una búsqueda fallida en las compulsiones, en las adicciones y en la violencia destructiva y autodestructiva. Como dice Alain Ehrenberg: “La depresión es la pantalla del hombre sin guía, y no tan solo su miseria; es la contrapartida del despliegue de su energía. Las nociones de proyecto, de motivación o de comunicación dominan nuestra cultura normativa, son las palabras claves de la época. Ahora bien, la depresión es una patología de los tiempos (el deprimido no tiene futuro) y una patología de la motivación (el deprimido no tiene energía, su movimiento está atascado, y su palabra es lenta). El deprimido formula con dificultad sus proyectos, le falta la energía y la motivación mínima para realizarlos. Inhibido, impulsivo y compulsivo, se comunica mal consigo mismo y con los demás. Falto de proyecto, falto de motivación, falto de comunicación, el deprimido es el reverso exacto de nuestras normas de socialización. Nos asombramos de ver explotar, tanto en la psiquiatría como en el lenguaje común, el uso de los términos depresión y adicción, pues la responsabilidad se asume, en tanto que las patologías se tratan. El hombre deficitario y el hombre compulsivo son las dos caras de este Jano.”
En este sentido el aumento de los síntomas depresivos y la ansiedad tienen que ver con el ecosistema social y laboral que generan disfunciones en el estado de ánimo y la sensación de incertidumbre ante el futuro. Esto afecta en especial a los más jóvenes donde se encuentran con una cultura basada en el consumismo: la felicidad se puede comprar y ofrecer como mercancía. Pero en el horizonte de trabajo hay más demanda que oferta de empleos; hay que añadir la desregulación de las relaciones laborales, de manera que cuando se tiene trabajo las condiciones de precariedad e inseguridad de perder el empleo genera una alta dosis de ansiedad para mantenerlo. Esto lleva a una ansiedad depresiva; si en general la depresión no se la asocia a la ansiedad podemos decir que ésta es una depresión propia de nuestra época.
Historizar la depresión, la tristeza o el desgano implica dejar que no sea solamente la droga la que atenúe sus efectos para analizar las causas que la provocan
Sin embargo, como decíamos al inicio, se habla de “depresión” de un modo tan amplio que abarca modalidades subjetivas diferentes. El “estar deprimido” recubre síntomas como el estar desganado, triste, hacer un duelo necesario ante la muerte de un ser querido y una gran variedad de matices. Esta “inflación diagnóstica” tiene el objetivo de vender psicofármacos como si fuera cualquier mercancía que circula en el mercado. La cultura del capitalismo tardío genera el problema y da una solución desde la psiquiatría biológica que solo apunta al síntoma sin resolver las causas que lleva a repetir el mismo síntoma: ¡¡¡un negocio perfecto!!! En este sentido el medicamento se transforma en un fármacon que, en el comienzo de los tiempos, era como se denominaba el chivo expiatorio que aplacaba los problemas que tenía la comunidad.
Historizar la depresión, la tristeza o el desgano implica dejar que no sea solamente la droga la que atenúe sus efectos para analizar las causas que la provocan. Por supuesto esto va a dar cuenta de una historia singular de cada sujeto, pero también de una cultura que genera dispositivos de subjetivación que llevan al desvalimiento y la desidentificación en el que se cosifica al sujeto. De allí la importancia de generar espacios de encuentro con el otro: espacios individuales, familiares y sociales; esta es la potencia de los movimientos sociales, las reivindicaciones del movimiento de mujeres, las luchas por la diversidad sexual. También podemos encontrar esta potencia en el precariado que se rebela en muchos países del mundo: en la calles y plazas de Chile, el Líbano, las acciones de los obreros y chalecos amarillos en Francia, en Hong Kong, Ecuador, Haití. En todas las situaciones hay un hecho concreto, a menudo pequeño, donde el objeto de la revuelta varía, pero que se transforma en detonante contra la desigualdad y la incertidumbre. Lo que sucede en esos lugares es que une a aquellos que tienen vidas inestables sin seguridad laboral y que encuentran en este enfrentamiento contra el poder del Estado un lugar de identificación. Aunque debemos reconocer sus límites políticos, permite un salto cualitativo en relación a romper con el aislamiento y el individualismo que propone la cultura dominante.
Desde esta perspectiva Spinoza nos invita a pensar la democracia no desde la política liberal hegemónica, ya sea en su versión neoliberal o nacional populista, sino una política participativa en la que las personas aumentan su capacidad de autogobierno. Por ello entiende la democracia como una práctica de autonomía y de resistencia a aquellos que nos quitan la alegría; es la lucha contra las pasiones tristes en el desarrollo de nuestra potencia de actuar por medio de las pasiones alegres.
Bibliografía
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---------- Tratado político, editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1989. En especial la excelente introducción, traducción y notas realizadas por Humberto Giannini y María Isabel Flisfisch.
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